1. Hubo un tiempo en que la televisión nacional apuntaba a una cierta épica. Aquella tele en blanco y negro, nefasta, aldeana y aún tan franquista en tantas cosas, tenía sin embargo una virtud suprema, esa de la cual hoy, cuando somos libres, los medios se han desecho como quien se quita de encima una caspa del pasado: tenía tiempo, sabía escuchar. Cuando empieza la entrevista, el inolvidable Joaquín Soler Serrano, no oculta su satisfacción por lo que le parece una gesta periodística: ha conseguido a Julio Cortázar. Está sentado en frente de él, dentro de una casa modesta y secreta en la que el autor de Rayuela se oculta al mundo. El periodista no está nervioso, ya sabe que ha vencido, no teme fracasar en las preguntas porque su experiencia en entrevistar a personajes de leyenda le garantiza que lo difícil es conseguirlos. La entrevista es el final de un proceso de búsqueda tortuoso, lo lamentable será que la entrevista habrá de concluir. Serán dos horas -¡dos horas!, hoy parece casi un escándalo- y se harán cortísimas.
Julio Cortázar cuenta su vida. Las biografías han de tener un sentido, la de Cortázar no es desde luego la de un hombre sin atributos. Hay drama, peripecia, desgarramiento incluso, pero no hay esquizofrenia ni el simulacro de uno de esos diletantes que hoy aparecen por doquier. La mirada del escritor es profunda, quizá inquietante, pero apunta a una misteriosa paz interior.
2. De niños vemos las cosas sin mediación conceptual, la experiencia del niño es pura y, por tanto, intensamente feliz y a la vez pavorosa. Mientras sigo la entrevista, veo a una niña deslizar sus dedos por los recovecos de un bocadillo que su madre acaba de servirle. Hay en la operación algo así como una operación de reconocimiento, la escena me resulta extrañamente cortazariana.
3. Cortázar está de espaldas a la cámara mientras habla su interlocutor. Los dos fuman, el plano es intolerable para el espectador actual. De pronto, tras percatarse de que la botella de whisky ha quedado vacía, el escritor pide al periodista que le ponga un poco del que aún le queda en el vaso. Soler Serrano lo hace de buena gana y sin sobresaltos, la escena -que vale infinitamente más que toda la mugre de reality hoy de moda- puede desencadenar las risas que queramos, pero no es una broma, el whisky es una cosa muy seria. Soler sigue preguntando como si nada. Debo quedarme ahora ya sin remedio hasta el final de la entrevista.
4. Frente a aquellos que llaman "amigo" a cualquiera...
5. Hay algo en los autores hispanoamericanos que se expresa desde el primitivismo. Es algo hormonal, muy muscular, que aparece para designar sin filtros emociones y experiencias básicas. Serio y adusto, de hombres que parecen marinos nace a menudo el sentido del humor más profundo.

6. Seguramente por humildad, Cortázar toma de Lorca la idea que, a mi juicio, resume la enorme trascendencia de su obra literaria: el poeta ronda las cosas desde el otro lado. De las cosas sabemos usualmente lo que resulta de la mirada convencional, esa en la que cual hemos sido adiestrados para mirar "correctamente", lo que encontramos en los siempre inquietantes relatos de Cortázar es esa otra mirada de la cual nada nos habían dicho.
7. El mestizaje cromosómico de un argentino corresponde, en el caso de Cortázar, a la biografía de un hombre errante. De esa experiencia de la heterogeneidad, que bulle en la sangre y en el hambre de conocer mundos nace casi siempre lo que es grande en la Tierra.
8. "Tengo mal gusto en cuestión de sentimientos, lloro con cualquier cosa", se me ocurre que Heidegger o Borges habrían sido incapaces de decir algo así.
9. Asumo lo fantástico de la vida sin escándalo ni sobresalto. Decir que lo fantástico es una anomalía es una manera de echar atrás lo que nos amenaza. Soy realista, lo fantástico es lo real, son los que niegan lo fantástico los que traicionan a la realidad, cuya riqueza deciden ignorar.

11. Rayuela: modificar la actitud pasiva del lector normal de novelas, el lector es un cómplice.
12. ¿El boom? Sí, pero con cuidado, que para empezar es un término producto del colonialismo cultural norteamericano. Hay que prevenirse contra el orgullo, un sentimiento de triunfo previo, como si ser guatemalteco o uruguayo garantizara buena literatura. Hay conjunciones de genialidad, momentos extraordinarios que van de un lugar a otro. El boom de la literatura hispanoamericana no es la madurez, es algo hermoso, pero no es la mayoría de edad literaria. El boom es un poco producto del azar, que siempre hace muy bien las cosas. En cualquier caso no es, como se ha criticado en ocasiones, una maniobra editorial. Estábamos nosotros y luego llegaron los editores, que no tenían nada de amigos nuestros, dado que la mayoría andábamos viviendo por Europa. Lo bueno del boom es que hemos leído a nuestros autores y no sólo a Hemingway o a Faulkner, como hacíamos antes. Un continente entero nos lee, esto tiene que ver con el problema de la identidad y es una verdadera revolución cultural.