Friday, February 17, 2012




TRAGAR


Viernes. Ha vuelto House. Octava y última temporada. Se ha hecho recurrente la asociación entre el Doctor y la frase "Todo el mundo miente". La filosofía lleva milenios analizando el sentido de esta frase. Resulta problemática porque, al margen de que pueda contener mucho de verdad, establece una pretensión totalitaria que la hace deslizarse hacia su propia impertinencia. Si solo hay mentira, entonces no existe la verdad; si no existe la verdad, ¿cómo podemos entonces definir su ausencia? Y, de otro lado, ¿en qué posición queda respecto a la veracidad de su aserto el que pronuncia la frase? ¿Está diciendo la verdad al decir que todos mentimos? ¿No será que sabe que lo que está diciendo no es del todo cierto, en cuyo caso habríamos de concluir en que no es verdad que todos mintamos?

Es un buen lío, sí, acaso sea mejor conformarse con aceptar que las relaciones humanas se dirimen en una zona de sombra y que no podemos determinar cuándo los demás están siendo sinceros con nosotros. Como principio de prudencia para la aplicación de la metodología científica es útil, pues el médico debe sospechar que lo que le dice el paciente respecto a su estado es falso. Ello resulta sorprendente, pues entendemos que éste debería ser sincero al máximo para facilitar la labor del médico, si entendemos que lo que uno quiere es curarse. Pero House tiene razón, las personas se mienten continuamente a sí mismas, seguramente porque la vida se les haría insoportable si se les representara la verdad desnuda. ¿Cómo esperar entonces que una brutal tormenta de lucidez se apodere de ellos cuando se tumban en la consulta? Si no estuviéramos engañados respecto a nosotros mismos puede que ni siquiera necesitáramos a los médicos.

Mi aserto houseano preferido es otro. En un episodio perdido en alguna temporada remota, uno de sus jóvenes colaboradores del equipo de diagnóstico le recuerda a House que tienen que atender tal caso antes que tal otro porque aquél es más importante.

-"Nada es importante", contesta House.

La frase es enigmática y vuelve a su autor un trasunto del gran fatalista rumano, Cioran. Desde el irrespirable nihilismo que nos depara, vemos erguirse, insolente, el humo tóxico de su gélida lucidez. Después de todos estos años, concedo a House el derecho a una afirmación como ésta, que nos deja a dos centímetros de la locura, ese lugar fronterizo que es acaso el único en el que alguien como él -o como Cioran- puede vivir sin enloquecer definitivamente.

Bajo el efecto de la vicodina, claro.

Jueves. Un preso influyente y especialmente mal parido amedrenta a House en la cárcel a la que ha ido a parar después de una conducta tan absolutamente execrable, que ya ni siquiera sus escasos y fieles amigos quieren seguir a su lado: ha estrellado su automóvil contra la casa de su ex-novia, la Doctora Cuddy, que en ese momento celebra una cena con su hija y varios amigos, entre ellos su nueva pareja. Le chantajea exigiéndole una provisión de pastillas narcóticas haciéndole ver que en la prisión prevalece la ley del más fuerte y que la alternativa del débil es someterse o morir. Cuando al fin House consigue las pastillas, se dispone a entregárselas al extorsionador en el comedor, quien, con una despreciativa sonrisa en la boca, comete el mayor error que se puede cometer con Gregory House, le humilla recordándole que ha claudicado: "Al fin has entendido que lo mejor es tragar, ¿verdad?". En ese momeno, House arroja las pirulas al aire y una jauría de presos se lanza al suelo a por ellas. House va a morir, los matones del extorsionador se disponen a liquidarle sin piedad... Termina salvando milagrosamente el pellejo, claro.

¿Tenía que tragar? Sí, desde luego es eso lo que la prudencia aconseja, pero es un error menospreciar la resistencia de las personas. He caído en este error algunas veces en mi vida, pero he aprendido a hacerlo cada vez menos y, sobre todo, creo que es un error que otros han cometido conmigo, lo cuales un problema para mí, pero sobre todo es un problema para ellos. Con frecuencia establecemos la medida de la dignidad, la fuerza y el atrevimiento de una persona, creyendo poder fijar unos límites incuestionables. La cara de sorpresa que ponemos cuando vemos saltar por los aires ese límite es especialmente estúpida. No hay nunca que desestimar la capacidad de los seres humanos para proteger su honor, tampoco cuando parecen estar muertas de miedo.

