Wednesday, February 19, 2025

LENGUA VERNÁCULA

 

 







No defiendo la lengua vernácula por alguna suerte de victimismo cantonalista ni por qué arrastre problemas de identidad. (Los tengo, desde luego, pero no es una patria la que ha de venir a solucionármelos). Creo en la supervivencia de  las lenguas minorizadas, y en especial el valenciano, porque es una cuestión de justicia y, sobre todo, porque es mejor que existan… Lo es para sus hablantes y lo es también para aquellos con los que conviven.

Llamo “lengua minorizada” a aquella que, con muchos siglos de existencia y una enorme densidad cultural, pasa a ser desplazada hasta el límite de la extinción por otra lengua exterior que, con mayor o menor sutileza, se impone a la fuerza. El tratamiento político que desde los gobiernos progresistas se ha venido dando al valenciano nunca ha dejado de generar resistencias. La llamada normalització fue el esfuerzo desarrollado desde instancias académicas para dotar a la llengua de un rigor normativo del que carecía por completo debido a la persecución de la que había sido objeto durante siglos. En las comarcas valencianas se guarda memoria –vaya si se guarda- de la dureza con la que los maestros del franquismo castigaban a los niños por hablar en su lengua natural.

El castellano es mi idioma de cuna y me gusta saber que pertenezco a la misma comunidad cultural que Cervantes, Velázquez o Baroja. Pero soy bilingüe, he dado infinidad de clases en valenciano y amo los textos de Ausias March, Joanot Martorell o Estellés. Mis padres no me hablaron en la lengua de la tierra. La labor de devastación ya había sido hecha, y mis abuelos paternos –estos sí, valenciano parlantes a todos los efectos- entendieron que si hablaban a sus hijos en la lengua impuesta les facilitarían una vida mejor, pues parecerían menos paletos, menos de l´horta, menos pobres en suma. Yo mi valenciano lo he aprendido por voluntad propia. Me gusta hablarlo con la gente, me hace sentir miembro de algo que me recuerda a aquello tan hegeliano del “misterioso rumor de lo doméstico”.

 Llevo cerca de treinta años con la vida agermanada a una pequeña localidad del Alicante interior llamada El Pinós. Es un pueblo de frontera con perfil paisajístico de western donde se habla valenciano con un acento misteriosamente dulce y femenino y unos giros fonéticos y semánticos singulares. Sospecho que eso es lo primero que me sedujo de aquella pequeña comunidad. Nadie es interesante por la facilidad con la que abraza las leyes del imperio sino más bien por la misteriosa manera que tiene de resistirse a ello y preservar sus raíces más profundas.

Ahora, cuando escucho las conversaciones entre los niños, observo con desolación cómo la globalización, los movimientos de población, la presión mediática y el carácter fronterizo y algo aislado del pueblo van haciendo desaparecer la lengua propia a una velocidad que hace tres décadas no hubiera imaginado. El Pinós tenía un tesoro cultural propio y admirable. Ahora empieza a parecer una de tantas poblaciones de la Vega Baja a la que resulta difícil distinguir de Murcia. Mientras los profesores de valencià pelean en muchos casos heroicamente por preservar ese tesoro, los propios valenciano- parlantes parecen querer a menudo desasirse de su  identidad cultural para no hacerse notar ni parecer paletos en ese engrudo de spanglish, cibernética de consumo, reguetón y comida rápida al que llamamos globalización. “No parleu valencià, sigueu educats que aquí n´hi ha molt de castellans”. Qué pena, cielo santo.

La próxima semana, por decisión del gobern autonòmic,  los padres de alumnos votarán si quieren que en su centro se adopte la línea valenciana o la castellana. Vivan la libertad y la democracia. Yo creía que las leyes lingüísticas que rigen a centros como el mío dejaban claro que el valenciano era una lengua en peligro de extinción y que tenía que ser especialmente protegida. ¿Imposición? Se imponen el valenciano, las matemáticas y el inglés porque el currículum no lo decide el consumidor como si una escuela fuera El Corte Inglés.

En la localidad donde trabajo, pegada a la metrópoli, la lengua vernácula es prácticamente residual, apenas se habla en las calles, y menos en la medida en que la inmigración la minoriza todavía más. En la práctica este proceso puede significar para mi instituto una nueva guetización, pues los centros en los que predomina el castellano serán escogidos mayoritariamente por los inmigrantes. Me gusta impartir clase a extranjeros, pero no me gustan los guetos y creo mucho más en la integración que en ese pasotismo institucional denominado multiculturalismo.

