Sunday, December 22, 2024

CONTRA "YELLOWSTONE"

 








Me cuesta mucho entender que es lo que analistas tan reputados como Sergio del Molino ven en Yellowstone. Cometí en su momento el error de seguirla porque siempre me sedujo el western, de ahí que asista ahora con alivio al final de su quinta temporada, que podría suponer también la clausura de la serie. No es algo que pueda asegurarse, pues con la marcha de su gran factotum, -actor principal y productor-, Kevin Costner, la saga optó por continuar, por lo que cualquier cosa es posible. Lo que sí parece inevitable es que se ideen nuevos derivados de la franquicia, similares a las precuelas ya realizadas, 1888 o 1928. Es tentador seguir explotando el incuestionable tirón popular que en Norteamérica tiene esta teleficción.

No tengo dudas: Taylor Sheridan es un tío muy listo. Es más dudoso que sea un cineasta talentoso. Es lo mismo que pienso de Costner, que siempre me pareció un discreto actor. Como director logró un producto digno, aunque en mi opinión sobrevalorado, Bailando con lobos. Entiendo que ahora, en plena senectud, crea que puede conmocionarnos con Horizon: an american saga, pero alguien que quiera a Kevin debió haberle explicado que invertir su fortuna en un proyecto tan ambicioso era cuanto menos arriesgado. El disparate de western que le ha quedado llegó a producirme sonrojo. No estoy seguro de si quiere ser una mezcla de Ford y Hawks –seguro que cree que lo puede hacer mejor que ellos-, pero es frustrante, con el talento que supongo que hay silenciado por el mundo,  que alguien supuestamente carismático  emplee unos recursos colosales para perpetrar semejante empastre cinematográfico. Si hay algo peor que ser malo es serlo y no saberlo; si hay algo peor que una peli pobre y gris es un engendro pretencioso y que huele de lejos a dólares a mansalva tanto como a inoperancia y desmesura.

Vuelvo a Yellowstone, nada que reprochar al bueno de Costner. Mantiene el tipo como protagonista, rodeado de algunos actores bastante dudosos, y ha aportado lo suyo como parte del equipo de producción. El problema no es Costner. A mí puede no gustarme en exceso, pero, con su abrupta despedida a finales de la cuarta temporada, ha resultado que la serie pasó de ser mala a casi abominable. La quinta no es solo un mejunje, es estrambótica, casi hilarante. El desenlace es de una torpeza inconcebible.

Todo sea dicho, hasta la calamitosa última entrega, yo era crítico con Yellowstone, pero la veía con relativo placer, en la línea del divertimento ligero. La historia de los Dutton, tal como se presentaba en 1888, cuando llegan a Montana, podía obtener algún interés. Baja considerablemente en la segunda entrega, 1928, salvada un poco a trancas y barrancas por Helen Mirren y Harrison Ford. En cuanto a la tercera, que es la serie madre, y la que de verdad obtuvo una repercusión máxima en los USA, tiene incuestionables atractivos. En cualquier caso, no es mucho más que una revisión del modelo de saga capitalista y grandilocuente que desde la mítica Dallas creó escuela en los años ochenta hasta que se agotó por saturación y aburrimiento.

He dicho “ganchos”.  Como en El Rey Lear –siempre el Rey Lear- nos encontramos el drama de una herencia paterna y tres hijos incapaces de asumirla. Como en la Biblia hay un Caín que se arrima a Lucifer para planificar su venganza. Pero el arma maestra de la serie es Beth, hija y furioso cancerbero de los intereses de John Dutton, cuyo odio a su hermano adoptivo, Jamie, atraviesa las cinco temporadas hasta el punto de convertirse en su auténtico eje narrativo. La gracia que puedan tener la arrogancia y el desequilibrio mental de Beth Dutton se autorrefuta insistentemente al alternar, como en un péndulo surrealista, conductas de una malignidad atroz con paisajes románticos de su amor por el vaquero Rip. Un desastre, vamos.

El problema de Yellowstone es que Sheridan cree saber muy bien qué es lo que el público quiere, y eso en términos artísticos equivale a mainstream, es decir, a producto olvidable, de consumo rápido y fácil digestión.

Pero Yellowstone es además, un producto atravesado por valores muy discutibles. Es, sin duda, un relato reaccionario, yo diría que muy al gusto de la lógica Trump, hoy tan ufana de su propio éxito. Presume de proteger la naturaleza y los modos de vida antiguos –indios y vaqueros, ya saben- contra los especuladores, los industriales y los turistas. La América eterna, el individuo que se aventura a sobrevivir en un entorno tan hermoso como salvaje frente a la mezquindad de los mercaderes y los burócratas. Ese espíritu, que triunfa al final, cuando el Rancho Dutton regrese a poder de los pieles rojas, arrastra unas pretensiones de integridad moral que contrastan hasta la reducción al absurdo con la condición de asesinos en serie y vulgares criminales que tienen los miembros del Rancho Dutton.

Al menos en Dallas sabíamos que JR era un cabronazo. Aquí, o son todos unos asesinos o son tontos del culo como Kayce, el hijo hippie y proindio, pero todos pueden ser justo lo contrario en función de las necesidades narrativas. Qué hipocresía. JR era una master diabólico del capitalismo más despiadado. Fiel a la lógica trumpista que hoy domina la esfera republicana, lo que ofrece Yellowstone es un fresco mixtificado de un Oeste que nunca existió pero que está en el imaginario yanqui del “Make America great again”.

 Enhorabuena, Sheridan: John Dutton después de muerto nos devuelve el olor a sudor, a vacas, a praderas y a indios sioux para echar por el precipicio el mariconerío blandurrón de la cultura woke que envenena a la nación destinada a dirigir el mundo.







