Wednesday, October 29, 2025

LAMINE YAMAL Y WARHOL

 






Desde que Victoria Beckam dijo aquella genialidad de “sin tacones no puedo pensar”, nada me ha parecido tan warholiano como Lamine Yamal. Bueno, en realidad miento, pues basta proyectar una mirada irónica sobre el mundo para darse cuenta de que todo este paisaje hipercomunicado y sometido a la saturación de datos e imágenes es perfectamente warholizable… Ustedes y yo también, por cierto. Si warholizáramos nuestras vidas, si fuéramos capaces de encontrar el lado cómico de nuestras tragedias, nuestras frustraciones y esa cara ridículamente circunspecta con las que deambulamos, quizá seríamos capaces de entender que la vida, ciertamente, no se puede tomar demasiado en broma, pero, sobre todo, no se debe tomar demasiado en serio.

“Soy profundamente superficial”, dijo el padre del Pop-Art. Lo que Andy entendió como pocos es lo idiota y banal que se estaba volviendo la civilización desde que, en los años 60, decidimos que lo que de verdad queríamos no era ser amados, ni tener una familia, ni ir al cielo junto a Dios, sino alcanzar la fama, aunque solo sea durante 15 minutos, y acudir a unos grandes almacenes en vez de a misa. No se ha entendido nunca la radicalidad del gesto warholiano, una reducción al absurdo por la cual, en vez de combatir frontalmente la idiotez dominante, se exhibe compulsiva y obscenamente una idiotez hiperbólica e irónica. Emitiendo signos que, en realidad, no significan nada, Warhol asumía que el destino último de la civilización opulenta es la proliferación de significantes vacíos, efímeros y tan perfectamente seductores como olvidables.

El arte futbolístico de Lamine es mágico, pero intuimos que lleva su cercana fecha de caducidad escrita en la cara. Nadie ha jugado tan bien al fútbol durante tanto tiempo como Messi, ni probablemente, como Cristiano, pero no estoy convencido de que hayan aportado nada valioso a la sociedad. Sin duda los dos han logrado más éxitos que Maradona, pero Diego, que era cualquier cosa menos un hombre ejemplar, arrastraba el aura y la maldición de los guerreros amados de los dioses. Por eso activa fervores santeros en ciudades tan vitales y confusas como Nápoles o Buenos Aires.

Sospecho que su neymarización le dejará a medio camino, pero Lamine podría ser Diego porque tiene algo de su gracia y le acompaña ese aire mesiánico que a veces reconocemos en  los héroes surgidos del suburbio. Ser futbolista de élite implica cargar con un pacto fáustico que Cristiano y Messi entendieron perfectamente porque, a pesar de todo, solo son profesionales del fútbol. Obtendrás la gloria y el dinero que desea todo niño, pero no disfrutarás de ello porque no te dejarán ni tu entrenador, ni los periodistas  ni el público. Si te niegas tardarás poco en convertirte en un juguete roto. En los acompañantes de Lamine –eso a lo que llaman el entorno- uno adivina la reencarnación de esos tipos con trajes de mafioso que acompañaban a Diego por los boliches de Barcelona cuando tenía veinte años y no entendía por qué los placeres había que postergarlos.

El Príncipe del Pueblo que se hace rico y alcanza todo lo que los pobres ambicionan. En la ostentación hortera,  el espantoso pelo teñido y las baladronadas que dice encontramos a un agente pro-sistema involuntario. Pero también hay algo profundamente insolente y levantisco en Lamine. Dani Carvajal,  que tiene edad para ser casi su padre, le reprochó alguna tontada dicha recientemente tras la derrota del Barça en el Bernabeu. Con eso, además de demostrar que es un mal tipo y hacer ver a Florentino que es más madridista que nadie, produjo un efecto inesperado que detecto en mis alumnos: “Lamine es nuestro”, piensan.

Es tan ridículo convertir a Lamine en símbolo de una insurrección juvenil como considerar a Vinicius líder del antirracismo. De acuerdo, y sin embargo, detecto en este crío sin padre e incapaz de digerir lo que le está ocurriendo un misterioso poder de comunicación que impacta con mucha fuerza en sus coetáneos. Si lo que comunica es bueno o malo, estoy aún por decidirlo. Pero, lo reconozco, me divierte mucho este muchacho. Con el balón y sin él.

