Friday, March 06, 2015


EL VIENTO

Como tantas otras cosas, la filosofía proviene de Asia. A la orilla oriental del Mediterráneo, en las colonias jonias de Grecia, los pioneros -mal llamados "presocráticos"- buscaban el arché, es decir, el principio original, la materia primigenia a partir de la cual se multiplican las formas y arranca el disparate de las cosas. Con aquel gesto de audacia sin precedentes renunciaban a la tentación de la teogonía, que achacaba a las querellas entre dioses la formación del universo. Tales dijo que el arché había que buscarlo entre las aguas. El también milesio Anaxímenes alzó los ojos y creyó entender que procedemos del viento, de manera que los seres resultaríamos de la cristalización de los sutiles elementos que el aire desplaza desde las borrascas oceánicas hasta el erial de los desiertos. 


Acaso cabría examinar con detenimiento las implicaciones de esta polémica acaecida en Mileto hace dos mil seiscientos años. En días como los que transcurren yo me acuerdo de Anaxímenes. No dejo de escuchar en estos días una frase que un día creí mía: "no me importan el agua o la nieve, lo que no soporto es el viento". El viento ha tomado mala fama. Un allegado contó que en Chicago creyó ver el acecho de la muerte. Un viento glacial y repentino procedente de los grandes lagos, tan inhumano y desmesurado como saben los habitantes de aquellas tierras, se abalanzó sobre él para helarle la sangre y cortar su respiración. Alcanzando a duras penas la protección tras un árbol gigantesco acaso salvó en aquel momento su vida. Yo tuve la sensación en la isla de Lanzarote de que el viento podía no cesar jamás, como si aquel pedazo de tierra volcánica fuera un esquife expuesto para siempre a las tempestades del Atlántico. 


De la ventolera de estos días arranca la inspiración el líder sindical que detecta la amenaza de que Comisiones Obreras sea "barrida por los vientos de la historia". Pero estos amenazan con desarbolar muchas más cosas: el bipartidismo, la casta política, los profesores, la universidad, el Estado del Bienestar, los derechos civiles... La tempestad globalizadora está pulverizando las culturas locales a tal velocidad que me pregunto si, cayendo ahora en coma para despertar en treinta años, podría reconocer la ciudad y el país que para mí tuvo sentido un día, cuando celebrábamos las Fallas como si se tratara de una fiesta doméstica y creíamos que la palabra "nación" significaba algo rotundamente definible.

No sabemos qué va a ser de nosotros. Pero aspirar a que el futuro sea previsible es haberse equivocado de planeta. Quizá tropas famélicas del sur derriben la valla y desembarquen masivamente en nuestras costas para saquear los supermercados y ocupar nuestras cosas. Así fue la invasión de Roma, pero cuando sucedió aquello los bárbaros de alguna forma ya dominaban el imperio. Quizá terminemos trabajando para los billonarios asiáticos, o quizá China colapse intoxicada por el virus de la democracia y el consumo. Quizá Podemos gobierne, o quizá su recorrido concluya como un alboroto tan centelleante como fugaz. 


El viento que agita con violencia las banderitas autonómicas que ya han colocado en nuestras calles los falleros amenaza con llevársenos a todos, convirtiéndonos en espectros cuyos recuerdos se perderán para siempre, como los de Roy en Blade Runner, disolviéndose sin remedio, "como lágrimas en la lluvia". Pero el viento no es un enemigo improvisado: la primavera le necesita, tal y como los bosques pirófitos necesitan el fuego, elemento esencial según otro pionero, Heráclito, quien entendió que su energía devastadora sólo era comparable a su poder de creación. 

Quizá, como en aquella hechicera que recogía sus bártulos para emigrar en cuanto soplaba el viento del norte, el desasosiego del viento no sea la antesala del desastre, sino la advertencia de que debemos mudarnos, prepararnos para virar y convertir la ventisca en la aliada que habrá de transportarnos a nuevas islas donde habremos de aprender a vivir de otra manera. 


Decía Bob Dylan que los tiempos estaban cambiando. Presiento ahora -con una inquietud misteriosamente esperanzada- que aquella sentencia se cumple ahora en un sentido que es el mismo del autor, pero que también es otros muchos que ni él ni sus coetáneos estaban en situación de imaginar. No sabemos que será ni de Comisiones Obreras ni de nosotros. La respuesta está en el viento.  

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