Friday, December 06, 2024

LA GENERACIÓN DE CRISTAL (O DE LO QUE SEA)

 









“La generación de cristal”. La etiqueta ha hecho fortuna porque es ingeniosa y eficaz. Pero, como tópico de la sociología, abre espacios muy amplios para su refutación.

En las últimas semanas, sin ir más lejos, se ha recalcado la inusitada fortaleza de nuestros jóvenes, que habría servido en las localidades más dañadas por la DANA para compensar la inutilidad de los políticos. “El pueblo salva al pueblo”, ya saben.
“Generación de hierro”, esto lo he leído mucho últimamente. Más que una refutación parece una venganza. Puede que lo del cristal dichoso sea generalista y sesgado, pero “de hierro”…qué quieren que les diga, no se me ocurre una fórmula menos certera para diagnosticar la problemática juvenil de nuestro tiempo.
Cualquiera que entra en un aula repleta de adolescentes sabe que incluso en los grupos más anodinos hay alumnos cuyo mapa moral incluye algo más que videojuegos, fútbol y las baladronadas de algún youtuber jactancioso. Pero es que, como dice Elvira Lindo, “si no generalizo no escribo”. Es incuestionable que habitamos un contexto de extrema susceptibilidad. Tenemos una juventud hipersensible, pero no se equivoquen, no es un conflicto generacional, pues resulta que tenemos una sociedad hipersensible, una sociedad “histerizada”, si me permiten recurrir a Freud.
Un día a alguien se le ocurrió eso de los “ofendiditos”. Y acertó. Otra cosa es que con esa burla puedas detener un tsunami. Desconfío por sistema de todas las críticas a lo woke y a la corrección política, sobre todo porque sé de dónde suelen provenir. Ahora bien, de igual manera que es repudiable una sociedad violenta y despiadada, donde los niños duermen en las calles y a los gays los ahorcan, convendría que nos preguntásemos si un exceso de higiene moral no obedece al final a motivaciones más oscuras que la de proteger a los débiles, amparar la diversidad y neutralizar la ley del más fuerte.
En los últimos años algunos compañeros de trabajo, formados en las nuevas pedagogías, (que por cierto me niego a llamar “libertarias”) insisten en reprocharme a mí y a otros compañeros, veteranos normalmente, ciertos usos supuestamente agresivos con los que nos dirigimos a nuestros alumnos. Apelan a la atención a la diversidad y nos recuerdan que debemos ser cuidadosos para evitar situaciones ofensivas.
No se piensen que estoy hablando de actitudes racistas, machistas o similares. Soy algo borde, pero no soy un reaccionario. En una clase de antropología, pregunté a un alumno japonés si conocía la escritura kanji, y parece que se sintió molesto porque a lo largo de su infancia había recibido muchas burlas por su procedencia y exigía que no aludiéramos en público a su condición étnica. En otra ocasión, a vueltas con el tema de la prostitución, pregunté a una alumna recién llegada de Cuba si conocía el caso de las jineteras, tras lo cual ella acudió a la jefa de estudios para explicarle que yo la había relacionado con la prostitución. Sumo y sigo, a una adolescente le dije que con el jersey tan alto iba a coger una lumbalgia, tras lo cual me dijo muy ofendida que yo había cuestionado el decoro de su atuendo.
Si les apetece sigo, la historia es interminable. No me estoy quejando de nada. Sé con qué materia prima trabajo y un adolescente es por definición una persona en construcción y, por tanto, propensa a la susceptibilidad. Que este problema, el de la sobrerreacción a las supuestas ofensas –hasta el punto de que cualquier cosa puede ser constitutiva de insulto- nos esté desbordando actualmente solo significa que debemos trabajar más y mejor.
Lo que de verdad me preocupa es que se crea que el problema está en el falso ofensor y no en el “ofendidito”. Y temo que podemos estar equivocándonos de objetivos.
A lo largo de un solo día yo me siento ofendido muchas veces y por múltiples razones. No me pongo a la cola de las víctimas pendientes de no sé qué reparación porque mi biografía ha sido –como la de cualquiera de ustedes- una sucesión de traiciones, hostias, batacazos y humillaciones. Me han dado hasta en el carnet de identidad, y yo le he pagado al mundo con la misma moneda, ¿qué creían?, soy tan hijoputa como cualquiera.
Por eso precisamente me cuesta entender que no veamos la evidencia de que estamos equivocándonos con la educación de nuestros hijos. Los niños van a la escuela como se va al ejército, no se engañen, por Dios. La escuela uniformiza, y debe hacerlo. Cuando un profesor explica a sus alumnos adolescentes el encanto de la singularidad y les incita a dar vía libre a sus emociones debería pensar en el esfuerzo titánico que antes han hecho otros maestros para que los niños aprendan a no mearse encima, sentarse en un pupitre, guardar un turno de palabra o no interrumpir con la primera gilipollez que se les ocurra. Y eso tiene un nombre: disciplina, esfuerzo o, si lo prefieren, solidaridad colectiva.
Claro que hay que proteger y fomentar la diversidad. Claro que hay que evitar caer en el racismo, el machismo o la discriminación de los distintos. Pero para que lo diverso encuentre espacios en los que respirar, es necesario que todos entendamos que formamos parte de un gran edificio social donde la convivencia solo es posible en la medida en que nos demos ciertas reglas cuyo cumplimiento debe ser obligatorio. Ofendemos porque existimos y decimos lo que pensamos. Si el objetivo de mis intervenciones públicas es no ofender, entonces es mejor que me recluya en el silencio. Y eso es una claudicación.
No educamos para evitar crearle traumas a la gente. Educamos, y lo diré cuántas veces haga falta, para evitar que Auschwitz se repita. Y no estoy nada convencido de que estemos ganando esa batalla.