Friday, September 19, 2014

LO QUE GALÁCTICA OLVIDÓ




"¡Todos somos unos hijos de puta!", gritaba una antigua amiga -Galáctica la llamábamos- tras un par de cervezas en una reunión en el bar de la Facultad, hace ya muchísimos años, como es imaginable. Ella no era mala gente, dicho sea de paso, acaso un pelín estrambótica, pero ya entonces intuí que la frase, que repetía una y otra vez hasta hartar a todos los presentes, contenía una intención tramposa. Si todos somos algo, entonces es que nadie puede ser otra cosa, de lo cual se deduce que todos somos iguales. Si todos somos malos es inútil tratar de diferenciar a los buenos, pues no existen, y podemos exculpar a quienes nos parece que tienen un comportamiento inmoral. La moral misma no es entonces más que una hipocresía: cuando digo de alguien que es un mal tipo, lo que en realidad juzgo es su atrevimiento para hacer lo que yo no me atrevo, aunque me gustaría. Soy pues un envidioso, aunque no estoy seguro de que se me pueda juzgar negativamente por ello, pues habíamos quedado en que la moral no existe. 

De entrada este argumentario parece cuanto menos algo chusco. Me recuerda mucho a Mourinho, el célebre ex-entrenador del Real Madrid, un tipo convencido de que cualquier trampa o infamia que conduzca al éxito debe ser utilizada, y que acusa de hipócritas a aquellos entrenadores que, pese a buscar la victoria como él, creen que no todo vale para conseguirla. 

Todos los días uno se ve obligado a tratar con indeseables, lo cual no significa que, como creen mezquinamente algunos, el mundo esté lleno de ellos. Gestionar el tema es cualquier cosa menos fácil. Quienes tratamos de evitar vivir permanentemente en el autoengaño sabemos que a todos hay que darnos de comer aparte, pero también sabemos que Dios ha repartido sus dones sin excesiva ecuanimidad.  De ello deriva que hay personas admirables por su integridad y su coraje, personas que, como es mi caso y el de la mayoría, intentan como buenamente pueden no ganarse a cada momento el infierno, y, en tercer lugar, personas a las que podemos comparar tranquilamente con trozos de carne. Todos somos unos hijos de puta, vale, pero lo que Galáctica no dijo es que unos lo son más que otros. Y lo jodido es que hay que vivir en el mismo mundo que ellos.


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