Se ha extendido en los últimos tiempos la especie -también entre muchos docentes- de que la mediocridad académica, la holgazanería, la indiferencia y la mala conducta no son, como supuestamente ocurría antes, anomalías que el sistema puede corregir o sancionar, sino la práctica común o cotidiana en las aulas, especialmente las de los centros públicos. La crisis de la educación sería por tanto no ya institucional sino espiritual, como suele decirse, una "crisis de valores".

Del consiguiente fracaso parece que todos seríamos culpables por la tolerancia con la que nos empleamos con los neófitos. Como apenas les exigimos nada, como no les decimos "no" ni les ponemos límites, hemos erosionado de tal manera la cultura del esfuerzo que aquellos valores tan progresistas de la integración y la igualdad se han traducido en la práctica como un "igualar por abajo". De ello la LOGSE, bajo cuya lógica seguimos viviendo, es la gran culpable; una vez más la izquierda es responsable de haber desordenado el mundo. No sigo, supongo que habían leído antes este discurso.
Sobre los efectos negativos de la LOGSE y sobre las contradicciones de la práctica escolar en España estoy dispuesto a debatir siempre. No estaría mal que quienes votan a la derecha se planteen que, si los servicios públicos no siempre funcionan adecuadamente, ello podría deberse no a que lo público siempre conlleva incompetencia, sino a que los políticos deciden desviar las inversiones que necesitan escuelas u hospitales públicos para potenciar las redes privadas. En cualquier caso, creo que vivimos tiempos de una profunda desorientación, tiempos en los que los manuales de instrucciones -como tanto ha explicado Zygmunt Bauman en sus ensayos sobre la "sociedad líquida"- dejan de ser operativos mucho antes de que el lector se los aprenda, lo que los vuelve inútiles, condenándonos a todos a una incertidumbre a la que la escuela es extraordinariamente vulnerable.
Ahora bien, dudo mucho de que el problema sea el fin de la "cultura del esfuerzo", no al menos en el sentido en que lo propone la gente que piensa como Wert. Por la prensa hemos sabido que en las diferentes reválidas que habrán de pasar los alumnos desde Primaria se otorgará una atención absolutamente prioritaria al bagaje memorístico, traducido en pruebas de 350 preguntas objetivas. Sí, señores, preguntas "tipo bingo" o, si quieren, "tipo trivial pursuit", en las que sospecho que nuestro innovador ministro hará que se conteste cuál es el río que pasa por El Cairo eligiendo entre cuatro opciones, a saber: El Tajo, el Támesis, el Volga y la acequia cochina de mi pueblo.
Ya ven, los profesores, que por lo visto merecemos que no se confíe en nosotros, ya no servimos para decidir si nuestros alumnos merecen el título de la ESO o de Bachiller, de manera que habremos de esperar a que los dirigentes políticos nos envíen a unos señores "expertos en reválida" para torturarles durante unos días con exámenes que corregirán con plantilla y que, de suspenderlos, invalidarán el trabajo de años realizado por los claustros profesionales diariamente y a pie de pizarra. Con esta medida pondremos el cierre a la crisis educativa y acabaremos con la indolencia. Eso cree Wert.

A mí me resultaría mucho más fácil dar clases donde, en vez de guiar a mis alumnos en la comprensión y el análisis de los textos en que Descartes argumenta sobre la necesidad de guiarse por la razón y no por dogmas, me limitara a exigir a mis alumnos que se aprendieran de memoria las obras completas de cuarenta filósofos pelmazos a los que no leerán jamás. Podría además corregir los exámenes con plantilla, qué chuli.
Lo mejor de todo ello es que así mis alumnos dejarían de ver el aula como un espacio para la crítica, la reflexión y el debate. Bastará con que reciten las comarcas y pueblos de Gerona: "Figueras, Olot, Puigcerdà, La Junquera..." con el sonsonete de Montañas nevadas preferentemente.