Sunday, December 22, 2013



PENSAMIENTOS ANTES DE NAVIDAD

1. No es cierto que el tiempo lo cure todo, si acaso nos acostumbramos al dolor, nos volvemos menos sensibles a él. Sospecho que en esto consiste el envejecimiento, que siempre tuvo algo de tierra yerma. De todas formas algunas heridas supuran para siempre. Muchas provienen de aquella indiferencia que un día acertamos a distinguir en los ojos de esos a los que con tanta irresponsabilidad amábamos; a ese desamor cuya memoria ahora nos escandaliza se sobrevive no sin caer en alguna forma de cinismo. En mi caso, más que los restos humeantes de un primitivo deseo de venganza, lo que queda es el malestar por tanto tiempo malgastado, tanta salud, tanta juventud, tantas cosas que dejé de hacer por no atreverme a apartar las orejeras cuando aún no era tarde. "Qué desperdicio de millones de instantes que ahora sabría invertir adecuadamente". Escucho mi propia reflexión y me pregunto si en ella no se resume el gran engaño que nos mantiene prudentemente alejados de la lucidez absoluta: pedir que nos devuelvan el tiempo que nos arrebataron, asegurar que ahora ya no nos engañarían, como si existiera un bonus de tiempo más allá del único tesoro del que disponemos, este instante, este soplo que se pierde en el aire para siempre. 



2. La mayor impostura del cristianismo consiste en intentar convencernos de que detrás de todo hombre subsiste un poso de bondad, el cual debería de garantizar el derecho a la indulgencia incluso ante el más execrable de los criminales. Pero no nos hacen falta Hitler o Landrú para toparnos con el mal, basta con pensar en los banqueros que diseñaron los bonos preferentes o en la obediencia incondicional de un burócrata. Éste es el gran descubrimiento por el que tantos odios coleccionó Hannah Arendt, que el mal, el que destruye miles de vidas y el que mantiene la muerte cotidiana, anida en el alma de hombres muy vulgares. El Mal, más allá del prestigio que le confieren las religiones mosaicas, más allá incluso de la fascinación que despertaba en Nietzsche o en las novelas de psicópatas, es en realidad banal y despunta en documentos técnicos, tramas grises y pasadizos desde los que se transmiten instrucciones aparentemente cotidianas. Nadie como Kafka supo aceptar que el Demonio -y por tanto Dios- era en realidad el nombre de una ilusión: la de que el Mal tiene un rostro y se oculta en lóbregas cavernas desde las que lanza a sus ejércitos de asesinos para envenenar las tierras ganadas por la fe.




3. Es cándido eso que con tan buena voluntad hacemos de llevar oro, incienso y mirra a nuestros niños. Estos no quieren juguetes, y menos esos que los pedagogos diseñan concienzudamente para hacer creer a los padres que pueden racionalizar los juegos de sus vástagos. Los niños no quieren juguetes, quieren otros niños; el juguete más sofisticado palidece ante una raya pintada cuando un crío ve cómo otro salta sobre ella a la pata coja y decide secundarle. 

Aún así, hay un momento en que el niño no desprecia sus juguetes. Abandonados tristemente en un baúl, los recupera cuando llega a casa otro niño. Entonces se los muestra, se pavonea ante el visitante presumiendo de ellos como los antiguos reyezuelos bárbaros que mostraban a sus huéspedes sus joyas, sus esposas o las cabelleras arrancadas a sus enemigos en la guerra. La ironía con la que el niño se defiende de las neurosis con que les infectamos consiste en pervertir el sentido adulto de los objetos, hacer de ellos otra cosa, reciclarlos, integrarlos dentro del sistema simbólico de la identidad, y así, en ese ciclo de intercambio que siempre ha regido las relaciones humanas les otorgan una significación nueva y resplandeciente. 


4. Tras este reciclaje sólo está la ilusión. Esto explica la poderosa mitología de los Reyes Magos o Santa Claus, acaso más obsesiva en los adultos que en los propios niños. Lo que el pequeño supuestamente ingenuo desea no es el objeto, es la espera, la incertidumbre, lo que adora es la recepción, el rito por el cual asume la efímera majestad que los adultos le otorgan. No son los tesoros de Oriente los que coronan a Jesús, es el acto de pleitesía que se garantiza a través del valor simbólico de los objetos lo que importa.   



5. "El amor lo han inventado tipos como yo para vender medias", dice Don Draper en Mad Men. Por la misma lógica podríamos afirmar que la Navidad es una invención de El Corte Inglés. Es verdad en ambos casos, pero no es toda la verdad. Ridículo creer en los buenos sentimientos, los propósitos de enmienda y las santas intenciones, sí. Pero, verán, hace algo más de una década, cuando apenas llevaba semanas viviendo en esta casa, me encontraba sólo y el lugar se antojaba gélido y solitario. Pensé que podría morir en este rincón en medio de la jungla de monóxido y ruido de fondo que son las grandes ciudades. De pronto, era la tarde del 24, llamaron a la puerta. Nadie sabía que yo me había instalado aquí, ¿quién podría ser? Abrí, unos niños sonrientes entonaron un villancico ante mi perplejidad. Reaccioné, les di dinero, más del que sin duda esperaban a tenor de la cara que pusieron al recibir la moneda. Esa tarde, este Mr Scrooge que últimamente pasa tanto tiempo enfurruñado entendió que este lugar que pronto visitarán los Reyes Magos habría de convertirse en su hogar y el de su familia. Feliz Navidad. 

