Friday, December 04, 2015


EUROPA NO SERÁ BLANCA

No creo que a estas alturas caigamos en el pecado del spoiler si platicamos sobre el final de "Gran Torino", acaso la última película de la era dorada de Clint Eastwood. Un anciano llamado Walt Kowalsky, en el que  reconocemos de inmediato un endemoniado carácter y una ideología reaccionaria, vive sólo y sin apenas relación con sus hijos. Un buen día topa con Thao, hijo de la familia de extremo orientales que habita la casa de al lado. El viejo, combatió en Corea, muestra una hostilidad propia de Mr Scrooge hacia estos vecinos y hacia el mundo en general, que a sus ojos ha entrado en una espiral de corrupción de valores irrefrenable. 

A medida que avanza el relato va surgiendo entre el joven y el anciano un misterioso afecto, lo que empuja a éste a intervenir al estilo de un marine cuando aquél empieza a tener serios problemas con una banda del barrio, la cual se dedica a maltratar insistentemente al chico por su empeño en no unirse a ellos y tratar de vivir honradamente. Sabedor de que padece una enfermedad terminal, Kowalski opta por sacrificarse por Thao, provocando su propio asesinato para que los chicos de la banda vayan a la cárcel y éste pueda seguir su camino libre de tales indeseables. El viejo es un héroe, sin duda, pero a su manera el chico también lo es, pues tiene el coraje de vivir con arreglo a los principios morales que le han legado sus padres cuando lo fácil es caer bajo la protección de los grupos de delincuentes. 

Desconozco si el propio Eastwood es consciente de lo que este final propone: los Estados Unidos de América ya  no designan la identidad de un WASP (blanco, anglosajón, protestante), la nación ya es hoy tan de Thao como de Kowalski (apellido por cierto de inmigrantes polacos). Quizá sea en mayor medida de Thao, pues el viejo muere, y debe morir porque su última misión muchos años después de matar "amarillos" en Corea es salvar a la nación dejando que sean los nuevos americanos los que la hereden. 

En estos días hemos sabido que, por primera vez en la historia, España ha bajado del crecimiento cero al que nos habíamos acostumbrado, es decir, están empezando a morir más personas de las que nacen. No hacen falta grandes conocimientos en geografía humana, demografía, economía y otras ciencias por el estilo para sospechar la terrible amenaza que a medio y largo plazo supone un fenómeno similar para un país. No se me ocurren muchas soluciones. Supongo que a algún preboste cardenalicio verá en la ocasión la oportunidad para recordarnos a todos que el condón es un invento del diablo y que debemos fomentar la familia como si criar niños fuera la misión sacrosanta a la que debiéramos entregar nuestras vidas, especialmente si a uno le toca ser mujer. Siempre me sorprende la vehemencia con la que la derecha nacional católica insiste en las loas a la institución familiar -siempre y cuando hablemos de una familia "como Dios manda"- y lo poco interesada que se muestra en fomentar leyes que protejan la conciliación laboral y otras que animen a la gente a plantearse la maternidad. 

No nos calentemos la cabeza. España -y en general Europa- está condenada. Lo está al menos mientras no asumamos que el sueño ese de la "Europa blanca", que a veces pinta algún neonazi descerebrado en las paredes, es un rescoldo de un pasado que ya no volverá. 

Miren, desde hace una década yo tengo en clase alumnos palestinos, senegaleses, guineanos, chinos, finlandeses, australianos, pakistaníes, hispanoamericanos... la lista es interminable. He aprendido cosas. Por ejemplo que hay muy diversas maneras de asumir la condición de musulmán; que los venezolanos no son necesariamente indolentes ni los colombianos pandilleros; que los africanos sufren muchísimo cuando se sienten víctimas de algún tipo de discriminación, cosa que les pasa con frecuencia.

Sí, lo sé, lo extraño y lo exótico generan siempre cierta incertidumbre, ese temor a lo distinto que a veces puede degenerar en hostilidad y xenofobia. Tampoco es mi intención defender esas panoplias del multiculturalismo que tan poco han hecho por integrar a los recién llegados a un gran proyecto civilizador a la europea. Tras la tragedia atroz de París no es popular ahora mismo defender la inmigración. 

Muy bien, pero temo que cuando algunas asquerosas consignas como aquella de García Albiol de "limpiar" su pueblo, se nos olvida que tenemos un problema brutal con el envejecimiento del país, y que si en vez de estigmatizar al extranjero no nos planteamos seriamente la necesidad de una política razonable de asimilación de la extranjería, corremos el grave riesgo de que la nación colapse antes de lo que nos pensamos. Y lo haremos por culpa de quienes más se llenan la boca dándole vivas a España y clamando por la unidad nacional. Lo siento, amigos de la pureza de sangre, España será mestiza o no será. 

Hagan como Kowalski, cuiden de Thao.

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