Friday, April 27, 2012







"YO NO SOY MUY DE HUELGAS"



Viene pasándome tan insistentemente y desde hace tanto que la escena ya ha terminado por resultarme plastosa y aburrida. Manifiesto entre compañeros o allegados la conveniencia de resistirse a prácticas del Poder que me parecen indiscutiblemente opresivas e injustas. Entre las medidas en que se sustancia esa convicción -además de esfuerzos individuales como el de escribir un blog o enviar una carta de protesta a un diario- está todo el amplio abanico de las movilizaciones de trabajadores o simplemente de ciudadanos, lo cual incluye concentraciones, manifestaciones y, por supuesto, huelgas. Cuando, como sucede ahora mismo en el País Valenciano, la Mesa Sectorial de Educación nos convoca a una huelga, se vuelve inevitable escuchar toda esta retahíla de frases con las que algunos manifiestan de forma torcida su firme intención de no mojarse el culo en lo más mínimo con estos asuntos. Si no menudean ustedes por estos cenáculos profesionales, les sorprendería la cantidad de personas que suelta estupideces de tipo "yo, es que soy individualista, no sigo la estrategia de los sindicatos, protesto a mi manera", o, aún más esperpéntico -juro que esto lo he oído de una compañera a la que pregunté si pensaba seguir cierta huelga-: "es que yo no soy muy de huelgas".




A lo largo de mi vida he participado en movilizaciones de todo tipo, algunas plenamente reconocidas como derechos constitucionales y otras a las que me conformaré con definir como más discutibles. También he dejado de participar en muchas otras a las que se me había invitado, a veces por discrepancia, y sospecho, a veces por simple indolencia. Podemos convenir en que cuando tenemos claro contra qué injusticia, alcaldada o miseria social protestamos y qué objetivo pretendemos conseguir, es tan solo cuestión de pura estrategia decidir qué medios pueden ser más eficaces para dichos logros; es entonces cuando podemos discrepar los que deliberamos. Ha habido veces en que ponerse en huelga o incluso salir a cortar una carretera o hasta ponerse en pelotas delante de no sé qué Consejería para que venga la tele me ha parecido lo conveniente, y hay otras en que ni siquiera la huelga de un día -por más que compartiera los objetivos de la misma- me ha parecido eficaz ni justa ni adecuada. Tengo dudas muy serias respecto a la facilidad con la que las centrales sindicales nos convocan a dejar de ir al trabajo en escuelas o institutos públicos, lugares en los que tales medidas provocan antes que a la patronal un dolo considerable a sus usuarios. Sí, ya sé, las huelgas en unos grandes almacenes perjudican a los clientes, y las de transportistas fastidian a mucha gente, de acuerdo, pero la primera que se ve en apuros con una huelga en tales sectores -y por eso se convoca- es la patronal. Aquí no, es posible que una durísima huelga de seis días como la que se acaba de convocar no haga gracia a la Conselleria d´Educació, pero -aparte de que no estoy seguro de que al PP, encantado con prestigiar la enseñanza privada en detrimento de la pública, le haga grandes cosquillas tal medida, que solo tendría repercusión en centros públicos- reconozco que me seduce muy poco el papelón de convencer a los padres de nuestros alumnos de que deben apoyarnos cuando, de llevar la huelga hasta sus últimas consecuencias, ellos serán los principales damnificados.

No sé si voy a hacer la huelga de seis días que se acaba de convocar y que amenaza con ser sólo la primera entrega de un serial conflictivo que puede ser muy largo. Y, caso de hacerla, tampoco sé si llegaré hasta el final. Tengo familia y no vamos sobrados. Decir que efectuar esta alegación es mezquino me parece una inconsecuencia. Cuando uno va a la huelga ya sabe que el primer daño lo va a sufrir en sus carnes, pues va a dejar de percibir el salario del cual vive, a parte de lo doloroso que, a mí al menos, me resulta dejar el aula justo cuando creo que más me necesitan mis alumnos, en especial los preuniversitarios. No sé qué haré, ni ahora ni más adelante; no sé qué es mejor, no sé cuál es la estrategia adecuada, y me siento en uno de esos dilemas morales que han poblado las mejores páginas de la ensayística desde hace milenios. Pero sí hay algunas cosas que me gustaría aclarar a quienes cada vez que hay conflictos laborales se empeñan en recordarme todo eso que ya sabemos que dice siempre la derecha sobre los sindicatos.

