Recientemente viví un episodio como el de Takwa, la joven estudiante musulmana cuya pretensión de entrar a las aulas del Instituto Benlliure de Valencia con un hiyab fue rechazada por contravenir las reglas del Centro. El mismo caso, distinto desenlace. Nuestra alumna se negó en redondo y de forma insistente a quitarse el hiyab ante los requerimientos del profesorado, de manera que, en atención al reglamento que rige la convivencia en el Centro, se le buscó acomodo en un instituto cercano donde, por lo visto, no existía la prohibición del hiyab.
Impartí clase de Ética durante dos semanas a esta alumna, palestina para más señas, con todo lo que implica tal origen. Tras una larga reflexión y sin dejar ni por un momento de respetar y entender el criterio de la dirección y la mayoría de mis compañeros, decidí pronunciarme a favor de que la alumna se quedara con nosotros. Algunos me recordaron la obligatoriedad del reglamento, que excluye la posibilidad de entrar a clase con cualquier prenda que cubra la cabeza y que, explícitamente, incluía entre tales prendas el velo musulmán. Otros incidían en la empresa moral que acometíamos, pues entendían que al hacer respetar esa prohibición, ayudábamos a las chicas islámicas a librarse de una imposición machista y ofensiva para los derechos de la mujer. Entendí e incluso acepté la primera cuestión, no la segunda.
De entrada me parece que quienes insisten en liberar a las mujeres musulmanas del velo suelen exhibir un conocimiento poco profundo de la problemática, en la cual entran como un elefante en una cacharrería. El asunto, me temo, es bastante más complejo y va más allá de fórmulas simplistas. En cualquier caso, no me pareció en absoluto que expulsar a la alumna fuera la mejor manera de liberarla de nada. Técnicamente no fue una expulsión, pero es así como sospecho que se sintió la niña, es decir, víctima de un rechazo que, dado su exquisito comportamiento en el aula, de ninguna manera merecía.
Lo segundo es difícil de rebatir, las normas se hacen para ser cumplidas. Pese a ello, yo efectué algunas consideraciones que entendía oportunas. Una vez la niña ya estaba entre nosotros, juzgué que lo mejor era que siguiera asistiendo a clases como la mía, donde aprendería que las chicas a las que trataría diariamente no necesitaban cubrir su cabeza para ser respetadas. Si para asistir a un Instituto necesita el velo, entonces aceptémosla con él, arguí, aunque sea porque sólo estudiando en un buen instituto llegará a entender que hay más formas de identidad y que no todo se reduce a ser la hija de un padre y después la mujer de un esposo. A menudo, pensé, aceptamos conductas indeseables y alumnos que no quieren estar entre nosotros y a los que los inspectores nos obligan a mantener a toda costa en las aulas, con el disturbio consecuente... ¿No deberíamos hacer una excepción y mantener a ésta?
Bien, quizá mi postura era inconsecuente y feble, quizá.
Déjenme que ahora les sorprenda: no sólo el tratamiento que se le ha dado a este tema desde el Consell y desde la prensa me parece injusto con los compañeros del Benlliure sino que, además, deja en mal lugar a quienes en algún momento hemos expresado dudas respecto a este delicado asunto.
Escuchando a la Conseller Mónica Oltra, que ha obligado al Benlliure a readmitir a Takwa, o a los periodistas que han informado del tema, queda la sensación de que un grupo de profesores retrógrados e insensibles prohíben la entrada a clase a una joven porque son renuentes a la diversidad cultural y a la libertad de expresión. Como nadie se ha preocupado de conocer en profundidad la versión del Instituto, les daré yo la que sospecho que ofrecería su dirección si alguien se hubiera tomado la molestia de pedírsela.
En primer lugar el Reglamento de Régimen Interno de un Centro no es decidido por la dirección ni por el Claustro de Profesores, sino por el Consell Escolar, en el que están representados padres y alumnos. Toda organización social requiere unas normas que podemos llamar de cortesía, pero que yo considero de respeto y convivencia. Yo exijo a mis alumnos que se quiten la gorra si entran con ella a clase, y haré lo mismo si algún día uno decide acceder a mi aula con un sombrero mexicano o un tricornio de la Guardia Civil. No es sólo un problema de sombreros, tampoco consentiría que un alumno se quitara la camiseta ni, obviamente, que viniera desnudo a clase.
