Saturday, March 16, 2013




FUMATA GRIS


Nunca creí en Dios, ni siquiera cuando creía creer. Sin embargo hubo un tiempo en que el mundo parecía tener un orden y estar resguardado por alguna clase de sortilegio que presentía pero cuyas claves se me escapaban. Las dos ancianas sentadas en el jardín de la casa grande vigilaban los paseos del gentío por la avenida; agosto tras agosto, feria tras feria, el tío Justo, del que decían que era rico, nos llamaba para besarle y nos daba un duro; mis padres tomaban decisiones que no siempre me gustaban pero que sabíamos incuestionables; desde una distancia propia de la aristocracia, propia casi de los démones antiguos, mis abuelos manejaban los hilos de la vida con conversaciones oscuras, miradas cómplices y frases al oído en una lengua oscura que no comprendíamos pero que tenía el valor de lo sagrado. 

Todo era mentira, claro, o mejor, la verdad de todo aquel trampantojo consistía en que nos lo creíamos. Con el fin de la infancia empezamos a saber que a duras penas y sin vocación -y acaso ahí radique su heroísmo- nuestros padres timoneaban un bajel amenazado a diario por tempestades mucho más pavorosas de lo que los niños podíamos concebir. Si los cuchillos volaban a dos centímetros de distancia de nuestras gargantas, ellos disimulaban y nos tapaban los ojos. La adolescencia nos abrió los ojos, y supimos que todo era tan frágil como ahora lo percibimos cuando somos nosotros los que tenemos que sostenerlo. Nuestros abuelos se acercaban a la muerte a una velocidad que para ellos era desorbitada, los adultos no creían en la verdad de todo aquello que nos aseveraban con aire solemne, los bandidos merodeaban muy cerca, el mundo en que nuestros mayores crecieron caducaba, las ancianas del jardín desaparecieron. El orden que se nos antojaba inconmovible, y en el que crecíamos despreocupados, era mucho más precario de lo que hubiéramos podido soportar. 

Dijo Jaime Gil de Biedma: "que la vida iba en serio, uno lo descubre siempre demasiado tarde". Tenía razón, vaya si la tenía, pero al menos yo no tardé en descubrir que Dios era sólo una leyenda. Acaso por ello me maravilla que muchos hayan estado tan atentos al cónclave vaticano que ha elegido al nuevo líder de los católicos. Un sumo pontífice -y esto vale para cualquiera de las formas reconocidas de monoteísmo- es un señor al que los devotos otorgan la responsabilidad de decidir por nosotros donde está la barrera entre la virtud y la indecencia. Si yo, por ejemplo, dijera lo que pienso de algunos santos, lo preceptivo sería que este señor me excomulgara. No orinaría sobre el acta de excomunión como hizo Lutero porque, al contrario que aquel fraile alemán, no me gusta ser descortés ni primitivo, pero, sobre todo, no creo que la Santa Sede haga demasiado caso de mis irreverencias porque saben que nadie con dos dedos de frente se traga hoy en día la panoplia de que Dios acepta intermediarios.

No me entiendan mal, no me estoy proclamando protestante. De quienes heredaron el espíritu de la Reforma me separa algo esencial, que yo sé que Dios no escucha las plegarias de los hombres. Ellos sí lo creen, y lo creen firmemente, acaso los luteranos sean los únicos de entre los adoradores del Crucificado que creen en Dios con todas las consecuencias, pues, lejos de la iconolatría pueril de los católicos, consideran blasfema la presunción de que el Hacedor pueda ser representado en ridículos ritos colectivos, imágenes de becerros de oro o vacuas penitencias de confesionario.

Los católicos viven entregados a la escenificación de la fe, a una ilusión que se teatraliza hasta la histeria, mientras que los protestantes honran la idea del Padre porque creen que éste sólo puede habitar en lo más profundo del alma del devoto. Loable, pero, en cierto modo, aún más equivocado todavía que el católico, cuya entrega a las imágenes y a las buenas obras sirven al menos para otorgar credibilidad a la leyenda. No hay Dios, y eso el católico lo sospecha en silencio más que el protestante, de ahí el simulacro de las procesiones, las lágrimas, el fetichismo y los ceremoniales colectivos. 