Pero hay algo peor. Si asumimos la progresiva extinción de la lengua local corremos el riesgo de perder aquello que, en cierto modo, es lo único que tenemos, lo que nos singulariza como comunidad y lo que nos permite sentirnos como algo más que súbditos. Lean mis labios: ni soy indepe ni pretendo obligar a todo el mundo a hablar en valenciano. Lo que digo es que si las instituciones renuncian a considerar a las lenguas minorizadas especies protegidas, corremos el riesgo de que, a no mucho tardar, perdamos un tesoro cultural insustituible.

Un amigo gracioso decía: “conocerme es amarme”.

Amb el valencià pasa el mateix, l´estimes quan el parles. O encara millor: quan el vius.

Saturday, January 25, 2025

DAVID LYNCH

 










David Lynch lleva demasiado tiempo en mi vida como para que su muerte no despierte en mí toda serie de recuerdos, conmociones y, por qué no decirlo, también algunos enojos. Parece fácil sucumbir a estas alturas a la conclusión pontificada por los dos más célebres y leídos críticos culturales de El País, Carlos Boyero y Sergio del Molino.

Se diría que sus conclusiones son opuestas. Para Boyero, Lynch es un farsante que, sabiendo hacer cine “de verdad”, ha preferido aprovechar su crédito para someternos a insoportables laberintos artísticos que ni él mismo entiende. Para del Molino, estamos ante un genio del clasicismo cuyas derivas surrealistas quedarán en el olvido por inanes e inútiles. El punto de partida es el mismo: el genio de Lynch sobresale en El hombre elefante y A strange story, islas de talento sólidas y accesibles en medio de un serial de títulos promovidos por un ego insufrible y un insistente ataque de falsa genialidad.
Entre uno y otro crítico no veo más diferencia que la del vaso medio lleno o medio vacío, pero creo que ambos se equivocan. No hay duda de que estas dos películas son demasiado buenas para ser realizadas por un inepto que ocasionalmente se encontró con las musas. Ahora bien, Lynch es mucho más que esos dos títulos, que son sin duda sus dos relatos menos problemáticos y –con algunos matices- corresponden a un formato clásico. Si tiramos a la basura el resto de su producción, entonces es mejor ni molestarse en hacer una necrológica.
A grandes rasgos… Cabeza borradora es una locura tan cómica como estrafalaria y, por momentos, muy irritante. Dune es escenográficamente original y espantosamente aburrida. Corazón salvaje es muy divertida y tiene elementos geniales, aunque creo sinceramente que un film menor. Carretera perdida e Inland empire me parecen dos comidas de cabeza perfectamente olvidables. Twin peaks… bueno, yo me lo pasé bien en los noventa con la primera, aunque una vez revisitada me asalta la pregunta de si ha envejecido bien. En cuanto a la segunda, la del año veinte, lo siento, no la soporté. Me faltan dos, y lo siento por los críticos de El País, pero Terciopelo azul es excepcional y Mulholland drive, pese a sus “sobradas” –llamémoslas así- contiene demasiados aspectos interesantes para ponerla al nivel de paja mental y ejercicio de autismo estético.











