INDIGNAOS.
Es irremediable hablar de este libro. Yo lo compré en una librería absolutamente seductora de la Calle Sierpes de Sevilla. Se trata de Beta Galería Sevillana del Libro. Quería hacerme con él desde que apareció, pero no encontré un lugar mejor que un antiguo teatro para hacerlo. Entre las galerías de Filosofía, de Cine, de novelas, de novedades o de esotéricos, uno no podía dejar de pensar en el escenario, los palcos laterales, las butacas de piso, la entrada con sus taquillas... Vi algo parecido en Berlín, junto a la inquietante Catedral del Kudamm, una tienda de ropa de moda que había ocupado el espacio de un antiguo cine. Es extraño, desaparecen estos lugares porque a la gente dejan de interesarle, pero nos sentimos obligados a conservarlos -aunque sea para convertirlos en un Zara- porque nuestra memoria los asocia a la enorme felicidad que nos proporcionan los sueños, esos que nada como un teatro o un cine han sido capaces de proporcionarnos desde hace tanto tiempo.
Compré Indignaos porque me produce curiosidad cualquier fenómeno editorial. Hoy mismo lo he visto en un centro comercial situado el siete en la lista de los libros más vendidos -¡el siete!-, al lado de las novelas de legiones romanas y de templarios, del libro de Joseph Ratzinger sobre Jesús o de alguna de las últimas mamarrachadas sobre el apocalipsis socialista que suelen devorar con delectación los habitantes de la Caverna. Y lo compré también pensando en regalárselo a mi padre, pues, además de que sospechaba que podría gustarle, pensé que le divertiría la posibilidad de leer a alguien al que pudiera considerar considerablemente más viejo de lo que él es.
Cuando Stephane Hessel estudiaba en la Escuela Normal de París, mi padre apenas era apenas un bebé. Hessel nació en 1917, cuando un señor calvo llamado Lenin conducía a los bolcheviques al derrocamiento del zar y el mundo se desangraba por una guerra terrorífica. Formó parte activa de la Resistencia durante la ocupación alemana de su país, Francia, y fue torturado por los nazis tras detenerlo por sus actividades subversivas. Su increíble suerte le permitió sobrevivir a aquellas mazmorras y a dos campos de concentración, incluyendo un episodio digno de una película de Hitchcock en que, la noche antes de subir al patíbulo, cambio su nombre por el de otro preso que acababa de morir de tifus. Hessel tuvo después una participación destacada en la elaboración de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Podría seguir, pero me quedo con ese episodio, pues la fe que siempre ha tenido en aquel proyecto le inspira ahora la redacción de este Indignaos, acaso suscitado también por la visita que recientemente realizó a la Franja de Gaza, donde este judío enemigo de todas las formas del fascismo comprobó hasta qué punto el Estado de Israel estaba convirtiendo Palestina en la forma más odiosa del horror y la crueldad.
Se trata de un "escrito de circunstancias" en toda la extensión del concepto. Lo es en la misma medida en que lo fue, por ejemplo, el Manifiesto comunista, de Marx y Engels, que irrumpe en el único momento en que puede hacerlo y, sobre todo, cuando puede provocar el efecto deseado sobre la sociedad. Al contrario que tantos y tantos textos de circunstancias que no reconocen serlo y cuyo futuro es ser con toda justicia olvidados, Indignaos responde apresuradamente a una emergencia, pero su destino es perdurar en el tiempo. ¿Y estamos realmente ante una emergencia mundial comparable a la de la postguerra o, más remotamente, a la revolución proletaria del XIX? Háganse la pregunta y dense tiempo -aunque no demasiado- para contestársela.
"Indignaos", dice este hombre que se siente cerca de sus últimos momentos. Carlos Boyero, que me arranca siempre un par de risas en el careo que tiene semanalmente con sus lectores de El País, preguntado por el libro, reconoce no estar demasiado interesado en leerlo, pues el de la indignación es su estado habitual, por lo que cree no necesitar que le inclinen a ello. Es una baladronada de esas a las que Boyero nos acostumbra, pero no va del todo mal orientado. Cuando lees el breve texto de Hessel, te queda la sensación de que no te dice demasiadas cosas que no supieras.
Sabemos que la cultura de los derechos humanos nació hace sesenta años porque muchos ciudadanos del mundo entendieron que era preciso reaccionar contra el horror de los totalitarismos y los campos de la muerte. Esa cultura parece haber periclitado en nuestro tiempo, por eso se hace preciso recuperar el estado de indignación moral que le dio sentido entonces. Debemos indignarnos por la inmoralidad de los poderes financieros, por la postergación de las libertades en favor de los intereses del mercado, por el agigantamiento de las brechas económicas, por la desasosegante paradoja de que nuestras ciencias y técnicas son capaces de producir más prosperidad que nunca y sin embargo producen miseria y tiranía ...
Me quedo con un momento de la lectura, ese en el cual nos relata sus impresiones del caso palestino. Cada viernes, los habitantes del pueblo cisjordano de Bil´in se dirigen hacia el muro que ha convertido su tierra en la mayor prisión al aire libre del mundo. No portan armas ni lanzan piedras. Las autoridades israelíes han calificado este acto semanal y silencioso en una forma de "terrorismo sin violencia". En sus noventa y cuatro años a Hessel no se le había ocurrido que el terrorismo pudiera ser pacífico. Me viene a la cabeza uno de los mantras del líder de FAES, José María Aznar, quien siguiendo la Doctrina Bush, ha repetido hasta la saciedad que "todos los terrorismos son iguales". Hessel cree entender las razones que inclinan a un pueblo devastado a esperar algo del uso de la violencia, pero es una vida demasiado larga como para no darse cuenta de que el terrorismo no conduce a nada porque sólo añade más dolor al dolor. Por eso recuerda a Mandela, a Gandhi o a Luther King.
Lo sabíamos o, cuanto menos, lo sospechábamos antes de leer este texto. Pero se me ocurre una cosa. De crío, leí un cuento en que una niña observaba un monumento. El sabio anciano de piedra empezaba de pronto a moverse y bajaba del pedestal para transmitir a la niña su sabiduría, todo aquello que sabe alguien que procede de otro tiempo y, por tanto de otro mundo. De alguna manera, este hombre que nació en medio de la Primera Gran Guerra, resistió al fascismo en la Segunda y participó decididamente en la redacción del texto jurídico más trascendente de la historia contemporánea, se dirige a nosotros desde el milagro de su supervivencia... a nosotros, que tan lejos estamos de lo que vivió que sólo somos capaces -pobrecitos- de pensar en ello como en episodios de las películas o en aquellos temas de los que nos examinaba un profesor pelmazo de Historia del Mundo en el colegio. Son cosas que sabemos, pero necesitamos que alguien como Stephane Hessel nos las diga. Hay que leerle.
2. Asisto al acto que una corriente socialista valenciana -Volem i podem- organiza a propósito del libro de Tony Judt Algo marcha mal. El tema de trasfondo es la socialdemocracia, su lugar en el momento presente, su difícil ajuste a un entorno cambiante y problemático donde, sin ninguna duda, las claves que convirtieron la socialdemocracia en el movimiento político más fructífero de la historia reciente han cambiado de tal manera que no encontrar asideros para la readaptación equivale al suicidio.
Los ponentes, Joan Romero y Justo Serna, consiguen reunir una cantidad de gente inusitada en el edificio Octubre. Estuvieron agudos y brillantes, dijeron algunas cosas que no habíamos pensado y otras que sabíamos, pero incluso en este último caso, acertaron a poner en orden nuestras ideas. Elucidar conceptos, ofrecer el enfoque preciso de las preguntas que conviene hacerse, desacreditar prejuicios simplistas o deshacerse de viejas pretensiones ilusorias... todo esto es en cierto modo faena de maestros, en el sentido más pedagógico de la palabra, y ambos lo son. Sólo un matiz: vi muy poca gente menor de cuarenta años en aquel acto. Me pregunto por qué, y tengo sospechas. Trato diariamente de convencer a mis alumnos de la necesidad de atender a la política, forma de uso de la libertad humana inclinada a gestionar la convivencia entre los seres humanos. Puedo entender mi vida sin el PSOE y, desde luego, sin Zapatero, pero no soy capaz de imaginar una sociedad europea contemporánea sin socialdemocracia. ¿Por qué no consigo hacer compartir esta inquietud a mis alumnos? Ver Tony Judt.
15 comments:
tiene pinta de ser un mierdo de libro..
¿Por qué?
Simplemente por el hecho de que usted dice que lo del apocalipsis socialista es una mamarrachada, cuando es bien cierto que es un apocalipsis..
De esta manera, pienso que el libro será un mierdo debido a que con la idea anteriormente nombrada del socialismo, está distorsionando la realidad(todo el mundo sabe que sí es un apocalipsis), por lo que tambien la puede distorsionar al hablar bien de un libro.
