Saturday, June 08, 2013



¿IRRESPONSABLES?


¿Estamos fabricando una generación de irresponsables? Diversos acontecimientos me invitan a pensar que esa convicción tan extendida requiere ser matizada. En estos días nos topamos insistentemente con el vídeo de los universitarios premiados que, tras recibir el diploma, se negaron a estrecharle la mano al Ministro Wert, el cual quedó ahí, pasmado y patético, muy cerca de producir lástima de no ser porque este tipo de acciones de protesta responden a un malestar generalizado ante la evidencia de que el actual Gobierno de España está devastando -puede que de manera irreparable- la enseñanza pública. La estrategia es audaz y astuta: apenas un gesto genera un espectacular impacto mediático, y además retrata no ya al Ministro, sino a la totalidad de sus correligionarios, los del partido en el poder y los de los medios que lo sostienen a machamartillo, pues todos hacen una vez más el ridículo intentando desacreditar una iniciativa de protesta con argumentos mojigatos -"¡qué maleducados, tratar así a una autoridad que les está premiando!"-. No resisto la tentación de ilusionarme con situaciones como ésta en la que las jóvenes generaciones nos marcan a todos un camino. 

El problema es que no encuentro en estos días muchos más pies para sujetarme al optimismo. En vísperas de muchos macrobotellones en las ciudades españolas -una exhibición de barbarie colectiva que ellos excusan con argumentos lastimosamente pueriles- me da por preguntarme si las nuevas generaciones no llevan tiempo ya escapando de nuestras manos. Y no es sólo el botellón, es algo mucho más profundo y menos perceptible a primera vista. ¿Tienen razón quienes avisan de que el exceso de tolerancia disfraza con un amor malentendido lo que termina siendo la destrucción de valores tan básicos como la autoridad, la autodisciplina o la integridad moral? No dudo de que hay "amor", pero éste no siempre beneficia al ser al que lo dirigimos, a menudo el amor es poco inteligente y se presenta mezclado con elementos no tan sublimes como la comodidad, la dejación de funciones o la incapacidad para discernir la realidad del deseo. 

No es solo que el amor de los padres a sus hijos distorsione la imagen que tienen de ellos, efecto al que todos estamos expuestos, es que se ha universalizado la especie de que los valores juveniles son guays por definición. Cuidado, no estoy diciendo que a la gente le gusten mucho los jóvenes, en realidad a muchos les producen sospechas y se les presentan como incompresibles y amenazantes. Yo hablo más bien de ese fenómeno de juvenilización de la sociedad que induce a mucha gente a sacar al niño irresponsable que llevan dentro y creer que el paraíso es un lugar sin normas, donde haces lo que te venga en gana, te pones hasta el culo de hachís, vistes con colores chillones y comes hamburguesas ataviado con una ridícula gorra en la cabeza y una camiseta de la NBA. Esta tontada se les suele pasar el lunes, pero el resto de la semana tienden a dejar que sus vástagos sigan en ese paraíso que, como todos los paraísos, es artificial. 

El fenómeno encuentra otra explicación, perfectamente compatible con la anterior: cuando yo era crío teníamos en la cabeza el concepto de "hijo único", hoy caído en desuso por una razón sencilla: lo natural en los setenta era tener hermanos, a veces, como en mi caso, en cantidad desmesurada, de ahí que resultara fácil identificar al que no los tenía, el cual aparecía como una figura anómala y señalada con rasgos de carácter tan despreciativos como el del niño mimado y consentido. Hoy, cuando el modelo económico y el desorden biográfico convierten en una excentricidad tener una prole abundante, el hijo único deja de existir porque lo raro es tener hermanos. Esa mutación histórica, y que en nuestro país ofrece cifras demoledoras y preocupantes, no cambia sin embargo en lo sustancial el síndrome del hijo único: sigue siendo querido como un tesoro o como esa carta solitaria a la que uno se juega toda su fortuna emocional. 


Y claro, las consecuencias son las mismas que en las del antiguo rey de la casa, solo que ahora con más regalos y aún menos reproches, pues ahora además los padres ya no tienen tiempo que compartir con ellos. Así, en un círculo vicioso que lo envenena todo, el niño termina siendo un eficaz consumidor con la misma facilidad con la que descuida obligaciones como las académicas, se debilita el principio de esfuerzo, los mapas morales se quedan en esbozos -lo que arruina la cultura de la solidaridad-, se convierte en normal y exigible la protección e incluso el afecto, se extiende una dramática intolerancia a la frustración. 

Hace tiempo que dejaron de gustarme por sistema los jóvenes, como me sucedía en épocas bastante más cándidas y optimistas. Me gustan algunos y otros no, así de fácil, y cada día me resulta más difícil la complicidad con algunas actitudes que me parecen caprichosas y pueriles. El cuadro amenazante que acabo de describir puede sonar a pesimista, pero corresponde a una situación que se percibe diariamente en las aulas, donde a menudo los profesionales sufrimos no solamente la incomprensión de nuestros alumnos sino también la de sus padres. 