Todas estas valoraciones convendría explicarlas y debatirlas, pero no es el lugar. Lo que sí afirmo es que un tipo que firma al menos cuatro películas grandiosas y que provoca un terremoto televisivo tan grande como el del primer Twin peaks merece ser tomado muy en serio. He recibido críticas por no ser fan de Christopher Nolan, Quentin Tarantino o David Fincher… permítanme decir que ninguno de estos alcanza ni remotamente la trascendencia que atribuyo a David Lynch.
Tampoco para esto es el lugar, pero creo que es irremediable aludir al carácter problemático y fascinante del fenómeno de la vanguardia, que forma parte del relato asociado desde el siglo XIX a lo que se vino en llamar el modernismo. Desde Baudelaire, tal y como yo lo entiendo, la figura del artista va ligada a una vocación de ruptura respecto de los cánones que asociamos con la conciencia burguesa. Rebelde frente a las formas hegemónicas de representación, el creador asume la condición “ensimismada” de la obra, la cual, en la medida en que no obedece a unas instrucciones académicas, debe diseñar las pautas de su propio lenguaje.
A partir de aquí nos abocamos a un tipo de experiencia estética ciertamente fascinante, pero también en cierto modo terrorista, pues las claves de la recepción no están garantizadas por ninguna instancia exterior.
El mundo del cine está, como sabemos, más sometido que ningún otro arte a las pautas del mercado. Eso lo complica todo, a lo mejor por fortuna. Así, una obra maestra como Million dollar baby, de Clint Eastwood, se nos aparece como clasicista, mientras que otra en mi opinión tan olvidable como Origen, de Christopher Nolan, o como “El club de la lucha”, de David Fincher, presumen de romper las pautas expresivas supuestamente estandarizadas.
Es un laberinto, sí. Seguramente por eso me pongo a distancia de visiones tan maximalistas como las que suele efectuar Carlos Boyero. De acuerdo, Carlos, hay supremas imbecilidades que parecen haber sido hechas para que el gafapastismo se las dé de listo y los sesudos tipos de Cahiers de cinema digan que lo sublime es alérgico al gusto de las multitudes. El problema es que, por ese camino, podemos terminar diciendo que Terciopelo azul es una paja mental, que a Lars Von Trier habría que estrangularlo y, si me apuran –y me lo he oído- que Picasso pintaba cosas raras como Las señoritas de Aviñón porque en realidad nunca supo pintar como Dios manda.

Sunday, December 22, 2024

CONTRA "YELLOWSTONE"

 








Me cuesta mucho entender que es lo que analistas tan reputados como Sergio del Molino ven en Yellowstone. Cometí en su momento el error de seguirla porque siempre me sedujo el western, de ahí que asista ahora con alivio al final de su quinta temporada, que podría suponer también la clausura de la serie. No es algo que pueda asegurarse, pues con la marcha de su gran factotum, -actor principal y productor-, Kevin Costner, la saga optó por continuar, por lo que cualquier cosa es posible. Lo que sí parece inevitable es que se ideen nuevos derivados de la franquicia, similares a las precuelas ya realizadas, 1888 o 1928. Es tentador seguir explotando el incuestionable tirón popular que en Norteamérica tiene esta teleficción.

No tengo dudas: Taylor Sheridan es un tío muy listo. Es más dudoso que sea un cineasta talentoso. Es lo mismo que pienso de Costner, que siempre me pareció un discreto actor. Como director logró un producto digno, aunque en mi opinión sobrevalorado, Bailando con lobos. Entiendo que ahora, en plena senectud, crea que puede conmocionarnos con Horizon: an american saga, pero alguien que quiera a Kevin debió haberle explicado que invertir su fortuna en un proyecto tan ambicioso era cuanto menos arriesgado. El disparate de western que le ha quedado llegó a producirme sonrojo. No estoy seguro de si quiere ser una mezcla de Ford y Hawks –seguro que cree que lo puede hacer mejor que ellos-, pero es frustrante, con el talento que supongo que hay silenciado por el mundo,  que alguien supuestamente carismático  emplee unos recursos colosales para perpetrar semejante empastre cinematográfico. Si hay algo peor que ser malo es serlo y no saberlo; si hay algo peor que una peli pobre y gris es un engendro pretencioso y que huele de lejos a dólares a mansalva tanto como a inoperancia y desmesura.

Vuelvo a Yellowstone, nada que reprochar al bueno de Costner. Mantiene el tipo como protagonista, rodeado de algunos actores bastante dudosos, y ha aportado lo suyo como parte del equipo de producción. El problema no es Costner. A mí puede no gustarme en exceso, pero, con su abrupta despedida a finales de la cuarta temporada, ha resultado que la serie pasó de ser mala a casi abominable. La quinta no es solo un mejunje, es estrambótica, casi hilarante. El desenlace es de una torpeza inconcebible.

Todo sea dicho, hasta la calamitosa última entrega, yo era crítico con Yellowstone, pero la veía con relativo placer, en la línea del divertimento ligero. La historia de los Dutton, tal como se presentaba en 1888, cuando llegan a Montana, podía obtener algún interés. Baja considerablemente en la segunda entrega, 1928, salvada un poco a trancas y barrancas por Helen Mirren y Harrison Ford. En cuanto a la tercera, que es la serie madre, y la que de verdad obtuvo una repercusión máxima en los USA, tiene incuestionables atractivos. En cualquier caso, no es mucho más que una revisión del modelo de saga capitalista y grandilocuente que desde la mítica Dallas creó escuela en los años ochenta hasta que se agotó por saturación y aburrimiento.

