Thursday, February 13, 2020

LOS MALOS

Las noticias que llegan respecto a la causa judicial contra el ex-ministro y ex-presidente del País Valencià, Eduardo Zaplana, deberían aterrarnos, no sé si con efectos retroactivos, por aquello del peso que este señor ha tenido en nuestras vidas. Qué tipo de personaje era Zaplana, yo lo he sabido siempre. Y no es por ser  especialmente certero para juzgar a las personas. Al contrario, a mí se me suele engañar con bastante facilidad. El problema con Zaplana es que es un cínico en estado puro, se detecta al primer vistazo que no concibe que una "carrera política" tenga otro sentido que el de procurar fortuna y poder. En eso justamente consiste el cinismo, en considerar que los principios éticos no son mi debilidad, sino de los otros, de la audiencia, de aquellos a cuya costa voy a hacerme rico. Por eso los principios hay que aparentarlos... pero sentirlos en profundidad, eso es solo propio de imbéciles. "Yo estoy en política para forrarme", le oímos decir en una conversación telefónica que le pillaron hace como un cuarto de siglo. Después le siguieron votando los valencianos... no pueden decir que no se le veía venir.  

Parece que cambio de tema, pero no. "Peaky blinders". En contra de mis costumbres me la estoy tragando a lo bruto a través de Netflix. Cinco temporadas en total, obra maestra. Quizá no al nivel de las supergrandes -desde "Los Soprano" hasta "Breaking bad"- pero en una línea perfectamente comparable. Ya hablaré de ella y explicaré por qué creo que, además de magistral, es una serie importante. Aludo a ella ahora por otra cuestión. 

Los Peaky Blinders son una banda de gangsters de Birmingham. Hay un momento en el cual, con Churchill y el Gobierno británico por medio, esta familia de asesinos llega a la conclusión de deben andarse con mucho cuidado, pues sus enemigos son "aun peores que nosotros". Torturas, corruptelas, asesinatos secretos... los servicios secretos y la policía, por orden del Gobierno, cometen crímenes de todo tipo, hasta el punto de convertirse en otra banda de gangsters, con la misma maldad que los hampones de barrio, pero con mucho más poder. El protagonista, Tommy Shelby, entiende en algún momento de su vida que son esos malvados y no los gangs rivales los que terminarán destruyéndole. 

Sigo. "La casa de papel", considerada por algunos como el mejor producto televisivo nacional de la historia. No lo es en ningún caso, de hecho en algún momento me gustaría debatir con ustedes sobre el particular, pues creo que, a la inversa que "Peaky blinders", es una serie mucho peor de lo que parece. Me consta que tiene muchos fans, y eso vuelve muy prometedora la discusión. (No sé si lo saben, pero Javier Marías y Carlos Boyero se pelearon porque al primero no le gustó nada "The wire", que le había sido recomendada por el segundo) 

Pero voy al grano. El inicio de la segunda temporada cobra sentido a partir del secuestro de Río, uno de los miembros de la banda de El Profesor, por parte de los servicios secretos del Gobierno español. El hecho de que el Estado mantenga silencio respecto a la captura no deja lugar a dudas: su compañero está siendo torturado en alguna república bananera por la policía española para sacarle información sobre el paradero de los demás miembros de la banda. Su novia, aterrada cuando El Profesor le advierte lo que está ocurriendo, le recuerda al jefe que España es un "estado de derecho". 

-"¿Quién es ahora la inocente, Tokyo?", contesta El Profesor. 

 Narraciones de este jaez se agolpan en mi memoria. Algunas, como estas dos últimas, son pura ficción. Otras, como la de Zaplana pertenecen a la realidad. Por cierto, cuando El Profesor contesta a Tokyo, le recuerda el Caso Gal... vaya. 

¿Recuerdan aquello de "No nos representan" del 15M? A algunos les parecía un exabrupto juvenil e irresponsable. Si diéramos por hecho que la normalidad son casos como estos que les he mentado... joder, entonces para representarnos tipos así tendríamos que ser todos los españoles una banda de salteadores de caminos, rufianes y sacamantecas. Cuando alguien, refiriéndose a los políticos, dice eso de que "son todos unos truhanes", siempre aparece el ciudadano razonable para espetarle que esa "es una generalización injusta". ¿Lo es?


Pero no se equivoquen. Este no es un escrito contra la clase política. Lo es contra las élites, contra todas las élites, y contra todos nosotros, puesto que hemos aceptado que todo lo que es noble y virtuoso en la criatura humana ha sido vendido y prostituido. Los malos ganan, ganan siempre. Cuando uno de ellos muere, y Zaplana, por ejemplo, es ya una figura que agoniza, aparece otro, puede que más sediento y ambicioso que su predecesor. 

Recientemente vi una de las películas que más me ha impresionado - y devastado- en muchos años: "El caballo de Turín", de Bela Tarr, un director húngaro que hace películas extrañamente crípticas y a la vez fascinantes, del que algunos -como el gran pensador francés Jacques Ranciere- insinúan que es el mayor genio que ha dado el cine en el último medio siglo. 


Estamos a principios del siglo XX, no falta mucho para que estalle el primer gran conflicto mundial, prolegómeno de la segunda gran guerra. Entre las dos sumaron horrores que parecen propios de un apocalipsis de El Bosco. Un viejo y su hija viven miserablemente en una casa de campo. Hay una horrorosa tormenta que parece no detenerse nunca. Llaman a la puerta. Es un vecino, un viejo en el cual creemos escuchar los ecos de Nietzsche. (Siempre Nietzsche, ¿se dan cuenta?) Se le ha acabado el palinka, pide una botella. La joven se lo trae. En la mesa, pronuncia ante el viejo un discurso desolador. "Llega el momento en que entiendes que no hay dioses. Los ganadores, que viven bajo la ley de los lobos, nos lo han arrebatado todo, incluso la ilusión. Nada cambia en la Tierra, no hay nada que podamos hacer."

-"Es un disparate", contesta el viejo.  Y el vecino se marcha, perdiéndose en el viento con la botella de palinka. 

¿Es un disparate? No lo sé, no hallo respuesta. 


No me hagan caso, tengo un mal día.  

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