Ahora el Consell nos exige cambiar los reglamentos, y, por lo visto, pasará una circular próximamente a los Centros para que realicemos la correspondiente modificación. ¿Ha pensado Oltra en los sombreros mexicanos? No, obviamente se nos va a exigir que toleremos el hiyab... desconozco si pretende incluir el burka. Mónica Oltra está firmemente convencida de que ha hecho algo en favor de una persona discriminada. ¿Qué nos dirá que hagamos si un compañero, por ejemplo el profesor de Religión, decide colocar cruces en las aulas?
Sospecho que a un sector de la izquierda se le olvida a menudo que la base ideológica de la democracia es ilustrada, es decir, laicista. Nos está costando mucho alcanzar normalidad democrática en España porque la Iglesia Católica continúa teniendo un inmenso poder, lo cual determina prácticas tan contrarias a la libertad como la segregación por sexos en colegios concertados o la conversión de clases de adoctrinamiento católico en asignaturas al mismo nivel que las científicas. Por eso no entiendo el porqué de la excepción con el hiyab.
Me asalta otra inquietud. La instrucción que ha dado el Consell, ¿no viola la autonomía de los Centros? Es la gente del IES Benlliure la que está asumiendo las consecuencias del laicismo, que considera la fe religiosa como una cuestión privada, y es la gente como Oltra la que la está dinamitando.
No es un plato de gusto negar la entrada a una alumna en un Centro público, menos en uno con el prestigio y el historial del Benlliure. Pero es mucho peor que una preferencia privada, tan válida y respetable como la de un joven mexicano que se pone un sombrero en homenaje a la patria que tanto añora, determine el sentido de las leyes.
Mónica Oltra y la prensa deberían saberlo, pero no parecen interesados en que los compañeros del Benlliure se lo expliquen. Se me ocurre por cierto una pregunta malintencionada: los alumnos católicos tienen derecho a que un profesor designado por la Iglesia les adoctrine en el catolicismo, ¿qué hará Oltra cuando Takwa le exija un Imán en el aula?
4 comments:
Buen tema mejor reflexión la suya.
La realidad es la existencia de una izquierda amorfa que al parecer se atiborra de santurrería para responder a nuevos retos que sin duda la atropellan. El resultado de la hibridación es una panda de ineptos reverendos que están poniendo a Europa a merced de todo aquello que se supone debía combatir la izquierda.
En este ejemplarizante caso de instituto queda patente la incapacidad de los nuevos líderes progresistas para defender algo que debería ser tan nítido como la laicidad en las escuelas. Las endebles convicciones ideológicas de la izquierda samaritana hacen las delicias de los religiosos de toda ralea, los cuales ven una oportunidad de oro para que sus credos recuperen el poder político del que les despojó –nunca del todo- el laicismo. Si lo consiguen a través de las escuelas se les estará permitiendo entrar por la puerta grande.
Por supuesto apelar a la discriminación es una aberración intelectual. Tal argumento solo sería válido en tanto se permitiese a otras religiones pasear sus símbolos por los colegios –cosa que por coherencia la señora Oltra deberá admitir a partir de ahora si no quiere caer en la discriminación que pretende combatir.
En un estado laico no debería emplearse un razonamiento esquivo que a la postre de la oportunidad a quienes no creen en él, de encontrar ambigüedades. En este caso, un sombrero mexicano o cualquier otra moda o estilismo no puede ser comparado con simbología religiosa -aunque se prohíba su uso por motivos formales.- Al menos no en una cultura que ha tenido que aprender por las malas las consecuencias de permitir a los credos su intromisión en la política.
Al respecto de la libre elección de los niños en este tipo de temas no son más que las mismas patrañas del eterno oscurantismo. Lo asombroso es que logren hacer balbucear a gentes más o menos inteligentes, más o menos ilustradas.
