Friday, October 08, 2021

PAGAR IMPUESTOS

 


No debería hacer falta explicar a la gente por qué pagamos impuestos. Entiendo que, de entrada, la palabra nos ponga a todos a la defensiva. “Imponer” implica coaccionar, tomar algo a la fuerza que no se concedería de buen grado. Esta precisión semántica invita a pensar en la famosa definición de estado como “aquel al que se atribuye el monopolio de la fuerza”, que debemos al imprescindible Max Weber. Existen sin embargo sinónimos que no arrastran las mismas connotaciones, como “tributar”, o el medieval “diezmo”. En uno u otro caso, entendemos que hay una administración que recauda en capital o especies de sus súbditos, y que es perfectamente humano desear que al jinete uniformado y su séquito se les olvide este año pasar por nuestra hacienda y llevarse una parte, que siempre nos parece excesiva, del grano que hemos obtenido agachando el lomo como mulas de carga.

Ahora bien, desde que el mundo es mundo, o mejor dicho, desde que existe la civilización, siempre ha hecho falta sufragar una administración. Con el tesoro público resultante se financian cosas tan buenas como la construcción de caminos, escuelas y torres de vigilancia, o tan malas como mazmorras, cañones o patíbulos. Supongo que un anarquista profundo recordará aquello de “no le deseo un estado a nadie” y contestará que las grandes estructuras burocráticas se crearon no para liberar a los ciudadanos sino más bien para garantizar su esclavitud. Sugerente principio, pero hay un pequeño problema: sin instituciones no podríamos vivir, y, como dice Tony Judt, “de momento no hemos inventado nada mejor que los estados”.

Hablando del monopolio de la fuerza y de las atribuciones de la res pública, recuerdo de la universidad a un radical que afirmaba de forma concluyente la necesidad de acabar con el ejército. Yo simpatizaba con su convicción pacifista, pero cuando una anciana le preguntó lo típico en estos casos -“y si no hay soldados, ¿qué hacemos si nos invade el Rey de Marruecos?-, yo no terminé de ver clara su respuesta, aunque me eché unas risas:

“Pues que entren las tropas de Hassan II... a mí me la sopla”

 




Supongo que ven por donde voy. No me gustan demasiado las fuerzas armadas, de hecho hice en su momento lo que pude por librarme de la mili, pero lo que no soy es gilipollas. Hablando de radicales, también recuerdo el caso de un pequeño terrateniente para el que trabajé en una ocasión, y al cual yo definiría como un “anarquista reaccionario”. Era un activo defraudador fiscal. Decía que si venían “los moros, yo los espero en mi casa con la escopeta cargada”. Alguien podría pensar que si todos actuáramos así no harían falta ejércitos, pero yo más bien creo que harían falta legiones armadas hasta los dientes para evitar que nos matáramos unos a otros.

 

Siento haberme hecho mayor y, por consiguiente, escéptico en relación a ciertos excesos pueriles del radicalismo. Pero, verán, a menudo me malicio que a los amos del mundo les encanta oír que lo público no funciona y que el Estado nos oprime, pues lo que desean es justamente eso, debilitar hasta sus últimos extremos su poder garante de la justicia y el derecho para que triunfe de una vez por todas y sin trabas la ley del más fuerte.

A ver. El País, al que por primera vez en mucho tiempo estoy dispuesto a elogiar, ha sacado a luz una trama de empresas off shore en paraísos fiscales que, lejos del caso puntual, parecen corresponder a un problema sistémico. No voy a explicar qué es un paraíso fiscal ni cuáles son las monstruosas dimensiones del fraude que propician, pero tengo claro desde hace mucho que constituyen uno de los grandes cánceres de la comunidad planetaria y que deben ser perseguidos porque ocasionan desigualdad, injusticia, violencia terrorista, criminalidad… ¿No hablaba Bush jr, de “El eje del Mal”? Pues ahí lo tienes, majadero, por ejemplo en unas islitas a unas pocas millas de tus costas.

Un neoliberal me dijo que lo que hay que hacer con los paraísos fiscales es “competir con ellos”. Supongo que el odioso dumping fiscal que con respecto a otras comunidades españolas ejerce actualmente Madrid debe parecerle estupendo. Lo que a mí me parece es que a los tramposos hay que sancionarlos, pues jugar dopado es jugar sucio. El problema no es solo nacional, obviamente. A lo mejor soy un racista, pero no creo que haya en el mundo un país más odioso que Suiza, aunque en el pack podríamos meter a otros, y no solo a los ya reconocidos como Luxemburgo, Mónaco o Liechtenstein, que parecen haber sido creados para que los amos del viejo continente custodien sus tesoros de la supuesta codicia de los burócratas.

Las autojustificaciones son conocidas. Enumero, algunas son muy divertidas.

 

1.     Mis impuestos sufragan a funcionarios vagos y políticos corruptos.

2.     Todo lo que se gestiona desde la administración pública y no desde las leyes del mercado es ineficaz.

3.     No es ilegal buscar salidas menos gravosas para mis bienes.

Podríamos seguir. Hasta llegar a declarar que la fiscalidad es un robo y que viviríamos mejor sin impuestos no va demasiado trecho. A mí, que soy malicioso, todos estos mantras de los think tanks liberales me huelen un poco a chamusquina. Yo también me desgravo mis cosillas, e incluso he llegado a acceder a los deseos del fontanero que me arregló el wc y me dijo que no me haría recibo. No soy un santo. Pero la realidad es que pago unos impuestos bestiales al consumo, a través de las facturas de agua o luz y, por supuesto, a través del IRPF, que me resta un tanto por cien altísimo de mi sueldo bruto. Me ponen enfermo la corrupción y las puertas giratorias, pero sospecho que quienes más hacen por untar a los políticos o meterlos en sus consejos consultivos cuando salen de los partidos son precisamente los amos financieros del país.

Si por ellos fuera, el papel del estado no sería otro que el de hacer de policía vigilante de sus negocios y sus propiedades. Por fortuna no estamos en el Antiguo Egipto, no pagamos impuestos para construirle mausoleos a cuatro magnates. Hay Estado porque necesitamos hospitales, carreteras, escuelas, policía… existen las instituciones porque si lo dejáramos todo en manos de los “emprendedores”, los usureros, el Ibex y demás próceres del mal llamado “mercado libre”, entonces viviríamos en un mundo hobbesiano, una especie de selva donde toda sombra de justicia se asfixiaría bajo los gruñidos de los depredadores.

 

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