Saturday, January 30, 2016

LA VIEJA GUARDIA



Quién es Felipe González yo lo he sabido casi desde siempre. No hace mucho Luis Mª Ansón, uno de los reaccionarios más irredentos e influyentes de este país, dijo que España sólo había tenido un gran estadista: "¿Aznar?", le preguntó el periodista con bastante criterio... "No, González", contestó para sorpresa general. Aquel día Ansón dio la clave para entender el misterioso idilio secreto que la derecha española tiene con Felipe: en el fondo le amaron siempre, pero no lo sabían. Con su intervención de los últimos días, aconsejando a Pedro Sánchez que conceda otros cuatro años de gobierno a la derecha, se ha situado a la altura de las expectativas de Ansón: no barre para su casa, no defiende intereses personales ni partidistas, habla en interés de España. Gracias, Felipe. 

Por mi parte tengo tantas ganas de que Sánchez acepte el simpático consejo de su Darth Vader como de alistarme en los marines. Los mismos que el propio Sánchez, supongo, al que las viejas glorias advierten del riesgo de suicidarse si pacta con Iglesias para que se suicide más rápida y eficazmente tomando una decisión que destruirá su imagen y la del partido ante el electorado. Esto parece que no lo han calculado: dado que quienes votan al PSOE prefieren un gobierno de izquierdas, si el voto sirve para reafirmar a la derecha, lo siguiente será entender que la única oposición digna de ese nombre es la de Podemos, que asumirá con todo derecho -por desestimiento del rival- la condición de primera fuerza de izquierdas en este país. 

Mientras tanto, seguimos presenciando la tormenta de improperios y descalificaciones contra la fuerza morada. Lo he dicho muchas veces: no he votado a Podemos, no me cae bien Pablo Iglesias y no me parece nada fiable su sentido de la estrategia. La política de gestos que últimamente el partido ha exacerbado me parece hueca y ridícula, lo del asamblearismo no hay quien se lo trague a estas alturas, están ciertamente obsesionados con relegar al PSOE, afirman taxativamente cosas de las que luego se desdicen sin ningún sonrojo... ¿Sigo?

Muy bien, pero resulta que ahora mismo Podemos y la arrogancia de su televisivo líder son el menor de mis problemas... Lo que no entiendo es por qué a tantas personas les obsesiona tanto. No me vale decir que uno también sabe ser crítico con los demás. Puede uno pensar que el PSOE es víctima de la esclerosis de un partido de izquierdas que ya sólo defiende su supervivencia, que el PP está podrido por la corrupción y que Ciudadanos es un invento del IBEX. Las tres afirmaciones son tan verdaderas como las que denuestan a Podemos, sí, pero da la casualidad que son éstas últimas las que aparecen insistentemente, y lo hacen en la prensa de derechas tanto como en la de izquierdas. 

Claro, es que ahora Podemos se postula para un pacto de gobierno. ¿Y qué? ¿Ha llegado el fin del mundo? "Ahí está Zyriza", nos dicen, sí, y justamente el caso griego es la prueba de que para un gobierno nacional es imposible transformar en profundidad la estructura socioeconómica, de ahí que Tsipras, que tanto miedo daba, ha terminado cediendo prácticamente en todo con la troika. Y ahora quieren hacernos creer que Podemos pretende dar un golpe de estado y crear una república bolivariana... Es evidente que piensan que somos imbéciles. 

Yo no sé si saldría bien el pacto de izquierdas ni qué es lo mejor para el PSOE, sé que prefiero por múltiples razones que la derecha no siga gobernando España. La izquierda disponible no es la que queremos, de acuerdo, pero es la que hay, por más que nos irrite el tipo de la coleta. La intervención de González tiene la virtud de poner sobre la mesa la evidencia que no parecen querer ver quienes día tras día lanzan dentelladas a Podemos desde la izquierda: sin pacto tenemos otros cuatro años de PP. Es lo que tendríamos en Valencia si, pese a lo que complicado que resultó, no se hubieran puesto de acuerdo las fuerzas de izquierda en el Botánico. Camps, Rita, Rus, Fabra, Castedo... parece el museo de los horrores, y resulta que lo hemos aguantado durante más de dos décadas en la comunidad autónoma más desvalijada y gestionada con la mayor irresponsabilidad de toda Europa Occidental. 

Permítanme un par de reflexiones. En el 15M se indicaba a los manifestantes que abandonaran las acampadas y las pancartas y que formaran un partido político. A resultas se formó Podemos; lo aceptemos o no como genuinamente representativo de aquel espíritu admirable, esta formación es la respuesta a aquella demanda... Y ahora, cuando está cerca de gobernar, que es lo que se supone que pretende un partido, resulta que también es ilegítimo. Seguramente no queremos preguntarnos por qué le han votado siete millones de personas, apenas un puñado de votos menos que los recibidos por el PSOE. Les aseguro que esos electores -conozco a algunos- tienen sus razones, deberíamos empezar por respetar su derecho a desear que gobierne el partido al que votan. 

Otra más. Hace unas semanas se decía que en realidad era Podemos quien no quería pactar, que había planteado sus líneas rojas -el célebre referendum catalán- con la intención de hacer imposible el pacto. Ahora, cuando la intención de los morados por alcanzar ese acuerdo no ofrece dudas, resulta que es en los entresijos del PSOE donde se extiende la histeria anti-pacto. 

Vengo advirtiendo esta esquizofrenia desde que se dijo que Podemos era un partido bolchevique y, por tanto, revolucionario y, al día siguiente, otro (o a veces el mismo y en el mismo día) afirmaba que eran tigres de papel y que realizaban promesas fáciles que no pensaban cumplir. ¿En qué quedamos? También recuerdo que en una ocasión Felipe González dijo que "Iglesias me recuerda a Aznar". Es curioso, en la Transición la derecha presentaba a aquel joven andaluz emergente en términos muy parecidos a los que ahora emplean los reaccionarios para hablar de Pablo. El círculo se cierra cuando nos percatamos de que ese Aznar al que González ha odiado tanto realiza exactamente el mismo diagnóstico que él respecto a la situación española: debe seguir gobernando la derecha. Ansón tenía razón.   

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