4 comments:

Anonymous said...

David, la lectura de tu post me ha traído a la memoria unas apreciaciones del sociólogo Josep Burcet sobre las Navidades y otros eventos (los niños que cantan un villancico a tu puerta un 24 de diciembre, por ejemplo) como “mensajes de confirmación” que nos ayudaban a hacer más llevadera la asimilación de los cambios; así Burcet decía “Para cualquier persona, el punto de máxima información no necesariamente se corresponde con el punto de máximo confort… …en general, las propuestas que tienen mucha novedad y muy poca confirmación suelen ser más excitantes, pero también son más perturbadoras e incómodas y requieren más esfuerzo de asimilación…” “Para cada tema y cada persona el punto óptimo de novedad asimilable es distinto y depende:
a) del cúmulo de conocimientos y experiencias adquiridos previamente
b) de las reacciones emocionales que suscita la propuesta
c) del vigor que posee cada persona.
Sin embargo, el juego de estos elementos no siempre es el mismo. Una acumulación de referentes conocidos puede representar una ventaja para afrontar la novedad. Pero también puede erigirse como un obstáculo. Una reacción emocional intensa puede ser lo mismo una ayuda o una dificultad añadida.” (Josep Burcet Ingeniería de Intangibles, pàg 124 i siguientes).
Sobre el tiempo, me gusta mucho la cita de Lao Tse que dice “El tiempo es fácil de perder y difícil de encontrar”, aunque mi carácter vitalista me lleva a pensar que lo que a veces consideramos “tiempo perdido” no es otra cosa que el camino que debemos recorrer para llegar hasta donde estamos…
En Navidad, es lo que hay, nos invade la nostalgia…
Feliz Navidad.
José Luis

David P.Montesinos said...

Hola, José Luis, tus apariciones en este blog son siempre muy gratas. Aprovecho la ocasión para desearos unos días felices a ti y a tu familia, ya sabes que os tenemos siempre en la memoria. Ojalá nos veamos pronto, aunque no sean encuentros casuales, como ha pasado últimamente.

No conozco a este autor, pero atiendo mucho a tus indicaciones en materia bibliográfica. Lo que expones al hilo de Burcet me recuerda a algo que oí explicar a un pedagogo, no se si te sirve el símil. En las escuelas se preparaba un test para niños pequeños. Se les mostraban tres imágenes, una de una cara sencilla y convencional, otra de una cara con alguna particularidad, reconocible pero no exactamente habitual; la tercera era extraña y problemática. Se les pedía que eligieran la que más les gustara. La mayoría se inclinaban, adivina, por la segunda.

Respecto a Lao Tsé, quizá tú tengas razón y sea estéril pensar en el tiempo perdido, de alguna manera lo insinúo en el post, tendemos a lamentar ese tiempo en el que nos faltó la lucidez, pero eso nos construye y, en cualquier caso, el tiempo no se recupera. Pese a todo, creo que Lao Tsé nos advierte de algo importante: el tiempo se malgasta más fácilmente de lo que se recobra, seguramente porque lo quimérico es recobrarlo. Un fuerte abrazo.

Cristina said...

Yo creo que el tiempo que dedicamos a amar lo largo de nuestra vida, aunque este amor no sea correspondido en el presente o en el futuro, nunca es tiempo perdido. El amor no sólo edifica a aquellos que amamos sino, especialmente a nosotros mismos. Creo que aquel que no puede amar es incapaz también de ser feliz. El amor nos educa, nos ensancha el corazón, nos entrena en la paciencia y el perdón. Simplemente nos enseña a vivir y convivir, y aunque el amor a veces no nos parezca provechoso, es el que nos ha convertido en lo que hoy en día somos.

David P.Montesinos said...

Es cierto, Cristina, tienes razón en todo, lo insinúo de alguna manera en el escrito: mi error cotidiano consiste en lamentarme por lo que se me aparece hoy como gasto inútil, somos el resultado de todas nuestras decisiones, la de marcharnos y la de quedarnos, la de huir al primer revés y la de sostenerse a pie firme ante las tempestades. Más que arrepentirme, diría que algunas cosas que hice hoy ya no las haría, y que sí me bañaría en ríos cuyas aguas dejé pasar. Es entonces cuando este Mr Scrooge de segunda rumia aquello de, "vaya, es demasiado tarde, esas aguas ya pasaron y el río se secó", y entonces intuyo que sólo son excusas y que vuelvo a los errores del pasado. Qué lío. Feliz Navidad, y no solo Navidad, de verdad.