Saturday, October 14, 2017

FRAY BARTOLOMÉ DE LAS CASAS, PROTECTOR DE LOS INDIOS

En momentos de zozobra uno tiende a regresar a sus referentes. Es, supongo, una manera de ceder a un instinto de autoprotección. Debe ser esa pulsión freudiana la que me inclina a regresar a los ensayos de Juan Goytisolo, concretamente a Furgón de cola, un texto de 1962, cuando en pleno desarrollismo el Régimen intentaba adecentar la fachada ante la afluencia extranjera. Un artículo olvidado sobre el esencialismo hispánico de Menéndez Pidal despierta mi atención. 

La trascendencia de la ingente obra investigadora de RMP sobre la literatura castellana no admite dudas ni regatea agradecimientos en el joven Goytisolo que, conviene no olvidarlo, escribe desde el exilio voluntario de París. 

RMP estaba obsesionado por Fray Bartolomé de las Casas, sobre el que lanzó todo tipo de imprecaciones, por ejemplo la de estar "loco de remate" o la de ser un resentido y un paranoico obsesionado con envenenar las glorias de la colonización americana. Como sabemos, Las Casas ha pasado a la historia como fundador, junto a Francisco de Vitoria, del llamado "derecho de gentes", origen de una larga secuencia ética y jurídica cuya estación final, a siglos de distancia, sería la Declaración de los Derechos Humanos. 

En Destrucción de las Indias, en un momento todavía muy temprano de la colonización, Las Casas presenta una descripción interminable de atrocidades cometidas por los conquistadores, cuya crueldad sin límites se ensañaba sobre las comunidades indígenas por la enfermiza obsesión de encontrar oro y plata. Ya en escritos anteriores, producto de un esfuerzo incesante que mantuvo durante su larga vida y hasta la muerte, Fray Bartolomé trató de llamar la atención de las autoridades de la metrópoli sobre el trato inhumano que se otorgaba a los indios. El cronista Gómara, acompañante de Cortés, presentaba como gloria de conquista sobre los bárbaros lo que el dominico desenmascaraba como una suerte de tropelías y un escenario infernal de sangre e infamia. 

Las Casas nunca tuvo dudas, lo único que justificaba el imperio era la evangelización de los indios. Quizá fuera un asceta y, como sugiere RMP, un iluminado del diablo, destinado a alimentar la leyenda negra que los enemigos europeos escamparían después sobre el imperio donde no se ponía el sol. Ciertamente, su biografía está llena de sinuosidades y contradicciones, aunque lo que RMP presenta como las debilidades de un tipo movido por la envidia, constituyen a mis ojos -y creo que a los de Goytisolo- las trazas de un coloso, un personaje fascinante cuya influencia sobre el mundo moderno habría de situarle al lado de un Erasmo de Rotterdam y como precursor de monstruos como Rousseau. 

Las Casas se equivocó en muchas cosas, pero cada vez parece menos claro que fuera un "exagerado patológico", como pretende RMP. Es cierto que demandó a Su Majestad el envío de "negros africanos" con los que trabajar en las minas para evitar la muerte masiva de "mis indios", pero también lo es que antes de morir se arrepintió de aquella evidente incongruencia. A ella por cierto se refiere Borges  con considerable injusticia en uno de sus relatos de Historia universal de la infamia, el titulado El atroz redentor Lázarus Morell.    

Llama la atención la insistencia de RMP en ensalzar la figura de Juan de Vitoria para desacreditar la de Las Casas en tanto que creadores del "Derecho de Gentes". Pese al acuerdo de ambos dominicos en la defensa de los indígenas, Vitoria acepta que las necesidades comerciales justifican las guerras y la esclavitud hacia los insurrectos, en razón de la estéril barbarie de los nativos, incapaces de explotar los recursos naturales porque carecen de la iniciativa de los conquistadores. Son hijos de Dios y, por tanto, humanos, pero no como nosotros, se diría que son niños que necesitan el cuidado y la instrucción de un adulto. Vitoria, a ojos de Menéndez Pidal, legitima la conquista, la humaniza... Vigila posibles excesos pero, en última instancia, acepta que la violencia y el expolio son un pequeño precio a pagar para los indios, que saldrán de su condición prehistórica gracias a tantos y tantos bienes como les transmitirán los españoles. 

¿Por qué ese "resentido" sevillano que llegó a ser Obispo de Chiapas y nombrado por la Corona Protector Universal de Todos los Indios no supo apreciar la grandeza de la empresa? Sólo era un destructor, nos hace ver RMP, un fraile trastornado por los Trópicos que se quedó en ideales medievales. Curioso, es en Vitoria en quien RMP ve la modernidad y en Las Casas donde se manifiesta un pasado que el Renacimiento está ya dejando definitivamente atrás. 

Las Casas, y aquí interviene Goytisolo con evidente acidez hacia Menéndez Pidal, no quiso ver la esencia eterna de la España del Cid, no entendió esa metafísica surgida de los páramos castellanos que convirtió a los conquistadores en arquetipos de un destino universal. La españolización de las Indias era el cantar de gesta que necesitaban los juglares después del Mío Cid y que, en la línea del Amadís, demostraban nuestra condición de nación elegida. 

La gloria, de nuevo la gloria, siempre la gloria... César, el Cid, Amadís y las Sergas de Esplandián disculpan crímenes, matanzas, esclavitud, matanzas, destrucciones. El gran poder militar y las grandes guerras en que sueña nuestro historiador. El gran poder militar y las grandes guerras en que sueña nuestro historiador han sido creadas, diríase, para templar el duro ánimo de los españoles. Singular privilegio el nuestro. Poseedores de un destino particular y único. De una Meseta impregnada de valores metafísicos. De una misteriosa esencia a prueba de milenios.

Esto decía Juan Goytisolo en El furgón de cola. Murió, con una repercusión ridícula, el año pasado. Nació en Barcelona, pero está enterrado junto a Jean Genet en Marrakesh. Sin duda era un mal español. Y también un mal catalán. 

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