¿Para qué esta mascarada de los cardenales bajo los frescos de Miguel Ángel? El cónclave es desde siempre un rito, un golpe de efecto para impresionar a los débiles. Incluso yo, que encuentro inconcebible la fe, admito que, si Él existe, se tiene que hallar muy lejos del cenáculo cardenalicio.  No obstante asisto con cierta expectación al espectáculo, a lo que tiene de ritual antiguo, quizá porque me atraen de manera enfermiza este tipo de procedimientos cuya danza ha de seguirse con el escrúpulo de los nigromantes, quizá porque -créanme en esto- amo tanto a Miguel Ángel que sería capaz de hacerme obispo con tal de pasar unos días mirando los frescos de la Sixtina sin turistas, aunque en lugar de japoneses haya curas. 

El cónclave es un juego de poder, siempre lo fue, pero en la Era del Espectáculo se me ocurre que el Vaticano podría estar tentado de cometer un sacrilegio que le desenmascararía para siempre: convertir a cambio de una fortuna sus sesiones en un reality show. Quizá sea lo último que venda a precio de saldo antes de asumir que su viejo proyecto ecuménico se ha agotado y que el catolicismo está condenado a la vulgaridad y la irrelevancia en las próximas décadas, ser una más de las religiones a la carta, una opción entre otras para el politeísmo de supermercado que lo etiqueta todo en low cost. 

Ya han elegido, fumata blanca, pero no habrá Papa, es demasiado tarde porque Wojtyla acabó con la última esperanza de una dirección espiritual para el rebaño de Pedro. Además de una oportuna visión teatral, lo que aquel fanático eslavo fue a hacer a Roma es triturar la herencia del Concilio Vaticano II, último intento  sincero de edificar una Iglesia verdaderamente comprometida con los pobres, con la justicia, con el mensaje evangélico en definitiva. De aquello sólo quedan restos en Hispanoamérica o en África, pecios flotando a la deriva, últimas trizas del barco que trató de armar Juan XXIII. No me extraña que Ratzinger huyera de la opción de llamarse Juan Pablo III: inútil empeñarse en sostener un legado conciliar descalabrado y exangüe. Tampoco sorprende que haya huido de la Silla de Pedro, los Papas ya no mueren, más bien ser hartan, se deprimen, algo muy de la época. 

Hace muchísimo, mi madre me solía preguntar al volver yo del colegio por el Padre Melià, el Padre Pericás y aquel cura nonagenario que apenas podía hablar y que todavía confesaba. Yo le decía mentirijillas -nunca mis verdaderos pecados, con los que he siempre me he llevado bastante bien- para que el hombre se sintiera bien al darme la penitencia y bendecirme. Se presentía que aquel era un mundo en orden, estaba ciertamente destinado a hacérnoslo creer. Sospecho que es esa melancolía de una comunidad con sentido, de un cuadro olímpico de figuras paternales que nos resguardan y nos riñen, que deciden por nosotros, lo que los actuales católicos buscan todavía en la fe, lo que exigen al Vaticano, el cual reacciona como toca: ofreciéndoles la liturgia sin saltarse un solo paso. 

Es una ficción, Cristo no era quien decía ser, los curas son tan malos como cualquiera de nosotros, y el Papa -digámoslo de una vez, por si alguien lo duda todavía- no tiene otra misión encomendada que proteger la supervivencia de la institución y, por tanto, la de sus miles y miles de empleados. 
Una ficción con un historial imponente pero declinante, un fraude, como tantas otras cosas. 

10 comments:

Tobías said...

He llegado un poco tarde para comentar tus impresiones sobre la muerte de Chávez. Permíteme solo una pequeña referencia: La primera vez que vi la imagen del famoso “Aló presidente” me recordó inmediatamente aquel tremendo programa de Tele 5 en el que Jesús Gil explicaba su “visión del mundo”, mientras promocionaba una Marbella anegada en la corrupción. Las chicas en bikini, las actuaciones musicales y los cómicos lamentables, sacados de películas de Ozores, intentaban hacer digerible el populismo más soez y barato.

