Friday, March 30, 2018

SUSPENSOS

Estoy absolutamente seguro de que la señora Cifuentes cree firmemente que en todo este pifostio que se ha creado en torno a su figura no hay más interés que el de destruir su brillante carrera política, de lo cual seguro que culpabiliza no sólo a los oponentes políticos y a las víboras de la prensa sino también a algunos de sus compañeros de partido, que le tienen mucha rabia. El problema de Cifuentes, y de otros muchos, incluso algunos que se lo están pasando bomba con su drama, es que no acaban de entender la gravedad del problema. La pregunta no es ¿quién no ha hecho trampas para aprobar un examen?, la pregunta es si valoramos el trabajo docente y, por ende, si la sociedad otorga algún papel realmente trascendente a los establecimientos educativos. 

En los últimos dos finales de curso en el centro donde trabajo hemos asistido a una situación que no por repetida deja de parecerme atroz. Tengo un compañero que es especialmente estricto y exigente a la hora de evaluar. No es un sádico, es duro, duro pero justo, y los alumnos lo saben. Deben estudiar mucho su asignatura para aprobarla. Al contrario que otros compañeros, cuando acaba el curso, si su asignatura es la única suspendida, el profesor deja el alumno con ella pendiente, que es exactamente lo que marca la normativa. En los dos últimos años el profesor en cuestión ha sido reiteradamente desautorizado por la inspección de zona, que atendió la reclamación de sendos alumnos suspendidos para obligar al profesor y a los restantes miembros de la junta de evaluación correspondiente a variar la nota y aprobarles. De toda esta historia tan repugnante se deduce una evidencia: las autoridades competentes no reconocen la autoridad de los expertos docentes para decidir si un estudiante está en condiciones de recibir una titulación tan seria y decisiva para su futuro como es la de bachiller. 


Verán, el diario en lengua española más prestigioso, El País, lleva meses dedicando una sección entera al asunto educativo. Intervienen toda suerte de pedagogos, neurólogos y gurús del mindfullness y otros negocios por el estilo. Todos tienen innovadoras propuestas que hacer para salvarnos de la lóbrega oscuridad en que, según ellos, vivimos los docentes en nuestras aulas. Sospecho que algunos dejan deslizar más o menos disimuladamente la conveniencia de exterminarnos -que es con lo que siempre, con razón, han soñado nuestros "clientes", los alumnos-, y que otros ocultan tras sus consejos la intención de forrarse vendiendo algún aparatejo, libro pedagógico, software o gadget para que nuestros niños se conviertan en unos superdotados. 

Muy edificante, sí. No sé por cierto si han notado que se han acallado las tormentas en torno a la Lomce, esa ley educativa genial del simpar Ministro Wert cuyo máximo objetivo era beneficiar a la escuela privada-concertada y volver a implantar a saco la asignatura de Religión. Se nos dijo que habría un gran acuerdo político para acabar de una vez por todas con la volatilidad legislativa en las escuelas, pero a día de hoy ni hay acuerdo ni hay propósito de consenso ni hay nada de nada, algo que en el fondo le viene muy bien a la derecha, cuyo propósito oculto siempre ha sido dejar que la red pública de educación se colapse y quede sumida en la confusión y en la ineficacia. Será la manera de justificar que hay que gastar menos dinero en ella y proteger más a la privada, que esa sí que mola y además es de los curas. 

Déjenme ser pedagógico y un poco cafre. Ya sé que el paradigma del consumo y el fetichismo tecnológico domina nuestras sociedades. También sé que hay ejércitos de tecnócratas y supuestos sabios de la innovación educativa -con sus empresas frotándose las manos- esperando para invadir las escuelas, cosa que ya están consiguiendo con la complicidad de la derecha y, en ocasiones, con la obtusidad de los sectores más ingenuos de la izquierda. Pero, verán, los centros educativos no son El Corte Inglés, su motivación no es la satisfacción del cliente. Desde la Asamblea Nacional creada por la Revolución de 1789, los Estados democráticos están obligados a asumir una responsabilidad muy seria con respecto a la instrucción de sus ciudadanos, a los que debe primero civilizar suministrándoles un relato común sobre su misión como miembros de la comunidad. Este propósito ha sido olvidado porque nuestras sociedades -y por tanto nuestros jóvenes- ya no saben qué fines tiene la escuela. Como dijo Neil Postman, ya no son "centros de atención" sino de "reclusión". En ese contexto el aburrimiento y la indiferencia lo envenenan todo. Y eso no van a solucionarlo cuatro tecnócratas papanatas vendiéndonos programas de software para "gamificar" la dinámica del aula. 

Los profesores no suspendemos a los alumnos para fastidiarles, sino porque cuando juramos la Constitución entendimos que el Estado democrático nos había elegido para educar a sus jóvenes. Eso incluye, así lo entendimos, exigirles esfuerzo y dedicación. Es cierto que algunos alumnos se esfuerzan con menos éxito que otros. Por eso se les conceden segundas opciones. Quiero que mis sobresalientes respondan al reconocimiento de un gran mérito, y quiero que el que aprueba sienta que ha hecho algo más que el que simplemente se ha tocado las pelotas. Puedo aprobar también a este si la inspectora se empeña, pero estaré maltratando al que ha hecho méritos, y el resultado será que su título no valdrá nada. Y habrá algo peor. Podemos extender este criterio a los estudios más especializados, ¿por qué no? Así, un día un cirujano inepto, al que hayan aprobado por nada, me tendrá que trasplantar el hígado y yo moriré desangrado como un cerdo sobre la camilla. O también ocurrirá que mis seres queridos mueran tras caer sobre el puente mal construido por un ingeniero al que le dieron el título porque algún inspector se empeñó. 


Desgraciadamente, una de las panoplias que últimamente escuchó más entre los gurús -esos que por lo general jamás han olido un aula- es que la repetición de curso es una medida equivocada y a extinguir. También estamos cada vez más cerca de eliminar definitivamente las notas numéricas y calificar -como ellos dicen- "por competencias". Quizá con todo eso se acabe con el fracaso escolar: ya que suspenden mucho, la solución es que les aprobemos a todos por el morro, eso ya lo sabía yo antes de leer a los genios que salen en El País. El único pequeño problema es que con esa medida nos cargamos definitivamente el aula, pero como eso lo voy a sufrir yo y no ellos, asunto solucionado. 

Por favor, déjennos trabajar en paz. No podemos evitar que nuestros alumnos -a los que queremos más de lo que la gente piensa- vayan encaminados a una sociedad inhóspita y despiadada donde no hay trabajo formal ni vivienda ni seguridad social... Pero al menos déjennos que les invitemos a esforzarse y a no caer en el cinismo y en la corrupción moral.

... Claro que siempre pueden hacer como Cifuentes. Acaso les vaya mejor.  

No comments: