Saturday, April 21, 2012




EL ELEFANTE


Irremediable acordarse de Cazador blanco, corazón negro, el film de Clint Eastwood inspirado en los días inmediatamente anteriores al rodaje de La Reina de África. Su director, el mítico John Houston, era tan irredento cazador como vocacional bebedor de whisky. El encargo de una película de safaris le vino estupendamente para aligerar sus numerosas deudas, pero sirvió también -si hacemos caso del relato de Eastwood, quien por cierto interpreta magníficamente al personaje- para que se le metiera en la cabeza la posibilidad de cazar un elefante. Traba amistad con un nativo que promete acompañarle a las zonas profundas de la sabana donde viven estos animales, despreciando la falta de sangre y honor de los miembros de la productora, preocupados por minucias como los continuos retrasos que, por los caprichos del artista, sufre el rodaje. Cuando se encuentran por fin ante una manada de aquellos imponentes animales, uno de los acompañantes de Houston -creo que el guionista- pronuncia unas palabras que no he olvidado: "Son magníficos, vienen de un tiempo inalcanzable". A continuación, Houston va de cara a uno de ellos acompañado por el nativo. Su imprudencia le cuesta la muerte a éste, que es volteado por uno de los irritados paquidermos.

Al regresar a la aldea, suenan unos tambores en honor del héroe de la tribu que acaba de caer por la absurda obsesión de un extranjero: "Honran al hombre que ha muerto, y también hablan de un cazador blanco con el corazón negro". Houston, avergonzado y roto de dolor, indica que el rodaje de La Reina de África debe empezar.

No caeré en la imprudencia de declarar mi hostilidad hacia la afición a la caza. Yo devoro cadáveres, no demasiados, pero la realidad es que no he terminado nunca de abrazar el vegetarianismo, de manera que resulta algo pueril establecer una frontera tajante entre la degollina cotidiana -y sospecho que no siempre observante con el sufrimiento- de los mataderos y la muerte a tiros en el monte de liebres, jabalíes y perdices. Sí, lo sé, en un caso hablamos de necesidad alimentaria y en el otro de pura diversión, pero no estoy nada seguro de que necesitemos ni la tercera parte de la carne que ingerimos, lo cual debilita -y mucho- la censura al cazador.

De este razonamiento podría seguirse el que ya hemos escuchado en las últimas horas a vueltas con el asunto del Rey en Bostwana: ¿por qué nos parece infinitamente más valiosa la vida de un elefante que la de un cerdo o una vaca? No tengo una respuesta más convincente que la del personaje del film de Eastwood que declara su amor a aquellos animales: "son magníficos, vienen de un tiempo inalcanzable". He visto muy pocos elefantes en mi vida y, por supuesto, siempre en cautividad. Creo que hay razones sobradas para declararlos especie protegida, y me parece una inmoralidad tan grande que un matarife los destripe a tiros como si tal cosa sucede con un rinoceronte o un oso, sin olvidarme de las ballenas o los urogallos. Será incongruente poner a caldo al monarca por su irresistible afición a la caza mayor mientras uno se zampa un bocata de mortadela, pero creo que es mejor que existan este tipo de leyes restrictivas a que no lo hagan. Creo, en suma, que es mejor que existan osos, lobos, ballenas o gorilas de montaña. Y -para qué andarse con rodeos- creo que sólo algún mandarín indeseable puede pagar una fortuna por poder accionar su escopeta de siete leguas para asesinar a seres tan hermosos y admirables.

He tenido y tengo allegados que aman la experiencia cinegética, ya hace mucho que dejé de discutir con ellos sobre este tema. El aro por el que no paso el de que el asunto del elefante no haya de desencadenar una nueva oleada de debates sobre la conveniencia de la Monarquía. He leído que es un momento "inoportuno" para ello. Estaría bien que quienes así se pronuncian nos explicaran qué momentos son oportunos para preguntarse sobre la bondad de nuestras instituciones ¿Es "inoportuno" porque es precisamente ahora cuando varios miembros de la Familia Real se han lanzado desaforadamente a desacreditarla con sus actos? Quienes llevan toda la vida declarándose republicanos podrían contestar con una sonrisa irónica y aquello del "ya os lo dije, infelices". ¿Es inoportuno porque atravesamos una pavorosa crisis económica? En este caso, se me ocurre si no se vuelve mucho más intolerable el asunto de Bostwana precisamente porque somos los ciudadanos españoles los que sufragamos la Corona, lo cual resulta mucho más irritante cuando el Gobierno nos recorta día tras día servicios públicos esenciales.

