Friday, July 09, 2010





MUNDIALES








1. Dijo Heidegger que Dios –él lo llamaba el “Ser”- estaba destinado a no comparecer, es decir, que solo habría de darse a través de sus entes o sus signos. La Nación es una entelequia parecida. Oímos a muchos hablar de ella con una seguridad en sí mismos que convierte a quienes, como yo, no estamos demasiado seguros de nada, en poco menos que unos infortunados que deambulan tristemente por el mundo sin saber muy bien ni de dónde son, ni a dónde van, ni –sobre todo- quiénes son.

Mi abuelo, un tipo algo bruto pero al que siempre atribuí dimensiones bíblicas, fue llamado por la Nación por primera vez en los años veinte. Ya sonaba en aquel tiempo su nombre como “un delantero centro muy potente que jugaba por Levante” junto a un extremo bajito: eran Montes y Cubells, las dos estrellas de aquel Valencia fundacional que sustituyeron en el alma colectiva local la veneración por los toreros Belmonte y Joselito. Los convocaron a ambos para jugar en Barcelona contra Austria un amistoso de selecciones nacionales, pero después del entrenamiento -según mi abuelo por las intrigas del mítico Ricardo Zamora, que presionó para que colocaran a algún amiguete suyo con el nueve a la espalda- Arturo Montes hubo de quedarse en el banquillo. Poco acostumbrado a tales humillaciones, el Príncipe de Benicalap optó por coger el tren y volverse a Valencia. Probablemente se equivocó, aquello fue un ataque de soberbia.

Muy distinta fue la situación, diez años después, cuando la Nación le requirió por segunda vez: había empezado la Guerra y la caja de reclutamiento pasó por su casa. Se quedó en su habitación viendo películas de Charlot con un proyector que se había comprado y le dijo a mi abuela que cuando vinieran preguntando por él les dijera que se había marchado y que no sabía dónde estaba. Fueron, efectivamente, y, cuando mi abuela les soltó la milonga, los que te ofrecían el honor de servir a la patria con solo que te dejarás destripar un poco se marcharon sin mayores resquemores y no regresaron ya nunca.

Mi experiencia con la épica patria es, todavía, menos luminosa que la de mi abuelo. Mientras algún militante anarquista me insistía en la conveniencia de declararme insumiso y pasármelo bomba en un calabozo regodeándome con mi heroísmo, yo opté por jugármela a ver si la miopía hacía pensar a los médicos de la mili que, si me ponía a disparar con el cetme y me cargaba a algún sargento, era fácil que les echarán la culpa a ellos.

En estas condiciones entenderán ustedes que mi grado de identificación patriótica sea más bien de baja intensidad. Para colmo, tampoco acaba de excitarme la supuesta identidad colectiva de los valencianos, que para algunos se cuece en el fuego lento de las Fallas y la paella, y para otros mira al norte, concretamente hacia Catalunya, horizonte de civilización y asimilación cultural al que según ellos los valencianos se resisten solo porque son un poco paletos. Sí, ya lo ven, ni un himno con el que derramar dos lágrimas, ni una bandera en la que envolver mi cuerpo desnudo, ni tan siquiera una nacionalidad de la que esté tan convencido como para decir, “soy español, o “catalán”, o “vasco”, o “corso, ¿qué pasa?” Y lo peor –y esto lo que verdaderamente me desacredita como ser humano y revela mi absoluta falta de principios- es que encima duermo tranquilo por las noches. Qué vergüenza, no sé por qué entran ustedes a leerme.


2. Si surfean un poco por la Red preguntándose por el sentido de la palabra “España” van a sorprenderse. Es conocida la consideración de que el origen etimológico del topónimo nos lleva hasta los fenicios, que denominaron al territorio en el que apenas se adentraron “Tierra de Conejos”. Hay quien sin embargo anuncia que esta teoría ha quedado definitivamente desfasada, y que, en realidad, lo que los fenicios pretendían con eso de I-sphan –o algo así- era denominar a las “tierras del norte”, ya que llegaron hasta las costas altas del Mediterráneo occidental bordeando las costas africanas. Y una vez abierto el supermercado identitario, que es una cosa muy postmoderna y muy chula, podemos plantearnos otras opciones, a ver cuál nos mola más. Por ejemplo, estudios sobre el euzkera lanzan la hipótesis de que Iz-pania es un concepto geográfico cuyo sentido es el de “partir los mares”, conocido efecto peninsular que, de no ser por los Pirineos, nos habría convertido en una isla, algo así como Canarias pero a lo bestia. En relación a la lengua de los tartessios, unos tíos del sur muy misteriosos y que ya contaban chistes, como Chiquito de la Calzada, y se acojonaban cuando un toro les miraba mal, como Curro Romero, la tierra de Ispa es aquella “donde se forjan los metales”. Una curiosa teoría, muy del Guerrero del Antifaz, dice que en realidad el concepto junta dos vocablos para otorgar a lo hispánico carácter peformativo, es decir, que etimológicamente España sería “la nación que se engrandece por conquista” (y que se fastidien los moros, hala).

