Wednesday, December 25, 2019

ESPECIAL NOCHEVIEJA

Cuando era crío generaba una gran expectación el Especial Nochevieja de Televisión Española. Con el tiempo descubrimos los niños de los setenta que el programa estaba grabado, que los artistas que salían eran mayoritariamente insufribles y que el país cuyo sentido de la diversión se ponía a prueba aquella noche era bastante casposo. Quedarse en casa a verlo, como en general, dedicarse a ver la tele, terminó pareciéndonos cosa de fracasados, algo profundamente deprimente. 

La idea que hoy solemos hacernos de nuestra paleotelevisión invita a la vergüenza mucho más que la melancolía. Las imágenes recuperadas del pasado nos retrotraen al patetismo de humoristas como Pajares y Esteso, al Ballet Zoom, a las azafatas del Un, dos tres y a los anuncios de Caramelos Sugus, Caramelos Sugus, Sugus de Suchard. Uno piensa que deberíamos estar peor de lo que estamos, teniendo en cuenta que nos educamos con aquella televisión que era la única disponible excepto para los privilegiados que, como mi amigo Javi Muñoz, disfrutaban de la segunda cadena, más conocida entonces como el UHF. 



España se quitó parte de su caspa con la tele en color, que vendió cajas tontas a millones cuando el Mundial 82. Llegó La bola de cristal y los yanquis nos enviaron a Starsky y Hutch, Los ángeles de Charlie o la impagable Dallas. Que el Rey salvara a España del 23F nos dejó convencidos de que la democracia tenía futuro y el terreno quedó preparado para la Ley del Divorcio y la llegada de las televisiones privadas, algo por lo visto muy deseable y que muchos saludaron como el triunfo definitivo de la libertad de expresión y la consolidación de una sociedad plural y colorista.

Recuerdo bien lo que oí decir a un niño en los noventa sobre TeleCinco: "Es un Canal en el que parece que siempre sea Nochevieja". No había más que ver el programa que presentaba Milikito, con las Cacao Maravillao, o, hablando de tías buenas, de Ay, que calor, programa italiano presentado por un gorrino gordo y sudoroso en el que mozas de buen ver bailaban y terminaban enseñando las tetas. La libertad al fin había triunfado y este viejo país ineficiente -como lo llamaba Gil de Biedma- se hacía digno de la Revolución Burguesa que los señores feudales habían aplastado a base de cristazos.

No hay más que ver el nuevo TeleCinco: horas y horas donde un hatajo de indeseables destrozan a pobres desdichados que prostituyen su dignidad a cambio de quince minutos de fama y unas pocas perras. Siempre me acuerdo de aquel viejo loco interpretado por Luis Ciges que salía en Todo por la pasta, un digno thriller de Urbizu. Cada poco el tipo se subía al tejado del geriátrico y amenazaba con lanzarse al vacío. La enfermera que acudía a rescatarlo le prometía ponerle la tele todo lo que él quisiera. Y él contestaba a voz en grito: "¡La tele no, que en la tele solo salen hijos de puta!" Podía haberse conformado con decir lo que pensamos todos, que la tele es mala, pero los locos acuden sin remilgos al corazón de la verdad. No hay un solo aforismo de Nietzsche o Cioran con tanta sabiduría como recoge esa frase de un hombre desesperado. 

Exceptuando los partidos de la selección española, que aún se dan en abierto, no creo que haya nada en la tele que reúna tantos espectadores como las tertulias de las hienas de telecinco, lo cual demuestra que muchos de nuestros conciudadanos son dignos de un país de Pajares y Esteso. 

Este fenómeno por el cual la tele que se ve de forma mayoritaria es pura mierda durante horas y horas se explica por el proceso de  individualización de la sociedad, que ha terminado por convertirse en la estrategia de dominación característica del capitalismo globalizado. Si quieres ver lo mismo que las multitudes, no hay mucho más que poner las tertulias de las hienas. Si quieres calidad, debes aceptar que hoy ver televisión es fundamentalmente un acto privado: la era dorada de las teleseries ha propiciado una forma de consumo que nada tiene que ver con la  paleotelevisiva, propia de las sociedades del siglo XX.


No siento nostalgia, no más que esa asociación entrañable que hace nuestra memoria con las banalidades que rodeaban nuestras vidas cuando éramos jóvenes. No veré el Especial Nochevieja, ni siquiera para saber cuánta piel enseñará Cristina Pedroche cuando lleguen las uvas. 


Pero permítanme: siempre recuerdo el efecto que, a la mañana siguiente, se advertía entre los niños en el patio con cualquier estupidez que hubiera pasado la noche anterior en el único canal que todos veíamos. De alguna manera, aquella lógica todavía franquista reunía a las familias  y cohesionaba a la nación, aunque solo fuera para criticar a alguien que había escandalizado a las abuelas... Como cuando Krahe cantó aquello de "como un gilipollas", Lola Flores perdió un pendiente, Uri Geller dobló cucharas con su telepatía, España superó la Batalla de Belgrado para meternos en el Mundial de Argentina o Jiménez del Oso nos convencía de que los marcianos estaban al caer. Todo tiene ahora un fuerte aroma a candidez y, en cierto modo, a ilusión por las supuestas maravillas que las libertades iban a regalarnos. Todo era pueril... 


...todo menos, como diría Rajoy, "alguna cosa". Por ejemplo aquellos coloquios inolvidables de La Clave o las entrevistas magistrales de Soler Serrano en A fondo. Vean, si aceptan el consejo, la que le realizó a Julio Cortázar. Es una joya. La encontrarán en youtube, of course.


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