Con la ruidina del cambio de siglo, los atentados del World Trade Center y la euforia de ver cómo el mundo culé rabiaba por la marcha de Figo al eterno rival, no se advirtió hace casi quince años la trascendencia de la consigna que Florentino Pérez convirtió en característica del mandato que entonces iniciaba: "Conmigo el Madrid entrará en la posmodernidad".
Vicente Verdú lo entendió muy bien: el Madrid ya era una "lovemark", como la Disney. Se trataba pues de explotarla, de multiplicar el número de sus adeptos por todo el globo terráqueo y hacerles pagar por el cariño que "el mejor club del mundo" les devolvía en forma de fichajes galácticos. Eso y algunas dudosas operaciones inmobiliarias en las que la presión política fue determinante volvieron al Madrid más rico que nunca. Todo estaba perfectamente preparado para que el club de Chamartín agigantara su historial, que, conviene no olvidarlo, está basado en el éxito, en la excelencia, en la adicción a la victoria. Salvo por un pequeño detalle difícil de asumir para quienes todavía viven en la lógica clásica, que aquello de jugar bien y ganar pasaba ahora a ser una cuestión menor. Marcar goles y pelear en el barro era cosa de medianías sin glamour como Pirri o Juanito, entrenados por el atorrante de Molowny. Si se fichó a Beckam, toda una marca de estilo -incluso cuando a su mujer le dio por volver a Londres porque España le olía a ajo- no fue por su talento, que por cierto era bastante discutible, sino porque el rubio centrocampista daba estupendamente en las fotos promocionales.
Como explica Verdú, el Madrid dejó de ser deudor de su leyenda, se quitó de encima la carga de tener que ganar siempre para que su presente no hubiera de avergonzarse ante la luminosidad de un pasado glorioso, y se convirtió en su deudor. Así, el Madrid de Florentino ya no tenía que ganar, le bastaba con gestionar astutamente su leyenda.
Desde entonces, el florentinato ha vivido sin enemigos naturales. No se le han opuesto ni la prensa, vergonzosamente inclinada a jalear una política deportiva delirante, ni la hinchada, cautivada puerilmente por la golosina de los fichajes millonarios... ni siquiera los políticos, sabedores de lo que en alguna ocasión se les hizo saber desde el entorno del Gran Hombre, que nadie puede alcanzar el gobierno de la nación en contra del Real Madrid. Me viene a la memoria aquella asquerosa imagen de servilismo con la que un supuesto ídolo del Bernabeu y ahora pelota mayor del reino, Butragueño, celebró el regreso de su jefe a la poltrona madridista: "yo creo que es un ser superior".
Pero al Ser Superior se le atragantó una única cosa: el fútbol. La cantidad de éxitos obtenidos por el Madrid en el siglo XXI dejan una imagen discreta de su gestión si consideramos en bruto el historial del club, pero llegan a sonrojar cuando pensamos en la barbaridad de millones invertidos. Reinventando a Zygmunt Bauman, diría que el Madrid del florentinismo se ha convertido en un "equipo líquido", una corriente de futbolistas luminosos que vienen y se marchan sin que acabe de cuajar jamás una idea de conjunto, como si algo tan indispensable para el éxito como es un proyecto deportivo sólido fuera en realidad cosa despreciable, tarea para labriegos, indigna de quienes presumen de hidalguía.
La destitución de Rafa Benítez encaja perfectamente dentro de esta lógica. Les aseguro, por si no les gusta el fútbol, que no hay muchos entrenadores con tanta capacidad como él. Se quiere ver en sus decisiones la clave del mal rendimiento del equipo, pero los errores de Benítez han arrancado de la necesidad -que por lo visto va en el sueldo cuando entrenas al Madrid- de quedar bien con todo el mundo: presidente, prensa, vestuario, hinchada... Él sabe muy bien que de haber respondido a sus propios criterios sin remilgos se habría ventilado tras unos meses a media plantilla, con lo que las estrellitas se le habrían puesto en contra mucho antes y él habría durado todavía menos. Es cierto que a Benítez no le han pasado ni una mientras que a Mourinho le daban patente de corso para maltratar a la prensa, hacer jugar fatal a su equipo, dilapidar futbolistas, agredir a los entrenadores contrarios e incluso manifestar públicamente su desprecio al país en el que estaba trabajando... Pero Mourinho es una estrella... Y Benítez no, esa es la diferencia. Además Benítez está gordo, algo que dicen preocupaba mucho al entorno de Florentino desde el primer momento, de ahí, que -siempre según el rumor- le habrían aconsejado que adelgazase y no deteriorara la chulísima fotogenia del club. El problema de Benítez es que es un entrenador de fútbol, y no es eso lo que quiere el madridismo, suponiendo que sepa lo que quiere. Con Zidane seguirán perdiendo, pero al menos a éste si le para bien el traje.
...Es lo que tiene ser una lovemark.
2 comments:
El problema a que nos enfrenamos todos con el Madrid es que es una chica muy guapa y todos haríamos lo mismo y por eso se equivocó Benitez aceptando su dirección. Lo adecuado es que lo dirija ZidANE QUE CUANDO LE APRIETAN UN POCO DA UN CABEZAZO AL contrario. Ya tuvieron a Mourinyo que es de la banda. Creo que Florentino sabe mucho moverse en el sistema financiero español pero de fútbol sé que sabe menos que yo. Pero hablar de finanzas en España no es asunto que podamos tocar, como ocurre en el islam. Que tengas buen año. Tella.
Hola, Tella, mucho tiempo sin verle, me alegra saber nuevamente de usted, y disculpe la tardanza en publicar el comentario. Yo llegué a tenerle en mi juventud mucho respeto e incluso algún afecto al Real Madrid. Me daba la impresión de que sus futbolistas sufrían sobre la hierba. En tiempos de Pirri, Juanito o Camacho, el Madrid te mordía, era un rival insufrible porque, jugara bien o no, siempre peleaba como lo hacen los llamados equipos modestos. La camiseta merengue pesaba, quien la llevaba podía sentirse orgulloso y a la vez debía ser humilde... el peso de la historia. Aquello pasó, yo creo que empezó a no gustarme el Madrid en los tiempos de aquel tipo tan prepotente y desagradable que fue Mendoza. Ah, y la quinta del Buitre, aquella operación de marketing tan inspirada y tan falsa. Ahora el Madrid ya es otra cosa, se ha dado la vuelta. Ha optado por vivir de su propia leyenda, como si fuera el pasado el que les debiera algo, con lo cual ya no hace falta tributarle nada ni hay que sufrir para estar a la altura del escudo. Ahora parece que para jugar en el Madrid hay que ser guapo y costar muy caro, no hay un Camacho atorrante aporreando por la noche en la puerta de Michel y Butragueño para recordarles que para remontarle una goleada a los alemanes había que dejarse la vida si era preciso sobre el campo. Yo aprendí cosas de aquel Madrid, del actual sólo aprendo qué es lo que no hay que ser.
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