Friday, March 22, 2013





¿DICTADURA?



"Vivimos en una dictadura". Leo y escucho a menudo esta frase últimamente. Entiendo a quien la formula, acepto la evidencia de que la democracia está seriamente amenazada en la era de la globalización, no sólo en España o en otros países -el caso de Chipre es ineludible- para los que la gestión exterior de los grandes problemas económicos pone en serio peligro la soberanía nacional, sino para la generalidad de un planeta donde parece que el poder del capitalismo corporativo está corroyendo las instituciones de representación popular. 

Ahora adivinamos por qué la mayoría de naciones en los cinco continentes terminaron por abrazar un modelo de democracia que, en los noventa, tras la caída del Muro de Berlín, llegó a hacer pensar a algunos evangelistas del neoliberalismo como Fukuyama que la historia había concluido y que el triunfo de las libertades frente a la violencia de las tiranías era ya irremediable. En realidad eran democracias low cost, packs institucionales muy bien envueltos pero sin contenido, con la cara lavada ante los tribunales de derechos humanos para que las multinacionales encontraran vía libre a sus negocios sin mayores perturbaciones y los de Amnistía Internacional o Greenpeace no se pusieran demasiado pesados. Ante esta tesitura, un parlamento sólo parece poder ser dos cosas, o una redundancia, que -como sucede actualmente en nuestro país- funciona como correa de transmisión de los intereses de las grandes corporaciones y los especuladores, o un simulacro, donde algunos políticos elevan la voz para recordar que la gente lo pasa mal con la crisis y al mundo del dinero le resbala.  

Desolador, desde luego, y, sobre todo, decepcionante, pues muy poco se asemeja esta situación a lo que prometía el relato de la convivencia en una comunidad moderna y civilizada que se nos ha venido ofreciendo por ejemplo a los españoles desde hace más de tres décadas. Como diría Norberto Bobbio, la democracia ha incumplido sus promesas. 

Entiendo que para quienes aún creen que existe una íntima afinidad entre mercado y libertad resulte difícil asumirlo, sobre todo si les va bien y han hecho alguna fortuna con la reforma laboral y la precarización general de los sistemas laborales -que algunos conozco, y no todos salen en la tele-, pero el capitalismo corporativo que se ha impuesto al compás de la globalización tiene efectos liberticidas evidentes. Me he referido al difuminado de principios supuestamente sagrados de la modernidad como el gobierno del pueblo o la soberanía nacional, pero convendría detenerse a analizar el efecto venenoso que sobre la legitimidad de las instituciones  y el bienestar de los ciudadanos resulta de lo que eufemísticamente llaman "austeridad" o "reformas" gobiernos como el nuestro. Algunos de los peores fantasmas encuentran en la crisis el momento ideal para reaparecer: incremento del racismo, exclusión social, violencia, delincuencia... Añadamos otros más difusos como el miedo, el populismo, el oligopolio mediático, la banalización de la cultura... No tengo ninguna duda: la trama ideológica que vincula desde hace tres siglos capitalismo, prosperidad y libertad ha descarrilado.

Y sin embargo, qué quieren que les diga, me cuesta sentirme cómodo ante ese catastrofismo, tan cómodamente instalado en la fatalidad y en su supuesta posición radical, que afirma taxativamente que vivimos en una dictadura. He conocido a personas muy seriamente vinculadas a movimientos políticos extremistas, sé desde hace mucho por qué desconfío de quienes se me presentan con los atributos del iluminismo revolucionario. Algunos me han aseverado a voz en grito que la historia está sometida a la lucha de clases con más convicción que la que el Papa nos exhorta a obedecer a Dios; he conocido a tipos aparentemente pacíficos e ilustrados que excusaban y legitimaban el terrorismo; feministas que exigían la castración para los agresores sexuales después de asegurar que los varones somos todos unos violadores en potencia; anarquistas para los cuales la Revolución era tan inminente que había que desperezarse cuanto antes no fuera que nos pillara en el catre...

Evitaríamos algunos abusos si supiéramos de qué hablamos cuando nos servimos de una palabra tan gruesa como dictadura. En un régimen dictatorial no hay oposición que pueda articular institucionalmente su derecho a discrepar y a ofrecer alternativas de poder, no hay libertad de expresión, no hay libre empresa porque el éxito económico está ligado al clientelismo, hay un poder militar vigilante y dispuesto a secuestrar los órganos de poder político en cuanto las cosas no sean de su agrado... Podemos hablar de dictadura desde la metáfora, dislocando el sentido estricto del término, y así, hablamos de "dictadura del mercado" o, en un sentido más intangible pero sumamente sugerente,  de "dictadura de la indiferencia". 

