Wednesday, April 10, 2019

HOTELES SIN NIÑOS

Uno sabe que cualquier opinión que emita va a encontrar discrepantes, pero parece razonable esperar que, si es sensata y está medianamente bien argumentada, las afinidades superen al rechazo. En la cuestión que les planteo suelo sentirme sólo, me cuesta barbaridades toparme con apoyos... Creo que en la mayoría de casos -seguramente porque no me explico bien- ni siquiera se entiende mi posicionamiento. Veamos. 


En los últimos años, a rebufo de otros países con tradición hostelera, han empezado a aparecer entre nosotros "hoteles para adultos". Es obvio lo que esto implica: en estos establecimientos no se admiten niños. Como legalmente todavía no es posible discriminar a seres humanos por razón de edad, los hoteles interesados, además de colgar el cartel "adults only", recurren a maniobras publicitarias y a otros subterfugios bastante tramposos para evitar que familias con niños puedan contratar sus servicios. De esta forma, salvo que a uno le dé por hacerlo a posta para fastidiar, sólo los despistados irán al hotel en cuestión con sus niños, no tardando más que unas horas en abandonarlo cuando se den cuenta de que no es el sitio adecuado y de que no son bienvenidos. 

Insisto, no encuentro amigos que comprendan mi malestar ante estas prácticas. Es más, cuando explico que convertir este tipo de maniobras en legalidad instituida -como pretenden los hosteleros- abre puertas peligrosísimas, el vacío a mi alrededor se hace abismal. Y entonces llegan los comentarios habituales: "Es que a mí no me gusta estar tranquilamente en un restaurante y que unos niños horribles griten y corran por todas partes mientras los padres -que son los culpables- pasen de todo". 


La fobia se extiende a muchos otros espacios. Hay quien cree tener derecho a playas sin niños, piscinas sin niños e incluso bloques de viviendas sin niños. A menudo los infantes generan molestias... Yo, por ejemplo, no soy fanático de los menores, especialmente de los menores insoportables, muchos de los cuales tienen padres a los que convendría ver algunos episodios de Supernanny. El problema es que, frente a quienes convierten a los niños en fuente de todas sus desdichas, yo a lo largo de mi vida me he sentido muchas más veces molestado por adultos. Podría hablarles de los ciclistas y patinistas que me intentan echar de las aceras, de los dueños de perros que llenan de mierda las aceras por las que transito, de los botellones y los disturbios que crean los noctámbulos, de la tiranía de ruido y barbarie de los falleros de la ciudad en que vivo, del salvajismo de los automovilistas... Igualmente, y si creyera en eso del "derecho a todo", podría vetar la entrada de subsaharianos en los autobuses, pues hablan demasiado alto por el móvil, de gitanos en mi bloque, pues son ruidosos, de musulmanes, que se ponen muy irritables durante el Ramadán porque no comen en muchas horas, o de parejas jóvenes porque hacen mucho ruido cuando copulan. 


No se puede vetar la entrada de niños en un hotel o en un restaurante porque la ley máxima española, que se basa en la Declaración de Derechos Humanos, no tolera la segregación de seres humanos por razones de religión, raza, ideología o, por supuesto, de edad. "Libertad de elegir", dirán algunos. "Yo puedo optar por hoteles sin niños y usted por otros en los que sí se les admita". No sé si vemos el riesgo de aceptar esta argumentación, que por cierto me recuerda al típico planteamiento liberal, según el cual la mercadotecnia convierte en pura formalidad el derecho, pues siempre hay quien resulta discriminado cuando la ley del beneficio económico es la única medida. En España no ha sido difícil entender, por ejemplo con la ley del tabaco, que si se deja al albur de cada establecimiento si se fuma o no, la expectativa del espacio público sin humos quedaría reducida a la excepción, pues la inmensa mayoría de empresarios habrían mantenido la situación tal y como estaba, de manera que la ley no habría servido en la práctica más que para mantener la tiranía de los fumadores. Si se pudiera prohibir tranquilamente el acceso a niños a los hoteles quienes tenemos niños encontraríamos muchos problemas para encontrar establecimientos donde alojarnos. Es lo que ya ocurre con quienes tienen perros, pero es que los perros no son seres humanos. 


Que yo sepa en los hoteles hay reglas de convivencia que, sin contravenir derechos esenciales, permiten a la dirección expulsar a aquellos clientes que las incumplen. Me he alojado con mi vástago en hoteles, jamás hemos molestado a nadie. Los niños son niños, educarlos y vigilar su conducta requiere grandes esfuerzos. Nos gusta pensar que los niños de hoy en día lo tienen todo porque les colmamos de regalos y les compramos ropa cara. Yo les podría hablar de los casos de pobreza, exclusión social, abusos, malos tratos o abandono que he conocido... Pero, claro, yo trabajo en una escuela pública, que es donde suele concentrarse la gente con problemas. Se me ocurre pensar en si estamos construyendo un mundo adecuado para todos esos niños a los que nos gusta considerar unos consentidos y unos caprichosos. Es esa generación que pronto sabrá que tendrá trabajos precarios, que sus estudios les servirán para bien poco o que vivirán en un entorno ecológico y climático que sus mayores habremos destruido previamente, lo cual no nos abochornara cuando, ya ancianos, les exijamos que paguen nuestras pensiones y nos cuiden. 


No lo tendrán fácil, porque -mientras exigimos que se les expulse de los hoteles sólo por ser niños, aunque no hayan molestado a nadie- resulta que vivimos en una pirámide demográfica absolutamente insostenible. No puede haber, amigos, un gran problema con los niños porque simplemente no hay niños. Tenerlos hoy en día en una sociedad como la nuestra es una imprudencia temeraria por muchas razones. No ayuda mucho la insolidaridad de muchos de nuestros conciudadanos, los cuales, han olvidado lo que decían los antiguos sabios: "Educa toda la tribu". Soy padre, no pienso ignorar mis obligaciones, pero si no me ayudan un poquito lo pagaremos todos en el futuro... lo pagaremos muy caro.

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