Friday, January 10, 2020

LA MALA EDUCACIÓN

La escena transcurre en un pueblo cualquiera de interior. Se celebra una modesta competición amistosa entre equipos de niños menores de 10 años de diferentes localidades. Tras un par de faltas en contra, los familiares acompañantes de este equipo empiezan a increpar en tono airado al árbitro, un chico de unos quince años, dando por hecho que éste actúa deliberadamente contra ellos. 

Cuando el rival, por propios méritos, consigue de forma inesperada darle la vuelta al marcador, el tono reivindicativo de los señores en cuestión -deduzco que padres de los niños que van perdiendo- pasa de airado a claramente agresivo e intimidante. El escándalo llega cuando, tras señalar el colegiado un penalty discutible -en mi opinión, que lo vi de muy cerca, fue penalty-, uno de los padres sale al terreno de juego para ordenar a los niños que se retiren del partido. Tras un largo tira y afloja el partido se reanuda y concluye sin que el tono áspero de los acompañantes se suavice ni un ápice. Como mientras los niños van al vestuario sus padres se quedan un buen rato, enzarzados en trifulcas dialécticas con tirios y troyanos, la policía local termina arrimándose a la cancha para poner orden y que el evento futbolístico termine sin mayores desórdenes. 

Lo más inteligente se lo escucho a una anciana: "Tengan un poco de educación, que hay niños". Esta mujer ha captado lo sustancial: un bárbaro de cuarenta años puede no tener remedio, en él ya se ha forjado un trozo de carne, un patán dedicado a rebuznar desde las gradas de los estadios como un asno. Pero un niño que aún no llega a los diez... demonios, ahí estamos fabricando el Mal en vivo y en directo. Estoy preparado para coexistir con patanes, pero me resisto a ver como se crean otros nuevos. No iba desencaminada la señora, no... Tenían ustedes que ver la violencia y los modos tan antideportivos con los que se emplearon los chavales del equipo perdedor. Incapaces de aceptar algo tan natural, incluso tan saludable, como es la derrota, respiraban ya el aire pútrido con el que sus padres les habían intoxicado. 

Verán, ya no tengo ninguna esperanza de educar a ese gran sector de españoles que, después de casi medio siglo sin Franco -caudillo de España por la gracia de dios-, sigue sin entender que esto de la democracia va de aceptar al que no piensa como tú... incluso de que sea a él a quien le toque gobernarnos a todos. Nadie es angélico, todos vivimos en nuestro laberinto de intereses y tendencias. A mí, por ejemplo, no me gusta que gane elecciones la derecha. Tengo razones para pensar que algunos gobiernos como el de Aznar han hecho mucho daño a este país sin que la Historia, al menos hasta hoy, los haya puesto suficientemente en su sitio. La gestión autonómica que durante dos décadas hemos vivido en el País Valenciano me parece infernal, casi es un milagro que hayamos sobrevivido a tanta incompetencia, a tanto latrocinio. 

...Bien, podría seguir, pero no soy ingenuo. Los batacazos recientes del otrora imbatible socialismo andaluz son absolutamente merecidos, y aún les pasa poco. Algunas de las peores atrocidades que se han perpetrado desde las instituciones son responsabilidad de gestores de la izquierda. Tampoco aquí acabaría, pero, por referirme a mi propia experiencia, basta contarles que algunos de los tipos menos recomendables que he conocido exhibían sin ninguna vergüenza un póster gigantesco de Karl Marx en el centro de la casa. Tengo un vecino, ex policía, que es más facha que Bertin Osborne... Mi visión del mundo no puede estar más lejos de la suya, pero les aseguro que pondría la vida de mi familia en sus manos antes que en las de los monstruos espantosos que he encontrado a menudo en organizaciones sindicales con ínfulas de izquierda profunda. 

Miren, yo soy un tipo con algunas convicciones sólidas y muchas dudas. Mi biografía ideológica es sinuosa y puede que contradictoria. Eso puede tener que ver con lo frágil de mi personalidad, pero lo que no acepto es que se discuta mi capacidad para autocuestionarme. Pese a que digo demasiados tacos, no insulto ni descalifico con frecuencia porque no me siento en posesión de la Verdad y porque en actitudes o creencias que me producen rechazo inmediato trato siempre de buscar algún aspecto salvable, alguna justificación que explique cómo un congénere puede alejarse tanto de lo que a mí me parece que es la sensatez. Hay otra razón: intento ser una persona educada.



Baldoví, el diputado de Compromís, tiene toda la razón: lo que hemos visto estos días en el Congreso va más allá de la contienda ideológica: es una cuestión de convivencia, de principios básicos, es en suma una cuestión de educación. 

Que la derecha española no sepa perder es preocupante. Se pueden cuestionar, hay razón para ello, muchas de las decisiones de Sánchez, empezando por la de forzarnos a una absurda repetición electoral. Y puedo entender que para muchos españoles el pacto de investidura con los independentistas sea una infamia. Lo que me parece inaceptable es que un recinto como es un parlamento se convierta en una jaula de caras desencajadas por la sobreactuación y gruñidos de odio y amenaza. 

Yo sé muy bien qué es la ultraderecha en España. Pero que las maneras típicas del fascismo y la intolerancia se extiendan en un partido pro-sistema como el PP invita a una tensa reflexión. Lo que pasa es que, en realidad, esto no es nuevo, no lo ha inventado Vox. La política del insulto, la crispación y el vocerío ya la practicó insistentemente la bancada azul durante el mandato de Zapatero. Creo, sinceramente, que la derecha española es incapaz de entender que el Gobierno no le pertenece, que la alternancia en el Poder es una condición del sistema, y que las formas son importantes en democracia. 

Y son las suyas unas formas repulsivas. Cuesta mucho, lo digo por la profesión que desempeño, enseñar a los chicos la importancia de aceptar a los que no piensan como tú y guardar unas formas mínimas de respeto. No me lo pongan todavía más difícil de lo que yo lo tengo en una sociedad repleta de adultos intolerantes y cerriles. 

Compórtense como personas y no como simios, señores de la derecha, aunque solo sea porque hay niños mirando.    

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