A mí tampoco me gustaba Chávez, me recuerda a los tiranuelos valleinclanescos o a la figura del militar revolucionario que acaba convirtiéndose en “Yo, el Supremo”; incluso admito la interpretación de Elia Kazan, cuando veía en Zapata el peligro de cambiar un dictador por otro desde el momento en el que un revolucionario se sienta detrás de una mesa de despacho.

Sin embargo, me da la impresión de que me dejo llevar por algún tipo de concepto estético sobre lo que es la Revolución, algo más rigorista de lo que se estila en Sudamérica. Y, sobre todo, la manipulación asquerosa que se viene haciendo en este país sobre lo que ocurre en Venezuela hace que tenga dudas y me plantee la realidad desde otros puntos de vista. No estoy de acuerdo con lo que dices del miedo de la gente, creo realmente que apoyaban a Chávez porque estaban convencidos de que, por primera vez, alguien respondía a sus reivindicaciones. Como tú dices, la democracia directa no es el Aló presidente, es más, ni siquiera creo que en Venezuela se estuviera avanzando hacia el socialismo. La democracia se construye desde abajo y no con caudillos providentes, pero Chávez no era un dictador, me niego a aceptar los ataques interesados de tus amigos de Venezuela. Con todos los errores de gestión que quieras, lo que ha hecho Chávez es una política socialdemócrata, ampliando la protección del Estado a amplias capas de la población que estaban sumidas en la miseria. Una miseria generada por esa Venezuela que defienden todos esos que odiaban a Chávez, los que muestran una rabia exaltada que siempre me ha sorprendido. Las cifras objetivas están ahí, no hay más que mirarlas. Y luego, volver a escuchar la miseria enferma del periodismo español.

Tobías said...

Wojtila fue elegido para devolver a la Iglesia por el Camino de la Verdad y para que diera la puntilla a un régimen comunista polaco que haría de punta de lanza en la descomposición del mal llamado “socialismo real”. No voy a lamentarme por la caída de la URSS pero, vamos, entre Thatcher, Reagan y el propio Wojtila nos diseñaron un mundo en los años ochenta que no nos ha traído ni el fin de la historia ni el de nuestros de males.

Es inevitable simpatizar con las intenciones de Juan XXIII y el Concilio Vaticano II, lo que pasa es que son esas intenciones lo que acaba resultando aberrante en el seno de la Iglesia. No quiero ser muy duro, ya lo fue Freud, por ejemplo –lo digo para que la indignación vaya contra sus legítimos causantes-, pero considero la religión cristiana como una patología: “Camino por ese mundo, que lleva siendo durante muchos siglos un manicomio y que se llama cristianismo”. Es una patología porque supone entregar la mente al dominio absoluto y a las exigencias de un entramado criminal como es el Vaticano. ¿Qué quiero decir con esto? Que las muy nobles intenciones de un Boff, Jon Sobrino, Kuhn y demás teólogos de la liberación, su apego a los problemas de los más pobres, su deseo de hacer realidad los preceptos más humanitarios del Evangelio, llevan necesariamente a la desvinculación con una ideología opresora. En definitiva, llevan a la ruptura con la Iglesia, y en última instancia, al cuestionamiento de una religión que asesina los instintos vitales. Por eso solo queda lo que tú dices, una ficción para quienes tienen miedo, para quienes no desean superar la edad infantil. Hasta San Pablo pretendía dejar de lado las cosas de niño cuando se hizo hombre, frase muy perversa del más fanático de los cristianos y que siempre me ha divertido mucho.

David P.Montesinos said...