 

 

Thursday, October 23, 2025

ECUACIONES POR LA CALLE





 Los decanos de las carreras –ahora grados- de Pedagogía han elevado un informe al Ministerio de Educación reclamando entre otras cosas una transformación profunda de los estudios de Magisterio. ¿Y cuál es la propuesta? Lo diré sin eufemismos: si quieres ser maestro de escuela deja de estudiar matemáticas o ciencias sociales y aprende valores emocionales, formación en la diversidad, tratamiento del género…

Sé lo que diría un facha al uso: “el sanchismo ya proyecta sobre los futuros enseñantes el adoctrinamiento de género, feminazismo”… y gilipolleces por el estilo. Pero yo no escribo para votantes de Ayuso sino para personas con dos dedos de frente. No tengo ninguna duda de que hay que educar en la diversidad y el derecho, propiciar la formación afectivo- sexual, potenciar los valores ecológicos... Pero me temo que el discurso aparentemente emancipatorio oculta, como tantas veces sucede, toxicidades sumamente peligrosas.
¿Qué hay detrás de todo este buenismo pedagógico que los reaccionarios confunden con pensamiento woke?
Vivimos en todos los niveles del sistema educativo español un proceso de degradación del conocimiento que, desde la pandemia, alcanza niveles sumamente preocupantes.
Si no quieren hablar con docentes, pueden observar la curva de resultados de nuestros alumnos en materias esenciales, comparándolos con la media de la OCDE. Este proceso se ha fomentado desde los distintos gobiernos que hemos tenido, y ha contado siempre con la inestimable colaboración de los profesionales de la Pedagogía. Se trata de una misteriosa ciencia de la que estudié algunas asignaturas en mi carrera. Desde la primera clase detecté en su retórica surrealista que había sido creada por señores que, por lo general, jamás pisaron un aula, y menos en un colegio de barrios suburbiales. A mí sí me ha tocado cargar con aulas infernales de treinta alumnos. No obstante son estos señores los que declaran obsoleta y poco menos que neurótica mi afición a enseñar cosas como el imperativo categórico de Kant y exigir a mis alumnos que estudien, que aprueben exámenes, que atiendan en clase, que respeten a sus compañeros… en fin todas esas manías estúpidas que, por lo visto, son residuos de mi formación franquista.
Voy a ser claro. En España la lucha de clases –o llámenla como les apetezca- encuentra un territorio clave en la enseñanza. Tanto los gobiernos del PP como los del PSOE protegen con enormes masas de dinero la segregación social, financiando con dinero de todos a la escuela concertada, en especial a la de propiedad católica, que es la que por cierto selecciona a su clientela de forma más despiadada. “Llevo a mis hijos a Pureza o Esclavas porque somos católicos…” Mentira, simplemente consideras que los estandars de exigencia son superiores a los de la pública. Y eso suponiendo que lo que de verdad te pasa es que no quieres juntarlos con “gentuza”, que es como denominas en privado a inmigrantes, pobres, lisiados y plebe en general. Puedo entender lo primero e incluso perdonar lo segundo... Lo que no soporto es la hipocresía.
Las leyes afectan por igual a la escuela pública y a la privada, es cierto. Pero mientras se deteriora el aprendizaje aceleradamente en la pública, los coles concertados y las familias que envían allá a sus hijos encuentran medios para sortear esa deficiencia.
La ciencia educativa, tal y como se imparten en España los estudios de Pedagogía, es una mentira tecnocrática y reaccionaria. Su obsesión es dar trabajo a “su gente”, lo cual es muy loable. Pero su misión central es oscura: envolver en el papel de plata de una retórica clínica e inclusiva la triste realidad de unos centros públicos convertidos en receptores de una infancia cada vez más desorientada. Psiquiatrizados, pero sin ser adecuadamente tratados por expertos, los niños que acuden a una escuela pública quedan expuestos al desclasamiento, la descomposición de la familia, la ausencia de formación moral y la dificultad para hacer madurar la identidad y la inteligencia en una sociedad que se ha olvidado de ofrecer una vida digna a cambio del esfuerzo y la responsabilidad.
No quieren que enseñemos ecuaciones ni el genitivo sajón porque se ha asumido que nuestra misión como profesores es hacer de paraterapeutas, carceleros y aparca niños. En la escuela pública, claro, porque como el designio del capitalismo es mercantilizarlo todo; la idea es que quien pueda pague por recibir verdadera educación de calidad.
No voy a olvidar lo que un día dijo el infame exsecretario de la Conselleria d´Educació de València, Miquel Soler, quien pretendía proporcionar una “renta educativa básica” a los niños valencianos. También dijo una vez que “no veo ecuaciones de segundo grado caminando por la calle” Gracias, mi querido ex jefe, me he tirado más de tres décadas esforzándome como un hijoputa con la tiza en la mano para que vengas tú a tirar por tierra mi esfuerzo y mi autoridad… gracias de verdad.
En suma, es sencillo, ¿no? Convertimos la escuela pública en una especie de beneficencia y el que quiera verdadera competencia educativa que busque otras instancias.
Y que pague, claro.