Creo que usted establece un mal razonamiento. De que yo cometa un exceso en mi calificativo respecto a ciertos textos por los que siento un profundo desprecio moral e intelectual no se sigue que mi opinión sobre el libro de Hessel sea equivocada. "Indignaos" no tiene nada que ver con lo que está ocurriendo en España, mi comentario al respecto de la Caverna se refiere al hecho de que los libros de estos autores que viven instalados en el insulto, la calumnia y el tremendismo aparecen en las listas de ventas junto a los de templarios y cosas por el estilo. Simplemente me llama la atención que un texto serio se convierta en un fenómeno editorial.
Hablar de "apocalipsis socialista" me parece en cualquier caso mucho más abusivo, creo que abarata el concepto de "apocalipsis", que es algo bastante más terrible que lo que tenemos. En cualquier caso, no dudo de que el gobierno socialista español ha cometido grandísimos errores, pero de ahí a considerar que es la fuente de todos nuestros problemas va un abismo. De ser así, bastaría con que desapareciera Zp para que las cosas cambiaran, pero temo que los problemas que acucian actualmente a nuestras sociedades son bastante más profundos y tienen causas más amplias que la supuesta ineptitud de un gobierno local. Desgraciadamente.
Le vuelvo a dar las gracias, pese a la discrepancia.
Pongámonos cursis. ¿Hasta aquí llegan? ¿En un lugar tan fino? ¿Un mierdo? Por favor.
No se deje embaucar, sr. Montesinos.
Justo Serna
Si usted piensa que es poco apocalíptica la cifra de parados en nuestro país, la situación que atravesamos y lo que aún está por venir..apaga y vámonos..
Realmente, no digo que el libro de Hessel sea un mal relato, pero insisto..ha dicho que esos autores viven en el insulto,la calumnia y el tremendismo, ahora bien, el gobierno socialista no se basa en los mismos valores?
Si se da cuenta, están realizando un papel más propio de la oposición..criticar y más criticar.
Pero en fin..todos van a lo mismo..que conste que soy apolítico.
Gracias por su amable consejo, señor Serna, pero mi madre piensa que a mí se me embauca fácilmente.
Este país atraviesa una recesión económica que es más que preocupante, pero insisto en que "apocalíptico" me parece un adjetivo grueso. Apocalípticas son situaciones que se dan en otros países. No daré ejemplos, pero el mapa de la miseria tiene zonas más calientes que la nuestra, algunas, por cierto, bastante cercanas. En cualquier caso, también temo, como usted, que las cosas puedan empeorar por estos lares.
Me gusta poco el actual gobierno socialista, pero no acepto la teoría de la equidistancia. Ni fue su vocación la calumnia durante los años de la oposición ni lo ha sido durante su gobierno.
Yo no soy apolítico. Ni usted tampoco.
cierto es que hay situaciones apocalípticas, pero la nuestra es, cuanto menos, curiosa.
Los políticos saben que tienen la solución, bajándose ellos sus amplios sueldos en lugar de a nosotros, de ahí mi rechazo hacia todo movimiento político.
No sé por qué duda usted de mi palabra.
No dudo de su palabra. Con arreglo a mi idea de lo político, usted no me parece apolítico, en todo caso advierto que no le gustan los profesionales de la política, que viene a ser otra cosa. O, en todo caso, no cree en la partidocracia, que es sólo una forma de lo político.
Lo de que deberían bajarse los sueldos lo comparto.
Hola,
supe de este libro durante las navidades. En el telediario hablaban de él como de un fenómeno de ventas atípico, por la edad y trayectoria del escritor así como por lo inesperado. A España llegó más tarde y, la verdad, aún no lo he leído, de modo que no puedo decir lo que ese libro es o no es.
Lo que sí puedo decir es que empieza a no resultarme extraño que los que se revuelven sean más los viejos que los jóvenes.
En la teoría nunca lo hubiera imaginado, sin embargo, mi experiencia en el mercado laboral me ha enseñado que, si llego a una empresa y la media de edad de los trabajadores es baja, el asunto pinta mal para mí. No sé si se debe a una educación conformista, o a los contratos basura, o al conchón económico que brindan las familias pero lo cierto es que cuando alguien de mi edad está mal en una empresa su estrategia es aguantar el contrato y largarse, o largarse sin más -nada de afiliarse a un sindicato, ni denunciar abusos, ni participar en huelgas-. Los únicos a los que he visto enseñar los colmillos alguna vez y protestar son aquellos que tienen más que perder, los que sustentan a otros, los padres.
