LUNES
La procesión de los refugiados sirios, extendidos como una serpiente a lo largo de una carretera. Unos pocos policías motorizados conducen la triste comitiva que no sabe a dónde va. Me recuerdan a los zombis que deambulan sin rumbo en The walking dead, ejército desarrapado que se arrastra a duras penas buscando alguna esperanza a la que aferrarse. Alguien me dijo que se negaba a ver esa serie televisiva: "Se parece demasiado a la realidad, prefiero la ficción". Entretanto, y mientras se acerca el invierno, siguen errabundos por el interior de Europa. Estamos presenciando escenas propias de la Segunda Guerra Mundial, pero las vemos en color, en la tontuna del telediario mientras esperamos el resumen del reality o las últimas majaderías de Halloween... Todas las imágenes parecen formar parte del mismo engrudo, la misma hipnosis que, extrañamente, nos hace presentir que nada es auténticamente real, que todo de alguna forma es parte de un guión.
MARTES
Asisto al estreno de "Truman". Compruebo que presenciar la interpretación que Ricardo Darín hace de un moribundo con un misterioso sentido del humor es darse un homenaje como el que uno se da en un restaurante de lujo. Se diría que la lágrima que en algún momento asoma en los ojos de Javier Cámara, magnífico acompañante del maestro, transmiten la emoción de trabajar con semejante genio antes que la simple ejecución del papel del viejo amigo que acude a despedirse.
"Qué rápido se han pasado estos cuatro días", dice éste, cuando sus ocupaciones en Canadá le obligan a coger el avión y despedirse, ahora ya sí, definitivamente. Parece un chiste: "la vida son cuatro días", nos dijeron. Cuán estúpidos se nos antojan tras ver "Truman" los remilgos con que algunos se siguen negando a aceptar el concepto de la muerte digna.
Y se me ocurre otra cosa. Hace algunos años, tras una sesión de estreno del film de Alex de la Iglesia "Balada triste de trompeta", un joven particularmente ruidoso expresó a voz en grito su opinión sobre el mismo, aseverando que jamás volvería a ver una película española. No seré yo quien trate de convencer a semejante cantamañanas de que hay abundante cine español que merece muchísimo la pena... Bien pensado es mejor que se quede en otra sala viendo películas de Steven Segal.
MIÉRCOLES
La secesión es un simulacro, que es algo distinto a una mentira. Se ha lanzado con una fuerza mareante hasta para los catalanes que simpatizan con la idea porque tiene una utilidad esencial para las fuerzas políticas: hacer creer a la ciudadanía -y creérselo ellos mismos- que todavía es posible la gobernanza. El objetivo inmediato de los partidos que con mayor asertividad reclaman que España es una unidad de destino en lo universal es el mismo a corto plazo que el de los más irredentos secesionistas: ganar las próximas elecciones...y probablemente lo consigan. Pero hay algo más: el miedo a la quiebra de la nación otorga a quienes se apoderan del discurso tanto poder como seducción ejercen quienes ilusionan a sus paisanos con la utopía de una patria libre al fin de sus viejos opresores. Así, la ciudadanía olvida durante algún tiempo que las riendas de la socioeconomía están completamente fuera de alcance de los profesionales de la política, que Merkel transmite instrucciones directas a Moncloa y que nadie sabe que hacer para resolver los problemas cotidianos de la gente.
JUEVES
Halloween es una gigantesca gilipollez con la que Norteamérica nos ha colonizado a través del simplismo de las teleseries y el cine de masas... esto en realidad lo sabemos todos. Y, sin embargo, viendo a mi vástago tan feliz disfrazado de brujita, me viene a la cabeza lo que mi madre me contaba como rutina anual del día de Todos los Santos. Mi abuela se vestía de negro y la acompañaba hasta el cementerio del pueblo. Era una mujer con una aprensión patológica hacia gérmenes, microbios y miasmas de todo tipo, de manera que a unos doscientos metros del lugar se detenía. Tras dar una larga serie de instrucciones a mi madre sobre lo que tenía que hacer con las flores, esperaba a que ésta regresara. Una vez en casa le obligaba a cambiarse los zapatos y a explicarle lo que había hecho con las flores y la lápida para asegurarse de que había cumplido estrictamente sus disposiciones. Mi abuela era una fanática religiosa, y -como casi todos los fanáticos, por paradójico que parezca- estaba obsesionada por que los demás supieran lo devota que era, de ahí su insistencia en que el lugar donde reposaban sus muertos estuviera en perfectas condiciones y nadie le criticara por dejada y poco observante.
Creo que prefiero la idiotez de los niños maquillados de zombis pidiendo caramelos.
VIERNES
Este domingo se celebra en el circuito de Cheste uno de esos acontecimientos deportivos que supuestamente pasan a la historia. A la emoción por la disputa de un campeonato del mundo de motociclismo se añade la hemorragia emocional que se ha desencadenado con el derribo del que Marc Márquez fue objeto por Valentino Rossi en el último Gran Premio.
Me la sopla quien gane, la verdad, pero sé una cosa. El lugar donde actualmente vivo es especialmente propicio para que algunos moteros desaprensivos hagan ostentación de lo larga que la tienen, haciendo rugir sus tubos de escape para impresionar a las chatis -que las debe haber muy tontas- y para que, desde mi ventana, yo les desee todos los tormentos del infierno. Además, como son un colectivo bastante mimético, es posible que imiten la agresividad que últimamente exhiben sus ídolos y les dé por comportarse con peor educación y más agresividad de lo habitual. Ya lo verán, será un espectáculo muy edificante el que montarán en las afueras del circuito... A lo mejor no ganan los nuestros, pero lo que sí es seguro es que ganará la barbarie.
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