Estoy de acuerdo en la mayoría de cosas que dices sobre Chávez. Tampoco me ha gustado el tratamiento periodístico que desde aquí se ha hecho del caso Chávez, seguramente porque el caso, en realidad, es Hispanoamérica. Lo único que de verdad me chirría es la afinidad que encuentras con la socialdemocracia. Yo creo que en Chávez hay caudillismo y un amplio margen de acción institucional a partir del petróleo. De ahí a hablar de socialdemocracia me parece que hay demasiada distancia. La socialdemocracia cree fundamental redistribuir la riqueza y propiciar la igualdad y el bienestar, no solo por una cuestión de justicia social, sino porque, al contrario que el liberalismo, cree que desde la intervención institucional se propicia la actividad económica. Cuando el socialismo, como en España ha sucedido durante la época de González, utiliza la riqueza entre otras cosas para generar nichos electorales cautivos, clientelismo empresarial e incluso corrupción pura y dura, entonces deja de ser socialdemocracia y se parece más a lo peor del chavismo. En cualquier caso estoy de acuerdo en que parte esencial del éxito de Chávez tiene que ver con la iniciativa de sacar de la exclusión a amplias capas de la sociedad venezolana. Respecto a lo de que Chávez no fue un dictador, no sé, yo diría que su estilo expresaba con frecuencia tintes de autoritarismo.

Tobías said...

Temo que mi concepto de la socialdemocracia es más somero que el tuyo. Entiendo por tal, fundamentalmente, la idea de redistribución de una riqueza generada a partir de métodos capitalistas; dicho de otra forma, el Estado aplica medidas para evitar profundos desiquilibrios de clase. ¿Hasta qué punto eso se ha logrado en Venezuela? ¿Ha sido tan amplio como lo creen los chavistas o sigue habiendo tanta pobreza como dice la oposición? Por cierto ¿qué demonios representa la oposición? ¿a qué democracia se refieren? Me gustaría saber las políticas que piensa aplicar el tal Capriles y todos esos que dicen que "le ha llegado a Venezuela el momento de su liberación".

Yo no veo en la socialdemocracia una garantía de que el sistema político vaya a generar una ciudadanía crítica y participativa; acepto lo que dices en cuanto al clientelismo y, por lo que sé, en Venezuela se ha formado una capa de burocracia corrupta que ha medrado al amparo del chavismo. Imagino que la corrupción es uno de los problemas más graves con los que tendrá que combatir el poder popular: de una forma u otra, pienso que también se ha formado una conciencia cívica poderosa, la conciencia de que muchos han salido de la miseria y no quieren volver a ella porque la vieja burguesía pseudoliberal quiera plegarse de nuevo a intereses ajenos.

No puedo entender como dictador a quien se somete a numerosas consultas electorales, garantizadas por observadores internacionales, en un país en el que la mayoría de medios de comunicación están en manos privadas y en el que la ley se somete a una constitución. En mi opinión, lo que es una dictadura, que se nos va metiendo por todos los poros y que asumimos como algo normal, es lo que tenemos aquí.

David P.Montesinos said...

En relación al tema religioso, comparto la declaración esencial: Wojtyla me parece un personaje nefasto y lesivo para la congregación y para el mundo. Recuerdo aquella época en que cada semana se destapaba con alguna majadería sobre la existencia de los ángeles, de los milagros, del Purgatorio o del Espíritu Santo, sin olvidarse de enviar al infierno a los sodomitas o echarle broncas a los curas de la Teología de la Liberación. Wojtyla, que era un fanático, pero no un imbécil, entendió perfectamente que la única modernidad a la que la Iglesia debía abrirse era la de la Sociedad del Espectáculo, de ahí tanto viaje, tanta fotogenia, tanta Paloma Gómez Borrero, tanto simulacro sobre la pobreza... El objetivo siempre fue el mismo: dejar definitivamente atrás la herencia conciliar, simulando el compromiso social y progresista que Juan y sus seguidores sí se tomaron en serio. Adiós a la renovación, muerte a los condones, a la feminización de la organización, a la tentación revolucionaria. En su lugar, ya se sabe, el Opus Dei y los demás lobbies.

Me resulta más difícil calificar el cristianismo de patología. He leído a Nietzsche tanto como tú, algo que por cierto no han hecho la mayoría de cristianos que dicen odiarle, aunque también los hay que le han leído sin entenderle una palabra. Sus insolencias y desafíos son imprescindibles, pero no acaban con el problema, como acaso sabía ya el propio Nietzsche, quien profetizaba el nuestro como el tiempo del peor de los nihilismos, aquel en el que, habiendo prescindido de Dios, el hombre se aferraría a otras creencias aún más banales.