He dicho “ganchos”.  Como en El Rey Lear –siempre el Rey Lear- nos encontramos el drama de una herencia paterna y tres hijos incapaces de asumirla. Como en la Biblia hay un Caín que se arrima a Lucifer para planificar su venganza. Pero el arma maestra de la serie es Beth, hija y furioso cancerbero de los intereses de John Dutton, cuyo odio a su hermano adoptivo, Jamie, atraviesa las cinco temporadas hasta el punto de convertirse en su auténtico eje narrativo. La gracia que puedan tener la arrogancia y el desequilibrio mental de Beth Dutton se autorrefuta insistentemente al alternar, como en un péndulo surrealista, conductas de una malignidad atroz con paisajes románticos de su amor por el vaquero Rip. Un desastre, vamos.

El problema de Yellowstone es que Sheridan cree saber muy bien qué es lo que el público quiere, y eso en términos artísticos equivale a mainstream, es decir, a producto olvidable, de consumo rápido y fácil digestión.

Pero Yellowstone es además, un producto atravesado por valores muy discutibles. Es, sin duda, un relato reaccionario, yo diría que muy al gusto de la lógica Trump, hoy tan ufana de su propio éxito. Presume de proteger la naturaleza y los modos de vida antiguos –indios y vaqueros, ya saben- contra los especuladores, los industriales y los turistas. La América eterna, el individuo que se aventura a sobrevivir en un entorno tan hermoso como salvaje frente a la mezquindad de los mercaderes y los burócratas. Ese espíritu, que triunfa al final, cuando el Rancho Dutton regrese a poder de los pieles rojas, arrastra unas pretensiones de integridad moral que contrastan hasta la reducción al absurdo con la condición de asesinos en serie y vulgares criminales que tienen los miembros del Rancho Dutton.

Al menos en Dallas sabíamos que JR era un cabronazo. Aquí, o son todos unos asesinos o son tontos del culo como Kayce, el hijo hippie y proindio, pero todos pueden ser justo lo contrario en función de las necesidades narrativas. Qué hipocresía. JR era una master diabólico del capitalismo más despiadado. Fiel a la lógica trumpista que hoy domina la esfera republicana, lo que ofrece Yellowstone es un fresco mixtificado de un Oeste que nunca existió pero que está en el imaginario yanqui del “Make America great again”.

 Enhorabuena, Sheridan: John Dutton después de muerto nos devuelve el olor a sudor, a vacas, a praderas y a indios sioux para echar por el precipicio el mariconerío blandurrón de la cultura woke que envenena a la nación destinada a dirigir el mundo.







Friday, December 06, 2024

LA GENERACIÓN DE CRISTAL (O DE LO QUE SEA)

 









“La generación de cristal”. La etiqueta ha hecho fortuna porque es ingeniosa y eficaz. Pero, como tópico de la sociología, abre espacios muy amplios para su refutación.

