Me cuesta mucho entender que es lo que analistas tan reputados como Sergio del Molino ven en Yellowstone. Cometí en su momento el error de seguirla porque siempre me sedujo el western, de ahí que asista ahora con alivio al final de su quinta temporada, que podría suponer también la clausura de la serie. No es algo que pueda asegurarse, pues con la marcha de su gran factotum, -actor principal y productor-, Kevin Costner, la saga optó por continuar, por lo que cualquier cosa es posible. Lo que sí parece inevitable es que se ideen nuevos derivados de la franquicia, similares a las precuelas ya realizadas, 1888 o 1928. Es tentador seguir explotando el incuestionable tirón popular que en Norteamérica tiene esta teleficción.
No tengo dudas: Taylor Sheridan es un tío muy listo. Es más dudoso que sea un cineasta talentoso. Es lo mismo que pienso de Costner, que siempre me pareció un discreto actor. Como director logró un producto digno, aunque en mi opinión sobrevalorado, Bailando con lobos. Entiendo que ahora, en plena senectud, crea que puede conmocionarnos con Horizon: an american saga, pero alguien que quiera a Kevin debió haberle explicado que invertir su fortuna en un proyecto tan ambicioso era cuanto menos arriesgado. El disparate de western que le ha quedado llegó a producirme sonrojo. No estoy seguro de si quiere ser una mezcla de Ford y Hawks –seguro que cree que lo puede hacer mejor que ellos-, pero es frustrante, con el talento que supongo que hay silenciado por el mundo, que alguien supuestamente carismático emplee unos recursos colosales para perpetrar semejante empastre cinematográfico. Si hay algo peor que ser malo es serlo y no saberlo; si hay algo peor que una peli pobre y gris es un engendro pretencioso y que huele de lejos a dólares a mansalva tanto como a inoperancia y desmesura.
Vuelvo a Yellowstone, nada que reprochar al bueno de Costner. Mantiene el tipo como protagonista, rodeado de algunos actores bastante dudosos, y ha aportado lo suyo como parte del equipo de producción. El problema no es Costner. A mí puede no gustarme en exceso, pero, con su abrupta despedida a finales de la cuarta temporada, ha resultado que la serie pasó de ser mala a casi abominable. La quinta no es solo un mejunje, es estrambótica, casi hilarante. El desenlace es de una torpeza inconcebible.
Todo sea dicho, hasta la calamitosa última entrega, yo era crítico con Yellowstone, pero la veía con relativo placer, en la línea del divertimento ligero. La historia de los Dutton, tal como se presentaba en 1888, cuando llegan a Montana, podía obtener algún interés. Baja considerablemente en la segunda entrega, 1928, salvada un poco a trancas y barrancas por Helen Mirren y Harrison Ford. En cuanto a la tercera, que es la serie madre, y la que de verdad obtuvo una repercusión máxima en los USA, tiene incuestionables atractivos. En cualquier caso, no es mucho más que una revisión del modelo de saga capitalista y grandilocuente que desde la mítica Dallas creó escuela en los años ochenta hasta que se agotó por saturación y aburrimiento.
He dicho “ganchos”. Como en El Rey Lear –siempre el Rey Lear- nos encontramos el drama de una herencia paterna y tres hijos incapaces de asumirla. Como en la Biblia hay un Caín que se arrima a Lucifer para planificar su venganza. Pero el arma maestra de la serie es Beth, hija y furioso cancerbero de los intereses de John Dutton, cuyo odio a su hermano adoptivo, Jamie, atraviesa las cinco temporadas hasta el punto de convertirse en su auténtico eje narrativo. La gracia que puedan tener la arrogancia y el desequilibrio mental de Beth Dutton se autorrefuta insistentemente al alternar, como en un péndulo surrealista, conductas de una malignidad atroz con paisajes románticos de su amor por el vaquero Rip. Un desastre, vamos.
El problema de Yellowstone es que Sheridan cree saber muy bien qué es lo que el público quiere, y eso en términos artísticos equivale a mainstream, es decir, a producto olvidable, de consumo rápido y fácil digestión.
Pero Yellowstone es además, un producto atravesado por valores muy discutibles. Es, sin duda, un relato reaccionario, yo diría que muy al gusto de la lógica Trump, hoy tan ufana de su propio éxito. Presume de proteger la naturaleza y los modos de vida antiguos –indios y vaqueros, ya saben- contra los especuladores, los industriales y los turistas. La América eterna, el individuo que se aventura a sobrevivir en un entorno tan hermoso como salvaje frente a la mezquindad de los mercaderes y los burócratas. Ese espíritu, que triunfa al final, cuando el Rancho Dutton regrese a poder de los pieles rojas, arrastra unas pretensiones de integridad moral que contrastan hasta la reducción al absurdo con la condición de asesinos en serie y vulgares criminales que tienen los miembros del Rancho Dutton.
Al menos en Dallas sabíamos que JR era un cabronazo. Aquí, o son todos unos asesinos o son tontos del culo como Kayce, el hijo hippie y proindio, pero todos pueden ser justo lo contrario en función de las necesidades narrativas. Qué hipocresía. JR era una master diabólico del capitalismo más despiadado. Fiel a la lógica trumpista que hoy domina la esfera republicana, lo que ofrece Yellowstone es un fresco mixtificado de un Oeste que nunca existió pero que está en el imaginario yanqui del “Make America great again”.
Enhorabuena, Sheridan: John Dutton después de muerto nos devuelve el olor a sudor, a vacas, a praderas y a indios sioux para echar por el precipicio el mariconerío blandurrón de la cultura woke que envenena a la nación destinada a dirigir el mundo.
No comments:
Post a Comment