He utilizado tales términos y voy a seguir haciéndolo, pero creo que debemos ir con cuidado, pues uno de los mayores riesgos del radicalismo consiste en que, al contrario de lo que dice pretender, nos aboca al pesimismo y la desidia. Miren, hace algún tiempo tuve la enorme suerte de conversar largamente con una pareja de ancianos que participaron en la Guerra Civil y, posteriormente, en la resistencia antifranquista, pasando por el maquis en las montañas de Cuenca, el exilio en Francia, alguna misión suicida en España ordenada por el PC, años de cárcel, toda una vida en suma de militancia y de lucha por una sociedad más justa y habitable. Lo que me dijeron es lo mismo que me han dicho la mayoría de mayores mínimamente sensatos con los que he hablado sobre la evolución de sociedades como la nuestra: jamás hemos estado mejor. 

Sé que para quien está en el paro ahora mismo o para quien ve negro su futuro esto puede sonar a sarcasmo. Pero no es ser sarcástico lo que pretendo, pretendo seguir teniendo la esperanza de un mundo menos inhóspito, y no lo pretendo desde la ingenuidad sino desde la lucidez. Aquellos dos viejos, cuando yo -pensando en sus condición de republicanos y comunistas- les pregunté si no les había decepcionado la España posterior a Franco, me sorprendieron insistiéndome en que "no sabéis de lo que venimos". La España que conocieron ellos o mis abuelos e incluso mis padres está demasiado cerca del horroroso feudalismo de Los santos inocentes  como para que todavía nos preguntemos porque España se desangró hace setenta años con una guerra terrible. "Nada es peor que algo así", me dijeron, "hay que hacer lo que sea para evitar volver a una guerra"... 

"No sabéis de donde venimos", he escuchado más veces esa frase, suficiente para extraer conclusiones y admitir que, acaso, nuestra sociedad haya conseguido algunas cosas que merece la pena proteger. Por ejemplo, es cierto que se están desmantelando a la carrera los servicios públicos, pero tal cosa sucede porque tenemos tales servicios y todavía disfrutamos de ellos. Si los amigos de los gobernantes sueñan con el opíparo negocio de la privatización de hospitales o escuelas es porque en las sociedades europeas todavía hay muchas territorios de la vida que se sufragan a partir de un sistema solidario como es el fiscal, que iguala a los ciudadanos a pesar de la distancia entre las rentas. Los partidos políticos, es cierto, se organizan como instituciones burocráticas cuyo único fin parece ser el poder, de ahí que la corrupción les sea consustancial. Pese a todo, tenemos la posibilidad de castigar su venalidad, su demagogia y su impermeabilidad a los problemas de la gente sacándolos de las poltronas parlamentarias a través del voto, algo que, si no sucede -como se advierte en esas elecciones en las que un partido agusanado por la corrupción obtiene una mayoría absoluta-, es porque los ciudadanos les perdonamos. No acabamos con la corrupción, de la que los noticiarios nos ofrecen partes diarios, como si se tratara de la información meteorológica y hubiéramos de asumir que es inevitable. Pero no deberíamos olvidar que si tantas noticias aparecen a este respecto es porque todavía existe prensa libre, algo de lo que la corrupción en el franquismo -abundantísima, por cierto- estaba exenta. Es cierto que los mandarines que han hecho fortuna con sus triquiñuelas no suelen ir a prisión, pero tampoco es casualidad que tantos y tantos prohombres estén ahora mismo en situación de encausados, sin la certeza, pese a sus redes de amigos, de que vayan a marcharse de rositas. 

¿Dictadura? Creo que la democracia no es un sistema institucional que se impone de una vez por todas y no necesita más que algunas pequeñas reformas ocasionales. La democracia es, desde los antiguos griegos, una especie de milagro por cuyo sortilegio debemos luchar palmo a palmo y día tras día. Hoy está seriamente amenazada por nuevas y viejas fuerzas para las que la voluntad popular es siempre un obstáculo. ¿Cuándo no lo fue? Me cuesta creer que una sociedad razonablemente ilustrada y sometida no puede someterse sin más a regresar a los antiguos regímenes, aunque se disfracen de democracia catódica, populismo o libertad de mercado. Me cuesta creer que todo es una mierda y que no hay nada que hacer, puesto que lo hemos perdido todo. 

Se vive más cómodo así, claro, si ya hemos perdido es inútil seguir luchando. Se vive muy cómodo estando permanentemente enfadado o deprimido. 




14 comments:

Tobías said...