Saldré del armario de una vez por todas para evitar malentendidos: no me gustan los sindicalistas, no me gustan nada, es más, los detesto, en concreto detesto a toda esa banda de liberados y enlaces que, en el gremio en el que vivo, llevan dos décadas haciendo ímprobos esfuerzos para convencerme de que no hay esperanza ni para la escuela, ni para la izquierda, ni para la humanidad entera. Si quieren les cuento algún día mis porqués, que son muchos y tienen que ver con la experiencia de una vida. Pero resulta que no es ésta la cuestión. No importa nada lo que piense yo de los sindicatos, ni siquiera lo que podría decir aquí sobre el desmoronamiento de las instituciones representativas o las contradicciones en las que viven las organizaciones políticas tradicionales, entre las que los sindicatos tienen un papel tan preponderante como los partidos, en los que también confío tanto como en dejar a mi abuela al cuidado de Hannibal Lecter.




La realidad es que, como trabajadores, requerimos órganos de representación, personas que negocien con la patronal y que intenten paliar la asimetría propia de las relaciones laborales; todos estamos en el mismo barco y tenemos problemas similares. En el Manifiesto comunista, ese texto del que tantos han abusado para ensalzarlo o para enviarlo a la hoguera, Marx y Engels insisten en la importancia de hacer entender a los proletarios que, aunque no se sientan unidos -cosa muy natural, pues cada uno viene de su padre y de su madre, y es propio de humanos sentirnos diferentes- es la realidad que viven las que les obliga a actuar de forma mancomunada: sus problemas son los mismos, sus enemigos también, si no asumen su condición de clase tienen su guerra perdida. En mi profesión resulta especialmente difícil lograr eso a lo que se llama conciencia de clase. El estatus social del que proviene la mayoría de los docentes, los cuales pudieron alcanzar estudios superiores a veces hace treinta o más años, propicia una especie de individualismo de ínfulas románticas que, en realidad, oculta una profunda incapacidad para la acción conjunta y el riesgo.

En cuanto a mí, resulta que no solo me caen mal los sindicalistas sino que además yo tampoco soy muy de huelgas,  ni de ir pegando gritos delante de la Conselleria, ni, si me apuran, de ir enviando mails para recordar a los compañeros que hemos quedado en la FNAC para ir a una mani que resulta que me va a privar de estar el sábado con mi hija, que es lo que verdaderamente me apetece. Yo, en realidad, soy más de ver series en la tele, mirar el fútbol con una cerveza en la mano, protagonizar tórridas escenas de amor sobre la mesa de la cocina, ir al supermercado del Corte Inglés a comprar mariconadas... No sé, esas cosillas. Se deben figurar algunos de mis compañeros que empleo gran parte de mi tiempo, mis esfuerzos y hasta mi paz de espíritu porque soy un iluminista revolucionario, pretendo fastidiar al PP y a los curas, me gusta la supuesta promiscuidad de las algaradas callejeras y, sobre todo, me encanta que me quiten un pastizal por cada día de huelga.




Lo más curioso es que después, cuando les preguntas si les gusta que les metan ratios de treinta y cinco alumnos, les quiten más y más salario o vayan a desplazarles de su plaza definitiva, te dicen que no es justo, que qué cabrones, que no sé a dónde vamos a parar. Pero claro, ellos no son muy de huelgas, ni de asambleas, ni de manifestaciones... Ellos -me temo- son más bien de agachar la cabecica al paso de los mandarines, o de ir a hacerles un poquito la pelota,  a ver si les dan alguna prebenda. De eso sí son.



14 comments:

Justo Serna said...

Suscribo enteramente. Estoy lacónico. Estoy desganado, pero suscribo.

David P.Montesinos said...

Gracias, Justo. No se desgane. En las películas de Adolfo Aristaraín se habla de un "asesino difuso", por ejemplo en Lugares comunes, que cuenta la historia de un profesor universitario que es jubilado a la fuerza en medio del corralito con una pensión miserable y que, con más de sesenta años, tiene que vender su casa en la ciudad y emprender una nueva vida junto a su mujer en donde sea. El asesino difuso es el desánimo, ese silencioso dolor que nos hace pensar, mientras nos encaminamos hacia la nada, que la vida es una broma sin sentido. Temo más al asesino difuso que a la muerte física misma.

Manuel said...