Con frecuencia leo a personas de derecha e izquierda insistir en los grandes servicios que Don Juan Carlos ha prestado a la Nación. Me parece bien, pero tengo objeciones al respecto. Si es verdad que el Rey reina pero no gobierna, entonces hemos de entender que su presencia tiene un valor simbólico. Y el problema de los símbolos es que tienen valor sólo si se lo otorgamos, y yo no tengo la más mínima inclinación a otorgárselo; simplemente no lo necesito, por eso no sé por qué debo financiarlo. Es exactamente lo mismo que me pasa con otra institución de origen ancestral, la religión: como -al contrario de lo que me pasa con los hospitales o las escuelas- no necesito ni a Dios ni a sus ministros, no termino de entender por qué su negocio ha de mantenerse y prosperar a costa del sudor de mi frente.

Nunca nadie me ha preguntado si quiero tener un Rey. Mis mayores me han comentado que ellos sí lo decidieron. Se refieren al pack constitucional, que, junto a los derechos fundamentales de la Carta Magna, incluía asuntos tan trascendentes para nuestras vidas como el sistema autonómico o la Jefatura del Estado. Perfecto, votaron con honestidad y, posiblemente, votaron lo que era debido. El pequeño problema es que al aceptar la lógica dinástica de la Monarquía, aceptaron también privarnos a las generaciones venideras de la posibilidad de determinar quién habría de ser el Jefe del Estado, que es por cierto lo mismo que les pasó a ellos durante los cuarenta años anteriores.


Nunca es inoportuno el debate en democracia. Si creemos en la democracia, claro. Me viene a la cabeza lo que dijo cierta anciana de mi familia que presumía de haber llegado a tocar a Alfonso XIII en una de sus visitas a Valencia. Cuando, con las primeras elecciones de la democracia, le preguntaron a quien iba a votar, ella respondió con toda determinación y como si la duda ofendiera: "¿Yo?: al Rey, por supuesto"

4 comments:

Tobías said...

A mí también me gusta esa película de Eastwood, tal vez más por momentos concretos que porque la considere una de esas obras redondas que tanto abundan en la filmografía del ya lejano Harry el sucio. Las dos escenas encadenadas en las que pone en ridículo a la rubia pronazi (renunciando heroicamente a tirársela) y el enfrentamiento con el racista del hotel, en el que recibe una paliza de muerte, son memorables; por cierto, me pregunto cuántos van a estar dispuestos a dar la batalla, no por judíos y negros, sino por la sanidad y la educación pública, tan maltratadas y marginadas como esos dos colectivos a los que quiso defender Huston.

Todo este asunto es bastante lamentable. A nadie se le preguntó si quería la monarquía, fue colocada como forma del Estado y cualquier intento de modificarla exige la total y casi imposible reforma del texto constitucional. Todos los partidos de la oposición democrática, incluido el PCE, tragaron y consensuaron una constitución con monarquía incorporada. ¿Fue eso una elección democrática? Sin auténtica libertad política, sin poder votar otra cosa que esa constitución o el regreso al franquismo y amenazados por el caos si no triunfaba la constitución ¿Está legitimada esa elección?

Dejando aparte que uno no tenga especial inquina a Juan Carlos, al que estaría dispuesto a entregar un exilio dorado o una apacible vida de ciudadano normal, la monarquía española es una institución intrínsecamente reaccionaria. Fue eliminada por el pueblo en el 31 e impuesta de nuevo por la dictadura que derrotó a ese pueblo. Y ahora esa institución antidemocrática está en la cima de la democracia y con unos poderes impensables en una República constitucional:

1.La monarquía parlamentaria es la forma del Estado y sin opción a cambio. Además el rey arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones. Vaya usted a saber lo que significa en la práctica, pero suena muy mal.

2.Silenciamiento y censura de cualquier actividad real.

3.No sujeción a responsabilidad. O sea que puede cometer cualquier delito que siempre mantendrá su impunidad ante la ley.

4.Desigualdad y discriminación de base (en contradicción con la propia constitución) primando al hijo varón.