Observo una continuidad entre el artículo dedicado a Chávez y este cuestionamiento sobre lo que es o no es una dictadura. Supongo que, en parte, deriva de la discusión que se planteó después y en la que intervino una persona que hizo comentarios bastante inquietantes. Personalmente no me molestó lo que dijo, considero que diagnosticó la realidad con bastante acierto: lo inquietante es la docilidad de una población que apenas muestra criticismo ni disidencia ¿No tiene la escuela responsabilidad en este adocenamiento del carácter? ¿No están implicados los docentes en una forma de socialización que se basa en el asentimiento mecánico y el pánico a disentir? David también lo deja caer, pero admito, lo sé porque el mismo titular de este blog lo ha demostrado con su propia actuación, que es la escuela pública un reducto en el que todavía es posible crear quiebras en esta especie de fascismo cotidiano que se asume casi sin necesidad de un aparato represivo –digo casi-. No se ha desmoronado el sistema educativo gracias a una parte importante del profesorado, es cierto, y ahí es donde doy la razón a David: desde la administración se busca este derrumbe en la escuela pública, espacio de marginación que abrirá la lucrativa vía de la educación privada. Pero no solo eso, no es una simple cuestión económica. Cuando la escuela pública quede definitivamente laminada, esa dictadura que David intenta relativizar será mucho más obvia, me atrevo a decir aquello que pronunció Anguita con gran escándalo: “estaremos en condiciones perfectas para el fascismo”.

La primera parte de tu análisis la comparto, es más, creo que el “está corroyendo” se queda corto; me temo que la autonomía política para decidir sobre nuestros destinos ha desaparecido a manos de otras instituciones de poder que se nos escapan. El Banco Central Europeo, por ejemplo, que responde a intereses muy concretos y que quedan bastante alejados de la defensa de los derechos sociales. Hace dos o tres días salía a la luz un informe de Cáritas, organización poco sospechosa de radicalismo, en el que se exponía el abismo abierto entre las clases más pudientes y los más desfavorecidos en un país supuestamente democrático como es España. Eso no significa otra cosa que la exclusión de amplias capas de la población, la pérdida de derechos elementales que redunda aún más en la degradación del sistema democrático.

Tobías said...

Yo hablé de dictadura, de modo que me siento aludido por tu artículo; en modo alguno he sido catastrofista ni fatalista, no creo que tales conceptos se puedan deducir de lo que he dicho. En todo caso, además de plantear dudas sobre la deslegitimación democrática del régimen chavista, pretendía negar cualquier superioridad en ese sentido del sistema político imperante en España. Sé que estás trabajando sobre la obra de Naomi Klein y que conoces el Informe Lugano de Susan George, pues bien, ésta última explica que la globalización liberal solo puede cumplir sus objetivos a costa de un enfrentamiento con la democracia que elimine la soberanía popular. No hay posibilidad de un principio como la igualdad, tal y como se entiende desde la Ilustración, porque destruye cualquier dinámica económica basada en el beneficio. De hecho el último libro de Susan George tiene como subtítulo “Esta vez, vamos a liquidar la democracia”. Si la situación en la Europa occidental manifiesta ese total descarrilamiento entre capitalismo y democracia –y no olvidemos que el fascismo nace del propio sistema capitalista cuando entra en crisis y no es capaz de mantener sus niveles de beneficio-, en España el desequilibrio es todavía más grave. No estamos equiparados en calidad democrática con los países “de nuestro entorno”, esta es una realidad sobre la que no podemos engañarnos: el famoso consenso, la falta de una ruptura democrática, es responsable directo del actual desentendimiento ciudadano por los asuntos colectivos –o uno de los responsables-. De aquí procede la incapacidad para poner freno a lo que está ocurriendo: la galopante apropiación privada de las instituciones públicas. La falta de conciencia cívica en la ciudadanía es hija de una cultura del autoritarismo procedente del régimen franquista y que nunca ha acabado de desaparecer de nuestra práctica política, por eso la dejación de responsabilidades y el miedo y el conformismo que atenaza a gran parte de la población. Esto no es catastrofismo, es un hecho; ahora bien, me niego en redondo a aceptar que tal cosa sea inevitable porque, como diría Marx, “los hombres hacen su propia historia” y en sus manos está cambiarla.