No soy creyente, ya lo he dicho en el artículo, no solo no creo, es que estoy plenamente convencido -disculpa mi desfachatez- de que la presencia de Dios es una contradicción constitutiva. Solo nos cabe estar solos, sólo así puedo entender el ser. Pero, cuidado, algunas de las personas con mejor mapa moral que conozco son creyentes, de igual manera que algunos de los tipos más zafios y amorales que conozco viven completamente de espaldas a cualquier tipo de inquietud metafísica, ajenos a la necesidad que los creyentes y yo compartimos: la de mirar hacia la trascendencia, la de, en definitiva, preguntarnos continuamente sobre el sentido de las cosas.

David P.Montesinos said...

La última comparación que haces me parece peligrosa. Acepto que el modelo de globalización que se ha impuesto supone toda suerte de amenazas terribles contra las libertades y el bienestar, que van por cierto de la mano, pero, sinceramente, creo que las claves tradicionales del autoritarismo se dan en la actual Venezuela mucho antes que en cualquier nación europea. Dándose una vuelta por Caracas, por ejemplo, lo que se advierte es la presencia de una poderosa oligarquía política y económica, muchísima violencia e inseguridad y una sensación de fragilidad institucional bajo vigilancia del ejército - y conviene recordar que el chavismo es hijo de un golpe de estado que pareció fracasado en su momento.

Respecto a la prensa, tengo entendido que los espacios críticos y alternativos son escasos y están permanentemente hostigados. Respecto a lo de la conciencia cívica, creo que una cosa es proporcionar educación democrática a las masas y otra subvencionar la pobreza con fines clientelistas.

Tus sospechas respecto a las alternativas las comparto. Me pasa como con Cuba, no me gusta el castrismo, pero no quiero pensar en lo que puede pasar si la gente de Miami se apodera de la isla. Por eso dije el otro día que los venezolanos lloran a Chávez porque tienen miedo, temen que el país caiga en manos como las que lo tenían antes de Chávez, y eso es, sin duda, mucho peor que el propio Chávez.

Mi idea de la socialdemocracia está muy bien expresada por Tony Judt en el imprescindible Algo va mal: "El principio de una sociedad en que los únicos vínculos y sentimientos surgen del interés pecuniario es esencialmente repulsiva".
Compete de manera muy especial a la socialdemocracia, actualmente colapsada y sin relato,
"repensar el Estado, reestructurar el debate público, rechazar la tramposa idea de que todos queremos lo mismo". Ese cinismo, y sigo citando a Judt, es el verdadero enemigo del mundo construido en los años ochenta sin alternativa, fundado "en la admiración acrítica por los mercados sin restricciones, el desprecio del sector público y la ilusión falsa del crecimiento infinito".

Ante todo ello, cualquier alternativa de corte populista me parece una pista falsa, además de peligrosa, incluso en su acepción caudillista a lo bolivariano.

Anonymous said...

Obvio... Lo lamentable es que una sociedad que se cae a trozos, que está siendo subastada, que se cae a la miseria víctima del robo, la extorsión, la desidia, la mediocridad, la imbecilidad... deba ser tan civilizada como para esperar a "aleccionar" a sus niños.

No existen quejas, no protestas. sociedad de lamentos. Definitivamente hicieron mucho daño los profesores de las generaciones que ahora deben acatar la programación determinada. Lamentablemente insulsos, dubitativos, "desinteresados" acomodados.

Casi con toda seguridad los mas capacitados para seguir un guión.
Siento pena... el ardor que produce la constatación de que la clase docente de un país no tiene remedio. La desolación ante lo que se derrumba. La constancia de la mediocridad educativa.

Corporativismo. ¿Se acurda de la película "el profesor"? No le encandiló. Se define la caída de la educación pública, pero con la inestimable colaboranción de unos profesores que viven inculcando información cribada por el poder.

