Friday, December 25, 2020

NOSOTROS, LOS "TIERRA-GLOBO"


En vísperas de Inocentes veo un documental sobre el movimiento terraplanista. Cinematográficamente no es gran cosa, pero da igual: el valor del contenido hace recomendable su visionado.

A grandes rasgos, la cosa es más o menos así. En el siglo XIX , un tal Samuel Birley Rowbotham publicó los resultados de sus arduos estudios, en los que concluía que, tal y como la Biblia ya nos hizo saber miles de años atrás: la Tierra es plana. Los seguidores de Rowbotham crearon la Sociedad Zetética -no dirán que no mola el nombre-, que participó en encendidos debates públicos y se vio envuelta en juicios por fraudes y calumnias. También sabemos que, siguiendo los pasos de Rowbotham, se creó una comunidad teocrática llamada Zion, que se instaló cerca de Chicago y sobrevivió hasta mitad del siglo XX, tras una larga sucesión de escándalos por oscuras maniobras financieras y explotación de seres humanos en condiciones de esclavitud. 


En los años posteriores, el programa espacial contó con el escepticismo de un terraplanista llamado Daniel Shenton, quien lanzó la especie de que las fotografías de los primeros astronautas, en las que se evidenciaba la esfericidad del planeta, estaban trucadas y formaban parte de una gigantesca conspiración para engañar a toda la humanidad. Asimismo, se dio por hecho que episodios como el del alunizaje de 1969 correspondían a trucajes cinematográficos manufacturados en Hollywood. 



En los últimos años el terraplanismo se ha reactivado, y es de sus actuales héroes de lo que trata el documental. Gira en torno a la actividad de Mark Sargent, al que mi olfato identifica de inmediato como un perfecto farsante. "Siempre le han encantado las conspiraciones", dice de él su esposa, quien curiosamente ve algunas pegas a la hipótesis terraplanista. Hay una señora, Patricia Steere, muy mona ella, que parece encantada de haberse convertido en musa del movimiento. "Lo que pasa con Patricia es que está muy buena", dicen algunos de sus adeptos, no quedando claro si la siguen por su enorme talento científico o porque sueñan con tirársela. 


En la reunión anual de la nueva religión uno diría que se respira una felicidad similar a la que los cristianos perseguidos por el Imperio Romano sentirían cuando se reunieran en las Catacumbas. En ese momento el hatajo de frikis y lunáticos que se han ido conociendo en los últimos años a través de internet pueden soltar sus majaderías sin que nadie les censure. Allá se venden maquetas de la Tierra Plana, la gente se hace fotos con los líderes, hay incluso un macarra que muestra orgulloso su moto tuneada con emblemas del movimiento. Que los promotores del asunto son en esencia unos cínicos... de eso no me cabe duda. Hasta qué punto es ancha la línea que separa a un manipulador, con la imaginación y la desvergüenza suficientes para lograr algo de fama y dinero con cualquier mamarrachada, de un pobre desdichado capaz de creerse lo que sea con tal de sentirse aceptado en algún sitio... eso no sé contestarlo. 


En pleno festival de conductas esperpénticas uno escucha aseveraciones tan ridículas que desatarían la hilaridad de un niño de primaria. El problema es que son pronunciadas con tal convicción y reciben tantos aplausos que solo hace falta un poquito de fragilidad psicológica y algo del atrevimiento del ignorante para que se den por absolutamente probadas e incuestionables. Empiezo a acordarme de los viejos perturbados que retrató Luis Landero en "Juegos de la edad tardía", donde uno presiente la invencible sombra quijotesca, cuando descubre que dentro del movimiento terraplanista ya han surgido escisiones y herejías, y que hay quien cuestiona el liderazgo de los "oficialistas" y hace sonar los tambores de una inminente contienda para desenmascarar a los traidores. 


En fin... 



Un asunto como éste no requeriría mayores reflexiones de no ser porque creo que -pese a su carácter minoritario y ubuesco, o precisamente por ello- nos puede ayudar a detectar algunos síntomas de la que, posiblemente, sea la peor enfermedad de nuestro tiempo: el descrédito del conocimiento o, si lo prefieren, la incapacidad -peligrosamente extendida- para distinguir la verdad de la opinión... entendiendo como "opinión" cualquier soplapollez que se le ocurra al influencer de turno. 


Hace como medio siglo, Jean Baudrillard, teórico por excelencia de los simulacros y de todo eso a los que ahora llaman "posverdad", ya se hizo eco de este tipo de movimientos cuando empezaron a aparecer en Europa los negacionistas del Holocausto. Curiosamente, los mismos argumentos que sirvieron a Hitler para exterminar millones de inocentes fueron usados por sus defensores de finales de siglo: los judíos conspiran. Y así, de igual manera mas de medio siglo atrás, se hizo valer la artera propensión de los judíos a manipular a la opinión pública para hacernos ver que todo aquello de Auschwitz y demás había sido un invento. "Despertad", se nos decía, "os engañan". El día que se descubrió que decir estupideces podía dar éxito y dinero, siempre que las "verdades" que se enunciaran correspondieran a lo que muchos deseaban oír, se sentaron las bases de la cultura fake que tanta presencia ha tenido en los últimos años. 


No estoy seguro de que la mejor manera de contrarrestar la posverdad, el fake o el negacionismo pase por poner sobre la mesa  argumentos científicos, aunque bueno sería que en la escuela los profesionales les recordemos a nuestros alumnos que la medicina y la meteorología no son lo mismo que el reiki o el tarot. Como explica Baudrillard, la cuestión no es si lo que dicen tiene base, pues obviamente no la tiene... lo llamativo es que tengan éxito y difusión precisamente cuando lo que defienden es infumable y ridículo. El diagnóstico del pensador francés me viene dando que pensar desde hace décadas: lo que se ha difuminado es la autoridad... habiéndose desplomado el prestigio de los agentes creadores del sentido que cohesiona a la comunidad, resulta que cualquier superchería puede tener éxito. Es el grado cero de la promesa ilustrada: en plena era mediática, lo verdadero es lo que a mí me apetece que sea verdadero. 


Me pregunto, siempre siguiendo a Baudrillard, si no hemos entrado en un ciclo en el que la Ciencia y la Historia estén volviéndose, de alguna manera, inconcebibles. ¿Por qué leer los diálogos de Galileo o atender a los descubrimientos de Newton o Darwin si los que ahora mismo bullen de actividad y entusiasmo son los terraplanistas? ¿Por qué documentarse con verdaderos historiógrafos si lo que yo quiero es que aparezca un panoli diciéndome que Franco no era tan malo y que en el bombardeo de Guernica solo murieron dos gatos y del susto?



A fin de cuentas, todo esto no debería extrañarnos tanto. Vivimos en un país donde la mayoría de los periódicos que todavía se imprimen viven a costa de decirles a sus cándidos lectores lo que quieren leer, es decir, que el gobierno está formado por íncubos del demonio, que los catalanes son malvados y que en las escuelas públicas adoctrinamos a los niños para volverlos a todos maricones. 


"Los Tierra-globo", llaman en el documental a los tipos que piensan como yo. Ay, señor: luego nos extrañamos de que un esperpento como Donald Trump haya gobernado la nación más poderosa del planeta durante cuatro años.

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