Es injusto decir que el radicalismo lleva al pesimismo y la desidia, depende de lo que entiendas por pensamiento radical. Siendo también injustos, yo podría decir que lo que lleva a la paralización de cualquier iniciativa son los análisis de la realidad producto del postestructuralismo, cuyas conclusiones acaban ahogando cualquier intento de subversión social. Por supuesto que estamos mejor que durante la brutalidad franquista, es una obviedad, ahora no se “pasea” a la gente por pensar diferente, no se humilla a los vencidos, no hay que soportar un régimen nauseabundo de meapilas que educaba a cristazos….. pero déjame recordarte un libro que conoces bien, “El arte de volar”. Si traes aquí a esos viejos antifranquistas que nos hacen ver de dónde venimos, tendremos en justicia que hablar de todos aquellos que lucharon por una libertad que poco tiene que ver con la que tenemos, que acabaron planteándose si tanta lucha y tanto sufrimiento valió la pena, “si no sabe a poco”, como decía Carlos Giménez en una de sus historietas más duras y pesimistas.

Tobías said...

De acuerdo, si tememos la pérdida es porque se consiguió mucho. Ahora bien, niego que la política socialdemócrata, que nunca ha cuestionado el capitalismo porque se limitó a aprovechar su crecimiento para redistribuir la renta entre la clase trabajadora del primer mundo –a costa de la depauperación de la periferia dependiente-, pueda devolvernos a la anterior situación del Estado del bienestar. El nuevo capitalismo ya no acepta pactos como el de posguerra porque el crecimiento será limitado y porque la acumulación se hace a costa de la desposesión de la mayoría. Es imposible mantener unos niveles de crecimiento como los anteriores en un contexto de competencia con los países emergentes y de agotamiento de los recursos naturales. Urge el cambio de paradigma económico y en ese papel no está la socialdemocracia: yo no hablo de fatalismo, tengo confianza en la movilización social, en el protagonismo de la calle que los políticos de la Transición secuestraron para configurar una democracia demediada. Es ese protagonismo el que puede dar lugar a un nuevo proceso constituyente que lleve a cabo la necesaria transformación social y económica, no solo en España, en toda Europa –y aquí recuerdo tu magnífico comentario en homenaje a Hessel-.

No estoy seguro de que exista una prensa libre, existen espacios de libertad cada vez más reducidos por los que se introduce la opinión crítica, la alternativa al pensamiento único. Hoy me he enterado que El País ha censurado el artículo de un colaborador por decir que “Alemania ha declarado la guerra a Europa para garantizarse su espacio vital económico”. La referencia es dura porque es evidente la comparación de la Alemania de Merkel –que está agudizando las diferencias entre los propios alemanes- con la política hitleriana. Pero es muy significativo que el único gran medio de difusión que no está controlado -teóricamente- por la derecha, muestre un lamentable talante imperial y se salte el código deontológico cuando hay que dar lecciones a los Chávez y compañía, mientras troca ese talante en complejo de lacayo cuando se trata de no molestar a esa Europa que siempre hemos mirado como paletos.

Tal vez convenga aclarar a qué me refiero cuando hablo de dictadura, es el régimen en el que ha sido secuestrada la capacidad de decisión de los ciudadanos, quedando en manos de una persona o una oligarquía; cualquiera de los análisis más relevantes que consultemos –y hemos hablado de ellos-, desde Baumann a Foucault, de Naomi Klein a Susan George, alertan sobre ese secuestro de la voluntad popular. “Lo llaman democracia y no lo es”, dicen los indignados, y no es sino el reflejo de la imposibilidad para encontrar canales de participación, para volver a colocar la economía al servicio de los ciudadanos y no para verse sometidos a poderes que se nos escapan cada vez más.

No hemos perdido, hay que hacer desde lo que tenemos, pero esto es solo un punto de partida que exige una crítica de aquello en lo que se ha fracasado para evitar nuevos errores y recuperar el camino de las conquistas sociales. En mi opinión esa senda está equivocada desde hace mucho tiempo; no utilizaré la palabra dictadura si identificas el concepto con la represión franquista o con los paramilitares de Sudamérica, pero sí digo que hay una profunda degradación de nuestra capacidad de decisión y que ha sido aceptada sin apenas protesta.

David P.Montesinos said...

Lanzo una primera tentativa de respuesta, urgente, más que nada, porque te has explayado, cosa poco habitual en el mundo del blog y que agradezco enormemente. De tu primer corte, nada que objetar, estoy con matices de acuerdo, y los matices sospecho que no van mucho más allá de aquello de la botella medio vacía o medio llena.


Respecto al segundo, no niego que el contenido del post pueda estar inicialmente inspirado por la aseveración que hiciste en relación al chavismo, pero eso no significa que por decir tal cosa te atribuya todo lo que viene después, empezando por la desidia y lo postizo de un radicalismo que, precisamente por serlo, se permite el lujo de no tener que hacer nada, pues nada puede cambiar.

