Friday, January 03, 2020

LOS AÑOS VEINTE

¿Saben ustedes quién es Robert Kingsnorth? Yo tampoco... hasta este domingo, en que El País tuvo a bien dedicarle una entrevista con ocasión de la publicación de su libro "Confesiones de un ecologista en rehabilitación". 

Les ahorro la visita a wikipedia. Robert Kingsnorth, presentado en El País como "ensayista", fue un destacado líder de la causa ecológica, vinculado durante décadas como activista a la organización Greenpeace y asiduo en audaces formas de protesta contra la construcción de autopistas, centrales térmicas y similares atentados contra el medio ambiente. Hoy, arrepentido de sus esfuerzos pasados, vive completamente alejado de la causa, aislado junto a su familia en una hacienda campestre en Irlanda donde enseña a sus hijos a vivir en comunión con la naturaleza y a cultivar sus propias hortalizas. Dando por hecho que cabalgamos hacia el apocalipsis climático y que el ecocidio es ya irremediable, parece que en su ensayo relata cómo serán los días del planeta cuando, felizmente para éste, la civilización haya implosionado y los pocos sapiens que sobrevivan no tengan otro remedio que vivir de nuevo como salvajes. 


Kingsnorth adquirió cierto protagonismo recientemente, cuando anunció su intención de votar a favor del Brexit. Considera que Boris Johnson ha sabido entender que las grandes organizaciones de Estados, como la UE, son democráticamente ilegítimas, y que su nacionalismo puede reforzar los sentimientos locales de amor al terruño, los cuales vienen siendo triturados por la globalización. 


Veamos. De entrada no tengo nada en contra de que un activista, desilusionado con la política y con las contradicciones de su especie, decida que nos den a todos, busque salvar a su familia por sus propios medios y se encierre en una granja a cultivar zanahorias. Cuando lo pienso detenidamente, a mí también me molaría irme a una casa en la campiña de Irlanda, lo que pasa es que el salario no me da más que para un pisito en un suburbio...  


Me llama la atención su lamento respecto a la "traición" del ecologismo, que se ha vendido a la política, sustituyendo el objetivo de salvar el planeta y dialogar con el paisaje por el empeño en reducir las emisiones de CO2. Es inútil, dice, la catástrofe climática ya es irremediable y da igual lo que hagamos; no la vamos a detener por comprar coches eléctricos y separar los restos de basura, panoplias que en el fondo suponen pactar con el capitalismo, como si dentro de una sociedad ultraconsumista como la nuestra fuera posible frenar la debacle . Rechaza también la "politización" del mensaje ecologista, que se ha prostituido al entregarse a la contienda partidista en favor de las fuerzas de izquierda, cuando la defensa del planeta es por definición una causa "apolítica".


Por partes. 



De entrada llama la atención que en una edición dominical donde se habla de 2019, y de los Años Diez en general, como un tiempo de protesta ciudadana en el mundo, se entreviste y se promocione el libro de un señor que nos recomienda desistir porque ya hace tiempo que perdimos la batalla. ¿Qué hacer? Nada, los malos ya han ganado, siempre ganan. Como dijo un entrenador de fútbol: "Sé que voy a ganar un partido cuando advierto que el rival empieza a no creer en la victoria". Yo no sé si la catástrofe climática es ya inevitable, lo que sí sé es que a quienes más contaminan, es decir, quienes más interés tienen en que nos prosperen los acuerdos contra las emisiones, son quienes más desean que triunfen los mensajes disuasorios de los desesperanzados. Curioso: el efecto del mensaje de Kingsnorth, que sabe con certeza que llega el desastre, es idéntico al de los que dicen justo lo contrario, los negacionistas climáticos: no hay nada que debamos hacer. 


Más curiosidades. El mismo que dice que el ecologismo se ha vendido al sistema y que se ha dejado ganar por el posibilismo es el que vota al facha de Boris Johnson y abraza una causa tan insolidaria, reaccionaria y populista como el Brexit... Y -hostia- dice el tío que lo hace por motivos ecologistas.   


Vale, es un capullo, no le demos más vueltas. Pero permítanme una reflexión. Cuando se inició la década dimos por hecho que venían años difíciles. En un planeta superpoblado diez años dan para que pasen muchas cosas desagradables. Pero ésta ha sido también una década sumamente interesante. En 2010 Tony Judt dijo que "algo va mal". Su mensaje, que el discurso neoliberal, hegemónico durante tres décadas, ha confirmado su fracaso, ha dejado de ser cosa de unos pocos intelectuales de la izquierda irredenta. Han hecho fortuna mensajes populistas profundamente cargados de intolerancia, insolidaridad y racismo, es verdad, pero también hemos visto multitudes en las calles protestando enérgicamente contra la desigualdad, el abaratamiento de la democracia, la corrupción de los gestores, la precarización laboral o el deterioro ecológico. 


Podemos -y debemos- emplear esfuerzos en debatir qué mensajes alientan la violencia y la segregación y cuáles demandan más democracia y justicia social; o quiénes reclaman nuevos amos y quiénes buscan empoderar a las multitudes. Hemos visto el ascenso de Trump, Bolsonaro, Johnson y Salvini, pero también hemos vivido el 15M, Occupy Wall Street o la Primavera Árabe, y hemos visto crecer como la espuma el movimiento feminista o la lucha contra el cambio climático. 


Dicen que vivir tiempos interesantes es una maldición. Pero, reconozcámoslo, la crisis económica ha repolitizado nuestras sociedades y nos está sacando a marchas forzadas de aquello que se llamó la dictadura de la indiferencia. Nada me parece más alejado de la ruta que vislumbro para las comunidades contemporáneas que la actitud de personajes como el tal Kingsnorth, que nos invita al confort de la inacción. 


Es verdad, los malos terminan ganando siempre.  Pero me viene a la memoria la frase de Beckett; "Fracasa de nuevo, fracasa mejor". 


Bienvenidos a los años veinte.    

1 comment:

Anonymous said...