En las últimas semanas, sin ir más lejos, se ha recalcado la inusitada fortaleza de nuestros jóvenes, que habría servido en las localidades más dañadas por la DANA para compensar la inutilidad de los políticos. “El pueblo salva al pueblo”, ya saben.
“Generación de hierro”, esto lo he leído mucho últimamente. Más que una refutación parece una venganza. Puede que lo del cristal dichoso sea generalista y sesgado, pero “de hierro”…qué quieren que les diga, no se me ocurre una fórmula menos certera para diagnosticar la problemática juvenil de nuestro tiempo.
Cualquiera que entra en un aula repleta de adolescentes sabe que incluso en los grupos más anodinos hay alumnos cuyo mapa moral incluye algo más que videojuegos, fútbol y las baladronadas de algún youtuber jactancioso. Pero es que, como dice Elvira Lindo, “si no generalizo no escribo”. Es incuestionable que habitamos un contexto de extrema susceptibilidad. Tenemos una juventud hipersensible, pero no se equivoquen, no es un conflicto generacional, pues resulta que tenemos una sociedad hipersensible, una sociedad “histerizada”, si me permiten recurrir a Freud.
Un día a alguien se le ocurrió eso de los “ofendiditos”. Y acertó. Otra cosa es que con esa burla puedas detener un tsunami. Desconfío por sistema de todas las críticas a lo woke y a la corrección política, sobre todo porque sé de dónde suelen provenir. Ahora bien, de igual manera que es repudiable una sociedad violenta y despiadada, donde los niños duermen en las calles y a los gays los ahorcan, convendría que nos preguntásemos si un exceso de higiene moral no obedece al final a motivaciones más oscuras que la de proteger a los débiles, amparar la diversidad y neutralizar la ley del más fuerte.
En los últimos años algunos compañeros de trabajo, formados en las nuevas pedagogías, (que por cierto me niego a llamar “libertarias”) insisten en reprocharme a mí y a otros compañeros, veteranos normalmente, ciertos usos supuestamente agresivos con los que nos dirigimos a nuestros alumnos. Apelan a la atención a la diversidad y nos recuerdan que debemos ser cuidadosos para evitar situaciones ofensivas.
No se piensen que estoy hablando de actitudes racistas, machistas o similares. Soy algo borde, pero no soy un reaccionario. En una clase de antropología, pregunté a un alumno japonés si conocía la escritura kanji, y parece que se sintió molesto porque a lo largo de su infancia había recibido muchas burlas por su procedencia y exigía que no aludiéramos en público a su condición étnica. En otra ocasión, a vueltas con el tema de la prostitución, pregunté a una alumna recién llegada de Cuba si conocía el caso de las jineteras, tras lo cual ella acudió a la jefa de estudios para explicarle que yo la había relacionado con la prostitución. Sumo y sigo, a una adolescente le dije que con el jersey tan alto iba a coger una lumbalgia, tras lo cual me dijo muy ofendida que yo había cuestionado el decoro de su atuendo.
Si les apetece sigo, la historia es interminable. No me estoy quejando de nada. Sé con qué materia prima trabajo y un adolescente es por definición una persona en construcción y, por tanto, propensa a la susceptibilidad. Que este problema, el de la sobrerreacción a las supuestas ofensas –hasta el punto de que cualquier cosa puede ser constitutiva de insulto- nos esté desbordando actualmente solo significa que debemos trabajar más y mejor.
Lo que de verdad me preocupa es que se crea que el problema está en el falso ofensor y no en el “ofendidito”. Y temo que podemos estar equivocándonos de objetivos.
A lo largo de un solo día yo me siento ofendido muchas veces y por múltiples razones. No me pongo a la cola de las víctimas pendientes de no sé qué reparación porque mi biografía ha sido –como la de cualquiera de ustedes- una sucesión de traiciones, hostias, batacazos y humillaciones. Me han dado hasta en el carnet de identidad, y yo le he pagado al mundo con la misma moneda, ¿qué creían?, soy tan hijoputa como cualquiera.
Por eso precisamente me cuesta entender que no veamos la evidencia de que estamos equivocándonos con la educación de nuestros hijos. Los niños van a la escuela como se va al ejército, no se engañen, por Dios. La escuela uniformiza, y debe hacerlo. Cuando un profesor explica a sus alumnos adolescentes el encanto de la singularidad y les incita a dar vía libre a sus emociones debería pensar en el esfuerzo titánico que antes han hecho otros maestros para que los niños aprendan a no mearse encima, sentarse en un pupitre, guardar un turno de palabra o no interrumpir con la primera gilipollez que se les ocurra. Y eso tiene un nombre: disciplina, esfuerzo o, si lo prefieren, solidaridad colectiva.
Claro que hay que proteger y fomentar la diversidad. Claro que hay que evitar caer en el racismo, el machismo o la discriminación de los distintos. Pero para que lo diverso encuentre espacios en los que respirar, es necesario que todos entendamos que formamos parte de un gran edificio social donde la convivencia solo es posible en la medida en que nos demos ciertas reglas cuyo cumplimiento debe ser obligatorio. Ofendemos porque existimos y decimos lo que pensamos. Si el objetivo de mis intervenciones públicas es no ofender, entonces es mejor que me recluya en el silencio. Y eso es una claudicación.
No educamos para evitar crearle traumas a la gente. Educamos, y lo diré cuántas veces haga falta, para evitar que Auschwitz se repita. Y no estoy nada convencido de que estemos ganando esa batalla.

