Tuesday, June 02, 2020

EL ASESINATO DE GEORGE FLOYD

Los disturbios de los últimos días constituyen un episodio más dentro de la lógica de supremacía racial que forma parte inextricable de la historia de la que todavía es la nación más poderosa e influyente del mundo. No soy sin embargo demasiado amigo del término "racismo", que de entrada parece un insulto que uno lanza siempre a otros. Sospecho que tendemos a ponerlo en circulación a bajo coste ante conflictos como éste sin percatarnos del peligro de vaciarlo de contenido. Intentemos pues elaborarlo un poco más.

Bien pensado, el rechazo al distinto siempre estuvo entre nosotros. Constituye una reacción hasta cierto punto justificable ante el temor que las comunidades han tenido siempre a que la llegada de extraños -en mayor medida si era multitudinaria- amenazara la cohesión e incluso la supervivencia del grupo original. La historia misma de las identidades colectivas es la de las formas de asimilación o reprobación de lo distinto, de los conflictos -a menudo sangrientos- que el encaje local de los extranjeros y sus extrañas costumbres han ido generando… a veces para resolverse con una asimilación enriquecida mediante el mestizaje, y a veces mediante el acoso o incluso el exterminio.

Siempre me intrigó, por ejemplo, el tema judío. Desde hace más de un milenio, la presencia de núcleos judíos en las ciudades ha sido un factor dinamizador para la economía y la cultura del viejo continente, hasta el punto de que lo que llamamos la modernidad sería irreconocible sin la aportación de sefardís y azquenazís. Sin embargo han sido frecuentemente objeto de persecución. ¿Hay muchas naciones en el planeta que puedan presumir de haber eludido en todas sus formas el supremacismo étnico? A España llegaron hace siglos unos señores llamados gitanos desde el norte de África… no tengo la sensación de que sea una cuestión resuelta.

¿Qué está pasando en Norteamérica? Nada que no haya pasado antes.  Es cierto que no se habían presenciado movilizaciones como éstas desde los años sesenta, cuando todavía se tenía que luchar por derechos civiles como poder sentarse en un autobús o entrar a un lavabo no segregado. Conviene recordar los disturbios colosales de Los Ángeles cuando la policía local apaleó brutalmente y sin motivos que lo justificaran al taxista Rodney King. Otros casos han generado protestas no solo locales, y el detonante ha sido de forma recurrente un episodio de abuso policial como el que ha causado la muerte de George Floyd en Minneapolis. No sé si han visto el video. Es escalofriante. Solamente un psicópata se comporta de esa manera ante un hombre indefenso cuyo delito es haber pagado en una tienda con un billete falso. Floyd no es asesinado por un momento de estrés, por una sobrerreacción propiciada por miedo o por un simple arrebato de furia… Esto es otra cosa. En cualquier caso, lo que determina en primera instancia la revuelta es el sentimiento de impotencia e injusticia que genera la impunidad de los abusadores -o de los criminales-, como se ha podido advertir en incidentes anteriores.

Racismo, sí… pero la historia de la segregación racial en los EEUU se yergue desde un trasfondo que va bastante más allá de la tensión que genera la cercanía de una persona con la tez oscura. Norteamérica ha construido su célebre prosperidad desde el exterminio de los indígenas y la inhumana explotación de los millones de negros que se importaron de África. Cientos de años después de aquellos viajes infernales a través del Atlántico y tras generaciones de esclavitud, ser afroamericano sigue suponiendo tener muchas más posibilidades de ser pobre, sobrevivir a duras penas entre el paro y el trabajo precario, sufrir asaltos, enfrentarse a la violencia de las bandas, ser tempranamente desescolarizado, sufrir enfermedades sin recibir la atención sanitaria adecuada…

Imaginen por un momento que son un padre o una madre afroamericana que sobrevive a trancas y barrancas de forma honrada. Tiene hijos a los que intenta dar una vida digna pese a que los obstáculos contra los que lleva toda la vida peleando no se acaban nunca. Acostumbrado a presenciar, y a veces a padecer, la brutalidad policial, hoy acude a una manifestación contra el racismo y ve cómo el señor que ocupa la Casa Blanca le acusa de terrorista porque entre los manifestantes hay elementos violentos o porque unas calles más abajo hay disturbios y enfrentamientos.

Hace ya medio siglo que Martin Luther King dijo tener un sueño. Lo asesinaron, seguramente porque cuando se dio cuenta de que podía conseguir que unos pocos chicos negros fueran a la universidad, se planteó si no era el momento de continuar la lucha contra el supremacismo trazando una hoja de ruta que sacara a los afroamericanos de la pobreza endémica. Desde entonces hemos tenido a Michael Jordan, Will Smith e incluso un presidente llamado Obama, un negro que ahora se nos aparece como un prodigio de sensatez y moderación ante la barbarie de Trump.

Forma parte ya de mi memoria recurrente la cuarta temporada de The Wire, esa obra magna que, acaso por suerte, no ha terminado de ser entendida. No me avergüenza recordar las lágrimas que me hizo derramar la cuarta temporada, que enfocaba la infección social de Baltimore en unas escuelas públicas burocratizadas e inútiles, pobladas de profesores cínicos o agotados y de adolescentes negros destinados a la pobreza, la droga y la delincuencia. Ante el relato de la trayectoria del grupo de amigos que protagonizaron aquel relato digno de Dickens, me convencí de algo terrible: para sobrevivir en las calles de una urbe como Baltimore siendo negro necesitas determinación, inteligencia, prudencia, fortaleza, coraje… Sí, todo eso… pero, por encima de todo necesitas otra cosa: suerte, mucha suerte.

Me temo que vamos a gente muy enfurecida.   

 

 


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