Decía Jean Baudrillard que en las sociedades desarrolladas la política había desaparecido de la escena, dejando sólo su fantasma, todo ese juego delirante de sondeos, debates televisivos y opiniones de tertulianos, como si nos encontráremos ante la final de la liga de fútbol, este año a lo que se ve con más candidatos al título de lo que estábamos acostumbrados. La función de este gigantesco simulacro, consistente en no parar ni un instante de ofrecer señales de vida y mantenernos sobreinformados, es precisamente fingir que todavía existe la representación, ese principio crucial desde el que se identifica la política desde que Rousseau lo enunció en el XVIII.
El escepticismo de Baudrillard es razonable, pero el autor no llega nunca a dar pistas concretas respecto a cómo salir del bucle, consistente en que nosotros ponemos a los políticos en el poder y ellos nos divierten con el espectáculo de que aún es posible gobernar las comunidades globalizadas, de que las ideologías aún pueden determinar programas de actuación, de que es en definitiva la voluntad general y no el capital el que aún rige nuestros destinos.
Podría en consecuencia predicar la abstención, pero es que yo -llámenme iluso- no alcanzo las simas de escepticismo a los que llegó el autor de "El intercambio simbólico y la muerte". Tenemos sin duda un problema muy serio con la supervivencia del espacio público, con la política entendida como partidocracia y ejercida por tanto a partir de una maquinaria burocrática destinada a autorreproducirse y no a defender a las personas. Estamos ante una crisis sistémica de proporciones gigantescas, y estoy dispuesto a aliarme con aquellos que sean simplemente capaces de situarse ante esa crisis, asumiéndola como un desafío para bloquear el camino que parece conducir nuestras sociedades hacia el populismo, el fascismo o, lo que acaso sea aún peor, la dictadura de la indiferencia.
No sé quién ganó el debate de la otra noche, no sé si Podemos es tan nefasto como predican muchos y me gustaría pensar que la marcha del país cambiaría sustancialmente si en vez de la derecha gobernara el socialismo. Poco puedo decirles al respecto de cuestiones tan urgentes, pero, al modo del mensaje en una botella que el náugrafo arroja al mar, se me ocurren algunas cosillas que he aprendido a medida que me he ido haciendo mayor. Otras son meras pinceladas respecto a la actualidad. No ayudarán a acertar con el voto, pero es que, por más que se autoafirman los candidatos con eso de "vótame y alcancemos juntos el nirvana", no creo que nadie esté en condiciones de hacerlo. Ahí van.
1. Los paraísos fiscales son el sumidero de la prosperidad; si no actuamos pronto contra ellos sucumbiremos. Las razones por las que no se actúa son sencillas; todo, política y economía, forma parte de la misma red corrupta. Somos los ciudadanos los que, como siempre ha sucedido, habremos de obligar a los gobernantes a acabar con este cáncer devastador.
2. La Unión Europea fracasa porque está mal hecha de origen. Es ridículo creer que puede haber una moneda única con diecinueve políticas presupuestarias diferentes, diecinueve modelos fiscales, diecinueve modelos de tratamiento de la deuda... O entendemos que Europa se debe comportar ya como una nación o nos devorarán los tigres de Asia y América.
3. Digámoslo ya de una vez, la mitad de los españoles odia a Catalunya. Como no comparto este sentimiento se me hace difícil entenderlo, pero es una realidad que vengo percibiendo desde pequeñito y que nos empeñamos absurdamente en disimular. ¿Y qué es odiar a Catalunya? Sencillo: actuar exactamente como se está actuando ante el proceso de autodeterminación, es decir, hacer como si fuera un delirio de cuatro locos o, lo que es lo mismo, no hacer nada y esperar a que escampe.
4. El proceso de "desconexión" es ilegítimo no sólo por ilegal, sino, sobre todo, porque se está pasando por el forro la voluntad de más de la mitad de los catalanes. Un no secesionista podría convencerse de que es aceptable la celebración de un referéndum de autodeterminación, pero no en esta tesitura. Catalunya será un Estado o no lo será, pero jamás lo merecerá de esta manera.