Sunday, October 27, 2024

ERREJÓN

 

 
 
 
 
 
Hay en youtube una larga intervención mía sobre Boaventura de Sousa Santos. Todo lo que digo en ese video es resultado de mis lecturas del escritor portugués, considerado como el gran patriarca mundial del pensamiento de la descolonización. El autor de “Epistemologías del sur” fue uno de los héroes del movimiento alterglobalizador, que tuvo sus momentos más luminosos en las reuniones del Foro Social Mundial, en la primera década del siglo XXI.
Cuando realicé aquel trabajo académico admiraba a este pensador y nada sabía sobre las sospechas que en la Universidad de Coimbra y en otros espacios académicos le señalaban como un depredador sexual. “Todas sabemos”, se escribió a grandes letras en las paredes de la Facultad. Hay que ser cerdo -no me ando con eufemismos- para aprovechar una posición de poder con intención de intimidar y abusar sexualmente de jóvenes profesoras, secretarias o alumnas. Existe la presunción de inocencia, sí, pero hay demasiados testimonios inculpatorios para pensar que la conducta de Boaventura es digna.
¿Qué hago con mis libros de Boaventura de Sousa Santos? No estoy de acuerdo en todo lo que dice, pero la visión que aporta a la cuestión del post-colonialismo es muy valiosa. Hay quien lo tiene claro y afirma que “debemos separar al autor de su obra”; hay quien con la misma arrogancia afirma justamente lo contrario y apuesta por la cancelación.
Me gustaría vivir con convicciones así de rotundas. Lo que puedo decir es que no me veo en condiciones de seguir leyendo a un autor cuya integridad ética –básica para tales escritos- es una absoluta farsa. Tampoco me nace, lo siento, exigir que se retiren de los estantes de las bibliotecas libros que siguen pareciéndome relevantes, incluso cuando ya sé que su autor es un indeseable.
¿Lo han adivinado? Es el asunto Errejón el que me tiene en vilo. Reconozco haberme sorprendido con algo que ahora parece que todos conocían menos yo. Su comportamiento es deleznable, espantoso. Estremece pensar en la calidad intelectual y ética que yo mismo atribuí a sus intervenciones públicas sabiendo, como ahora sabemos, que su conducta entre bastidores era la de un tipejo. ¿A qué tipo de monstruo hemos otorgado el poder de representarnos quienes nos decimos progresistas?
Ando con ojo cuando se trata de afear su maldad a alguien. No soy irreprochable, ni siquiera estoy seguro de querer serlo. Ahora bien, que entre "mi personaje”, ese señor que comparece en facebook o en su aula, y el que realmente soy haya una distancia sideral… eso sería como poco para hacérmelo mirar. Los testimonios que llegan en cascada en las últimas horas hablan de un psicópata, una mierda de persona, el tipo de individuo contra el que van sin contemplaciones todas las ideas que Errejón ha defendido en público –y normalmente con enjundia- desde que le conocimos hace diez años.
Se dice que la izquierda ha quedado en shock y que este puede ser el golpe de gracia, no solo para Más País y Sumar, sino incluso para el Gobierno de coalición encabezado por Pedro Sánchez y Yolanda Díaz. Es cierto que asuntos como éste o el de Ábalos ponen en bandeja a la derecha la posibilidad que en el fondo le hace electoralmente fuerte: “vótanos a nosotros, pues ellos, siendo igual de cabrones que nosotros, te engañan más yendo de buenos”
Pues será, pero no para mí. Asuntos como éste muestran hasta qué punto es necesario crear el tejido legislativo que permita acabar con la impunidad de los depredadores, algo que solo espero de las políticas de izquierda.
Y hay que empezar por quienes han construido su fulgurante carrera diciendo ir contra ellos cuando, en realidad, siempre formaron parte de su odiosa jauría.

Wednesday, October 09, 2024

DETENIDOS EN SINGAPUR


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Nou d´octubre… día de celebración para el País Valencià, ideal para acordarse de la Mare de Deu, las Fallas, Rita Barberà  y otras glorias locales dignas de genuflexión, paella, flores estridentes y  mascletá por todo lo alto. Ah, y el Valencia, claro, que no falte el hijo yonqui, al que también queremos pero del que cada vez hablamos menos porque en cuanto aparece consigue que se nos caiga la cara de vergüenza.

Mientras escribo estas líneas una joven pareja de valencianistas recién casados pasa las horas en un calabozo de Singapur. Se hicieron una foto con el cartel de Peter Lim go home, dejaron una pegatina con similar leyenda en la puerta de la casa del dueño del VCF, y fueron finalmente detenidos. El asunto ha trascendido, obviamente, y diferentes gobernantes y el propio club han mostrado su disposición favorable a que se resuelva sin más escándalo.