No entro en las más delirantes, que las hay y algunos las defienden con la misma convicción con que arguyen que la faz de Cristo se apareció en un sándwich, pero hay un par más que aparecen reiteradamente: la de que Dionisos envió a su segundo, Pan, a cuidar del lugar, de ahí lo de Spania… O la que nos asocia a la caucásica ciudad de Ispahán, cuyo sentido remite a las primitivas lenguas indoeuropeas, para las cuales Span sería “tierra montañosa”.

¿Qué, les mola esta sarta de gilipolleces para contarlas en alguna cena de empresa de estas de julio en que uno nota que la ensaladilla viene del congelador? Lo que yo me pregunto es si, no pudiendo ponernos de acuerdo ni siquiera sobre si somos la tierra de los conejos o la del buitre Leonardo, hay derecho a que sigan yendo por ahí algunos decidiendo que ser “español” es lo que ellos dicen que es, por no hablar del repugnante fascista que ayer le pegó en San Fermín un navajazo a uno porque llevaba la camiseta de la selección española.

3 En ningún acontecimiento puede aspirar ya la Nación a darse en sus signos con tan alta definición como en el Mundial; olvídense los sociólogos de desfiles militares, homenajes a la corona o fiestas de guardar Como el fútbol es en realidad un espectáculo mas bien aburrido, al menos cuando no juega tu equipo, llega un punto en que obligo a mis allegados a que me pongan el momento de los himnos nacionales y luego les dejo cambiar el televisor. No ves goles en ese momento, pero tiene su miga lo de las caras emocionadas de los jugadores, alguno de los cuales incluso derrama alguna tierna lágrima patriótica antes de partirle la tibia al contrario.

En España, es objeto de suspicacia que el catalán Piqué baje la vista durante la interpretación del himno de España, al contrario que Sergio Ramos, el cual la levanta al cielo cual legionario. Hay himnos que tienen letra y la gente la canta, ahora con la novedad de que la tele acerca al micro a los jugadores para ver si cantan el himno, quedando la duda de si el turco Ozil, el tunecino Khedira y el ghanés Boateng no cantan el himno alemán porque le tienen rabia o por qué no se lo saben. Hay otros, como el español, que no la tienen, bueno, sí la tiene desde hace poco, pero no nos la sabemos y en cualquier caso nos daría vergüenza (“viva España/ cantemos todos juntos con distinta voz/ y un solo corazón”, un himno muy postmoderno y muy del gusto de la España políticamente correcta porque en él no se habla de matar a ningunos enemigos ni de asar a los infieles) Lo más socorrido es lo que hacen nuestros compatriotas en los estadios de Sudáfrica –a los cuales acuden todos no por un paquete turístico sino porque les tocó en una rifa del Lidl o de Piensos Sanders-: decir wa wa wa wa al ritmo del himno, aunque a mí en este caso me suele venir a la cabeza –la infancia siempre es algo traumática- aquello de “Franco, Franco/ que tiene el culo blanco/ porque su mujer/ lo lava con Ariel…”

Luego está la fiesta de camisetas y vuvuzelas en las gradas, las manifestaciones de orgullo y euforia después de cada triunfo, las chatis que se hacen famosas porque prometen enseñar las tetas si gana la selección de su país, los body painting de las modelos que van desnudas pero las pintan con colores de Uruguay, Brasil o Alto Volta, los presidentes del gobierno que rompen el protocolo en el palco por un gol de su equipo… ¿Para qué montar guerras si tenemos el Mundial? De no ser por los traficantes de armas y por los políticos reaccionarios podríamos satisfacer todas nuestras ansias con este desfile de gilipolleces. Todo lo más se rompería la pierna de algún delantero o moriría algún infortunado por arma blanca en las celebraciones post-partido.

4. Sí, ya sé, el fútbol aliena, y la gente es capaz de soslayar durante un par de horas el hecho de que mañana no sabe si va a poder pagar la hipoteca por una estupidez tan grande como que un tipo que gana una fortuna a su costa envíe una pelota a la escuadra de la portería rival. Es curioso que un señor usualmente serio y cabal como el Presidente del Gobierno de España haya insinuado ya que la victoria sobre Alemania puede ser un símbolo de lo equivocados que estaban Merkel y el Bundeschbank al poner en duda la sostenibilidad de nuestra economía. Como broma, puede molar que pensemos que un par de combinaciones entre Villa e Iniesta o un racial cabezazo del Tiburón Puyol van a sacarnos del paro y devolver la confianza a los mercados financieros internacionales, pero ¿quién sabe?, a lo mejor en este “capitalismo de ficción” o “sociedad gaseosa” en que nos movemos es esto lo que nos salva… O en todo caso, quizá salve nuestra autoestima, que tampoco es poca cosa.