Ustedes no responden, no incitan no despiertan, no se juegan el puesto. Cuando una sociedad reclama la atención de una clase siempre ausente como la burguesa responden... Al final.


Siempre resulta beneficioso que el poder joda a los maestrillos de escuela. Clase acomodada que solo reacciona cuando ya no tienen nada que perder.

Al pueblo solo le queda esa esperanza.

David P.Montesinos said...

El tono usualmente provocativo de sus intervenciones no me pasa de soslayo, le atiendo, le escucho con atención y tomo nota. Pero, mire, creo que nos atribuye a los profesionales de la enseñanza un poder del que, sinceramente, creo que carecemos. Lo deduzco de lo que dice de que sería bueno que nos jodieran a base de bien. Ya lo están haciendo, dicho sea de paso, pero no acabo de ver que haya mucho que ganar en que trabajemos en condiciones cada vez peores, yo más bien probaría lo contrario, es decir, que nuestras condiciones de trabajo -y no hablo del salario- sean favorables, quizá en ese caso la escuela funcione mejor.

En cualquier caso, y pese a que -usted tiene razón en esto- el gremio es a menudo demasiado propenso a actitudes acomodaticias y sumisas con el poder, le voy a decir algo que le va a escandalizar: si el sistema educativo no se ha desmoronado todavía es gracias a nosotros. Sé muy bien de lo que hablo, ahora mismo le escribo desde la sala de profesores de un instituto, recién acabada una sesión de evaluación. Créame, si fuéramos consecuentes con la consideración que la sociedad tiene de la escuela y con lo que plantean quienes nos dirigen, si, en definitiva, este asunto tan raro de la vocación docente lo tiráramos a la basura, el fracaso del sistema del que se habla sin saber de qué se habla sería catastrófico.

Anonymous said...

Mi tono usualmente provocativo...

Si el sistema sanitario perdiese al 50% de sus pacientes, resultaría insultante que un implicado en tal escarnio sacara pecho ¿los mariolos que viven de la educación y que jamás se quejaron de las deficiencias sistémicas debieran ser vistos con algún tipo de benevolencia por la sociedad que los padece? (no va por usted, me permito el lujo de utilizar este espacio para la critica).

No es casualidad, la sensación cruda y siniestra (otra vez la película que le recomendé) se torna en una realidad rodeada de tristeza. El sistema, incluido el profesorado inculto, sin vocación pervierte la naturaleza: adultos jodidos... os jodemos desde pequeños para que no notéis la diferencia transitiva.

¿Que les jodan a base de bien? ¿Interpreta: "Siempre resulta beneficioso que el poder joda a los maestrillos de escuela. Clase acomodada que solo reacciona cuando ya no tienen nada que perder." Como una soflama ministrar?

Me espero cosas así de quienes me sufrieron en la infancia. También de quienes soportan mi actualidad, pero... Hace relativamente poco tiempo, un conocido mutuo (estivill) me dijo algo así "si se sigue denostando a los políticos de esta forma, el dia de mañana solo querrán ser políticos aquellos macarras incapaces de hacer algo bueno por la sociedad"
Si en un futuro tenemos políticos más nefastos, esta sociedad debería contemplar seriamente la autolítica indolora, tal vez con algo nuclear, rápido. Entre tanto, tenemos el sistema escolar, políticos etc.

Un saludo.

David P.Montesinos said...

En la profesión docente hay muchísimas personas acomodadas que jamás se han preguntado si lo que hacen merece la pena, no le quito la razón en esto. Yo me permito recomendarle una: "La clase". Al final del curso, una joven que no ha destacado por nada, que ni siquiera ha tenido el mal comportamiento de sus compañeros, explica al profesor que no ha aprendido nada durante el año, que no sabe qué demonios está haciendo. El profesor no la comprende, le dice que está equivocada, que acaso le dice eso en un mal momento... El pobre no ha entendido que el gran enemigo es la indiferencia, una indiferencia que nosotros mismos provocamos a menudo. Pese a todo insisto: el sistema no se hunde gracias a los profesores.