Thursday, June 25, 2015



LA PREYSLER

En las pobladas estanterías de la librería que mi padre diseñó y construyó con sus propias manos mi vista infantil se topaba a menudo con el "Baghavad Gita" o "El mundo como voluntad y representación", de Schopenhauer, que tenían un lomo muy vistoso. Dos metros por debajo de la hilera interminable de los "Episodios nacionales" se encontraba un caótico revistero donde asomaba la portada de Interviú y donde yo rebuscaba con la esperanza de que mi padre hubiera dejado olvidado algún ejemplar de Penthouse. Allí entraban todas las denominadas revistas del corazón, excepto el Pronto y el Garbo, que a mi madre le parecían muy de porteras. 

Mi padre cuestionaba a mi madre la costumbre de adquirir tantos semanarios "de cotilleos y banalidades", pero reconocía un cierto talante progresista al Diez Minutos. El preferido de mi madre, al menos el que más veces tenía entre manos, era el Lecturas, aunque ella era la primera en reconocer que el "¡Hola!" tenía mucha clase y que se notaba por la calidad de su papel impreso y sus fotografías, aunque a veces, como sucedió con el monográfico dedicado a finales del 75 a la coronación de Juan Carlos I, le aburría porque preferían a la aristocracia frente a la farándula, como si fueran cosas radicalmente distintas, como si no formaran parte del mismo espectáculo destinado a explotar la mina de un género femenino al que todavía le tocaba cargar con el peso de lo sentimental. 

Mi hermano, cuyo gran problema en la vida ha sido el de haberse hecho comunista mucho antes de lo aconsejable, afirmaba que el "¡Hola!" parecía el más reaccionario porque hacía soñar a las marujas con ser Gracia de Mónaco, pero que el verdadero peligro estaba en el "Semana", que estaba según él dirigido por la ultraderecha. 

Fecundado mi intelecto por fuentes tan diversas -con el añadido del "As", que comprábamos los lunes si el Valencia había ganado, y "Don Balón", que salía el fin de semana y tenía fotos en color-, se completa el mapa de una educación perfectamente disparatada, como correspondía a una nación que, con la muerte del dictador, cayó de bruces en la modernidad sin delicadeza y sin brújula.  

Ya lo ven, un perfecto aspirante a la esquizofrenia. Tras décadas convenciéndome de que cotillear es enfermizo, y que cada minuto que he pasado viendo partidos de fútbol y leyendo gilipolleces sobre las nuevas chicas del "Un, dos, tres, responda otra vez" ha sido tiempo perdido para ver películas de Bergman y escuchar a Bela Bartok, ahora el mayor de los mitos del corazón hispano, Isabel Preysler, viene a cobrarme su venganza. 

Hace muy bien, la he ignorado deliberadamente desde aquellos tiempos en que nos parecía una pija filipina con cierto toque de pasiva-agresiva que había conseguido seducir al más prometedor de los cantantes melódicos hispanos. Isabel, tras tres hijos, terminó abandonando a Julio Iglesias, que andaba siempre por ahí de gira, sin atenderla como ella merecía, y dio la campanada casándose con el Marqués de Griñón, un tipo sumamente respetable al que también abandonó y con el que tuvo otra hija -la simpar Tamara Falcó-, guardando un tiempo prudencial hasta lanzarse a su tercera aventura matrimonial, con Miguel Boyer, entonces ministro de economía del gabinete de Felipe González, y posterior oligarca del mundo financiero. Tuvieron una hija, la quinta en la línea de descendencia de la bella filipina. Finalmente, y tras el luto guardado al ex-ministro, Isabel nos sorprendió a todos en fechas recientes, cuando el "¡Hola!", que jamás miente, y menos sobre su gran estrella, publicó las fotos del romance con Mario Vargas-Llosa. 

A primera vista, y sin necesidad de escorarse demasiado ideológicamente, Isabel Preysler es el último emblema de una cultura ya superada donde el paradigma de lo femenino es el de la perfecta esposa. Isabel encarna ese imaginario al modo de la reducción al absurdo. Con armas de mujer -aunque nos negáramos a prestar oídos a la leyenda urbana sobre sus exóticas destrezas sexuales-, Preysler ha conseguido un trazo biográfico digno de una heroína de las novelas decimonónicas, a saber y en riguroso orden cronológico: la farándula y el arte, después un título nobiliario, la política y las finanzas y, finalmente, el mundo de la cultura. Isabel no besa a cualquiera, si te besa a ti, entonces sabes que eres un grande, y un vacío de admiración y envidia se abrirá ante ti, aunque termine tragándote, porque los hombres que escuchan ese canto de sirena terminan siendo destruidos, lo que agiganta aún más la leyenda preyslerina. 

Isabel me ha parecido siempre un aburrimiento de tía, la verdad, pero debo reconocer que hay algo en su larga travesía por la vida pública hispana que le acerca a una misteriosa forma de santidad. Uno adivina sus sufrimientos para tersar más y más una piel que, como en "El curioso caso de Benjamin Button", no se conforma con instalarse en la eterna juventud, sino que parece acercarse cada vez más a la niñez. Isabel parece limpia, se diría que inmaculada. No tiene nada que decir, no sé siquiera si sabe hablar, por eso calla y posa, siempre posa, como si tuviera interiorizado que su destino es ser fotografiada desde el momento mismo en que abandona la intimidad de la alcoba. Isabel Preysler ha sobrevivido a todo, al cilicio nacional-católico, al socialismo, al feminismo... Y sobrevivirá incluso a Podemos, si hace falta casándose con Pablo Iglesias, quien se siente ahora muy seguro creyendo poder resistirse a los encantos de la filipina.  

No hay gran controversia sobre sus motivos y sus métodos. Isabel nos ha vencido a todos, y parece capaz de vencer incluso a la vejez y la muerte, posando junto a su amiga Carmen Martínez-Bordiu en la portada del "¡Hola!" como dos adolescentes con sus ambiciones en flor. Esa resistencia oriental incide en la evidencia de que el secreto del triunfo está en las mejores clínicas de cirugía estética, el photoshop, el dinero y una frialdad propia de quien se crió preparándose concienzudamente entre convites de embajadas para ser una esposa perfecta, tan perfecta como para zafarse de cada uno de los consortes en el momento oportuno. 

 ¿Y ellos ¿Qué mueve a un hombre como Vargas-Llosa a buscar el lecho de este icono de la hispanidad contemporánea? No lo sé, y la verdad es que me importa un rábano, pero tengo la sensación de que algunos libros han caído del viejo estante y han ido a parar al revistero. 

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