Muy bueno tu escrito, David. Expones las dudas razonables que se le plantean a cualquier trabajador que medite un poco y, se supone, los trabajadores de la enseñanza deberíamos tener una capacidad de meditación más que notable aunque, como efectivamente concluyes en el párrafo final de tu escrito, esa "lógica capacidad" sea más que limitada y desviada en muchos casos.

Yo, como he hablado ya con tu hermano, tengo exactamente las mismas dudas que tú y, como debes recordar, al tener tú y yo ideas muy semejantes, pienso cosas muy similares respecto a los sindicatos y liberados, así que, según parece, llego a tu misma conclusión: Me inclino a secundar la huelga parcialmente, con la intención de equilibrar las dos "fuerzas morales" que pugnan en mí: Ser coherente conmigo mismo en la situación dramática que vivimos y no desfavorecer a los alumnos preuniversitarios (además de otras cuestiones que no vienen al caso en un comentario).

David P.Montesinos said...

No sé si tanta coincidencia es incluso de mal gusto por mi parte, Manuel, pero expresas punto por punto exactamente lo que yo pienso. Me viene a la memoria cierta conversación que tuvimos respecto a los "profesionales" del sindicalismo (este concepto debería ser una contradicción en los términos) cuando militábamos en la misma organización de trabajadores. Es una situación difícil la que se nos plantea, y sospecho que voy a actuar de la misma manera que tú te estás planteando. Todo un dilema, aunque el más gravoso debería habitar la conciencia de los compañeros que huyen por sistema de este tipo de situaciones. Ya sabes: "yo es que no soy muy de huelgas". Quizá sí sean de ratios brutales, de compañeros despedidos, de plazas extinguidas, de sexenios bien ganados y suprimidos por decreto de tipos que se pegan una vida estupenda, de barracones... Me alegra verte en plena forma.

Anonymous said...

Yo tampoco "he sido de huelgas y manifestaciones" pero en los últimos tiempos (desde hace ya algunos años, para que quede claro) pienso que no se puede cambiar aquello que no nos gusta desde el silencio (el que calla otorga...) y estoy convencido que, como decía Joan Prats i Catala, "no podemos enfrentar los desafios de las sociedades globales y del conocimiento con las instituciones y capacidades políticas de las sociedades industriales. Necesiamos innovación institucional y renovados liderazgos políticos. La gobernabilidad de nuestro tiempo no vendrá de las ideas, las instituciones, las capacidades y las personas del pasado."
José Luis

David P.Montesinos said...

Hola, José Luis, veo que sigues fiel a tus referentes intelectuales y morales. Lo que expones me hace pensar en aquella metáfora de los odres viejos, que revientan con los vinos nuevos y además los vuelven malos. Creo que tenemos problemas nuevos y que deambulamos por caminos que no se conocían, por lo cual, irremediablemente, debemos cargar con la vieja misión del filósofo, que es crear conceptos. Sin embargo -trato de ser coherente con lo que he dicho en el artículo, en el cual no he citado a Marx sin intención- algunas viejas visiones pueden ayudarnos. Diría que por debajo de los nuevos desafíos discurren formas de dominio y riesgos para las libertades que en realidad sí son antiguos. Navegar ante esta realidad tan compleja sin volvernos esquizofrénicos, creo que ese podría ser el desafío.

Anonymous said...

¿Crees que si nos uniéramos para protestar en las plazas mayores contra los expolios de Repsol en Argrentina y de Red Ecléctrica en Bolivia, en lugar de lamernos las heridas como un perro, animaríamos al Gobierno para que nos pidiera con sinceridad que arrimáramos el hombro todos a una y ya llegará el tiempo en que volvamos a pegarnos garrotazos, como sugiere Goya?
Detella

David P.Montesinos said...

Temo que no, por la sencilla razón de que si el Gobierno de España no está siendo lo beligerante que muchos de sus ciudadanos creen que debería ser en estos asuntos es porque le pasa lo que a muchas mujeres maltratadas que no denuncian a sus maltratadores: tiene la autoestima baja. No hay más que ver la sumisión con la que está cumpliendo punto por punto las exigencias de Merkozy y el sistema financiero internacional, de las cuales no sabemos si resultará un alivio de las consecuencias de la crisis, pero sí obtenemos el aplauso de algún jerifalte europeo, que, como los profes tiranuelos, nos pone en el cuaderno de notas aquello de "actitud positiva" que se le da a los alumnos obedientes. España es ahora mismo un país débil en el contexto internacional, su imagen está deteriorada y el crédito de la llamada "marca España" nos vuelve vulnerables a movimientos como los que han llevado a cabo Cristina Kirchner o Evo Morales.

