CONTRA SEXO EN NUEVA YORK
YO NO QUIERO SER COMO CARRIE BRADSHAW ( y III )
YO NO QUIERO SER COMO CARRIE BRADSHAW ( y III )
¿Gestiona Sex and the city el definitivo giro de la relación de dominio entre los géneros? Si, como explica en sus distintas versiones el psicoanálisis, la subjetividad contemporánea es el producto de la merma en el poder patriarcal, resulta legítimo preguntarse: ¿qué hemos hecho con el Padre muerto? ¿dónde están sus despojos?
Cioran dixit: “como todo iconoclasta, he derribado mis ídolos para entregarme a sus restos”. Y así, Samantha es la caricatura de Don Juan, tanto más cuanto su desenfreno sexual no encuentra obstáculos naturales, pues es una mujer bella y los machos no se le resisten, no hay proceso de seducción, es la pura positividad sin contrapesos del deseo expreso y automáticamente realizado…Charlotte es la cobardía de la mujer que opta por aferrarse a los viejos referentes de la mujer no emancipada, pero sospecha que ha llegado tarde, que ello ya no es posible, que la debilidad de la mujer ya no puede entrar en combate como arma… por eso abraza sin fe cualquier religión que le permita escapar a las obligaciones del sujeto emancipado que, mal que le pese, ha terminado siendo.
Pero Carrie ya no es Edipo, porque ni siquiera tiene familia, Carrie es Narciso. Ya no el sujeto con la conciencia atormentada por la dificultad para asumir la herencia del Padre, que implica tomar el mando con todas las consecuencias del proceso productivo, el económico y el moral. Como todo consumidor vocacional, Carrie ha eludido las obligaciones del ciudadano para labrarse el triunfo en el orden que realmente domina: el de los signos. Si le conferimos poder es porque ella nos indica sabiamente lo que “debemos” ponernos, en qué tiendas comprarlo, dónde comer –o ir a comer, porque comer es ordinario-, qué cóctel es el apropiado y dónde hay que pedirlo…No es una mujer que ha ocupado el lugar del Hombre, es una mujer que sigue disfrutando de tal condición –en el sentido más tradicional y reaccionario del concepto- pero que además se siente legitimada para tomar asiento en los espacios destinados a las especies hegemónicas de la sociedad. No es extraño que Miranda, dueña de un cuerpo poco voluptuoso e interpretada por una actriz lesbiana en la vida real, sea la única verdadera mujer en un mundo de hombres, pues forma parte de un bufete de abogados y tiene que vestir diariamente sin rasgos seductores, como una profesional seria. Por el contrario, las otras tres “sí viven como chicas”, de ahí que Carrie sea escritora –como Virginia Wolf o Betty Friedan, nada nuevo bajo el sol-, que Samantha se dedique a las relaciones públicas y que Charlotte –estudios de Humanidades, muy para esposas- se dedique al mundo del arte.
Sexo en Nueva York, La Película, es el resultado de una astuta operación de blanqueo. A lo largo de casi una década, el personaje de Carrie Bradshaw se ha dedicado a exhibir por las noches en su apartamento inteligencia y espíritu crítico en su columna –delante de un precioso portátil de Apple- para disimular que su vida es tan banal e insustancial como la de Maria Antonieta o Paris Hilton. Fiestas, desayunos, risitas de adolescentes con las amigas, desfiles de modelos, ligues… toda una feria de banalidades a la que pretendidamente se da profundidad filosófica con los interrogantes que, a modo de cronista moral, atraviesan los artículos de Bradshaw para el New York Star. La misión de la película es proporcionar al público más de lo mismo para acabar proporcionando una moraleja exculpatoria: lo importante –una lo descubre al pasar de los cuarenta- no son todos esos signos de superficialidad a cuya persecución dedicamos nuestras vidas, sino el cariño de nuestros amigos y nuestros novios… ya no el convite bestial bajo la curiosidad de los paparazzi y los trajes ostentosos… mejor refugiarse en el último reducto de calor que le queda a la vida de la tierna chica neoyorkina que, descubrimos al final, solo deseaba acurrucarse en el regazo de un hombre de fuertes brazos que supiera cuidar de ella. Ahí acaba todo.
Nueva York es el símbolo de la moderna Babilona, allí donde todos empiezan de cero y nadie es juzgado por su procedencia ni por lo que es, sino por cómo se comporta, por aquello en lo que se convierte. Desde la perspectiva que ofrece la serie, nos lo encontramos como el mundo de Peter Pan, un escenario sin compromiso ni tragedia. Es cierto que en el transfondo –y los personajes no son ajenos a ello- intuimos las sombras del pánico a la soledad, la pobreza, el envejecimiento, la exclusión social y la muerte… agentes más peligrosos hoy en la medida en que se han desplomado los referentes espirituales que forjaron el imaginario colectivo, tanto los asociados a la religión como los que llamaban a una solidaridad desclericalizada. Carrie en realidad no es más que una fashion-victim. En un episodio clave, tras sorprender a Samantha haciéndole una felación a un desconocido, hace ver que sus prioridades no son las de su ninfómana amiga…el episodio acaba con Carrie haciéndose una sesión de fotos digna de una estrella para Vogue, qué maja, mientras Samantha sonríe admirada como reconociendo que su amiga es verdaderamente un ejemplo de super-mujer para el mundo contemporáneo.
No hay liberación de la mujer, solo se nos describen los efectos de la incorporación de un nuevo sector capaz de adiestrarse eficazmente como consumidor y, ocasionalmente, crear los propios signos de la belleza, de ahí que al final Carrie renuncie a un traje de novia “con marca” y decida que la marca es ella; lo que ella decida, lo que ella hace es la mejor de las marcas: triunfo del individuo sobre la tiranía de la moda impuesta que, paradójicamente, es lo que ha mandado durante los años de la serie. Y es que Sexo en Nueva York no ha sido otra cosa que un desfile de modas permanente, modas de ropa, de bares, de copas, de hombres, de costumbres…
Dos curiosidades. Rudolph Giuliani, alcalde de la ciudad durante muchos años, es el padre de la limpieza que de vagabundos, borrachos, exhibicionistas y maleantes de poco fuste pero facilidad para afear las calles se ha realizado en los últimos tiempos. No hay menos delincuencia ni ha descendido la pobreza, tan presente ahora en Nueva York como en los tiempos en que la tele emitía la serie Shaft, pero se ha apartado de las calles donde resultaría “más inconveniente”, como cuando la criada empuja la suciedad por debajo de la alfombra para que no haga feo. ¿Y Bin Laden? También blanqueado. Tan solo una dedicatoria a la gente de New York al final de un capítulo, sin explicitar las razones… Nunca hubo Twin Towers, nunca olió a cuerpos carbonizados ni el perro presintió el fin del mundo… Y sin embargo Bin Laden, sin saberlo, al convertir a los neoyorkinos en víctimas del Mal, al castrar a la ciudad del más insolente de sus símbolos, recuperó para la Capital del Mundo la condición que le faltaba: Nueva York también llora… quizá por eso es mejor que Carrie siga tomando Cosmopolitans en Manhattan con sus amigas.
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