Friday, September 18, 2015

1. No llego nunca al final de las entrevistas de Ana Pastor. Sus protagonistas se convierten en bonsais, presionados y recortados hasta la histeria. Parece no haber otra consigna que la de "no le dejes respirar ni un segundo". No me gusta Artur Mas, pero eso no importa. Si pide que se le deje explicar las ventajas de la independencia y la entrevistadora le corta -ella corta siempre- arguyendo que "eso sería permitirle hacer propaganda", a mí no me queda otra que apagar la tele, pues incluso para poder estar contra el entrevistado necesito saber cuáles son sus argumentos. Tampoco estaría mal que Pastor me dejara decidir a mí qué es y qué no es propaganda, cosa que sólo es posible si deja explicarse al personaje.

En cada entrevista pasa lo mismo, yo acabo harto y furioso después de haber gritado a la genial periodista -nunca me oye- aquello de "¡calla ya la puta boca y déjale hablar!"...Y ella sale ufana y reforzada, sin mínima sombra de vacilación, segura de que "a mí no me torea ni Cristo" mientras sus fans le jalean. Ana Pastor cree ser crítica, pero nada va más a favor de la corriente hegemónica en la época que su aceleración y su pressing... Donde sólo hay prisa no surgen ni el debate ni la reflexión, donde sólo hay sospechas y mala fe hacia el entrevistado sólo se encuentra la neurosis defensiva, lo cual no tiene nada que ver con el díalogo. Algún día Tele Cinco la intentará contratar para hacer entrevistas tipo "Sálvame", ya lo verán. 

2. Concluyo "The Pacific", una miniserie de diez capítulos que, con el precedente magnífico de "Salvar al soldado Ryan" en la memoria, produjeron su director, Steven Spielberg, y su actor principal, Tom Hanks, para la HBO. Es una obra excelente, no hay duda, lo que no sé es si realmente hace falta la inversión en tantos millones de dolares para un relato que tampoco añade demasiado a su original, más allá de la singularidad, trascendental para el público norteamericano, de que aquella transcurre en Normandía y ésta lo hace en el frente asiático.

El escenario al que nos remite The Pacific es el infierno de la guerra, cuyo horror se nos muestra con un virtuosismo que, desde una crudeza espeluznante, alcanza una sofisticación técnica donde todo está rigurosamente medido y preparado, lo cual incluye fotogramas de una plasticidad aplastante, empezando por el opening con el que se inicia cada capítulo, tan brillante como es común en las teleficciones de la ya mítica HBO.

De las guerras quedan siempre memorias fragmentarias, como advertimos en The Pacífic, un conjunto de retales de experiencias de soldados que realmente existieron. No hay piedad para el espectador que tiene la osadía de exigir que le cuenten la verdad, sin concesiones y sin ridiculeces patrioteras... Las cabezas revientan tras una bomba de mortero, los cuerpos son despedazados en cada desembarco, en cada ofensiva ordenada por el alto mando. Bajo el delirio sangriento de las más terribles ofensivas en Guadalcanal, Iwo Jima u Okinawa, uno adivina la sonrisa de Lucifer, enseñoreado de tierras que uno diría que quedaron baldías y malditas para siempre, barro enrojecido por la sangre y cubierto de cadáveres amontonados y medio descompuestos. 

Los que salen vivos de las peores refriegas del frente del Pacífico -ante las que el célebre ataque de Pearl Harbour queda como una tímida escaramuza- no regresaron sin daños, terriblemente heridos y lisiados muchos de ellos, con una pavorosa neurosis de guerra todos. En este sentido el relato no engaña, no hay indulgencia con esa guerra de la que nada saben los niños que disfrutan hoy matando virtualmente en sofisticados videojuegos. Las trincheras huelen a mierda, a infección, a miembros gangrenados... un dolor insufrible entre el insomnio y la locura provocada por el miedo y los gritos de los compañeros que se desangran tras reventar una granada o la carnicería de las ametralladoras japonesas en el último ataque. 



Acaso echo en falta en la serie algo más de acidez respecto a las elegantes estancias donde los únicos verdaderos amantes de la guerra, los que la planean pero no la sufren, deciden enviar a la muerte a "nuestros chicos", esos que, al regreso, se encontraron en muchos casos desamparados, deseosos de recuperar la paz y la normalidad que perdieron para siempre cuando el infierno de Okinawa o Guadalcanal les arrancó de cuajo su condición de seres humanos. Desde esa lógica luciferina, la monstruosidad de Hiroshima y Nagasaki podría ser el epílogo que corresponde a aquella gigantesca carnicería que fue la Segunda Guerra Mundial.

"Han lanzado una nueva bomba que destruye ciudades enteras, han muerto de una un montón de japos", le dicen al soldado Sledge, que acaba de matar a los últimos soldados enemigos que defendían la honra del Emperador en una isla remota y devastada. A fin de cuentas es a lo que fueron al Pacífico, a "matar japos". El armisticio se firmó unos días después. Habían muerto alrededor de sesenta millones de personas entre los frentes del Pacífico, Europa y África.      

6 comments:

Anonymous said...