Ahora bien, lo que sí creo es que si los mercados han decidido que proteger los intereses de la oligarquía financiera supone destruir el bienestar de amplísimos sectores de población, lo que no va a hacerles dudar es nuestro silencio aquiescente. Creo que debemos resistirnos, no nos queda otra. La cuestión es cómo y dónde hacerlo. Estamos ante una nueva forma de castigo a las libertades y a la justicia, un nuevo ciclo de fascismo... Hay que enfrentarse a ello, como se hizo en el pasado. La alternativa es pobreza, sumisión y muerte.

Tobías said...

Al desánimo que nos provoca el “asesino difuso” le sigue, como inevitable consecuencia, un ordenamiento de hombres que lo soportan todo sin rechazo, incapaces para le rebelión, paralizados en el conformismo y la docilidad. Y eso es la antesala del fascismo que se va apoderando de una democracia que lo tenía larvado, como esperando el momento preciso para desplegarse ante una población desmovilizada.

Ya comentamos el otro día la pertinencia de una huelga como la que se prepara. Yo, y reconozco que tengo más posibilidades de afrontarla, no veo otra solución que la resistencia. Decía Gramsci que la indiferencia es “el pantano que mejor defiende la vieja ciudad”; la vieja ciudad son intereses que no corresponden a la comunidad y sus garantes están dispuestos a reprimir cualquier tipo de contestación. El gobierno dice que prepara reformas todos los viernes, la dama de Madrid, que parece la representación moderna de la Sección femenina de la Falange, presiona desde la extrema derecha para que esas reformas sean cada vez más duras. Aunque sea por pura dignidad, por defender lo que nos queda de democracia, se debe mostrar sin ninguna reticencia que no estamos de acuerdo. Yo sigo pensando que la huelga es el medio más eficaz de resistencia y salir a la calle la mejor forma de mostrar la indignación ante una situación intolerable. Personalmente siento bastante pudor respecto a la posición que puedan adoptar otros pero, en estas condiciones, quienes se muestran indiferentes los considero enemigos.

David P.Montesinos said...

Tengo dudas, como ya he dicho, sobre el sentido estratégico, no ya de la huelga en sí, sino sobre la oportunidad de convocarla sabiendo de antemano que va a ser un fracaso y que vas a quemar al grupo de comprometidos que son los que sistemáticamente van a todas las movilizaciones. Tengo la impresión de que las organizaciones sindicales estiran ese capital humano de manera inmisericorde, como si quienes apostamos por la resistencia trabajáramos para ellos, algo bastante desalentador teniendo en cuenta que ni un solo enlace sindical se ha pasado por mi centro -en el corazón de l´Horta, no hablo de Morella- en los últimos conflictivos meses. Eso sí, nos han dado informaciones sumamente confusas y dispersas sobre toda suerte de concentraciones, referendums y encierros que teníamos que hacer y que, por cierto, hemos hecho. Eso sí, cuando ha habido que hacerse la foto ellos sí han estado. Creo que esta convocatoria es un error, que está mal preparada, mal asistida y mal calculada, y que va a quemar a unos pocos. Si ni siquiera quienes -como tú dices- nos negamos a aceptar la indiferencia y apostamos por diseñar las estrategias de una resistencia constante, tenemos claro que sea una buena idea esta huelga, no sé con qué cara quieren que convenzamos a la legión de compañeros que no se mojan el culo ni cuando diluvia.

Creo, como tú, en el poder de la huelga como arma, pero mal utilizada es un desastre. Cuatro encuestas mal hechas y con resultados predecididos no inducen a convocar una huelga tan dura... Dura para los que la hagan, pues debido al irresponsable cálculo de fuerzas que se ha hecho, no veo la más mínima posibilidad de conseguir lo único que puede perseguir una huelga, es decir, paralizar el sistema educativo y forzar a la patronal a negociar.

Y sí, ya sé cuál es la pregunta: ¿y qué hacemos? Yo no he dejado de pelear por distintas cosas desde que llegué a esta profesión, y he conocido movilizaciones de todos los tipos posibles, de algunas en las que he participado activamente te sorprenderías. Si queremos una huelga indefinida en educación pública, o la tenemos muy bien calculada y trabajada previamente, o tenemos que trabajar en otras posibilidades, incluyendo otras opciones de huelga. Pienso, por ejemplo, en la huelga por sectores educativos durante seis días como los propuestos, pero no para que la hagan durante los seis días el mismo grupo minoritario, sino con un día en la universidad, otro en secundaria, otro en primaria, y así sucesivamente...