Puede parecer de dudoso gusto elegir Singapur como destino de un viaje de bodas. Por lo demás, la “travesura” de la pareja no arrastra en mí más censura que la de la candidez de los novios, pues resulta que se han ido a hacer turismo a un país donde no existen cosas como la libertad de manifestación. Lo que de verdad me parece preocupante es que pedir en público a un señor que retire una inversión financiera acabe con los huesos del demandante en una lóbrega mazmorra.

En este planeta globalizado, donde uno se da un garbeo por países terroríficos sin ver más que playas y rascacielos, se nos olvida que la democracia no es la norma. La próspera Singapur, por ejemplo,  es un “régimen autoritario”, y la fortuna que Peter Lim ha hecho con aceite de palma o inversiones en hospitales, sin olvidar su afición a la especulación financiera o los paraísos fiscales, le convierten en uno de sus intocables dueños.

El día que unos señores nefastos pusieron la alfombra roja para que este sujeto entrara en Mestalla -y prensa y masa social le hicieron la ola- el centenario club de la acequia firmó su sentencia de muerte. Lo curioso es que el propio Lim, que se compró un club de fútbol por puro capricho, tampoco parecía tener muy claro donde se metía. El fútbol te da el éxito en función de si entra la pelotita, y eso no sucede porque te llames Peter Lim y en tu país de origen te las pongan como a Felipe II. Además, España es una democracia, un modelo político odioso que inventaron los griegos y que solo sirve para que el populacho se crea soberano. En una ocasión, un esbirro de Lim particularmente estrambótico, Anil Murthy, mandó callar a la multitud que gritaba contra el jefazo desde la grada. El hijo de Lim, que de vez en cuando se pasa por aquí para ver cómo van las cosas de papá se puso a bailar mientras le pedían que vendiera el club de una vez. La bella hija de Lim, que hace unos años posaba en instagram con la zamarra blanquinegra, contestó una vez a quien le increpaba que “el club es nuestro y hacemos con él lo que queramos”. Se han detectado en Mestalla mecanismos de censura respecto a pancartas críticas pero no insultantes… En fin, creo que es todo muy evidente. El Valencia es un club de fútbol glorioso que ha caído en manos de unos indeseables que desconocen que es esto de la democracia y a los que muy probable que no sobreviva.

¿Nos lo hacemos mirar?

Damos por hecho un viejo relato según el cual el capitalismo y la revolución burguesa y demoliberal van históricamente de la mano. Ha corrido mucha sangre para derrotar viejos poderes y que se entienda que cosas como la libertad de expresión o los derechos humanos se consiguen porque ha habido gente que ha luchado mucho por ellas. Si el capitalismo como modelo económico resulta eficaz, ello no significa que su implantación, como se ha visto en Extremo Oriente, haya de llegar desde la disolución de los viejos regímenes autoritarios y la consiguiente implantación de instituciones asociadas a la ciudadanía burguesa.

Quizá el capital siempre sea despótico, pero un capitalismo sin derechos humanos, sin contrapesos jurídicos, políticos o sindicales, es una forma modernizada y tecnológica de feudalismo. Y sus mecanismos represivos son los tradicionales, incluyendo la detención ilegal.

Ah, por cierto, en Meriton, la empresa de Peter Lim, dicen que no tienen nada que ver con las detenciones, que es cosa del gobierno de Singapur. Creen mucho en la democracia estos señores, vaya que sí.

 

Saturday, October 05, 2024

 

EL INFORME DE SAVE THE CHILDREN A FAVOR DE LA ESCUELA CONCERTADA
 
A grandes rasgos lo que plantea el informe de la organización Save the children es lo siguiente. 
 
“Las escuelas concertadas en España contribuyen a la segregación escolar”. Fin de la cita… y no puedo estar más de acuerdo. Añade, y sigue acertando, que de entre los países de la OCDE el nuestro es el que registra mayor desigualdad socio económica entre los alumnos de la concertada y los de la pública, por más que ambos están igualmente financiados desde las instituciones públicas. Reconoce que los resultados en pruebas externalizadas como PISA son superiores para la concertada, pero concluyen que la calidad de la enseñanza es perfectamente comparable, pues esas diferencias de resultado están determinadas por el perfil socioeconómico de los examinandos.
 
