Friday, October 04, 2013





ARRIBA Y ABAJO

 En Arriba y abajo se nos relataba con precisión y elegancia -como era común en otros tiempos en las series televisivas británicas- la vida de dos grupos humanos que habitaban la misma mansión: la familia del dueño de la casa, que si no recuerdo mal era un Lord del Parlamento londinense, y los criados. Aquellos vivían en los upstairs, mientras que estos dirimían su vida de servicio en los downstairs, una separación física que reflejaba un estado social propio del Antiguo Régimen, por más que el relato se situaba en tiempos de la Gran Guerra. Aquel orden profundamente clasista tenía una lógica propia, acaso decadente, pero aún sólidamente estructurada y en la que sus miembros eran adiestrados con eficacia. 

La reelaboración de la democracia en Occidente con la segunda posguerra mundial y el advenimiento de las comunidades tardoindustriales parecía llamada a abolir definitivamente este orden estamental, propiciando sociedades abiertas, ensanchando las clases medias y desarrollando las instituciones de compensación. Hoy se diría que este modelo se halla en franca regresión, lo cual no sé si supone que volvemos casi todos al piso de abajo. No creo que nadie desee aquello, pero puedo entender que algunos, viendo la serie en retrospectiva, experimenten cierta nostalgia por la pérdida de un mundo donde, al menos, las cosas parecían tener su sentido. 

Me explico. Ayer mismo pasé por una de las avenidas más largas de Valencia. El carril derecho estaba colapsado por una ristra de cerca de medio kilómetro de automóviles mal aparcados. Eran los padres de los alumnos de un prestigioso cole de monjitas que esperaban a sus hijas. No solo no eran multados por la evidente ilegalidad que cometían, es que además había un policía dirigiendo el tráfico para que los demás vehículos no les molestasen. Creo que así es la ciudad de Rita Barberá, sectores sociales privilegiados que pueden violar la ley bajo protección, mientras que en otros lugares los niños dan clase en barracones o los tejados se caen por la falta de atención. Eso sí, tanto el elitista colegio de las monjitas como la protección policial las hemos de pagar todos, los pobres también, aunque no gocen de ellas. 

Sigo. En un informativo de la simpar Canal 9, que lleva dos décadas avergonzándonos con una política de propaganda progubernamental que sonrojaría a Goebbels o a los editores del NoDo -tambien pagándola entre todos-, se nos cuenta como para alborozarnos que se ha creado una guardería de vanguardia en el Parque Tecnológico. La han dotado con una millonada colosal, tiene piscina de agua salada -parece que es muy buena para la motricidad de los infantes-, ratios mínimas, psicólogos especializados, material escolar de último modelo y hasta un burrito. Ni usted ni yo podemos llevar a nuestro hijo a ese sitio, no estamos enchufados ni podemos pagar lo que te cobran, de manera que sólo podemos esperar que las demás guarderías tomen ejemplo y aprendan de estas innovaciones tan inspiradas. Yo podría informar sobre el asunto a los de la guarde a la que llevo a mi hija sobre las ventajas del agua salada, el burrito y las demás sofisticaciones pedagógicas, pero mucho me temo que no van a poder incorporar nada de eso, pues con lo que sacan por mes bastante tienen con aguantar el tirón y cuidar dignamente de nuestros niños. 

Me viene a la cabeza la pintoresca genialidad de otro preboste de talento, la también simpar Esperanza Aguirre, que lanzó en Madrid la idea de crear "institutos de excelencia". Se trata de colocar en centros especiales a los niños que destaquen. Esto equivale a que los pocos alumnos que sobresalen en mis aulas desaparecerán de ellas, no solo como hasta ahora porque vayan a las monjitas, sino porque irán a parar a los centros excelentes, hacia los que supongo que desplazarán considerables pedazos del presupuesto. Los niños medianejos, los que tienen problemas motóricos o de aprendizaje, los inmigrantes y toda la demás ralea de fracasados que no puedan pagarse algo mejor quedarán en los centros no excelentes, destinados a una función asistencial, sin ninguna esperanza de alcanzar aquello a lo que en los ochenta -cuando se creyó de verdad en la enseñanza pública- se llamaba el "ascensor social".

Yo creo que detrás de toda esta sarta de memeces no sólo hay un espíritu profundamente reaccionario y clasista, creo que también hay una galopante falta de sentido institucional, la incapacidad para entender que el único sentido de la existencia de políticos profesionales es la voluntad de construir un mundo menos injusto y más habitable. Como esto no les interesa, y como en el fondo siempre han pensado que uno es rico o pobre porque se lo merece y que no es función de las instituciones compensar nada, lo que se les ocurre para que la gente les vote son estas sandeces, las cuales, por cierto, suelen crear comisiones opíparas en contratas y favores. La excusa sería la ejemplaridad, algo así como inspirar el progreso desde arriba, por capilaridad, una soberbia estupidez que desecha cualquier persona sensata, consciente de que la prosperidad se crea precisamente al revés, es decir, desde abajo, mejorando los territorios más deprivados de la comunidad para remediar los verdaderos conflictos sociales.

