Saturday, May 01, 2010







LA MADRE

Tengo la insana costumbre de alegrarme secretamente cuando descubro que un tesoro de cuya belleza llevo años disfrutando, permanece oculto para la mayoría de mortales. Es una estúpida presunción, pero sospecho que nos pasa un poco a todos, como si aquello que adoramos se desvirtuara simplemente por popularizarse, como si solo el Quijote o Las Meninas pudieran resistirse al riesgo de trivializarse en que caen las cosas cuando se popularizan. Ayer volví a ver Roma, no la de Fellini, sino la de Adolfo Aristaraín. Creo que era un buen momento la víspera del Día de la Madre para regresar esta obra bellísima, uno de esos films en donde uno sospecha que encuentra las respuestas que busca, algo que, por cierto, ya me ha pasado anteriormente con este admirable director de cine argentino.





En este relato, un joven periodista es contratado para hacer de ayudante de un veterano escritor al que su editorial ha encargado elaborar su autobiografía. El viaje a un pasado ya remoto en el Buenos Aires todavía espléndido y eufórico de los cincuenta da cuenta de lo que parece una vida emocionante, envidiable... Pero Juaco siente que todo ha sido un puñetero desperdicio, la historia de toda una larga serie de oportunidades desaprovechadas. Desde el momento tan cruelmente intolerable en que muere su padre, Juaco no hace sino deambular sin sentido, como un "rinconero", sin participar nunca del todo en las contiendas revolucionarias de sus amigos, sin llegar a comprometerse con ninguna piba seriamente, sin concretar ninguna de las opciones de trabajo y estudio que, una y otra vez, su madre -Roma- va proporcionándole. Nadie entiende por qué Roma es tan indulgente con su hijo, por qué parece creer que su hijo llegará algún día a ser un gran escritor, por qué le deja coger con sus novias en la casa, por qué insiste -cuando el tío Áteo le insinúa que es un vago- en que Joaco "no tiene un buen trabajo aún porque el suyo no es espíritu para vivir encerrado dentro de una oficina".



A medida que va transcurriendo el metraje del film -que es la narración de una vida, o mejor, de aquellos tramos realmente memorables de una vida, pues no otra cosa es una biografía- vamos sabiendo por ejemplo que todo lo que un escritor escribe es perfectamente accesorio y que el mundo hubiera podido pasarse tranquilamente sin ti y sin eso a lo que llamas "tu obra". También intuimos que, como Joaco, acaso hemos desperdiciado nuestra vida y, lo que es peor, lo más probable es que volviéramos a hacerlo. Pero lo que sobre todo nos enseña Roma es que lo que se ha ido construyendo en nosotros es la historia de un hijo, es decir, de lo que la madre construyó para nosotros y la manera en que, seguramente, no supimos aprovecharlo.





Hay pocas cosas sobre las que no me atreva a bromear: el amor materno-filial es una de ellas. Hay algo religioso -en un sentido les aseguro que muy lejano de las paparruchas de las misas y las imágenes de las virgencitas- una fortaleza telúrica, arraigada en lo más profundo del subsuelo... inexplicable para un varón, incapaces como somos de entender que algo pueda protegerse incluso mucho después de lo que el programa biológico del mamífero que somos tiene previsto. La madre nos ha preservado de la ira del macho y de las inhóspitas afueras, esconde y disculpa nuestros vicios, nos protege incluso contra nosotros mismos.