Hace ocho años, cuando la selección argentina era objeto de fanáticas manifestaciones de apoyo al salir de Buenos Aires rumbo a Corea, pensé que en pleno “corralito” lo mejor que podía pasarle al país era que le dieran una somanta de palos en aquel Mundial, a ver si así los argentinos espabilaban y dejaban de vivir en las dulces tinieblas de la ensoñación. Hoy debo decir exactamente lo mismo de España, esta tierra de conejos que parece haber alcanzado la cima de su rendimiento deportivo en el momento económicamente más crítico en treinta años.

Y sin embargo… No estoy seguro de que las recurrentes charlas sobre como parar el domingo a Robben o si ha de jugar arriba Fernando Torres sean más insanas que las que en los mismos bares podrían los mismos protagonistas tener sobre las disputas parlamentarias o la corrupción en la costa… y tampoco estoy seguro de que en un bar donde te ponen patatas bravas y calimocho sea lo más propicio discrepar sobre si hay una gran brecha entre el joven Wittgenstein y el de las “Investigaciones”, o si en los poemas más apasionados de Nueva York, Lorca estaba en realidad sublimando su condición sexual. Entiendo que a muchos de ustedes les moleste esta saturación informativa mundialista. A mí me llegan a poner enfermo esos tipos que gritan por la calle con una camiseta roja y luego, por la noche, me arruinan el sueño con la mamarrachada esa de “yo/soy/español/español/español/yo/soy…”

De acuerdo, pero no sé si estoy autorizado para decidir en qué deben emplear mis conciudadanos el tiempo de los sueños. “No sé qué te dará a ti esto del fútbol”, le decía a un amigo su madre después de oírnos gritar un gol cuando íbamos a su casa de críos a ver al Valencia. Yo sé lo que pasaba por mi corazón cada vez que veía a Mario Kempes atravesar el campo rival con el balón en los pies y en Mestalla se dejaba escuchar un murmullo de tensa espera, de admiración creciente porque algo muy grande estaba a punto de suceder. ¿Estúpido? Pues claro. Tan estúpido como tener hijos creyendo que van a hacer todo lo que nosotros no supimos, tan estúpido y tan iluso como creer que nuestras novias nos amarán para siempre o emprender un viaje en busca de ciertas verdades que, en realidad, habían nacido también de entre los sueños…

Bienaventurados sean pues los Mundiales, que permiten que nos riamos un poco de las patrias y que, de vez en cuando, consiguen que tipos hechos y derechos griten y se abracen por un gol de cabeza al saque de un corner… Aunque al día siguiente no sepan si va a embargarles el banco.

7 comments:

Anonymous said...

que bueno, y sin recurrir al pulpo Paul.

BT

David P.Montesinos said...

Soy yo quien debe felicitarte, BT, por el trabajo que me enviaste recientemente. Bien documentado, lúcido, sin peloteos baratos y, por momentos, conmovedor.

Lo del Pulpo Paul me parece delirante. Hace muchos años leí a un humorista gráfico ya tristemente fallecido, Perich, que el éxito arrollador del "Baile de los Pajaritos", que convirtió a María Jesús (y su acordeón) en superestrellas de un verano, con niños y adultos bailando en las verbenas la canción dichosa ("Pajaritos por aquí, pajaritos por allá, la colita remover...")demostraba que "no toda la culpa es del gobierno". Pues eso, todo el mundo pendiente del Pulpo Paul, incluso Zp... a lo mejor es que tenemos lo que nos merecemos.

Anonymous said...

Leeré el nuevo posto.Espero que el enlace funcione

http://www.elpais.com/articulo/sociedad/alma/vida/elpepisoc/20100709elpepisoc_2/Tes

R

David P.Montesinos said...

PARA FERNANDO SOLERA. Hola, no sé qué tipo de líos me monta blogger, pero tu post ha ido a parar no sé dónde. Te contesto en breve.

David P.Montesinos said...

Perdón, acabo de sufrir un lapsus: no eres Fernando sino JAVIER.

David P.Montesinos said...

Perdón, acabo de sufrir un lapsus: no eres Fernando sino JAVIER.

Anonymous said...

me parece muy mal que los inmigrantes que juegan en la seleccion alemana de fútbol, no tengan ni un mínimo sentimiento por ese país que les ha dado acogida llevando la camiseta nacional, es que, ni siquiera se ponen la mano en el pecho o yo que se , tararean algoooo no hacen nada!!!está bien que quieran tanto a su patria,turquia, polonia y argentina pero que feo se ve que solo la mitad de la selección cante y los otros mudos ni un apíce de entonación, que les cuesta, es mi opinión y supongo que pronto muchos alemanes van a notar eso y a la larga va a incomodar, pasaria eso en otro país donde la mitad de la sleccion no canta y se nota ese vacío de amor al país que representan o solo les gusta de ese país los euros.