Thursday, June 18, 2015

CAMBIO CLIMÁTICO



El Protocolo de Kyoto se firmó en 1997. Y nació prácticamente muerto, pues los acuerdos establecidos no habían de aplicarse hasta 2005, momento en el cual los mayores contaminadores del mundo -EEUU, China y Rusia- mostraron bien a las claras su intención de no ratificar aquellos compromisos. Tenían razones poderosas, pues respetar el Protocolo les hubiera supuesto enormes sanciones económicas por el monstruoso volumen de gases de efecto invernadero que estos países lanzan a la atmósfera. 

Hoy ya no hay dudas sobre el cambio climático. Sin eludir que pueden incidir sobre el calentamiento global algunos factores naturales, la ciencia afirma taxativamente que, al ritmo actual de emisiones, los tres o cuatro grados que habrán incrementado ya la temperatura media del planeta en 2100 están vinculados a la acción humana. 

He escuchado muchas burlas en mi vida respecto al "ecocatastrofismo", o como lo llamó Fernando Savater, la "ecolatría". Supuestamente impregnados de un mesianismo bíblico, parece que a los melenudos de Greenpeace les encanta ir por el mundo exigiendo que nos fustiguemos por haber saqueado las riquezas naturales antes de caer bajo el fuego divino del crack ecológico que se nos avecina, en el cual tendremos nuestro merecido de pecadores. Mucho me temo que los ridículos hoy día son quienes -además de puerilizar las teorías que les molestan- siguen creyendo que la mejor manera de superar una amenaza es negar que exista. Podemos seguir creyendo que esto de la ecología consiste en unos hippies que quieren vivir en cabañas y lavarse la cara con mierda de vaca, hojas de firmas para salvar al urogallo, comprar muy cara la comida macrobiótica y decir entre gritos de "¡arrepentíos, pecadores!" que viene el fin del mundo... A mí también me gustaría que fuera una mentira, una conspiración de cuatro aguafiestas que no soportan la prosperidad, pero me temo que la cosa es mucho más seria. 

El Papa Bergoglio nos sorprendió esta semana avanzando una encíclica con la ecología como monotema. Acusa directamente a las grandes naciones y a las multinacionales de causar el cambio climático y la miseria de miles de millones de personas del mundo por su empeño depredador en explotar las riquezas naturales sin reparar en los daños terribles que dicha actividad genera. El Pontífice apela a la necesidad de un cambio radical de nuestra forma de vida como única estrategia para defendernos del desastre. Podemos albergar dudas -yo el primero- respecto a si el actual ocupante del Trono de Pedro va en serio en los ataques dialécticos que dirige a los dueños del mundo, pero al menos esta vez ha conseguido poner nervioso a más de uno, y no me parece poca cosa teniendo en cuenta los tristes precedentes de Wojtyla y Ratzinger.

Muchas más sospechas me produce la ambigüedad con la que respecto al problema se pronuncia esta semana en El País Antonio Brufau, en un artículo titulado La UE ante el cambio climático. La tesis fuerte del autor es que la lucha contra el cambio climático no es incompatible con el crecimiento y la competitividad. Reconoce que hay un serio riesgo y considera que el problema de Kyoto estuvo en la "descoordinación" de su aplicación. Yo opino que Kyoto fracasó porque los principales responsables de las emisiones, precisamente los mayores actores de la geopolítica actual, tuvieron la deliberada intención de hacer que Kyoto fracasara, lo de la descoordinación es un ridículo eufemismo empleado para desviar el mal de sus causantes.  

Propone Brufau ciertas dosis de "realismo", afirmando que detener el crecimiento no es una opción. No estoy seguro de que lo realista sea creer que podemos seguir en la lógica del crecimiento sin replantearnos seriamente si el tipo de sociedad en que queremos vivir puede seguir protegiendo y subvencionando a las empresas energéticas más contaminantes, destruyendo inmensos espacios naturales, aumentando las brechas entre ricos y pobres o considerando la atmósfera como un gigantesco vertedero. Habla Brufau del bienestar y lo asocia a la lucha contra la pobreza, pero en su reticencia a plantear seriamente la responsabilidad de las corporaciones energéticas y el reclamo de una política de sanción en consecuencia yo advierto una velada intención de proteger intereses que hacen ricos a unos cuantos y que, sospecho, pueden estar destruyendo el presente y el futuro de la mayoría. Soy así de malpensado.

Por cierto, ¿saben quién es Antoni Brufau Niubó? Pues nada menos que el actual presidente de Repsol. Acabáramos.

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