Tuesday, May 28, 2019

POR QUÉ NO AMO JUEGO DE TRONOS

No perderé ni un instante en cuestionar la evidencia: "Game of thrones" es una gran serie, o mejor, es un magnífico producto televisivo. Su manufactura es impecable, hay cine de alto nivel hasta en sus episodios más anodinos... No es extraño que algunas de sus consignas más célebres -como la ya mítica "winter is coming"- se hayan convertido en mantras del Occidente globalizado. 

Pese a la extensa literatura analítica que ya ha desencadenado, y la que está por venir, no deja de parecerme un divertimento ligero. No tengo nada contra los divertimentos ligeros, sobre todo cuando, como creo que es el caso, son auténticamente divertidos. Para que te atrape con más intensidad de lo que me ha atrapado a mí, que me ha entretenido sin llegar a conmoverme, hace falta, supongo, ser admirador del universo Tolkien o haberse criado con "Dragones y mazmorras"... Quizá incluso con "Star Wars", que huele a Medioevo trasladado a las galaxias. Yo soy hijo del Capitán Trueno y los personajes de Charlton Heston,  y mi Edad Media es la de Harold Foster o la de Umberto Eco, qué vamos a hacerle, son cuestiones generacionales. 


De entre las muchas tramas esparcidas a lo ancho de Westeros desde la indudable competencia narrativa de George R.R.Martin, alcanza el máximo vigor la construcción de un doble héroe, Jon Snow y Arya Stark, que desde mi perspectiva vienen a ser uno sólo. Jon es un bastardo y su destino no es regio pero, como sucede en todo relato inteligente con los bastardos, son ellos quienes en realidad guardan lo más noble de la esencia del linaje... En ello consiste su tragedia. En cuanto a Arya, su condición femenina y el hecho de empezar la serie siendo una niña le convierte en el gran tapado del relato, que consiste en gran medida en una larga venganza por parte de la familia Stark. A Arya le toca hacer el trabajo sucio... 

El contrapunto de Jon-Arya es la reina Targaryan, Daenerys de la Tormenta. Su historia de amor con Snow está condenada porque, tras superar toda serie de adversidades, llegará a un punto sin retorno en el cual interiorizará la especie de que el poder lo justifica todo, lo cual le terminará convirtiendo en una loca y despiadada genocida... eso que tanto a enfurecido a los fans y que a mí me parece perfectamente lógico dada la trayectoria biográfica del personaje. Está en toda la historia de la literatura desde los relatos bíblicos: la inestabilidad que desencadena el drama sólo será superada con el sacrificio de un hermano enloquecido. 


Entiendo que molestase a muchos la muerte de la Madre de Dragones, pero estaban avisados desde la primera temporada, cuando Ned Stark es asesinado por el niñato Rey Joffrey. El juego no perdona -"ganar o morir"-... y a fin de cuentas nunca he dicho que Game of Thrones fuera Disney. Ahora bien, no por alejarse de la hipócrita beatería de Disney se arrima uno a Shakespeare, como pretenden los acérrimos de la saga. No cuestiono la brillantez de algunos diálogos, pero no fastidiemos: yo veo a Dickens y a Kafka en "The Wire", veo a Conan Doyle en "House", a Shakespeare en "Breaking bad" y a toda la mejor literatura en que queramos pensar en "Los Soprano", en la primera entrega de "True Detective" y  en "Mad Men"... En Juego de Tronos, lo siento, lo que veo es a Tolkien. 

Les diré de una vez por qué no amo la serie. Por más que Poniente sea un reino inventado, lo cual es por cierto muy tramposo, el escenario que dibuja es inequívocamente medieval. Las espadas, el vasallaje y los códigos de honor no faltan, pero hay algo imprescindible que nos es escamoteado: la religión. ¿Dónde está el Dios omnipotente sin el cual es imposible entender el alma medieval? No hay sombra de los templos, no encontramos la cultura del monacato. Ni siquiera presentimos el temor de Dios que otorga al Medioevo esa oscuridad que con tanta maestría lo penetraba todo en "El nombre de la rosa", de Umberto Eco, o en los mejores textos de Amin Maloouf. No me puedo creer la Edad Media sin Dios... Sin apologetas de lo sagrado ni Santos ni profetas apocalípticos ni procesiones penitentes la presencia de lo mágico se vuelve arbitraria y pueril. No hay un gran criterio con pretensión universal que distinga el Bien y el Mal, la virtud del pecado... No hay fundamento moral en Poniente, por eso a veces los buenos se vuelven malos y viceversa sin que subsistan más motivos dramáticos que la ambición y la venganza. 


Esa falta de un aire espiritualmente denso arrastra todas las demás debilidades del relato. Khalessi se hace poderosa como criadora de dragones, pero, ¿por qué dragones? ¿y por qué escupen fuego como quien lanza bombas atómicas? ¿Puede legitimarse en el Trono de Hierro una señora cuyo poder se basa en que a la voz de "Dakarys" nos puede chamuscar a todos? Me pasa lo mismo que con los zombis, Caminantes Blancos o como demonios se llamen. En una de esas ocurrencias de sobreinterpretación que están tan de moda se nos indica que son una metáfora del cambio climático. Seguro que hay una explicación intrínseca a la narración misma, pero, qué quieren, a mí me parecen un deus ex machina como una catedral. Tan ridículo como que el tipo ese tan feo, el Rey de la Noche, que los va a congelar a todos y que levanta a los muertos termina en nada -derretido, como toda su hueste infernal- porque Arya le apuñala con acero valyrio. Venga, hombre, vamos a ser serios. 


Un par de últimos detalles, y no pienso bromear con lo que viene a continuación ni quiero ponerme mojigato. Puestos a hablar de divertimentos ligeros me gustan más "Vikingos" o "Walking dead", pero, de igual manera que he criticado la propensión al sadismo de estas teleficciones, debo decir que no me seduce nada la banalización de la violencia que se impone en Thrones. El espectáculo de la sangre y las secuencias interminables de torturas y violaciones termina echándome atrás. Si por algo me molestó la masacre perpetrada por Daenerys en el penúltimo capítulo fue por esto: cientos de miles de personas inocentes son destruidas por una loca enfurecida. Qué barata es a veces la muerte. La violencia y la guerra forman parte de la vida, no soy ingenuo, pero cuando el derramamiento de sangre se vuelve incontinente, como si las vidas inocentes no valieran nada, no me acuerdo de Shakespeare, más bien me entran ganas de apagar la tele.   

... Debe ser que me hago viejo. 

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