5.Poder no solo para promulgar sino también para sancionar las leyes. Es decir que si se niega se puede alargar hasta el infinito la entrada en vigencia de la ley y si se inhabilitara al rey te la jugarías frente a las oligarquías dirigentes y frente a las fuerzas armadas.

O yo estoy muy equivocado o esto no es democracia. Hace algún tiempo leí una anécdota sobre Franco bastante significativa. Estaba recién nombrado el embajador de Estados Unidos en España y departiendo con el Caudillo le preguntó qué pensaba que ocurriría en el país cuando él faltara. Esto es lo que respondió nuestro invicto generalísimo: “Pues todo seguirá más o menos igual, supongo. En los cines se podrán ver marranadas de ésas que ponen por ahí, y poco más”. La anécdota tal vez es falsa pero “si non e vero e ben trobatto”.

Creo que Juan Carlos ha cumplido su cometido, aquello que dijo Lampedusa: “Todo debe cambiar para que nada cambie”; siguen mandando las oligarquías de siempre convenientemente adaptadas y la izquierda institucional supo que para seguir disfrutando de cuotas de poder tenía que aceptar que nada cambiara en lo sustancial. Hay algo´de lo más interesante que no mucha gente sabe, el rey no ha jurado la constitución. De bien nacido es ser agradecido y el Borbón ya había jurado a quién había sido su genuina fuente de legitimidad.

Ricardo Signes said...

Si no fuera por la evidencia de la fotografía y por el propio reconocimiento del monarca cabría pensar que todo este asunto ha sido un montaje masónico-republicano pero en plan aficionado y chapucero. A mí me da que en su casa ya no saben qué hacer con él y que están deseando que se jubile, pero se ve que el oficio de rey crea mucho apego al cargo. Sin embargo todo se le está poniendo en contra, hasta el director del ABC, que parece que empieza a salirse de la foto. Me comenta el amigo Huguet -el vigilante de la Biblioteca de Gotham- que en "El País" y "El Mundo" publicaron noticias la semana pasada de que el socio de Undargarín implicó directamente a la infanta y al rey en los chanchullos del caso Nos. Lo que le faltaba. También me cuenta de cierta aristócrata alemana ha sido vista en compañía del monarca en algún acto público (o privado, no sé), y pone en lo de "en compañía" un tono inequívoco de sospecha. Lo que me extraña es que aún no se haya propagado por ahí la especie de que todo es un montaje del heredero para hacerse sitio. De cualquier modo, la foto que recoges en tu artículo pesa más que el cadáver del elefante de detrás y tiene pinta de esquela.
Un saludo.

David P.Montesinos said...

Hola, Tobías, creo que haces una exposición rigurosa y muy bien construida y documentada sobre el tema que tratamos. Mi visión de la democracia española no es tan pesimista como la tuya, me cuesta aceptar, siguiendo lo de Lampedusa, que nada haya cambiado. Sin embargo, coincido en que la Corona es una institución residual de antiguos regímenes. El razonamiento es sencillo: si la democracia no necesita un garante extrademocrático, no se entiende su pervivencia, si la necesita, entonces debemos preocuparnos, pues la legitimidad del sistema queda en situación de incertidumbre.

David P.Montesinos said...

Hola, Ricardo. ¿Sabes a qué me recuerda a mí la foto de marras? Acuérdate de aquella imagen de El planeta de los simios, cuando, tras la cacería inicial de humanos, los simios se fotografían orgullosos con la escopeta en la mano y la patita encima de los cadáveres. Se me ocurre pensar en las actuales peripecias que, entre bastidores, deben estar viviéndose en la Corte. Empleados serios y responsables cuchichean circunspectos sobre el carácter caprichoso y desobediente del Monarca, que parece haber regresado a la niñez -la petición de perdón final incluida- y que, a las puertas de la muerte, ha optado por ceder a sus más irrefrenables caprichos. A fin de cuentas decís que yo os salvé de otra dictadura, dejadme disfrutar un poco ahora, hombre.

No sé si te ocurre un buen argumento para un relato: un Rey se vuelve loco y empieza, de pronto una mañana, a hacer cosas raras porque no es feliz, un poco como el personaje de American Beauty. Podría empezar por tirar el plato de sopa de la cena a contra un mueble lujosísimo que encanta a su mujer y luego decir que todo le importa un carajo.