Sunday, January 15, 2017

EN LA MUERTE DE ZYGMUNT BAUMAN

Llevo varios días pensando en qué puedo decir sobre Zygmunt Bauman, autor al que me he referido en innumerables ocasiones. Esperaba su muerte, era nonagenario, por más que su actividad editorial seguía siendo pasmosamente frenética. Creo que lo que me tiene algo atorado es la insistencia, algo obsesiva en estos días de exequias, en hablar de Bauman como un intelectual de masas, un "pensador viral", he leído. 

Es curioso que incluso he localizado algún trabajo periodístico en que pensadores tan reputados como Xavier Gomà o Adela Cortina son interrogados, no ya por el valor y la trascendencia de sus ensayos, sino por los motivos de su celebridad. Es decir, más que de un sociólogo, estaríamos hablando de un fenómeno sociológico... Qué ironía, el propio Bauman se habría debido analizar a sí mismo, o mejor, a su avatar en el mundo de la fama si tuviera la soberbia de Zizek u otras celebrities por el estilo. 

Empecé a leer a Bauman en los noventa, cuando cuando se hizo conocido a raíz de "Modernidad y Holocausto" y, después, cuando hizo fortuna con su fórmula "modernidad líquida", con la que definía la condición de las comunidades contemporáneas. Fue una lectura placentera y constructiva. Asistí después algo perplejo a ese proceso que le convirtió supuestamente en un autor de masas, desarrollando una voracidad editorial inaudita en la literatura filosófica y que sorprende especialmente en un hombre de edad tan avanzada. 

Hay quien, como es el caso de Enrique Gil Calvo, no pueden evitar que los árboles les impidan ver el bosque y caen en la tentación de hablar de Bauman como un bluff, un autor disperso e inconsistente y un producto del negocio editorial. Personalmente creo que Bauman ha publicado demasiados libros en los últimos veinte años y que la insistencia en titularlos con el rótulo de "lo líquido" no ayuda a desactivar críticas como las de Gil Calvo. 

En estas horas, cuando ya sé que no tendré más a Bauman, debo exigirme más altura de miras que quienes simulan desprecio ante la fama que en el fondo codician. Miro a la estantería, cuento once libros de Zygmunt Bauman, no está mal, pienso, son más de los que tengo de Nietzsche o de Kafka. Los he leído todos con suma atención, están abundantemente subrayados y anotados... A mí Bauman me ha dado mucho; bien pensado no me ha sobrado ni una sola de sus lecturas. 

Creo saber el porqué. Aparte de la evidencia de que es un maravilloso prosista, capaz de resultar pedagógico en sus argumentos y a la vez emocionar, Bauman ha sido capaz de diagnosticar los fenómenos de la cultura contemporánea con una precisión quirúrgica.

 Lo de la liquidez se ha repetido en exceso, pero, reconozcámoslo, designa con enorme inspiración la lógica en la que nos movemos. "Todo lo sólido se desvanece en el aire", dijo Marx. Los escritos de Bauman desarrollan esa idea en todas sus consecuencias tal y como hoy se nos presenta, es decir, como clave de todo lo que nos afecta. Los vínculos laborales ya no son los del fordismo, de ahí la extensión del precariado; las relaciones entre personas se hacen irresponsables y efímeras; las asociaciones entre ciudadanos son sustituidas por comunidades internáuticas de afinidades... Todo pasa por delante de nosotros, pero nada parece llegar a cuajar, a tomar la consistencia necesaria para venir y quedarse. Podemos hacer valer el término "posmodernidad" si sabemos aplicarlo: encontramos en el mundo más o menos las mismas cosas que antes, las mismas necesidades, similares angustias... pero ahora todo pasa demasiado rápido, nada se detiene el tiempo suficiente para que lo entendamos, no hay tiempo para reflexionar, no hay posibilidad de proyectar una biografía sostenible. Los elementos son los de siempre, pero como todo discurre sin detenerse, el escenario toma un aspecto completamente distinto. Estamos condenados a la ansiedad y, en cierto modo, a la esquizofrenia. 