David P.Montesinos said...

Creo que la mayor de mis discrepancias no está tanto en los contenidos como en las formas o, si se quiere, en el tono. Dices muchas cosas y lanzas cargas de profundidad eficazmente, pero envías a la guillotina sin derecho a defensa cosas que merecen, por su trayectoria histórica, que se les dedique alguna oportunidad de defensa, así sucede con la socialdemocracia, algunas de las filosofías no marxistas a las que te refieres o, más en concreto, el diario El País. Hay razones para la indignación, desde luego, y las hay incluso para un lúcido fatalismo, pero mi postura parte siempre de un temor: el que el malestar se vuelva destructivo incluso hacia creaciones de la libertad que han jugado un papel benéfico en la lucha por la emancipación de los seres humanos, de lo cual nos hemos beneficiado quienes ahora debatimos sobre si se les debe decir definitivamente adiós.

David P.Montesinos said...

Intentaré ser lo más concreto y claro que me sea posible.

-La desmovilización de las masas no es un producto local. En nuestro contexto sus condiciones de posibilidad adquieren tintes específicos -tú te refieres con frecuencia a la Transición y a la herencia del Régimen- pero el fenómeno de la individualización de las sociedades que tan certeramente analizan autores como Zygmunt Bauman corresponde a una deriva global.

-"Esto no es catastrofismo, es un hecho", dices. La catástrofe misma corresponde a una valoración antes que a un hecho. Los hechos son interpretables siempre porque los leemos a la luz de un marco de sentido. Los ancianos de los que te hablé no eran fatalistas respecto a la España actual porque para ellos una catástrofe fue la Guerra Civil. Kant habla de la obligación urgente de trazar espacios desde los que el diálogo y la construcción de tejido jurídico vuelva remota la perspectiva de la guerra total. Sospecho de los planteamientos desesperados porque creo que debemos ser firmes en proteger lo que las sociedades civilizadas han conseguido en favor de la libertad y el bienestar, gracias a lo cual tú y yo somos ciudadanos y no siervos, que es lo que la mayoría de seres humanos han estado destinados a ser durante milenios.

-Los autores etiquetados como "postestructuralistas" -denominación que por cierto ellos nunca asumieron- han sido capaces de construir conceptos nuevos para interpretar fenómenos nuevos. Foucault o Derrida no escribieron grandes "summas" como Sto Tomás o Hegel porque intuyeron que el mapa de la razón no está hoy cerrado. Nuestra realidad es laberíntica, huyo de dogmas porque la complejidad de los fenómenos de la cultura que estudiaron autores como Foucault es desbordante. Si el Manifiesto comunista me lo explicara todo no habría leído nada más, pero el Manifiesto explica muchas cosas y nos permite alumbrar realidades esenciales, pero las doctrinas que fundamentaron el movimiento proletario en la revolución industrial me resultan insuficientes para habérmelas con la complejidad de las sociedades contemporáneas. Por eso hice mi tesis sobre Foucault y Baudrillard.

David P.Montesinos said...

-Entiendo que sepa a poco la democracia que tenemos, la Europa que tenemos, por no hablar de los periodos de gobierno del PSOE, etc... Sinceramente, creo que a este país no le ha ido mal en los últimos treinta años. Mi querella no es con lo que dejamos atrás, sino con que en el futuro lo perdamos, con que probablemente lo estemos perdiendo ya. Conozco infinidad de personas que son tremendamente críticas con la trayectoria histórica reciente de las naciones occidentales, pero muchas de ellas han alcanzado niveles de bienestar, seguridad, libertad o educación como no habían conocido las generaciones anteriores. Creo que debemos ser honestos con nosotros mismos cuando analizamos nuestras propias vidas y las causas de nuestro malestar, y esto vale en España tanto para quienes continúan lamentándose por que Franco nos dejara como para quienes afirman que para esta democracia daba igual que Franco hubiera seguido.