El profesor debe dejarse el turbante en fuera de la clase, el alumno también.
MA.
Gracias por su reflexión. Sí son motivos formales los que figuran en el reglamento de cualquier centro educativo, no se trata de perseguir ninguna creencia ni de liberar a nadie de una opresión supuesta. La cuestión para mí es si la fe religiosa, sea la que sea -y vale tanto ser musulmán o cristiano como Testigo de Jehová o cienciólogo- es suficiente por sí misma para que nos saltemos las normas, o mejor, para que se desautorice al Consell Escolar para imponer un régimen de convivencia que, obviamente, consiste en normas y prohibiciones. En una sociedad laica las creencias son igualmente válidas sean o no adscribibles a una religión. Tan aceptable es entonces un pañuelo para homenajear a una banda latina como otro para manifestar el amor a Dios. Preguntémonos que pasará a partir de ahora que pasará con los menús de los comedores, ¿deben hacerse atendiendo a creencias religiosas?
Creo que lo que usted propone como cuestión principal es el desarrollo de un cuadro sintomático en el ámbito de los centros educativos-. Mi preocupación es de índole política. La reacción de la consejera Oltra es una evidencia inquietante sobre los derroteros de la izquierda.
Lo que causa estupor en este caso concreto es que la Sra. Oltra no solo asesta un mazazo a las aspiraciones de que este país pase de ser un estado aconfesional a laico, además le sustrae la potestad a los centros educativos e instituciones públicas de tal posibilidad. –Reconocida tanto por tribunales españoles como europeos-
Los casos Zoubida Barik (abogada expulsada del estrado por el juez Gómez Bermúdez por llevar velo) y Najwa Malha (del instituto Camilo José Cela de Madrid) que llegaron a los tribunales, culminaron con sentencias favorables a los demandados (juez e instituto) en caso de Najwa, el fallo hizo referencia además a casos similares elevados al TEDH, por lo que se entiende existe jurisprudencia al respecto. Además, en este último caso el juez admite la prevalencia de las decisiones de los consejos escolares dado que legalmente son autónomos. (2/2006 art.120)
Entonces nos encontramos ante una decisión que no solo viola la autonomía del centro para elaborar sus normas internas sino que además reconoce a las confesiones religiosas –cualquiera que sea- como entidad política, lo que implica que estas comunidades exijan leyes que se adapten a sus creencias o tradiciones. En la práctica la quiebra no solo del laicismo o la aconfesionalidad del estado, si no de la propia democracia en tanto se admite la injerencia de las distintas creencias religiosas en la elaboración/observación de determinadas leyes.
La coherencia de M.Oltra solo es posible si como usted dice se adaptan los menús en los comedores (sin olvidar el veganismo ) los horarios, los días lectivos, los espacios reservados para la oración, el burka... La cosa va mucho más allá: negarse a ser atendido por una mujer –medico, policía, bombero etc.- o por un hombre. Ya puestos, podría imponerse el cinturón de castidad para que la nena llegue virgen al matrimonio.
Por último me gustaría añadir que según he leído en varias publicaciones online dedicadas a la difusión del Corán, el ocultamiento de la mujer –pañuelo, burka, burkini etc- no es un precepto explícito si no la interpretación fundamentalista de esos escritos.
Yo le daría la vuelta a su pregunta: “¿es suficiente que sean símbolos religiosos?” transformándola en afirmación: Es suficiente que sean signos religiosos o políticos para que sean incompatibles con el contexto escolar.
MA
Mi respuesta es la misma que la suya porque comparto su argumentación. Déjeme que le cuente una cosa. En un Instituto donde admitieron a una estudiante que llevaba hiyab ocurrió que el padre acudió a la dirección para exigir que su hija no hubiera de compartir mesa con varones. En este caso le dijeron que no. La pregunta es si al aceptar que una norma se rompiera por razones religiosas no se pierde legitimidad para negarse a aceptar la reclamación de semejante atrocidad anticonstitucional. Es un ejemplo de la misma cuesta deslizante de la que usted habla.
Post a Comment