Miércoles. Garzón, los recortes, la corrupción... Y, muy especialmente, la Reforma Laboral. Intentan hacernos entender que lo mejor para nosotros es tragar. A ustedes puede parecerles demagógica la comparación con el hijoputa que extorsiona a House, pero, qué quieren que les diga, yo al menos a éste le veo cierta honestidad, pues le pone las cosas claras: "los fuertes aplastan a los demás, por eso tú tienes que tragar". En nuestra querida y avanzada sociedad demoliberal los mandarines tienen que cargar con la obligación de convencernos, una vez nos han relegado a la servidumbre, de que lo mejor para nosotros es ser unos siervos. Para eso tienen las teles y los periódicos, que no es poco ejército, pero tampoco tienen rubor, como se ha hecho estos días en el centro de Valencia, de sacar a la policía a soltar hostias a los estudiantes cuando les pega por montar un poco de bulla y parar el tráfico. Si los jóvenes conocieran con certeza los contornos del futuro que la clase empresarial y el gobierno está trazando para ellos no se conformarían con parar un rato el tráfico.

Martes. No discuto que para muchas y pequeñas empresas sea una necesidad de supervivencia obtener condiciones de despido más favorables que las que se tenían. Ahora bien, es difícil entender que facilitar las condiciones del despido vaya a generar otro efecto que el de aumentar los despidos. ¿Se contratará más? Difícilmente, dado que se requiere una reactivación que no va a llegar si a nos bajan más los salarios, si algunos que trabajaban van a la calle y si los que se sentían seguros constriñen todavía más sus gastos porque se sienten más inseguros. Lo que parece que no hay manera de que entienda la clase empresarial española es que lo que un señor produce y vende necesita un mercado dotado de capacidad de gasto; si todos somos más pobres y vivimos menos seguros porque las condiciones del asalariado se desregularizan, es decir, se vuelven más precarias, entonces no sé a quien demonios piensa venderle lo que produce. Todo lo que gane ahorrándose de partida costes de personal terminará perdiéndolo después cuando el mercado se jibarice, que es, a fin de cuentas, en lo que consiste una recesión como la que tenemos.
No sé cómo se sale de esta espiral, pero la mayoría entendimos hace ya mucho tiempo que las eras revolucionarias acabaron en Occidente con el gran pacto tácito entre clases por el cual la miseria y el abandono a su suerte de los débiles habría de ser resuelto o, cuanto menos, residual en una sociedad donde la libertad económica y la prosperidad habrían de ir acompañadas de una razonable redistribución de la riqueza, lo cual no se debe confundir con ningún principio de caridad cristiana, como los que -con una abyecta hipocresía- utiliza con frecuencia la derecha norteamericana del Tea Party.

Me da mucho miedo el regreso de la Cuestión Social, aquella violencia estructural característica de la Revolución Industrial en cuyas fábricas se producían mercancías a ritmo tan acelerado como se generaban pobreza, explotación y servidumbre. Quizá el futuro es competir con el capitalismo asiático con las armas del capitalismo asiático, o lo que es lo mismo, asumiendo sumisamente que debe haber unos cuantos ricos muy ricos y que la mayoría hemos de vivir cada día peor.

Si aceptamos esta hipótesis nos quedaremos sin recursos éticos para hacer ver a los jóvenes que queman contenedores y bloquean el tráfico que lo que hacen está mal. Y da bastante miedo quedarse sin legitimidad moral, ya lo creo.

Lunes. Arancha Sánchez Vicario me dio siempre un poco de lástima. Es frívolo, sí, teniendo en cuenta la fama y la fortuna de la que gozó durante su brillante carrera tenística. Detrás de cada estrella infantil del deporte suele haber una familia codiciosa. Lo que no entendí ya entonces es que se hablara con admiración de los Sánchez Vicario como una familia ejemplar. Las acusaciones de elusión de obligaciones fiscales fueron ignoradas porque Arancha acumulaba títulos que agrandaban las glorias de la patria. Ahora estalla un escándalo con el que se lo están pasando bomba las hienas de la prensa rosa. Se me ocurre seguir ampliando la lógica desreguladora de las reformas fiscales: acabar también con las leyes que prohíben la explotación infantil. A fin de cuentas ya se hace en amplias zonas del planeta. Una broma siniestra, desde luego. Pero es que el mundo se está poniendo muy siniestro, qué quieren que les diga.


2 comments:

Anonymous said...

Los taxistas siempre piensan en los mismo. No entienden nada…. House, ese tipo mola porque nos pone apelativos peyorativos, si.
No puedo hablar hasta dentro de unos meses con algún político o intelectual, estoy harto, harto y no veo el dia en que los taxistas y demás chusma me dejen de comentar lo mal que lo hizo el psoe o que esto está todo lleno de inmigrantes, necesito charlas y cotilleos de nivel.

Hironias

David P.Montesinos said...

Te entiendo. Yo empecé a darme cuenta de que los taxistas eran un especimen característico con uno que se puso a gritar alborozado y a recomendarme las películas de Charles Bronson porque unos caballeros con uniforme salieron de un bingo y molieron a palos a otro caballero. El taxista interpretó que era un facineroso como los que a él supuestamente le fastidiaban por las noches, de ahí su alegría ante aquel acto que interpretó sin dudarlo como "de justicia"