-No soy taxativo respecto al papel futuro que pueda jugar la socialdemocracia, pero soy reacio a dar por periclitados todos sus planteamientos, empezando por el estado social de derecho. No soy marxista-leninista porque creo que las economías planificadas se han estrellado sistemáticamente en las mismas contradicciones, de igual manera, los regímenes autoritarios, del signo que sean, terminan siempre alimentándose del miedo de las masas y construyendo oligarquías. Soy de izquierdas, pero creo demasiado en la libertad y en el poder crítico y constructivo de la discrepancia para aceptar que la solución a la deriva tan inquietante de nuestras sociedades esté en el retorno a fórmulas que tanto dolor han creado a lo largo del siglo XX. Vivimos un proceso peligrosísimo de pauperización de la democracia, y no tengo ninguna duda de que dicho proceso está vinculado a la deriva del capitalismo contemporáneo, pero déjame que vuelva a Adorno, al que por cierto vuelvo siempre cuando tengo dudas:

"...cristianismo, idealismo y materialismo, que contienen en sí también la verdad, tienen su parte de responsabilidad en las infamias que se han cometido en su nombre. Como abanderados y portavoces del poder -aunque fuera del poder del bien-, se han convertido a su vez en potencias históricas organizadas y, como tales, han desempeñado un papel sangriento en la historia real de la humanidad: el de instrumentos de la organización"

David P.Montesinos said...

-El País es un diario probablemente condenado a decepcionarnos. A mí también me parece impresentable lo que se ha hecho con Torres. Creo que en su artículo hace una aseveración que yo entiendo y comparto, pero que, de la manera que se efectúa, puede resultar imprudente. Y es una lástima, porque con ello consigue abrir un flanco que permitirá al Defensor del Lector -si es que llega a referirse este domingo al tema- justificar la exclusión del artículo. Hay muchas cosas que no me gustan de la línea de este diario y del grupo mediático del que forma parte, pero, al margen del papel esencial que han jugado la Ser o El País en la historia reciente de España, creo que un mundo sin el Grupo Prisa es el sueño que persigue la derecha más cavernícola desde hace mucho. No ayudemos a darles ese gusto. Pidamos explicaciones severamente al diario, no nos limitemos a llamarles reaccionarios.

Tobías said...

Me cuesta entender a lo que te refieres con el tono -mucho menos cuando te refieres a las formas-, a no ser que interpretes como condenas sumarias o “sentencias” inapelables lo que son consideraciones poco complacientes con determinados asuntos. Incluso me temo que hay alguna interpretación no del todo justa sobre lo dicho y que, en el fondo, viene a coincidir con lo que tú expones.

No he condenado la filosofía postestructuralista, entre otras cosas porque no tengo capacidad para eso y procuro evitar ese tipo de osadías. Frente a la afirmación de que el radicalismo conduce al catastrofismo y, en última instancia, a la apatía, reivindico un concepto de radicalismo que no es más que la búsqueda de la raíz de los problemas y la negativa -en relación a la necesidad de soluciones que van más allá de la mera transacción con lo existente- a recuperar un presunto capitalismo de rostro humano -lo cual me parece una contradicción flagrante-.

Durante mucho tiempo he tenido un gran respeto por un periódico como El País, su papel en la democracia es indiscutible y ha contribuido de manera importantísima a la formación de una ciudadanía mucho más moderna, que exigía un medio que nos quitara el complejo de casticismo paleto y reaccionario que imperaba en España. Yo he percibido una evolución que casi me atrevería a comparar con la progresiva degradación del propio régimen y de sus instituciones, es la conversión hacia una especie de social-liberalismo (si tal cosa existe) que implica la defensa cerrada del sistema dinástico y ataques de bajísimo estilo (imagino que algo tendrán que ver sus inversores norteamericanos mayoritarios) contra el socialismo iberoamericano. Por no hablar de las discutibles medidas empresariales de Cebrián o, lo que me resulta menos defendible, la connivencia poco disimulada, bajo excusas de “responsabilidad”, con las políticas que se ordenan desde Europa. El servilismo con Alemania, aprovechando lo que tú has llamado “falta de prudencia” de Juan Torres, es un síntoma evidente. Es verdad que estaríamos peor con un mercado de medios totalmente dominado por paniguados y siervos a la derecha de Pedro J, pero creo que nuestra buena salud democrática necesita medios bastante alejados de la línea editorial que es cada vez más flagrante en el “diario independiente de la mañana”.

Tobías said...