Es un buen día para releer La madre, de Maximo Gorki, donde Tatiana llega a gritarle a Dios que jamás le perdonará por haberse llevado a su hijo. O Las uvas de la ira, de Steinbeck -que merece tantos regresos como el film de John Ford-, una historia que se anuncia como pintura del paisaje de la Gran Depresión, pero que vive atravesada de principio a fin, sin que terminemos de darnos cuenta la mayor parte del tiempo, por la alargada sombra de la figura materna, ese misterioso poder que mantiene unido el clan en medio de las peores tempestades. (Al final, Rosharon, la joven madre que acaba de perder a su hijo, salvará con su leche de morir de hambre a un hombre en un granero. Eso no se lo dejaron contar a John Ford en la película, pero en toda su terrible obscenidad -el indecente espectáculo de la miseria y la injusticia- es el final apropiado para esa novela admirable)

Mejor pues los clásicos para celebrar este día, a Aristaraín me lo pueden dejar a mí. Cuando, ya jubilado incluso de la profesión de novelista, Joaco, cumpliendo una vieja liturgia familiar, habla por fin al río, le dice que su madre es lo único que de verdad mereció la pena de tantos años deambulando por la vida.





No es mi pretensión reivindicar la institución familiar, qué diablos, de la familia pueden decirse cosas hermosísimas tanto como cosas odiosas, responsable como es de muchas de las mayores virtudes, pero también de las mayores taras. No, eso se lo dejo a aquellos que, como los que visitan asiduamente a los profesionales de la moral, necesitan cargarse de razones para apoyar aquello en lo que, en el fondo, nunca creyeron demasiado. Tan solo pretendo ser honesto, tan solo expresar mi perplejidad, que no es otra cosa que la capacidad para admirarse por aquello que uno no alcanza a comprender y que, sin embargo, continúa moviendo el mundo.

9 comments:

Anonymous said...

Excelente Roma, si señor.
Está ahora en las librerías "mi madre" de R.Ford. Aceptable.


BT

David P.Montesinos said...

"Aceptable" puede ser suficiente, buscaré ese libro que, ciertamente, no conocía. Gracias.

Joaquín Huguet said...

Leí “La Madre” hace unos años y he de confesar que su lectura me produjo una mezcla de estupor y espanto. El libro es una continuación de una obra maestra, “Los Demonios”, en la que aparecen varios personajes diabólicos con el marchamo de Dostoiesky. La obra de Gorki no sólo es amarga, es poco digerible. La novela corresponde a las hagiografías o vidas de santos revolucionarios, pero sin el toque maravilloso o cómico de la “Leyenda Áurea”. Aquellos santos son heroicos y un poco ridículos, pero humanos. Los personajes de la novela de Gorki, en cambio, son héroes de granito, con una visión tan fanática de la verdad que te pone los pelos de punta. Es probable que cualquiera de los líderes de la Revolución fuera más humano que estos Savonarolas que vienen a redimir el mundo a sangre y fuego. Es como si los personajes de los retratos que adornaban las calles de la Rusia revolucionaria hubieran salido de las paredes para crear un “mundo más luminoso” o más demoníaco. El único personaje que se salva es la madre, una mujer que progresivamente se va fanatizando hasta identificarse con su hijo, al que reconoce como una especie de Jesús redivivo. El libro además de un antecedente como “Los Demonios” cuenta con una secuela no menos gloriosa: “Los siete ahorcados”. Esta última es de Andreiev, un escritor que tuvo la prudencia de morirse los primeros años de la Revolución.

Ricardo Signes said...

1. He de llevarte la contraria, David, porque esa actitud de complacencia privada en la belleza, en la que ésta aumenta por su condición secreta, no es en absoluto general, sino más bien extraña. Es justo lo contrario a la actitud del don Juan, quien sufre una pasión alimentada por el cacareo público. O sea, que felicidades (y también a P. por lo mismo).

Ricardo Signes said...

2.Coincido con Joaquín en su consideración sobre "La madre" y me sorprendo de lo que me cuesta encontrar referentes literarios de mérito sobre las madres que se escapen del melodrama lacrimógeno. Por contra, algunas de las novelas más destacadas del XIX aborden el tema de la maternidad, pero desde la insatisfacción que causa a las protagonistas ese papel, asociado al de esposa: "Madame Bovary", "La Regenta", "Ana Karenina" o "El primo Basilio".

David P.Montesinos said...

