Monday, September 07, 2020

ANTE LA EMERGENCIA

 


Creo que fue el Presidente Kennedy quien sugirió a los ciudadanos que dejaran de pensar qué podía hacer América por ellos y se plantearan qué podían hacer ellos por América. 


Llegados a este punto en el asunto del covid, una película que, sospecho, va para largo y aún no ha vivido sus momentos más turbulentos, me pregunto si no deberíamos asumir la aseveración de JFK y reducir el volumen de la indignación, la exigencia y, por supuesto, la tentación conspiranoica. Es cuestión de salud mental, como mínimo tan importante como la corporal. Pero se trata, sobre todo, de recordar que formamos parte de una comunidad, no ya nacional sino planetaria, y que ganaríamos todos si cada uno nos tomáramos el asunto en serio y asumiéramos que es momento de ayudar a quienes gobiernan a buscar soluciones. Seguramente hacen mal su trabajo, pero no estoy seguro de que los ciudadanos estemos rayando a gran altura... Incluyo a tantos aspirantes a mesías que, tan desnortados como Miguel Bosé, parecen haber descifrado no sé qué Gran Secreto sobre la pandemia al que no accedemos los mediocres, tan habituados al confort de dejarnos manipular por la versión oficial de las cosas. 


En pro de esa salud mental que parece no sobrarnos he de referirme a un autor en quien confío y cuyas numerosas publicaciones sigo con gran interés, José Luis Villacañas. En su último ensayo, "Neoliberalismo como teología política", asistimos a un ejercicio de análisis del capitalismo contemporáneo que exhibe una demoledora potencia intelectual. Dado que el grueso del ensayo merece mucho más espacio, me referiré a su post-scriptum o epílogo, donde el profesor Villacañas se refiere específicamente al asunto covid. Debemos tener en cuenta que ese escrito que completa el ensayo se elabora en primavera y acaso con urgencia, cuando todavía nos hallábamos confinados y sabíamos mucho menos del asunto de lo que sabemos ahora. Aún así, la actitud y los principios con los que el autor propone afrontar el problema me siguen resultando sumamente útiles. Me inspiraré en los esenciales. 



Lo primero que aconseja es no caer en la imprudencia del maximalismo y los juicios apresurados. Ahora podemos pensar que esto no podía dejar de haber pasado, pero la realidad es que nadie lo esperaba y es bastante lógico que no nos sintiéramos preparados. El covid es lo que nos está pasando ahora mismo, nuestra visión se está construyendo con la evolución día a día del problema. De momento, y pese al mezquino desprecio de algunos sénecas hacia los aplausos en los balcones durante los días del encierro, podemos extraer una esperanzadora conclusión: es el pueblo "menor" el que nos ha salvado. En otras palabras, no han sofocado los primeros incendios los gobernantes ni Wall Street ni Amancio Ortega. Han sido los sanitarios -muchos de los cuales se han dejado el cuello en el empeño- además de los labradores, los cajeros y reponedores del supermercado, los transportistas, las madres, las señoras de la limpieza... 
Quien tenga carencias de vocabulario puede llamar a esto demagogia. 


Los gobiernos han fallado, claro que sí, ya tenemos asumido que la función de los gestores es que dispongamos de alguien a quien echar la culpa por lo que todos hacemos mal. Pero, joder, reconozcámoslo, no es fácil ser Pedro Sánchez. Durante los meses de verano la derecha publicaba manifiestos acusándole a él y a Iglesias de aprovechar la excusa de la pandemia para imponer poco menos que una dictadura estalinista. Ahora que, en parte por la presión de los poderes económicos y para salvar el negocio estival, nos dejan deambular pidiéndonos tan solo que usemos mascarilla, resulta que muertes y rebrotes se le apuntan a Pedro, a quien desde la "derecha profunda" tratan poco menos que de genocida. 



La contradicción economía/confinamiento... ¿es de Pedro Sánchez, o es más bien la derecha la que no se aclara? A lo mejor el problema es que no se atreven a decir en este momento lo de hace años, cuando la Recesión: "habéis vivido por encima de nuestras posibilidades"... aunque siguen pensándolo. O, como dijo aquel ministro japonés, que llegamos a demasiado viejos y nos empeñamos en no morirnos, lo cual es un desastre para un modelo como el neoliberal, para el cual las personas solo tienen valor en tanto que productivas y rentables. 


Y, ya que nombramos a los neoliberales, es cierto que no pasan por su momento de más credibilidad... Pero están agazapados, saben que su convicción más profunda, el darwinismo social, se está cumpliendo ahora con toda la crudeza. No pueden decirlo, claro, pues la doctrina que santifica el mercado se hizo hegemónica desde la promesa de una vida próspera y gozosa. En medio del dolor y la muerte, sin tan siquiera la expectativa de adquirir productos que aplaquen nuestra ansiedad, el neoliberal teme que el lado oscuro del mundo que gobierna quede demasiado a la intemperie, a la vista de todos. 


Lo que Villacañas pretende es la aplicación del principio antagónico: la cohesión del grupo, que tiene tantas posibilidades de emerger ante la muerte como el despiadado darwinismo del sálvese quien pueda. En ese sentido, "civilización" significa justamente lo contrario de la pretensión neoliberal. Frente al neoliberalismo, Villacañas propone  la recuperación del ideal republicano, que podríamos concretar, a partir del principio de una básica igualdad, en una serie de exigencias de soberanía popular relativas a la alimentación, la vivienda y, ahora con más razón que nunca, la sanidad. Quizá haya hecho falta una pandemia como la que nos ataca para que empecemos a entender que dejar a muchos de nuestros conciudadanos desprotegidos revierte sobre todos los demás. Por eso sigue sobre la mesa la cuestión de la renta básica, entre otras similares. 


Claro que siempre podemos recurrir a los nuevos amos que nos proporciona el populismo reaccionario. Pero, sin equivocarnos, porque la justifica social que prometen los Trump, Bolsonaro o Le Pen no supone sino una exacerbación del ideal de la lucha económica absoluta, el mercado sin trabas, el poder de los tiburones financieros sin semáforos ni diques de contención. "Impulsos tanáticos", los llama Villacañas pescando en las aguas de los textos fundacionales del psicoanálisis. Tras el principio light del placer que satisface como nadie el neoliberalismo, lo que concurre en el lenguaje agresivo de los demagogos son el sadismo, el supremacismo o el autoritarismo. Y ahí, sin duda, el capital tiene un problema, pues cuando ya no es capaz de disimular sus mecanismos menos democráticos empieza a parecerse peligrosamente a sus más feroces competidores, los ex-comunistas asiáticos. 


En este sentido, el covid aparece como una nueva vuelta de tuerca en el largo proceso de deterioro de la hegemonía norteamericana. China es más eficaz ante la crisis porque, pese a los amagos de protesta, su "hard power" genera legitimidad y obediencia más fácilmente que los USA, donde el racismo, la libertad de armas o la violencia policial forman parte del problema mucho más que de la solución. 



Tampoco Europa, siempre según Villacañas, está como para presumir demasiado ante la tormenta. Como nos han enseñado Piketty y otros, la construcción de una unidad económica desde una misma moneda pero sin unificar las políticas fiscales es un suicidio. No ha habido en el viejo continente una estrategia alternativa al neoliberalismo, no hemos sido capaces de crear una auténtica ciudadanía europea porque se nos ha encastillado en la lógica del homo economicus. Esa tarea, que acaso no está lejos de la que se propuso el viejo Kant para las comunidades ilustradas, sigue quedando pendiente. Si no la resolvemos, dice Villacañas, seremos sometidos. 

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