Tuesday, June 04, 2019

ESTOY UN POQUITO HARTO, SÍ.

Algunos allegados comenzaron ya en los noventa a desconfiar de la izquierda, cuando tanto hacía el felipismo por convencernos de que no debíamos ilusionarnos demasiado con la política. Eran los tiempos en que El Muro caía con todo su peso simbólico sobre las esperanzas de los cándidos que aún creían en el "comunismo real", el maoísmo era un fantasma del pasado y la revolución latinoamericana se había vuelto confusa. El paisaje invitaba a creer que el neoliberalismo no tenía alternativa y que lo mejor que uno podía hacer era adaptarse y abandonar horizontes utópicos. Como decía la canción de Gabinete Caligari, "¿A qué tranvía esperas tú? No hay nada que esperar/ porque ha salido ya/ el último tranvía." Ningún reproche. Uno construye su biografía como puede... Y bastante tienes con sobrevivir y, si eres lo bastante imprudente, crear una familia y darle comida y techo, que no es poca aventura. 

Yo también sucumbí durante un tiempo a aquella inercia plastosa que se llamó "fin de las ideologías" y "pensamiento único". Ya conocen la siniestra consigna thatcheriana "There is not alternative" (TINA). Ciertas peripecias personales que no voy a detallar aquí me enfrentaron a sindicatos y administración socialista. Ello me permitió descubrir en carne propia que la intolerancia y el más mezquino sectarismo pueden encontrar un hábitat confortable en la izquierda con la misma facilidad que en la derecha, donde yo siempre supe que los indeseables abundaban. 

Décadas después, la vida me ha llevado por derroteros que me han convencido de que las cuestiones que vuelven inhóspito el mundo son las mismas que me preocupaban en mi juventud, cuando creía que militar en la izquierda era poco menos que una exigencia ética. No sé si soy de izquierdas, en cierto modo creo que soy bastante conservador, pero al menos me he ganado algún derecho. Por ejemplo el de pensar que aquella "pax hispana" que pasó del felipismo a la aznaridad era un ídolo de barro, y que -como reivindicaba el 15M- el régimen democrático se estaba deslegitimando a sí mismo y la Recesión era en realidad una estafa gigantesca. 

Leo incansablemente en los últimos años sobre posibles soluciones a los problemas del mundo que vamos a legar a nuestros hijos. No soy optimista, pero creo que puedo llegar a distinguir las líneas esperanzadoras de aquellas que sólo están destinadas a introducir más miseria, más violencia y más contaminación en el planeta. No pretendo iluminar a nadie, pero al menos concédanme la venia de poner la coraza frente a ciertas balas que me pasan cerca. Trato con ello de contestar a aquellos que, a fuerza de culpar de todo a los "progres" o a Podemos, consiguen sacar de quicio los grandes debates de nuestro tiempo. Lo peor -al menos para ellos- es que cada día se parecen más a esos tipos gordos con aire de Pantunflo Zapatilla o Manolo Fraga a los que tanto detestábamos cuando éramos jóvenes. Lo siento por ellos.

Ofrezco a continuación un pequeño pliego de aclaraciones respecto a ciertas opiniones que leo y escucho a menudo. No pretendo convencer a quienes ya decidieron hace mucho que sus ídolos eran Paco Marhuenda, Federico o Arcadi -estos ya no tienen remedio, pobres-. Trato más bien de suministrar armas defensivas a quienes siguen pensando que la primera exigencia ética con la que cargamos es la de ponernos del lado de los débiles, incluso cuando, como decía Cioran, "uno sabe que están hechos de la misma pasta que sus opresores". 

1. La palabra "progre", que acaso tuviera algún sentido hace cuarenta años, con el tardofranquismo y la Transición, no designa nada en la actualidad. Se es verdaderamente de izquierdas o se es un hipócrita. Lo que no tiene sentido es que un día te llamen "izquierda feng shui" para al día siguiente recordarte los crímenes del estalinismo, como si tú tuvieras la culpa. Yo no sé si hay votantes de izquierda que creen que llevar a sus hijos a guarderías de pedagogía alternativa o cultivar en el balcón té orgánico les hace ser mejores que los adocenados obreros que llevan a sus hijos a MacDonald´s. Lo qué sé es que se está produciendo un traslado intensivo de riqueza desde las clases bajas y medias hacia las élites, que la precariedad laboral se ha vuelto sistémica, que no estamos construyendo un futuro digno para nuestros jóvenes y que lo del cambio climático va completamente en serio. (Ahora llámame progre en la cara y yo te diré lo que pienso de ti) 


2. Empiezo a hartarme de ver a Podemos como perejil de todas las salsas envenenadas. No me gustan nada ni Iglesias ni Montero, y aún menos el ínclito Monedero. Dicho lo cual, el propósito de escorar hacia la izquierda las políticas del PSOE en distintos espacios de gestión, empezando por el gobierno central, me parece perfectamente razonable. Teniendo en cuenta el hundimiento progresivo que han experimentado en toda Europa los viejos partidos comunistas -aquí Izquierda Unida- es comprensible que mucha gente se ilusionara con un partido político surgido de una experiencia colectiva tan relevante como fue el 15M. Si son malos por ser de izquierdas, entonces, estoy con los malos; si son malos por no ser verdadera izquierda, entonces sólo cabe lamentarse y trabajar para que se reactiven o esperar a que surja cuanto antes algo mejor. Dejen de dar la murga: puede que Podemos sea malo, pero no es el problema de este país. 

3. Los "peros" con los que la izquierda seria contesta a las afirmaciones maximalistas son un signo de madurez y responsabilidad, subrayan la inclinación a formar parte de las soluciones y no de los problemas. Son otros los que se acomodan a planteamientos simplistas porque cautivan a los sectores sociales menos preparados. Uno puede no simpatizar con el chavismo, pero ello no supone ignorar que el caso Venezuela está imbricado en una trama geoestratégica que sonroja cuando vemos las lágrimas de cocodrilo que los hipócritas sueltan por la desdicha del pueblo venezolano. Uno puede no desear la secesión de Catalunya, pero ello no le exime de entender que el conflicto no se soluciona haciendo como que no existe o negando a unos conciudadanos la legitimidad para sentir que no quieren ser españoles. Uno puede creer que Amancio Ortega hace muy bien en donar el dinero para tecnología clínica que podría gastarse en sugus de limón, pero ello no nos exime de pensar que en España hay un problema muy serio de justicia fiscal y que las grandes fortunas lo son en gran parte porque se escaquean de sus obligaciones, cosa que otros muchos, aún siendo infinitamente más pobres, no hacemos...

No sigo, creo que se me entiende.   

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