Friday, March 30, 2012





POR QUÉ LUCHAMOS.

"Algún día habré de explicarte por qué combatimos". Esta enigmática frase es puesta varias veces en boca de Asterix por su creador, Goscinny, pues Obelix no parece entender que pueda haber ninguna causa seria tras lo que a él le parece una simple diversión, arrear mamporros a los infortunados legionarios de Roma. ¿Por qué luchamos? Dijo Nietzsche que las ideologías no eran sino las chispas que saltaban con el chocar de las espadas encendidas. En esa visión trágica de la condición humana, cuyo secreto destino es combatir eternamente sin la posibilidad de ilusionarse con un final de la violencia, no parece haber respuesta para la pregunta de Obélix: el conflicto es el trasfondo de un escenario en el que la paz es sólo una vana esperanza, la pausa con la que, ilusos, celebramos una victoria cuyos efectos son caducos, una pax augusta que tan solo es lo que precede a nuevos estallidos.

Cuando uno supera la atracción adolescente por el ejercicio de la violencia, sigue entendiendo que la épica preside la existencia, pero ya no al modo del belicismo tradicional, sino por la apelación cotidiana al heroísmo que supone aguantar las embestidas del paro, la coacción de los mandarines, el miedo a las enfermedades y a la muerte o el dolor de los amigos que nos dejan y los hijos que sufren. De todo ello hay pocos rastros en los cantares de gesta, las superproducciones de Hollywoood, los libros de Historia o incluso en los juegos de ordenador donde eres un marine que dispara a terroristas afganos y no te matan cuando te matan. Y eso es lo que se pierden. Algún día habremos de hacer entender a los niños que sueñan con un campo de batalla que las guerras de verdad sólo huelen a sangre, a mierda y a mearse de miedo cuando empiezan a rugir los cañones.



Es preciso pensar y deliberar, necesitamos armarnos de paciencia para aceptar posiciones e intereses que nos son hostiles. Debemos construir la paz, cuyos contrapesos habrán de constituir sistemas precarios y frágiles, necesitados por tanto de una vigilancia continuada en la que habremos de empeñarnos hasta el fin. Debemos exigir a los políticos que creen el tejido jurídico necesario para evitar la guerra total y permanente de la que hablaba Hobbes, y debemos, por nuestra condición de ciudadanos, luchar con razones frente a la violencia de las calles, la tiranía de los automóviles y la destrucción de las normas de respeto que atenúan los roces de la relación entre humanos.

Sí, todo esto es cierto, pero, por más que es razonable ilusionarse con un mundo en paz, suelo sospechar de quienes insisten demasiado en la necesidad de expurgar el poder y la violencia de las relaciones entre humanos. Jurgen Habermas construyó una teoría filosófica exitosa basándose en la aspiración a una "situación ideal del habla", horizonte que dirigiría la pretensión de construir una sociedad genuinamente democrática y deliberativa, donde la posibilidad de la participación política se articula sin coacciones. Utópico y, por tanto, estéril. Cuando en situaciones fuertemente conflictivas como las que vivimos en estos días se nos intenta reconvenir hacia la conveniencia de resolver las cosas dialogando, parece olvidarse que raramente los débiles han conseguido salir de la sumisión y la miseria sin haber forzado a los señores a sentarse a negociar.

No dejo de escuchar en las últimas horas apelaciones al estilo antidemocrático de los piquetes sindicales, los cuales supuestamente extorsionaron en la noche del jueves a ciudadanos, comerciantes, transportistas y trabajadores para obligarles a sumarse a la jornada reivindicativa. Hay quien, como alguno de los ultras habituales de la derecha -qué poco sexo deben tener estos tipos para andar siempre tan enfadados-, declara directamente la huelga general como un evento antidemocrático, pues se entiende que su lógica rompe necesariamente la libertad del ciudadano para elegir sin presiones si quiere o no sumarse a la protesta. Pero ya sabemos que la derecha española vuelve siempre al mismo principio que le permitió ganar la guerra hace setenta años: muerto el perro se acabó la rabia. En otras palabras, como algunos ciudadanos no ejercen adecuadamente el derecho a la huelga, exijamos su ilegalización. Inútil tratar de dialogar con esta gente.

Tengo allegados que trabajan en bancos, en tiendas de ropa, en restaurantes de comida rápida... ¿Creemos de verdad que la supuesta violencia de los piquetes, que se convirtió el jueves en el espectáculo preferido de las televisiones, es seriamente intimidadora, y que los millones de trabajadores que no van a la huelga deciden todos sin una aterradora presión por parte de sus empresarios? Solo al precio de una tremenda inconsecuencia y, seguramente, de una atroz hipocresía se puede creer de verdad que en una situación de este tipo los débiles deciden sin coacciones de quienes les vigilan.

Podamos o no ejercer el derecho a la huelga que el ordenamiento jurídico recoge sin ambigüedades -como no puede ser de otra manera en una sociedad democrática- no tengo ninguna duda de que hemos entrado en una nueva época, un mundo donde el conflicto con los grandes beneficiarios de este capitalismo salvaje al que pretenden abocarnos va a ser cotidiano e irremediable. Ayer, pese a algunos incidentes de incontrolados, los millones de trabajadores españoles dieron pruebas concluyentes de que están civilizadamente dispuestos a no dejarse robar la dignidad.