Pienso en el modelo de ciudad que lleva décadas defendiendo el PP en Valencia. ¿Hay miseria y marginación en el Distrito Marítimo? Destruyámoslo y llenemoslo de casas para pijos. ¿Hay que mejorar la imagen que tenemos de la zona portuaria? Montemos la Copa América y el Circuito de la Fórmula Uno. ¿Hay pobreza en la zona de la Plata? Pues plantamos delante la Ciudad de las Ciencias y la gente que viene le ve ya otra cara a la ciudad. 

Mostremos fachadas bonitas y hagamos propaganda insistente en las televisiones. Seguiremos siendo igual de pobres, pero le pareceremos otra cosa a los turistas y, sobre todo, nos creeremos nosotros mismos que somos los mejores. No lo olviden, aquella baladronada de la "California del Mediterráneo", por la que Paco Camps merece pasar a la historia, no era un gancho para visitantes e inversores, se trataba más bien de que nos lo creyéramos nosotros mismos, a ver si así incrementábamos la autoestima. Vamos, que nunca hemos sido pijos, ni siquiera cuando vivíamos la supuesta gran orgía del consumo, pero nos gustaría serlo, qué demonios.

Mientras tanto estos se llevaban sacos de votos. Echémosles ya, por Dios.

9 comments:

Tobías said...

Esta evidencia, que la sociedad se construye por abajo, eliminando en lo posible las desigualdades y creando unas condiciones más justas para todos, me temo que no resulta tan palmaria para una comunidad que contempla, entre indiferente y molesta, lo que está ocurriendo en Baleares. Tal vez no todos, me baso únicamente en lo que percibo en general, y cómo se habla con sordina de la decidida insumisión que han protagonizado los docentes de las islas.

No te dije que pude ver, hace un par de semanas, "El último concierto". No sé si refleja bien los sentimientos de los músicos que participan en un conjunto tan delicado y exquisito como un cuarteto de cuerda, creo que refleja bien el sentimiento de inferioridad latente y la convicción de que somos más de lo que, habitualmente, podemos mostrar. La conclusión más obvia podría ser la siguiente: de cómo el bien del conjunto implica la renuncia a nuestros instintos más individualistas. Pero creo que es más bien otra: de cómo solo la colaboración y la solidaridad entre los miembros de una comunidad permite sacar el máximo potencial de cada uno.

Tobías said...

El caso es que, una vez en el cine, cuando vi que también estaba en cartel la última película de Ken Loach, me quedé a verla. Es una muy interesante película documental titulada "El espíritu del 45", y tiene que ver con parte de lo que comentas.

Loach describe la historia de la creación y el desmantelamiento del Estado del Bienestar en Gran Bretaña. Por supuesto, no es un director imparcial ni crea una obra sutil o profunda, la película es un golpe directo al neoliberalismo y en defensa de la clase trabajadora. Cuando acabó la guerra Churchill, el líder victorioso, fue sorprendentemente derrotado por el Laborismo, que se dedicó a la construcción de un Estado social con ideas socialdemócratas y de control de la economía. Esta situación, y Loach dice claramente por qué -porque los trabajadores, en realidad, nunca fueron dueños de sus destinos- empezó a quebrar cuando Margaret Thatcher sube al poder. Es el inicio de la desregulación, el final de los controles sobre un capitalismo que acaba desbocándose hasta llegar a la desastrosa situación actual.

Me parece interesante porque, aunque la película es un pelín didáctica y algo obvia, sus argumentos son hoy más relevantes que nunca. A Loach le preocupa un problema fundamental:¿Qué debe hacer la clase trabajadora para defenderse y derrotar al tsunami neoliberal? Lo que pasa en Valencia aparenta una solución más simple, pero tiene causas demasiado profundas como para que sean resueltas con el simple desalojo.

David P.Montesinos said...

Hola, Tobías, gracias por la intervención. Poco que discrepar en esta ocasión.

Lo de los compañeros de las islas me parece aire puro. Se pasa muy mal cuando se aguanta una huelga durante semanas, con todo el daño que esto supone para la comunidad escolar, pero no se va a una huelga en este panorama laboral tan desmovilizado si no se tienen poderosas razones. Temo enormemente tener que meterme en una huelga así, pero mientras un pirómano como Wert, o el gestor balear, otro que tal baila, tengan poder en las instituciones no harán sino aumentar los conflictos.