Es, en cualquier caso, un optimismo matizado. Creo que los universitarios que negaron el saludo a Wert han entendido algo importantísimo: el núcleo edípico de protección en la que la mayoría han crecido no tiene nada que ver con el inhóspito mundo adulto al que se encaminan. La realidad laboral que les espera es hostil como una selva, y las noticias que llegan desde la alta política da a pensar que habrán de realizar enormes esfuerzos para ganarse la vida malamente, sin derecho a las pensiones y las atenciones médicas y escolares que tuvieron sus mayores, acaso sin la opción de tener algún día una familia propia, es decir, sin hijos a los que mimar y engañar -eso sí, con mucho amor- respecto a la dureza del mundo al que han sido arrojados. 


5 comments:

Jon Alonso said...

De verdad, yo no soy padre. Fui docente y mandé al sistema a otros lares (por utilizar el eufemismo y no ser Valleinclanesco)... Sin embargo, me quedo con declaraciones como la David Gahan—líder de la banda británica—Depeche Mode dixit en RS: “Me gustaría tener 15 años y estar todos los días borracho”. Ahora tiene 52 ha grabado nuevo Lp y vive en New York. ¿Le gustan los Simpson? Recuerda el capítulo de culto que están Homer y sus colegas en el Bar de Mou celebrando las finales del a liga de Beisbol y como acaba la juega de cuarentones… Por último, busque en Youtube la serie de TV “Shameless”. Hay dos versiones la británica original y la norteamericana. A mí me pone más la estadounidense, será porque he residido por aquel salvaje y fascinante país. No se lo pierda. Reciba un cordial saludo

David P.Montesinos said...

Estimado señor Alonso, lo primero que me resulta interesante es que sea usted un ex-docente. No es común que alguien envíe voluntariamente el sistema a freír monas. Alguna vez he dicho que envidio a las personas que son capaces de romper sus miedos, dejar de quejarse y buscar una vida mejor, le envidio de veras. La frase a la que se refiere del señor de Depeche Mode me parece que tiene miga. No sé qué carga de cinismo hay en ella, pero creo que en cualquiera de nosotros anida secretamente esa tentación, porque parece que ser adolescente supone justamente eso, hacer casi todo lo que a uno le venga en gana, asumir la levedad de la vida sin contemplaciones. Los Simpsons, claro que me gustan, y recuerdo aquel capítulo. Respecto a "Shameless", acepto el consejo de buena gana, no conozco la serie. Déjeme que le ofrezca yo uno, la película bastante reciente de Patricia Ferreira "Els nens salvatges", no le será difícil encontrarla.

Jon Alonso said...

Apreciado, Sr. Montesinos, conozco esa película que me ha sugerido: peca de un adoctrinamiento facilón y con cierta desazón Telefimnera. Dirigida por mi vieja amiga —casi paisana— P. Ferreira. Empero, si veo una película acorde con la realidad más Europea y compartirá de buen agrado; “La Clase”. Buen cine francés, del que no aprendemos nada. Veo que le gustó mucho ese capítulo de los Simpson, como a la gran clase media y media alta Norteamérica versus Europea. También será condescendiente, con el ritual en el mundo del alcohol por parte de los padres a los 8 años en ese dogma que es la comunión. Y por último, una grandísima película para la docencia: “Half Nelson”. “Esplendor en la hierba” me ha parecido lo más cursi de ese gran cineasta y delator, que ha llevado a la gran pantalla (incluso como bien dice Ud. Nunca le gustó al turco-norteamericano) Véase “La ley del silencio” donde borda la expiación de su vida. Veo que como no me ha correspondido con el saludo. Permítame negárselo en esta contrarréplica. ¿Ud. parece ser de Valencia, no conoció al poeta Raúl Núñez?

David P.Montesinos said...

Estimado señor Alonso, en primer lugar creo haber sido cordial con usted.

Yo sí he aprendido cosas con La clase, de un buen relato se aprenden cosas siempre, por eso es bueno. Los Simpson me parecen impagables, y en ningún caso creo que sus derivas ideológicas vayan en el sentido al que usted alude. Su visión de Esplendor en la hierba... es evidente que estamos en las antípodas, muy lejos también en relación a la película de su paisana, que no me parece una obra genial pero sí sumamente recomendable. La ley del silencio... nunca la veo como una expiación de los pecados de su director, ya sé que lo es o que, al menos, tiene mucha pinta de serlo, pero me parece cine de altísimo nivel, y eso debe ser valorado, con independencia de que el supuesto mensaje del relato nos resulte despreciable.

Soy de Valencia, es cierto, pero debo ser sincero, no conozco la obra ni lírica ni en prosa de Raúl Núñez. Le seguí en aquella sección del Mudo de la Cartelera Turia. Le cojo al vuelo sobre "Half Nelson".

Anonymous said...

Raúl Nuñez. A veces comía con él en Comidas Esma, en la calle Zurradores. Fútbol y libros. Pero sin pasarse. Era ya un cadáver andante pero seguía persiguiendo putas por las esquinas del Chino. Pensaba que algún día Sandra Ballesteros vendría a rescatarle. Está por escribir la crónica de aquella Valencia.

BT