Saturday, July 25, 2020

EL REY HA MUERTO

Algún allegado me reprocha ser condescendiente con la Monarquía. Puede ser, pero condescender no es aceptar ni respetar; digamos que es uno de esos temas de los que uno pasa... No me emociona la corona, en todo caso me invita al chiste y a la chanza, pero tampoco altera para lo malo mis terminaciones nerviosas, ni siquiera en estas horas tan oscuras para la credibilidad de la Real Institución. 

"¿Pero tú no decías ser republicano?" Pues sí, eso he dicho alguna vez, pero para mí la República es un espíritu, un orden moral antes que un régimen de jefatura de estado. No quiero tener un rey, es obvio, nunca lo quise. Pero siempre intuí que cargar contra la lógica dinástica implicaba desgastar esfuerzos en asaltar una fortaleza sobre la que el enemigo siempre ha concentrado tropas, enojos y dignidades. Hay quien, desde la izquierda más reglamentista, ironiza sobre hoy la supuesta radicalidad de quienes siempre vieron que el régimen juancarlista era un timo. En vez de burlarse, los adeptos al PSOE, tan dispuestos ahora a poner cuidados paliativos a una institución moribunda, deberían ahora explicar por qué se negaron durante décadas a abrir un espacio de debate que se demandaba con toda legitimidad desde una izquierda que cargaba con su propia tradición. No estamos ante un "ya os lo dije", que aprovecha ahora de forma oportunista las noticias sobre los desmanes del Emérito. Antes de eso ya fue razonable cuestionar la supervivencia y el valor de una monarquía que fue decretada por el Dictador; siempre fue justo preguntarse por qué debíamos soportar a un jefe de estado sobre el que nadie nos había consultado. 

"Hizo falta aceptar al Borbón porque la democracia era débil". Era como decir, "necesitamos como garante de la democracia una figura cuya característica es precisamente que no es democrática". La pregunta sería entonces: ¿y cuántas otros procedimientos no democráticos debemos tolerar para que los enemigos de la democracia no se enfaden demasiado y estalle el ruido de sables?

Se ha dicho que este país no era monárquico sino juancarlista. Insisto, no quiero pasarme el resto de mi vida protestando contra este residuo anacrónico de una Europa pre-moderna y feudal porque, entre otras cosas, son otras infamias las que reclaman nuestra atención más urgente. Se me ocurre que si la Reina, que parece una señora con un mapa moral decente y cierto sentido de la responsabilidad, se atreviera a decir en público que es una vergüenza que en un país como el nuestro uno de cada cuatro niños está amenazado de vivir por debajo del umbral de la pobreza, entonces yo estaría incluso dispuesto a doblar la cerviz para hacer la reverencia. 

De otro lado, temo que si el famoso referendum del que se habla se convocara, lo perderíamos los republicanos, con lo cual tampoco estoy seguro de que sea una buena idea. Tenemos el país que tenemos, y eso no cambia tan rápido como nos gustaría. Recuerdo a una señora, ya fallecida, que había vivido de cría bajo el reinado de Alfonso XIII. Ya con el régimen constitucional, cuando sus nietos le preguntaban a quién pensaba votar, ella contestaba muy digna: "¿yo?... yo al Rey por supuesto". 

Me viene también a la cabeza la respuesta que me dio mi padre cuando le inquirí sobre el carácter no democrático de la monarquía española. "A mí nunca me han preguntado si quiero tener un Rey", le pregunté malévolo. Él, muy convencido, me contestó que a él sí, y que, como quería ser consecuente con su decisión, no tenía por qué arrepentirse ahora y rechazar al monarca. Por supuesto, de nada sirvió intentar explicarle que cuando él dio el sí a la Constitución, junto a la por él deseada democracia le metieron al monarca en el pack, con el añadido tramposo de que, una vez aceptado el texto máximo, ya no habría posibilidad de que las generaciones posteriores planteáramos reconsiderar el título primero sin que ello supusiera rechazar el formato democrático en su conjunto. 

No voy a hablar mucho más sobre el Emérito ni sobre Corinna. Preferiría no sufragar los caprichos borbónicos. Pero, permítanme una reflexión que va bastante más allá de si quiero un Rey o un Presidente de la República. 

Tengo cientos de alumnos, además de descendientes. Son niños, hay que explicarles qué país hemos construido para ellos. Si se acercan a los diez años hay que empezar a no mentirles: los reyes magos no existen y las princesas no esperan durmientes a bellos príncipes que las despierten. Debo decirles que los españoles somos todos unos maridos cornudos. Durante cuarenta años la prensa mantuvo un repugnante pacto de silencio para que no supiéramos lo que se cocía en los corredores de la corte. Hicieron creer a los cándidos, que en mayor o menor medida lo éramos todos, que el Borbón era un tipo jovial y amigable, un demócrata que escondió sus intenciones a Franco y nos salvó de un golpe de Estado (virgen santísima). Aún recuerdo como gritaba histéricamente en la radio Luis María Ansón, enfurecido como un gorila cada vez que Anguita llamaba "ciudadano Borbón" a su regia majestad. 

Pero es que no es este el mayor de los engaños. Jordi Pujol fue virrey y supuesto acomodo periférico para las instituciones durante largos años. Fíjense cómo han acabado él y su noble parentela. Alfonso Guerra y su hermano; la financiación de los grandes partidos a través de apaños como Filesa y Gurtel; Rodrigo Rato, padre del milagro económico español; Aznar y las guerras de Bush más un partido podrido por la corrupción sistémica; el eterno gobierno socialista de Andalucía con los millones en los ERE; los bandidos gobernando Valencia durante casi un cuarto de siglo; González y las cloacas del Estado o las puertas giratorias; Mario Conde y otros geniales banqueros entregando la economía del país al reino surrealista de la especulación... ¿Quieren que siga?

He perdido amigos porque no he lanzado una sola crítica -ni tan siquiera un gesto irónico- al emergente aserto podemita sobre el "Régimen del 78". Me da igual si Iglesias es o no tan malo como sus rivales. La cuestión es que he de explicar a los niños que todos los ídolos se han hecho pedazos, y que nuestra tan amada democracia ha dado demasiados frutos podridos. 

Ojalá ellos la mejoren. Pero dejen, por favor, de decir aquello de "hicimos lo que pudimos y que el poder corrompe, qué le vamos a hacer". Yo creo que los que van llegando no merecen que, ya que a nosotros nos engañaron, les engañemos nosotros a ellos ahora. La realidad es que aquí, hasta hoy, los malos siguen ganando.  

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