No me llamo a engaño respecto a mi incompatibilidad con el contenido final del concepto “socialdemocracia”, sí que tengo la impresión de que llenas el término de un componente ético muy respetable que estoy dispuesto a aceptar. Ampliando un poco más lo dicho, tengo la misma simpatía por la socialdemocracia como la que han mostrado sus representantes por el marxismo, la razón es de peso: el marxismo es anticapitalista. La socialdemocracia es la izquierda útil del sistema, que ejerció como apagafuegos cuando pintaban bastos, que trabajó por la redistribución de la renta pero nunca por un cambio en las relaciones de poder, que se limitó a a asimilar los modelos de producción del capitalismo sin plantear un verdadero combate frente a la concentración global de la riqueza. A esa crítica general se suma la evidencia de unos gobiernos socialdemócratas, a partir de la caída del Muro, que han favorecido las privatizaciones, castigado a los ciudadanos con la reducción del gasto social, tolerando las desigualdades, practicando el desmantelamiento del sector público y, como colofón, salvando el culo de los bancos después de todos los desmanes cometidos. No me siento aludido por tu sugerencia de que la alternativa es una planificación de estilo soviético: plantear simplemente la dualidad planficación-mercado es erróneo, sobre todo si tenemos en la cabeza, como alternativa, los planes quinquenales soviéticos o el brutal capitalismo chino sustentado por un Estado comunista. No soy economista pero las alternativas podrían abarcar desde la autogestión al decrecimiento, entendido como reconsideración total de la sociedad de consumo.

Tampoco hace falta que me recuerdes que con Franco vivíamos peor, a lo largo del tiempo me he podido hacer una pequeña idea, y ello a pesar de la mucha gente que sigue teniendo añoranza de un régimen en el que todo estaba tan maravillosamente dispuesto y ordenado. Y en donde había respeto, qué coño. Pero es que no sé a qué te refieres con eso del “malestar destructivo”, no me veo con una antorcha quemando conventos y violando monjas, de verdad. Ni siquiera entrando en el Parlamento a sangre y fuego. He hablado de un proceso constituyente, cosa que me parece de lo más razonable y moderado, solo que derivado de un poder popular que hasta ahora -y lo digo con conocimiento de causa, que para eso me dedico a la historia- ha sido silenciado en lo posible y limitado aún más por el miedo cerval que las clases dirigentes de este país han tenido al pueblo. Por lo demás no tengo ningún miedo a que desaparezcan creaciones de la libertad -ya sé que no te refieres a eso- como la monarquía bogbónica, los dos partidos dinásticos, el poder judicial dependiente o el sistema clientelar y corrupto con el que funciona el entramado administrativo de este país.

Tobías said...

Intento “explayarme” menos con el resto porque no veo mucha diferencia con lo opinado. En ningún caso dije que la desmovilización fuera una situación exclusiva de España; cuando cité a Bauman, por ejemplo, daba por sentando que esa especie de democracia del consumo que ha sustituido la verdadera libertad por un simulacro favorable al orden establecido es algo común. El matiz está en que España parte de una situación peor, de un acceso aún más limitado a la democracia y, por lo tanto, de una ciudadanía mucho más débil ante este ataque generalizado contra nuestra capacidad de decisión.

El “hecho que no es catastrofismo” es la conciencia de que el franquismo condicionó en buena medida los elementos que configurarían la nueva democracia. Es en ese condicionamiento, que va desde la perpetuación de los anteriores poderes económicos a la decisión de configurar un régimen basado en la desmemoria y en el reparto oligárquico del poder, en donde observo determinados problemas que se estan poniendo de manifiesto cada vez con más gravedad. Si tienes algo que oponer a esto lo escucharé con atención; no entiendo como “desesperación” buscar dónde se encuentra el problema, creo que es la mejor forma de plantear soluciones. Vuelvo a insistir en que identificas determinadas convicciones con una especie de nihilismo desesperado, casi de terrorista del Liceo.

Sobre los postestructuralistas ya he hecho una pequeña aclaración. Y si me intereso por estos filósofos es precisamente porque entiendo que su diagnóstico sobre las sociedades contemporáneas es imprescindible.

David P.Montesinos said...

Intento contestar a las cuestiones que me parecen más relevantes, desgraciadamente no dispongo ni hoy ni casi nunca del tiempo suficiente ni de las circunstancias adecuadas para exponer como me gustaría mi posición sobre todos estos temas, lo digo simplemente porque tus intervenciones -en aquello que comparto y en lo que no- merecen reflexiones más elaboradas de las que voy a aportar.