Zygmunt Bauman me enseñó a entender que el filósofo debe aprender a vislumbrar la especificidad de los nuevos paisajes del dominio, la exclusión y la miseria, pero sin negarse a abandonar la tradición crítica. Al contrario que otros profetas de la posmodernidad, como Lyotard, Vattimo o Baudrillard, Bauman se nos reclama no abandonar a Kant, Marx, Adorno o Arend. Hemos ingresado en lugares donde nunca estuvimos antes, esto es completamente cierto, pero somos los mismos, luchamos por los mismos derechos y necesitamos saber cómo son las nuevas tierras sin volvernos locos. 

Lean a Bauman y, si me aceptan un consejo, dejen de atender a polémicas idiotas.        

2 comments:

Anonymous said...

Un gran sociólogo. Como tal, más útil para la criptocracia y la ingeniería social que para los individuos que conforman las sociedades que diagnostican. -desgraciadamente.-

Todo mi respeto a Bauman, aunque algunas de sus conclusiones me parecen fruto, más de su perplejidad personal que de método.

Estoy convencido de que si Bauman hubiese podido vivir unos cuantos años más, o mejor, hubiese tenido unos cuantos años menos, habría terminado por cambiar la perspectiva pesimista de quien predica en el desierto por el pesimismo de quien descubre al culpable de sus males, pasando a estar de mala hostia. Tal vez habría terminado por pensar que la modernidad líquida era el paso intermedio a la modernidad gaseosa, la cual no adapta su forma al medio que la contiene.

Quizás en vez de escribir tantos libros –una vez millonario- le hubiese atraído escribir en un blog tras convencerse de que o la intelectualidad interactúa –sin afán de lucro- o se queda como un fósil compuesto de moléculas eruditas. Tal vez se hubiese planteado dónde reside la diferencia entre un individuo que se encierra en su casa para poner junto familia o amigos –incluso solo- la sociedad a parir y otro que hace lo mismo pero lo plasma en un libro que solo será leído previo pago de su importe.

La verdad es que no tengo claro si antes fue lo sólido ahora estamos en estado líquido vaporoso (tal vez el eterno retorno predice que tenemos que pasar una y otra vez por todos los estados posibles) o en proceso de condensación. Lo que sí sé, es que el mundo se está poniendo muy cachondo; es el momento de pedir que la gente lea, pero sobre todo es el momento de animar a escribir y hablar. Ranciere dice “una comunidad emancipada es una comunidad de narradores y traductores” –el espectador emancipado-.
La coyuntura, hace posible que ante las palabras del troglodita Cañizares, podamos permitirnos el lujo de darle un mandoble sin tan siquiera valorar la exteriorización escrita de sus delirios, (si yo fuese católico intervendría dando mi opinión, pero como no lo soy, me limito a intentar que las religiones se vayan lo más lejos posible del espacio y el tiempo en que yo habite combatiéndolas a todas como a la peste) tan solo basta con poner ante sus narices lo que dice su propio jefe, Francisco. Lo cual no solo le retrata como un bodoque sino además como un rabioso insubordinado.

Creo que el Sr.Bauman querría vivir lo que se avecina.

MA

David P.Montesinos said...

Me abruma usted, MA, por eso a veces tardo en contestarle, me cuesta ponerle comas o entrar a cuestionar sus argumentos, en todo caso se me ocurre alguna matización, pero poco más. Me interesa especialmente la reflexión que efectúa sobre el sentido de la metáfora de lo líquido, diferente a lo gaseoso, que -como usted dice- no adapta su forma al continente. No sé si es el estado siguiente, pero sí creo que no es gratuito en Bauman hablar del fin de lo sólido en favor de lo líquido y no -como podría habérsele ocurrido a cualquiera- de lo gaseoso. Lo gaseoso está y se presiente, se respira, pero no puede disponerse de él en ninguna forma, lo líquido discurre, podemos tenerlo, pero precariamente, todavía creemos poder alimentarnos de él.
Respecto al troglodita... uhmmm, si cedo a mi primer instinto pienso que Francisco debería simplemente destituirle por el daño que está haciendo a la institución y a sus pretensiones de modernización, pero me imagino que la estructura española es demasiado potente como para que desde Roma se la carguen sin más. Cañizares nos viene bien a quienes detestamos la anomalía democrática del Concordato porque deja al desnudo la verdadera intención de la Iglesia española: servir a la derecha y suministrar legitimidad moral a los sectores más reaccionarios del país. La Iglesia española no ha salido del franquismo, perdió a finales de los setenta la posibilidad de interiorizar los aires renovadores y ahora ya es tarde para secundar al jesuita.