"Quieren acabar con todo", rezaba una pancarta. Tiene razón, la Reforma Laboral, que concreta la aspiración del nuevo capitalismo a convertir la mano de obra en una mercancía barata, dócil y desprotegida, tiene la intención de arruinar todo un esfuerzo de décadas en favor de los derechos de los trabajadores. Importa poco si creemos o no en los sindicalistas, y no es un motivo para la melancolía la resolución que aparenta el gobierno para no rectificar unas medidas que, sin duda, le vienen impuestas desde Europa. Es nuestro futuro y el de nuestros hijos -y no hablo sólo de los españoles- el que se pone en juego en jornadas como la de ayer. Una compañera, presa de la frustración y la desesperanza, me dijo hace unos días que lo único que vamos a conseguir haciendo huelgas y acudiendo a movilizaciones callejeras es empeorar las cosas. No sé qué conseguiremos, lo que sí sé es lo que nos pasará si no luchamos.

4 comments:

Tobías said...

Es muy difícil asimilar que haya tanta gente que no acabe de entender lo que se juega. Me cuesta aceptar esa confianza en el que manda -otra herencia del franquismo-, a pesar de sus mentiras y errores, que una gran parte de la ciudadanía sigue manteniendo. ¿Qué más te tienen que hacer para que una de esas personas que decidió trabajar este jueves, a pesar de estar tan puteada como los que fuimos a la huelga, decida que ha llegado el momento de decir basta? Veía el otro día un chiste de Forges en el que un tipo cabreado aparece subido en una silla y poniendo el culo en posición de recibir. "No Vicente, según la brújula la dirección del Banco Central Europeo es al otro lado", le dice su mujer.


Estoy convencido de todo lo que dices, ni siquiera hay que estudiar con detalle la reforma laboral para darse cuenta de que bajarán los salarios, se precarizará el empleo y los trabajadores van a quedar casi inermes ante la discreccionalidad de los empresarios. Pero eso no es más que la punta de lanza de la política que has venido describiendo, la destrucción del Estado social y el triunfo de la privatización ilimitada bajo el conjuro de las palabras "reforma", "austeridad" o "flexibilización".


Y respecto a los piquetes, el derecho a trabajar y demás argumentos que han sido utilizados por los medios, la mayoría de los medios, porque en este país apenas puede hablarse de pluralidad informativa. Tengo una compañera (por lo que me dicen, con graves problemas económicos) que lloraba de rabia este jueves al encontrarse en el instituto en el que trabajamos al núcleo duro del PP; ella, los esquiroles de costumbre y el grupo pepero. No me siento capaz de criticar su postura, me pregunto cuanta gente acudió a su trabajo el jueves mordiéndose los puños por no poder permitirse la huelga. Y has recordado muy acertadamente la labor de los piquetes empresariales; a todo el mundo ha llegado la escaramuza del actor Willy Toledo encabezando un piquete y destrozando, según la versión del atribulado propietario, un honrado local de restauración ¿Qué medios han difundido el listado de empresas que han amenazado a sus trabajadores? ¿Cómo se mide el miedo a las represalias, a perder un trabajo cada vez menos seguro, a que te despidan sin que nadie mueva un dedo por tí?

David P.Montesinos said...

De todo lo que dices, que comparto plenamente, me llama especialmente la atención lo que cuentas de tu compañera. La insolidaridad de algunos compañeros me parece deprimente. No entiendo que alguien, por tener ideas conservadoras o ser votante del PP, no sea capaz de entender que los derechos que se están intentando desmantelar son los suyos. Tengo compañeros que llevan a sus hijos a colegios privados -perdón, concertados, ya sabes que los pagamos todos- y que vienen al Instituto a desempeñar su trabajo como quien cubre expediente, sin el más mínimo respeto por su cometido.Ingenuo esperar de gente así que defienda la sanidad o la enseñanza públicas, aunque se beneficien de ella.

Respecto a lo de los piquetes, te puedo contar lo que me dijo una joven allegada que trabaja en una tienda de la marca Inditex. Se sonreía con cierto sarcasmo respecto a su libertad de decisión para seguir la huelga. No vio piquetes ese día ni nadie le intimidó por estar trabajando -tampoco los hubo en ningún centro escolar que yo sepa-, lo que sí sabía con certeza es lo negro que se le podía poner su futuro en la tienda si ejercitaba su derecho. Por cierto, estaba completamente de acuerdo con la huelga.

Anonymous said...

La gente que está ahí fuera tiene carnes que lamentan... Pido la palabra brevemente para responder al Sr.Tobias.

En vez de preguntarse qué necesita la gente tal vez debiéramos preguntarnos qué es lo que le sobra. Me sería demasiado fácil enumerar las razones por las que determinados elementos no fueron a la huelga, sin embargo creo que la conclusión es determinante.

Tengo bastante claro que mis colegas no trabajarán en mi tajo, ni mis vecinos, aquellos conocidos que me aprecian. La fábrica estuvo a pleno rendimiento con gente que trabajó sin ser mi colega, ni mi vecino ni tan siquiera conocido.

Nos hemos globalizado... desgraciadamente con el beneplácito de casi todos.

Besos en abundancia.

Hironias

David P.Montesinos said...

Creo, Hironias, que habláis de lo mismo, aunque hagáis valer términos contrapuestos: lo que nos falta y lo que nos sobra son caras de la misma moneda de indignidad. En cualquier caso, y más allá del pesimismo hacia el que uno se siente inclinado, yo creo que la huelga fue razonablemente exitosa. Parecía destinada al desastre; a poco que uno analice el paisaje social del país, lo raro es que mucha gente aceptara perder el sueldo de un día y correr además riesgos ante la empresa correspondiente por solidarizarse con una reivindicación justa. Al menos, que ese beneplácito general del que usted habla no pueda predicarse de nosotros tan fácilmente respecto a la reforma laboral.