Cuestiones "formales". En lo de las formas me refiero a ciertos usos adjetivales -normalmente descalificatorios y particularmente insistentes- que me parecen agresivos, lo cual no quiere decir que estén mal argumentados, simplemente que configuran un territorio de debate en el que tiendo a incomodarme, pues cada juicio de valor que tú efectúas abre de inmediato la puerta a la necesidad de diez matizaciones, y eso corre el riesgo de esclerotizar el debate, pues resulta muy difícil salir del "usted dijo que" y "yo no dije tal sino cual". Respecto al tono, me parece prerrevolucionario, digamos que me suena demasiado a lo que en la Lógica clásica llaman una falsa dicotomía, del tipo "socialismo o barbarie". Se diría que o uno se convence de que hay un lado del que estar y otro contra el que estar, o vives en un limbo de estupidez conformista. Las cosas,desgraciadamente, son más complejas. Y no tan desgraciadamente, no estamos en una fase prerrovolucionaria en nuestro contexto, ni siquiera en Grecia o Chipre. (Y quien tenga problemas de comprensión, que ya sé que no es tu caso, que llame a todo esto "desmovilizar". Llevo treinta años movilizado en todo tipo de cosas, me resbalan estos ataques) Finalmente advierto cierta susceptibilidad excesiva, no me refiero a ti en concreto cada vez que exhibo desconfianza hacia algo, algunas de las cosas que dices me llevan a otras, no me refiero a tu ideología ni a tus actitudes. No uso la fórmula "usted es", sino más bien "a propósito de lo que usted dice". Cuando tengo que acusar a alguien de algo lo hago directamente.

David P.Montesinos said...

Comparto muchas de las cosas que dices respecto a la trayectoria de El País, incluyendo las aseveraciones más críticas. De todas formas, respecto al "socialismo iberoamericano" -y no me refiero aquí a lo que piensa El País sino a lo que pienso yo-, estamos ante una disparate de formas heterogéneas, de experiencias y condiciones de posibilidad que me resulta difícil encajar dentro de una fórmula global. Yo, más que en la fórmula de socialismo, porque tal cosa se le ha atribuido a personajes tan dispares como Castro o Kirchner, donde encuentro los elementos afines para entender la actual Iberoamérica es en la visión de continente saqueado que tan magistralmente ofrece Eduardo Galeano en Las venas abiertas de América Latina.

-De lo único que acuso a Torres es de haber hecho una analogía peligrosa. El personaje con el que comparó a la canciller alemana es uno de los mayores genocidas y asesinos de masas de la historia. Estamos en otro contexto, es la derecha cavernaria la que vive de no atemperar sus califaciones. El artículo de Torres, como en general todo lo que le leo, contiene argumentos demasiado relevantes como para quedar confinado a blogs o a webs minoritarias.

David P.Montesinos said...

Simple declaración de posiciones personales. Yo no soy anticapitalista, me niego a aplicarme tan gruesa adjetivación, aunque distintas personas me han aplicado esa y la contraria, qué vamos a hacerle. Creo en la libre iniciativa y en el derecho de las personas a producir y vender, y creo firmemente que la prosperidad del mundo moderno se basa en la existencia de mercados. Ya sé que desde la taxatividad de la marxología esto convierte en una inconsecuencia lo que voy a decir a continuación, pero creer en la libertad económica -empezando por la mía, que aspiro a poder hacer lo que me parezca bien con mi dinero, y aspiro a ganarlo de la manera que me parezca oportuno- no supone ni darle la razón a Hayek, ni asumir los derroteros de los especuladores, ni los evasores fiscales, ni las grandes corporaciones... Etc.

Hablas de autogestión, decrecimiento, hablas de Naomi Klein, a la que dedico un artículo que será próximamente publicado, de acuerdo, son elaboraciones valiosas y objeto de un debate apasionante y de muy largo recorrido, pero, qué le vamos a hacer, mis actuales exigencias a los gobernantes pasan por Keynes. Si algo ha demostrado el momento presente, que converge en muchos aspectos con crisis como la del 29, es que quienes dieron por muerto el keynesianismo son los que han evidenciado lo funesto de sus fórmulas, empezando por el amigo Milton Friedman y sus Chicago Boys.

-Las creaciones de la libertad a las que me refería eran, obviamente, otras, desde la igualación jurídica de la mujer al matrimonio gay, pasando por la libertad de expresión, reunión y asociación, la universalización de la escuela y la clínica, el subsidio de paro, la ley de dependencia, el garantismo jurídico, las ONG... No sigo, bueno sí, una que me interesa especialmente, nos afecta a ambos, y creo que con frecuencia olvidamos lo muchísimo que ha costado que se respete y lo mucho que le debemos: la libertad de cátedra. Esa que permite a una profesora del CEU San Pablo decir últimamente cosas atroces en clase y a mí hablar sobre ello con mis alumnos cuando volvamos de Semana Santa.

Añado a modo de posdata dos notas bibliográficas: "Hay alternativas", de Navarro y Torres, que creo que conoces, y cualquiera de los textos de Daniel Innerarity, especialmente "El nuevo espacio público". No añado a Tony Judt que no me quiero poner pesado, pero sí a Josep Ramoneda, sus últimas recopilaciones de artículos. Ah, y Justo Serna, que no tardará en publicar sobre algunos de los temas que debatimos.