5. La corrupción es consustancial a esta democracia de baja intensidad a la que el mundo se está acostumbrando. Mientras haya partidocracia habrá corrupción, es muy sencillo establecer la relación causa-efecto. No caigamos en la tentación de hacer caso a quienes, desde estructuras de partido podridas, se defienden de las acusaciones aludiendo a la maldad de unos cuantos sujetos mal controlados. Ahora bien, mientras hacemos ese razonamiento, pensemos en las corruptelas cotidianas a las que se suele decir que los españoles somos muy aficionados. Eso quizá nos ayude a entender que los políticos, pese a todo, están hechos de la misma pasta que cualquiera de nosotros.
6. El sistema educativo es un fraude colosal. La gente miente cuando dice que los problemas del país se arreglarían mejorando la educación; los políticos mienten cuando pontifican sobre el tema porque saben que los frutos venenosos de sus nefastas decisiones se los comerán otros. No habrá consenso educativo, el Gran Pacto será como el de los yanquis con los indios, es decir, un respiro para legalizar el exterminio. Estoy perdiendo la esperanza. Por favor, señores candidatos, limitense a cargarse la Ley Wert y no hagan nada más, pasen de nosotros, olvidennos. Nosotros nos las arreglaremos en las aulas sin ustedes.
2 comments:
Disculpe otra vez mi reiterada participación es su blog, después de un breve tiempo desconectado por razones de subsistencia ahora leo su blog con avidez y sabe usted que soy bastante reactivo con sus artículos.
No comparto en absoluto aquello que dice sobre que la mitad de la población odia a Cataluña. Eso es lo que a determinados rabiosos del independentismo les gustaría, pero no, la gente admira a los catalanes y admira a su tierra. Lo que sí he tenido la oportunidad de constatar es la desidia de andaluces, extremeños, madrileños, canarios etc ante el continuo ejercicio de exaltación de aquello de la “diferencia” catalana. Digamos que se han convertido en algo repelente, pero desde luego no odiado.
La realidad es que los cabecillas políticos de los pueblos se encargan de fabricar la imagen que estos tienen de sí mismos con la intención de convertirlo en seña de identidad. Los andaluces son “vagos” porque al señorito andaluz le interesaba justificar los malos tratos para sus jornaleros y “santos inocentes”. Los “chicarrones del norte” “los chulos madrileños” “los altivos valencianos” “los peseteros catalanes” ahora odiados catalanes. Me cuesta creer que nadie caiga en aquello del folklore español franquista donde interesaba que todos fuésemos vistos como toreros sin otra preocupación que torear y tocar la guitarra flamenca (le pasaré un post que titulé “Las tradiciones” donde intento explicar el exterminio de los “folclóricos” que aun siendo los mejores representantes de la españolidad pretendida vender por los políticos franquistas, fueron fusilados o encarcelados por tener ideas disidentes)
Veo que asumir todo esto de un supuesto odio a la catalanidad, es hacerle el caldo gordo a unos cuantos depravados y exacerbados nacionalistas catalanes, lo que mantiene su hoguera encendida y lo que a medida que cala en el pensamiento de los catalanes supone su implosión. Desde mi punto de vista estamos ante una mentira de tintes fascistoides, nadie odia a los catalanes, -salvo los idiotas en su acepción griega- pero se busca que estos odien a quien les odia.
Un saludo profesor.
MA
Proveniente de un interminable periodo de formación nacional-católica, en España hay una generación constituida por millones de personas que se han formado en el rechazo a todo lo que sonara a disidencia o diversidad identitaria. Créame, sé de lo que hablo, yo mismo tuve de crío mis tentaciones anticatalanas por aquella bochornosa "batalla de Valencia" que la derecha local intenta volver a sacar del armario de vez en cuando. Y éste no es sólo un problema valenciano. Hay una tendencia a desconfiar de Catalunya porque siempre se ha temido su poder y ha irritado su supuesta arrogancia. El hermano de la familia que reclama continuamente competencias y que amenaza con marcharse porque se siente capaz de vivir por sí mismo siempre genera inquietud y desconfianza. Y sí, es un prejuicio estúpido, pero que yo constate su existencia no ayuda a potenciarlo, sino, muy al contrario, a detectar el problema. Y tiene usted razón, toda esa cerrazón es muy astutamente aprovechada por los que ahora dirigen de forma delirante el proceso de secesión para abrir aún más la herida y reforzar el proyecto de "desconexión". A vueltas con esto, tampoco ignoro que hay fuertes tópicos sobre los españoles en Catalunya, y hay catalanes a los que les gusta creérselos.
Páseme el post al que se refiere.
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