Thursday, October 16, 2025

JR

 



No soy comunista porque no tengo nada a priori ni contra el comercio ni contra el hecho de competir. Como demostraron los fenicios en la antigüedad, la creación de mercados es un vector de prosperidad y conocimiento que puede funcionar como alternativa a guerras, invasiones y rapiñas. Se compite por la clientela y el puesto de trabajo, y se compite también por la atención y hasta por el sexo. Siempre fue así, yo diría que desde antes de que fuéramos civilizados, y a lo mejor lo somos porque intercambiamos mercancías e ideas.

Digo esto porque voy a meterme un poco con mi paisano Juan Roig, y no quiero que se me acuse de que lo hago por comunista. De otro lado, suelo andarme con tiento a la hora de fustigar a los grandes líderes sociales. Quizá por una mal digerida lectura de Nietzsche temo ser considerado un resentido, es decir, uno de esos tipos pequeñitos que, en vez de intentar crecer, trata de poner a todos sus prójimos al nivel de sus bajuras. El aviso nietzscheano es oportuno, pero tampoco me frena en este caso. No envidio a Roig porque no sabría qué hacer con su dinero. Y mucho me temo que mis anhelos más profundos no se materializarían con más pasta.

Hay muchas cosas admirables y también odiosas en la empresa llamada Mercadona, que sitúa a JR como el segundo megarrico de este país, con don Amancio, dueño de Inditex, como el único con más ceros en el banco. No me ha decepcionado que en estos días no se haya negado a que el equipo del que es propietario, Valencia Basket, salga a jugar contra un rival israelí en la Copa de Europa. Todo lo más se avino a cerrar la pista al público para evitar líos, pues le advertirían que habría  alborotadores por ahí dispuestos a liarla. Roig me contestaría que una decisión así supone ser expulsados de la competición. Tampoco se le ocurrió cerrar sus tiendas el año pasado por la Dana y bloquear todos los traslados de aprovisionamiento, lo que puso en serio peligro a muchos de sus empleados. Quizá sea mala idea criticarle por ello, pues el Govern valenciano fue el primero en no tomar a tiempo las medidas adecuadas para salvar a la población.

Meterse con JR es casi causa de excomunión en Valencia… Como si de la continuidad de Mercadona, de la que yo por cierto soy cliente asiduo, dependiera poco menos que la prosperidad y aún la supervivencia de una comunidad con varios millones de habitantes. Como si el éxito de su creador fuera producto únicamente de su talento y su mérito. Como si sus empleados, la mayoría entregados a jornadas laborales muy duras por sueldos magros, solo hubieran de estarle agradecidos.

Dijo el Gran Líder una vez que debíamos tomar ejemplo de la disciplina laboral de los chinos. Tiene razón, si las corporaciones pudieran saltarse los derechos humanos, como es común en gran parte de Asia, la rentabilidad del trabajo sería mayor, y Roig podría ser todavía más rico de lo que ya es. Para su desgracia estamos en Europa, y la gente todavía cree que se trabaja para vivir y no al revés.

En las últimas semanas –soy buen observador- deambula por “mi” mercadona una encargada nueva con muy malas pulgas que se dedica a hacer llorar a algunas empleadas. Sospecho que podría haber elegido la profesión de dominatriz o fabricar minas antipersona, pero la han cogido de capataz en la cadena de Roig. Supongo que en el alto mando es bien mirada porque los empleados cuando se les da caña producen más, o eso es lo que a Juanito le mola pensar.

Gran emprendedor y mecenas social don JR, pero, lo siento, prefiero a la chica del jamón a la que vi llorar ayer por culpa de una imbécil. Y eso que no soy comunista.