Ana Pastor es una periodista destinada a terminar haciendo programas del colorín, estoy tan seguro como usted, pero lo peor de la señora es ser una fascistoide que pasa desapercibida dada su aparente posición de "progresista". En esta entrevista se encuentran cara a cara dos individuos con la misma base: sordos, mentirosos y fascistas.

Finalmente son estos, cuando se convierten en mandarines, quienes azuzan a la gente a enfrentarse mientras ellos permanecen en confortables despachos o redacciones. De esos enfrentamientos se hacen películas bélicas donde difícilmente se consigue disimular la intención de transmitir que aun con todo, hay buenos y malos, o al menos, menos buenos. Creo que la mejor película bélica que he visto nunca, es "Feliz Navidad" del director Christian Carion (2005)
Tras su apariencia almibarada, se relata el atracón de estupidez que se necesita para iniciar una guerra que en el peor de los casos para quienes la secundan dará un nuevo grupito de "héroes" que se lanzaron a la muerte o a matar simplemente por defender que quienes les enviaron allí tenían razón.
Luego ya se sabe... Homenajes anuales, ofrendas florales etc. Hasta conseguir una nueva remesa de borregos y kamikazes que en su mayor parte terminarán prefiriendo cenar en noche buena con sus “enemigos” antes que con quienes les comieron el tarro para convencerles que lo eran.

David P.Montesinos said...

Mi preferida es Senderos de gloria, de Stanley Kubrick, aunque si he seguido The Pacific es por lo alargado de la sombra de Salvar al soldado Ryan, una película que me dejó algún tiempo en estado de shock. No conozco la película a la que usted se refiere, de manera que tomo nota y haré por verla, pues lo que usted comenta al respecto me parece sumamente interesante.
En cuanto a la señora Pastor, más que su ideología, que yo tampoco tengo ninguna razón para definir como progresista, lo que me preocupa es su valor de síntoma. Parece que ya no es posible que alguien sea entrevistado para dejarle explicarse, como si ya sólo estuviéramos dispuestos a asistir a estresantes pugilatos dialécticos, diálogos para sordos... a ver quién gana, a ver si el entrevistado es acorralado. Como dije, no me gusta Artur Mas, pero si entrevisto a alguien es porque considero que es una voz relevante y que tiene algo que decir. Echo de menos las entrevistas de Jesús Quintero, por no remontarnos a aquellas antiguas entrevistas de Joaquín Soler Serrano... recuerdo, siendo yo crío, algunas excepcionales. Me pongo un poco nostálgico, ya ve.

Anonymous said...

Siendo yo un crio, me deleitaba con Balbín, la clave. Debates sin cronometro pues de lo que se trataba era de radiografiar a los responsables de la transición, sus motivos, sus secretos... con esa pipa moderando, llegué a la conclusión de que el franquismo nunca terminó, solo se le dio una nueva capa de pintura para disimular la roña de sus estructuras.

Ya ve, yo tampoco puedo escapar a la nostalgia. Y por supuesto... no se olvide de "El cazador". (su banda sonara acompaña como un hechizo cada bala echada a suerte a la ruleta rusa.)

David P.Montesinos said...

No, no la olvido, es estremecedora y determinó mucho de la mirada sobre la guerra contemporánea.

Anonymous said...

El problema es afrontar el reto de entrevistar a personajes demagogos por naturaleza que intentan rehuir preguntas a la torera como suele serlo Arturo Mas .Ejemplo:Jordi Évole pregunta a Rafael Correa sobre los negocios de Ecuador con la dictadura China acusada de genocidio y líder en ejecuciones,no contesta ,en seguida cambia de tema a EEUU .Lo mismo pasó cuando Ana le entrevistó en Las Mañanas de la 1 a Correa .Este es el reto que tienen que asumir los entrevistadores con este tipo de personajes.Le recuerdo que Artur Mas respondía con preguntas a Ana y no contestó a la pregunta sobre unas declaraciones suyas donde afirmaba que Cataluña sí que tendría que salir de la UE en caso de independencia.

David P.Montesinos said...

De acuerdo, pero eso no cambia el sentido de mi impresión respecto al modelo de entrevista que defiende Pastor y que, en mi opinión, responde a un modelo periodístico perfectamente ajustado al formato televisivo que prepondera. Yo no digo que no haya que ser incisivo en las preguntas, y más a este tipo de personajes dotados de un gran poder político y maestros en las evasivas. Lo que Pastor hizo con Mas es lo que hace con todos los entrevistados que yo le recuerdo. Y nunca veo resultados. El entrevistado acude a la entrevista como quien acude a un combate de boxeo y, lógicamente, se pone a la defensiva y especula con el cronómetro para que no le pillen. Si en algún momento el invitado ha de evidenciar sus contradicciones no ha de ser por la vía del acorralamiento, sino porque se le otorgue espacio para ejecutar su danza y se enrede en ella con apenas algún leve empujón del entrevistador. El mal tiene que respirar para que se manifieste como lo que es. Y lo mismo pasa con el bien. El modelo pressing sólo consigue el apresuramiento y favorece a los expertos en esquivar golpes. No sé, yo lo veo así.