Anonymous said...

Quizás no me he sabido expresar.
Los hombres se unen frente a un enemigo común y así surgieron los paises, las naciiones, Europa...
Todos los españoles,pertenezcamos al cualquier partido o a ninguno tenemos actual y petrentoriamente un enimigo común, el paro.
No veo que la huelga propuesta sea el medio adecuado, pero sé que los patronos (hoy por tres perras)van a cerrar las empresas, los obreros emigrarán, y los técnicos derrocharán nuestra inversión universitaria en los paisas bálticos.
¿No deberíamos juntarnos todos como en el 15M o como la Gran Bretaña hizo al grito de Churchill ?
Detella

David P.Montesinos said...

Sí te has sabido expresar, creo yo, Detella, y mi respuesta a tu pregunta es, rotundamente, sí.

Tobías said...

Mi única pregunta es cuándo, es decir, qué tiene que ocurrir para que la respuesta de un colectivo como el docente sea eficaz y solidaria. Porque en mi opinión, si empezaran a echar funcionarios, los que se salvaran, lejos de plantarse de una vez y sin excusas, respirarían aliviados. Y otra cosa, me parecen totalmente convincentes las razones que das sobre la poca pertinencia de la huelga que se prepara, acierto a entender que la labor de los sindicatos tenía que haber sido más transparente, el trabajo de compromiso, concienciación y difusión mucho mayor, el planteamiento mucho más sensible respecto a quienes van a ser perjudicados. Y otra serie de cosas que podrían haberse hecho mejor. Pero hay un detalle que no pierdo de vista: creo que hay demasiada gente, y no solo entre nosotros, que no acaba de asumir que el planteamiento de una lucha contra la administración, contra el Estado, lleva inevitablemente a dejarse jirones de la piel en el camino. La resistencia no es gratis, no vas a protestar sin recibir algún golpe o resultar perjudicado; te lo digo porque me remito a lo que tú mismo dices, aquí a todo el mundo le parece muy mal lo que está ocurriendo pero nadie quiere arriesgar lo que le queda, aunque cada vez sea menos.

David P.Montesinos said...

De acuerdo en el planteamiento general, con algunos matices. Mi problema con los sindicatos es el mismo que con la mayoría de instituciones de nuestra aún joven democracia. Necesitamos órganos de representación laborales, como necesitamos inspectores fiscales, gendarmería, jueces, auditores o tribunales de cuentas. Todo este tejido legal destinado a posibilitar la convivencia en libertad, contrapesando la asimetría de la relación entre las élites y los plebeyos, está razonablemente bien estructurado en nuestro país. El problema es que no funciona, los seres humanos responsables de tales instituciones se habitúan a la inoperancia, y nada es más destructivo para la democracia que unas instituciones cuyo valor es solo formal, convirtiéndose en muchos casos en organismos apesebrados para colocar a los allegados al poder. Las grandes organizaciones de representación que nos lega la tradición -partidos y sindicatos- no son ajenos a esta lógica tan peninsular según la cual nada funciona bien pero todos estamos muy contentos y lo toleramos.

Pienso como tú, creo que hemos de arriesgar y pelear, por más desagradable e incómodo que resulte, pero la mayoría de liberados sindicales con los que me he topado no parecen preocupados por causas muy distintas a las que preocupan a los curas -esa legión de "liberados" por excelencia-, es decir, propiciar la autorreproducción de la organización para la cual trabajan. Nada me parece más alejado de un principio moral.

LLevo muchos meses movilizado, los sindicatos de nuestro gremio han hecho mucho menos en este tiempo por esta batalla que muchos de mis compañeros, entre otras cosas han sembrado tremendas confusiones, han falseado estados de opinión y responden a menudo con hostilidad -esto lo he vivido en carne propia- a quienes discrepan.

Necesitamos sindicatos, peor que malas organizaciones de trabajadores es no tener organizaciones de trabajadores, como sin duda querría la patronal. Pero me niego a obedecer instrucciones con las que no estoy de acuerdo. Por lo demás, pienso como tú, en la pelea se lleva uno golpes, desde luego, siempre ha sido así. No hay más que preguntarles a los chicos del Luis Vives.