Respecto a los lugares reconvertidos en tiendas o centros comerciales de los que habla, yo también he visto alguno por Europa y, sinceramente, y por más que me cueste reconocerlo, deberíamos aprender algo de los publicistas y de los expertos en marketing porque, mientras nosotros dejamos de lado esos espacios culturales y de diversión -cines , teatros, salas de exposiciones,...- ellos han entendido que, imponiendo su marca allí, obtienen un plus de prestigio y de valor impagable, y a coste cero, porque es el cliente el que aporta al acto de comprar su marca el recuerdo feliz de ir al cine a ver "Los diez mandamientos" o "Centauros del desierto". Un saludo.
Gracias amigo, leo con atención su comentario que me parece francamente interesante. Lo que usted describe respecto a su experiencia laboral me recuerda a algo que leí a Richard Sennett.
"El trabajador experimentado enriquece el significado de lo que ha aprendido y juzga su valor en función de su pasado personal. El joven rebelde, por el contrario, es un estereotipo defendido por muchos trabajadores jóvenes. Los trabajadores jóvenes, más dóciles, prefieren irse cuando están descontentos; en cambio, los trabajadores mayores, más críticos, dan voz a su malestar". (La cultura del nuevo capitalismo)
Gracias por aparecer por aquí, vuelva cuando le apetezca.
Hombre, por fin he logrado encontrar de nuevo este blog!!
no se si me recordaras, David, pero hace tiempo solia frecuentarlo, lo que pasa es que despues de un tiempo sin visitarlo, perdi la referencia y ya no me acordaba de la direccion.
Intentare frecuentarlo mas a partir de ahora, en medida de lo que mi tiempo me lo permita, y por cierto, no soy mucho de leer, pero si tengo algun ratillo me pasare a comprarme este libro a ver que tal.
Un saludo.
Te recuerdo, José, bien retornado, como la primavera.
Respecto al libro "Indignaos", lo que encuentro más interesante es el hecho de que se haya convertido en un best seller.
Por otra parte parte, haces un comentario sobre el significado y el origen de la cultura de los derechos humanos excesivamente idealista en cuanto a su origen.
Pero lo que verdaderamente quería comentar es lo que dices sobre la socialdemocracia. Yo pienso que la socialdemocracia ha jugado un papel durante un periodo en que se pensó que las políticas de bienestar y el desarrollo ad infinitum de un sistema de derechos en el marco de un sistema de democracia representativa, constituían una salvaguarda suficiente frente a la expansión del mercado y el poder del estado. Estamos en otra era. Si se tratara de un videojuego, podríamos decir que hemos "pasado de pantalla".
Creo que el desafío radica ahora en que lo que ha desaparecido es la política, la esfera política. Por eso, tus alumnos y mucha otra gente no pueden interesarse por la política ni pueden comprometerse políticamente: porque les hablas de algo que es ya, prácticamente, un fantasma; han llegado tarde para poder experimentar, ni siquiera como espectadores, lo que entendemos por acción política.
Lo hablábamos hoy en el instituto: "político" tiene un sentido peyorativo, tanto si se usa como adjetivo o como sustantivo. La política realmente existente es lo que hacen los profesionales de la política, mientras los ciudadanos nos dedicamos a una actividad apolítica: producir y consumir sin fin.
Hay momentos de efervescencia política, momentos de crisis que anuncian transformaciones importantes, "acontecimientos" que prometen un nuevo inicio -en América Latina, en los países árabes ahora; momentos de política en estado puro. Durante un periodo de tiempo parece que todo el orden vigente queda suspendido en el aire y que un nuevo orden se va a instaurar de nuevo. Pero es una experiencia o una visón fugaz. Lo máximo que podemos esperar de esta lógica -y quizá ya es muy optimista- es la extensión progresiva de nuestro modelo. Pero ¿acaso es viable?
Por todo eso, pienso que sostener a la socialdemocracia en las condiciones actuales es como empeñarse en mantener el equipo de fútbol del instituto cuando ya nos hemos quedado sin campo de fútbol porque le han construido encima un edificio de apartamentos.
Creo que no nos queda más que buscar un sitio donde reconstruir un campo de fútbol donde poder jugar.
Un saludo,
FentCiutat
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