De Loach pienso como tú. Su cine y sus esfuerzos merecen la pena, pero a veces hay demasiada obviedad, demasiado realismo social en sus películas. En cualquier caso el thatcherismo, que es mucho más que la propia Thatcher, merecen los ataques de Loach y mucho más.

Respecto a El último concierto tengo la misma impresión que tú. Me parece que el final, que podría bordear el ridículo lacrimógeno, resulta ser una genialidad. Es como si se cerrara el círculo abierto con esa mirada portentosa de Christopher Walken con la cual se inicia el film. Elegante, sensible pero contenida, capaz de convertir las emociones y las contradicciones humanas, incluso las más básicas, en pura belleza... creo que es una película bellísima.

Ricardo Signes said...

No hace falta que te vayas a Madrid para buscar un bachillerato de excelencia, David. Nuestro amigo Huguet, el bibliotecario de Gotham, imparte clases en el bachillerato de excelencia del instituto del CEI de Cheste, y, según me dice, de dotaciones económicas especiales, nada de nada. Ya ves, en el fondo es lo mismo que nos pasa a nosotros: segregación educativa, malas condiciones laborales y exigencias de resultados. Como si cultiváramos tomates.

David P.Montesinos said...

Desconocía esta experiencia de nuestro común amigo, pero el error por mi parte temo que me dé aún más razón de lo que yo mismo deseaba. Confirmo que la voluntad de crear fachadas y no casas para ser habitadas llega también a las criaturas de los propios prebostes políticos. Luego hablan de la desafección de la ciudadanía.

Anonymous said...

“Falta de sentido institucional”

Los profesores actuales en los institutos, colegios, universidades españolas, tienen un sentido institucional que quita el hipo. Son equiparables en lealtad al soldado perfecto. Tan solo han flaqueado cuando les han tocado el sueldo...

Quitando este matiz, supongo que el ejército estará bastante interesado en el sistema educativo español, el cual, a pesar de ser una parodia, ha conseguido unos aplicados súbditos entregados 100%l sistema de trituración.

No podemos tolerar la modestia que muestra el sistema educativo en la asunción de responsabilidades. Todos los informes internacionales concluyen que nuestros alumnos son los más atrasados en matemáticas, comprensión lectora etc. No solo eso, ahora también dicen que los adultos somos prácticamente tontos.

Como me cuesta creer que tanto dinero y esfuerzo no fuese para conseguir estos resultados, quiero entender que hemos hecho como país, lo que sus dirigentes (la representación de la mayoría) querían.
Todo tiene su parte positiva, si se suben las tasas o se dificulta que los niños estudien, puede contemplarse como el debilitamiento de un sistema diseñado para idiotizar a sus ciudadanos, tal vez sea el principio del fin de una fábrica de ovejas que en el mejor de los casos cuestionan el pasto donde pacen, nunca al pastor que las conduce.


David P.Montesinos said...

Comparto algunas de las convicciones de fondo que sostienen su discurso, pero creo -como ya le expresé en otras ocasiones- que su visión con respecto al trabajo de los docentes es destructivo. Creo que usted debería visitar durante un mes entero un centro público como el mío, se llevaría alguna sorpresa. Si se fijase en lo que hacen los vagos y los apoltronados, que los hay, se quedaría con una foto muy parcial del problema que no haría sino confirmar su pesimista diagnóstico. Pero le aseguro que el global no es así; hay razones para el desánimo y el cinismo en la escuela pública, pero ni el desánimo ni el cinismo se han apoderado de nosotros. Es más, las escuelas se están sosteniendo gracias a nosotros, perdón por la inmodestia. Y le aseguro que entre mis clases y el adiestramiento militar no hay ninguna similitud, eso desde luego.

Anonymous said...

El ejemplo docente español no se representa en mi como un ejemplo, eso puedo asegurárselo. Es una puta mierda en el que solo los implicados se empeñan en demostrar contra la marea de la realidad los puntos positivos.

El 30% de los alumnos abandonan los estudios en la fase primaria, el 50% restante fracasa en los estudios superiores y todos, todos se ganan su título debiendo compartir su triunfo con un sistema que tritura mil veces más de lo que compacta.

Un sistema puede llegar a determinar sus errores, pero nunca podrá solventarlos.

David P.Montesinos said...

Al menos aquí no me desacredita, gracias, ya me siento mejor. Mire, leyéndole a usted caben dos posibilidades, o me voy al desierto huyendo del mundo como Simón el estilita o simplemente opto por no hacerle caso, pues nada de lo que dice me ayuda en absoluto a ser mejor. Ciao.