Sigo. Como es sobradamente sabido las escuelas concertadas cobran cuotas, en algunos casos muy elevadas, lo cual resulta obviamente disuasorio para las familias humildes o vulnerables. Hay otros conceptos como gastos de comedor, desplazamiento o material que también resultan más onerosos que en la pública. Esto nos conduce a un viejo debate muy hispánico: puesto que supuestamente está prohibido cobrar dichas cuotas, ¿qué normas se ponen para cumplirse y cuáles podemos tranquilamente saltarnos?
El problema se traslada a la que para mí es la gran cuestión. Todos sabemos que los concertados seleccionan al alumnado. Los criterios que aplican oficialmente son tendenciosos, pero también hay maneras de puenteárselos si hace falta para propiciar lo que de verdad les interesa: una clientela de perfil medio o alto. Alumnos con dificultades educativas, problemas comportamentales o psiquiátricos, minusvalías motóricas y, por supuesto, inmigrantes, tienen todas las posibilidades de no ingresar en una escuela de este tipo, por lo que será finalmente la pública la que se las tenga que arreglar con los recursos de los que dispone para hacer de colchón de toda esta problemática. 
 
 
Como también sabemos todos, la titularidad de los coles concertados es mayoritariamente eclesiástica. Por paradójico que parezca, son las comunidades autónomas que registran menor índice de familias que se consideran católicas las que tienen mayor índice de alumnos en la concertada… Y viceversa. Así, en el País Vasco la mitad de los alumnos están en la concertada, mientras que en Castilla La Mancha hablamos de un 18 por ciento. Todos esos mecanismos de selección a los que me he referido, y cuya motor oculto es que las familias acomodadas no quieren “juntar a sus hijos con gentuza” –hablemos claro-, son de aplicación sistemática y sumamente eficaz desde hace décadas en las escuelas católicas… un sincero culto a las virtudes evangélicas, ya lo creo. 
 
 
Pues bien, es ahora cuando les voy a dejar ojipláticos. La solución que propone Save the children es… atención, más dinero para la concertada. Con eso, dicen, se eliminarían las cuotas y saldrían beneficiadas las concertadas de zonas humildes. Esta medida se acompañaría de la exigencia de mayor equidad sobre los criterios de selección del alumnado, lo que permitiría, por ejemplo a las familias inmigrantes católicas, llevar a sus hijos a escuelas adscritas a órdenes religiosas. 
 
Es un planteamiento tan artero y perverso que me pregunto si en esta ONG, que cuenta por cierto con informes favorables del filósofo y pedagogo vinculado al PP, José Antonio Marina, ha pensado que los ciudadanos de este país somos imbéciles.
Cuando el corazón de una demanda es dinero público, las medidas supuestamente compensatorias que la acompañan pueden perfectamente pasar a segundo plano: lo que queremos es dinero, y si eso perjudica a la pública, pues que se apañe, oye. En otras palabras, ni es seguro que saldrán beneficiadas de entre las escuelas concertadas las de zonas más humildes, ni se explica cómo pueden de verdad prohibirse las prácticas clasistas de selección y cómo, en definitiva, vamos a hacer para que con más dinero para el bussiness escolar eclesiástico remediemos la inequidad educativa. 
 
 
Señores de Save the children, que por cierto ha perdido a mis ojos toda credibilidad como organización solidaria, ustedes no hablan ni por un momento de proteger a la escuela pública. Cuesta mucho dinero al contribuyente, ya sabemos que a las empresas que a ustedes les financian les gusta poco pagar impuestos. El problema es que también cuesta mucho financiar los conciertos y estos además se permiten el lujo de practicar la segregación. Más de mi dinero para financiar escuelas de élite al lado de algunas algo más solidarias, no va a remediar el gran problema, que en este país el sistema es tan perverso que, por la vía de enviar a todo el alumnado no deseado a la pública, hemos conseguido que la escuela, en vez de ser un ascensor social, sea un factor esencial para la brecha social.
 
 
No creo que siquiera con el franquismo los estandars de movilidad social hayan sido tan bajos como ahora. Las familias pudientes dan buenas carreras a sus hijos y las humildes los mantienen en el precariado. Los pobres tienen más posibilidades que nunca de envejecer siendo pobres, y la escuela, que tanto hizo por democratizar y modernizar este país hace cuatro décadas, ya solo es un vector de desigualdad.
Enhorabuena, caballeros, y ahora sigan salvando niños. Hay que joderse.
Puede ser una imagen en blanco y negro de una persona