No discrepo de vuestras consideraciones sobre La madre, a pesar de que me sigue pareciendo una importante novela. Pero sí, tiene un carácter de hagiografía que nos permite entender el porqué de la consideración de Gorki como legitimador de la revolución bolchevique. Siento no conocer la novela de Andreiev a la que se refiere, vuestro encarnizado bagaje como lectores me admira.

Anonymous said...

Su post me ha hecho evocar lecturas realizadas hace algún tiempo. Trae un tema del que habría mucho que decir, la relación materno filial es de una potencia estremecedora. Puede que el ser humano no tenga un vínculo como ese a lo largo de su vida, con todo lo que de positivo y negativo conlleva. Decía un autor que, creo intuir que a usted no le va mucho, que es posible distinguir a los niños que recibieron leche, de los que recibieron leche y miel.
Seguramente podrían decirse muchas cosas de la relación con la madre, pero hay una que me gusta especialmente, permítame que se la reproduzca porque la hago mía.

“ Creías en mí, en la fuerza que había en mí; mejor dicho en mí llego a haber cierta fuerza porque tú me convenciste de que creías en ella. Te enfrentabas a mis rebeliones, incluso rabiosamente a veces, pero nunca me desalentabas. Recibí aliento hasta de tus menos razonables intransigencias. De modo que te debo radicalmente mi alegría, ese secreto trágico que suelen envidiarme; porque nadie, ni la muerte futura y ya presente, puede debilitar la alegría de quien se ha sabido de veras amado- no mimado, no adulado-por su madre, de quién ha notado crecer su propia inteligencia en inteligencia con ella. Cuando las cosas han comenzado tan, estupendamente nada sabrá nunca ya ir mal del todo. Aún sigo rodando, gozando y combatiendo gracias al empellón fabuloso con que me proyectaste a un mundo […].

Respecto a los Joad, creo que una llega al final de la novela, al final de su viaje (externo, pero sobretodo interno), por solidaridad con ellos y asiste, en su periplo, al desmoronamiento y desintegración del clan. Me ha hecho pensar que aquellos okies, son en gran medida muchos inmigrantes de hoy.

R.

David P.Montesinos said...

Hola, R, gracias en primer lugar por su comentario, contenido y sensible, como todo lo que suelo leerle. Se equivoca en una cosa. El arte de amar, de Erich Fromm, fue probablemente el primer ensayo que leí, curiosamente por inducción de un cura comunista que tuve en el colegio. Creo que hoy no comulgaría integralmente con la mirada que proyecta sobre el futuro de las relaciones entre los seres humanos, pero muchas de sus intuiciones me han continuado acompañando, siquiera inconscientemente, a lo largo de mi vida.

Sugerente la comparación entre los okis de tiempos de la Gran Depresión y los actuales inmigrantes. Sin irse de las tierras por las que vagabundean los Joad en el relato de Steinbeck, las últimas leyes del Oeste que pretenden la consideración delictiva del inmigrante sin papeles me parece que toma el relevo de aquellos clanes hambrientos en busca de trabajo. Quizá sean estos los personajes que merecen literatura épica como aquella, quizá sean esos mexicanos los que verdaderamente merecen ahora un steinbeck.

Anonymous said...

Vaya, vaya, con mister Steinbeck. Esa imagen final de las uvas de la ira, con esa mujer amamantando a un hombre moribundo tiene ecos lejanos, del otro lado del Atlántico. No recuerdo si Ovidio en sus Fastos, pero desde luego sí Valerio Máximo, recoge la historia de una mujer romana llamada Pero que se dedica a visitar su padre, condenado por la ley a morir de hambre en una celda. Al pasar las semanas, los guardias se extrañaron de que el anciano aún no haya muerto y deciden controlar las visitas de Pero a su padre. En una de ellas descubren, al fin, que Pero se dedica a alimentarle con la leche de sus pechos.

Si eso hoy en día resulta obsceno no lo sé, quizá sea así, pero para los romanos fue motivo de admiración y orgullo.

A. Lillo