Saturday, November 29, 2014



JUAN GOYTISOLO, SOSPECHAR DE NOSOTROS MISMOS.

Hará cerca de dos décadas que visité Marruecos junto a mi amigo Javier Bosch Azcona. Deambulaba por la mítica plaza Xemaà-el-Fná, junto a la medina de Marrakesh. Al divisar la terraza del Café de France sentí la tentación de acercarme furtivamente. Si estaba Goytisolo acaso rompería el muro de la timidez y le diría lo importante que había sido para mí desde tiempos infantiles, cuando mi padre llenaba con sus novelas -conseguidas a veces en ilícitas trastiendas- los estantes del salón. Le habría explicado que algunos de esos libros habrían terminado ayudándome a construir mi visión del mundo, o lo cerca que me sentía de quien había tenido el coraje de ser consecuente con su desengaño, abandonando España y convirtiendo el exilio en algo más que un acto de protesta o un estado provisional: la extranjería como seña de identidad. 

No lo hice, pero aquella ridícula pretensión digna de un club de fans era síntoma -ahora lo sé- de que, en realidad, nunca me he sentido demasiado habilitado para hablar de la obra de Juan Goytisolo; lo que de verdad me gustaría es hablar con Juan Goytisolo... durante horas, durante días. Le elegiría a él para saber quién soy mucho antes que a cualquiera de las celebridades cool a las que tantas páginas multicolor dedica El País Semanal. 

Jordi Gràcia se sorprendía estos días de que hicieran falta siete votaciones para resolver este Premio Cervantes. Dada la trascendencia del autor, lo raro es que hayamos tenido que arrimarnos al 2015 -casi medio siglo después de la publicación de Señas de identidad- para que se reconozca con una distinción de las grandes a un escritor sin el que yo no encuentro manera de entender la evolución de las letras españolas contemporáneas. "Cuando me quitan una distinción estoy seguro de que tengo razón, cuando me dan un premio empiezo a sospechar de mí", ha dicho el galardonado. Ama en cualquier caso demasiado a Cervantes como para quedarse varado en la autosospecha, sin olvidarnos de la retribución del premio, que -según ha anunciado el propio Goytisolo- permitirá asegurar el futuro académico de los críos de su familia adoptiva marroquí. No obstante es razonable el interrogante: ¿será que al fin el stablishment ha digerido a Goytisolo?

La respuesta es no: sería como digerir a Luis Buñuel o a Leopoldo María Panero. Goytisolo es hijo de una tradición que a la fuerza hemos de asociar a lo que Ernest Lluch llamó un día "las Españas vencidas."

Cuando Américo Castro polemizaba con la historiografía hegemónica, lo que pretendía no era sólo desenmascarar una línea de interpretación mítica, se trataba de reivindicar una visión de lo español bajo la luz de la heterodoxia y el mestizaje. Y es justamente aquel delirio de la limpieza de sangre lo que los puros de linaje hacían valer para martirizar a los "cristianos nuevos", he ahí el motor de tanta persecución e intolerancia como atraviesa la historia de esta nación tan contradictoria, tan ciclotímica, tan torturada por los demonios que ella misma se inventó. Goytisolo, desde su reivindicación del elemento árabe y judío, mucho más presente en la literatura que acaso en la hemoglobina, carga con una tradición en la que, junto a Castro, reconoce a Blanco White, a Cadalso y a todos los que fueron excluidos de la versión oficial de la que el nacionalcatolicismo franquista es la concreción más brutal, paranoica y, por desgracia, triunfal. 

¿Hemos dejado atrás la mentalidad del viejo inquisidor con la modernización democrática? Goytisolo cree que no. Lo que hoy llamamos España es producto de una amnesia cuyos efectos ya son irreparables. Por eso continúa con el exilio voluntario, por eso afirma que esta nación, que en la bonanza se confortaba dentro de la burbuja de la autocomplacencia, es ahora mismo un siervo insignificante en el entramado geopolítico del siglo XXI.

Me gustaría sentirme como él. Es tan sugestiva la idea del que huye y encuentra acogida en tierra de musulmanes. Mucho me temo que me he quedado atrás, en aquello que los glosadores de la "Reconquista" llamaban la Tierra de Nadie, pero ésta es otra historia. Ojalá el Cervantes sirva para que regresemos a los textos del intelectual que se atrevió a espetarnos a la cara que, como es tan común entre españoles, no somos lo que decimos ser. 


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