Friday, September 18, 2020

ESE MALENTENDIDO QUE LLAMAN ÉXITO


Leí hace años un ensayo muy útil titulado "Cultura mainstream", de Fredéric Martel. El libro ofrecía exhaustiva respuesta a la pregunta que se formulaba en el subtítulo -"Cómo se fabrican los fenómenos de masas"-. En la portada, como logos de un tetrabrick, se amontonaban las universalmente reconocibles imágenes de Michael Jackson, el Capitán Sparrow, El Rey León y Shakira. 
 


¿Cuáles son las claves de la celebridad? Teniendo en cuenta la cantidad de personas dueñas de talento y ambiciones que uno ha ido conociendo desde crío, y sabiendo que a menudo los que disfrutan de fama y fortuna son a menudo auténticas medianías, podemos concluir que dichas claves no existen o, en todo caso, constituyen un proceloso laberinto. No creo sin embargo que sea imposible, como lo demuestra el libro antes aludido, explicar cómo alcanzan el éxito -ese gran "malentendido"- cantantes, presentadores de televisión, actores o tertulianos. Pero, ¿y en el ámbito intelectual? O, más concretamente, ¿y en el de la literatura? 


Durante los años noventa, los editores españoles sabían sobradamente que una novela de Terenci Moix o de Antonio Gala era necesariamente un best seller. Algo similar ha venido ocurriendo después con otros como Ruiz Zafón, Pérez-Reverte o, recientemente, María Dueñas, Santiago Posteguillo o Julia Navarro. Ni uno solo de estos exitosos escritores cuenta con los beneplácitos de eso a lo que se llama la crítica. Se diría que si uno desea un entretenimiento ligero lee las novelas de todos estos señores. Son eficaces productores de novelas fáciles, de igual manera que, a nivel internacional, lo son Ken Follet, Dan Brown o Noah Gordon. No parece que uno tenga, como lector, grandes problemas en prescindir de tales lecturas. Jamás me burlo de nadie que tiene el coraje de leer de sacar del bolso un libro en el metro y ponerse a leerlo, aunque sea El código Da Vinci. Ahora bien, son las novelas que Umberto Eco llama "problemáticas" las que puedo lamentar no haber leído... Todavía... porque siempre me queda pendiente la lectura -o la relectura- de aquellas novelas que tengo razones para considerar geniales. 



Es aquí donde llega el problema. ¿Qué novelas son realmente "buenas"? No soy capaz de ofrecer una respuesta satisfactoria; no suelo pontificar sobre casi nada... menos lo voy a hacer sobre esto.


No sé si recuerdan cierto episodio televisivo especialmente violento y desagradable que se dio en un programa en el que Sánchez-Dragó juntó, de forma harto imprudente, al crítico y poco exitoso novelista García Viñó con Vicente Molina-Foix. Aquel maltrató a éste espetándole que podía "demostrar que es usted un mal escritor". Acabaron a hostias, literalmente (nunca mejor dicho). Joaquín Sabina, que presenció el incidente, dijo con indudable ingenio que aquel día entendió aquello que le decían de pequeño que "la letra con sangre entra". 


A mí el tal García Viñó me pareció aquel día, y cualquier otro en que le haya escuchado, un maleducado, un loco, un fascista y un resentido. Y aquí llega el problema. Lo poco que he leído de Molina-Foix me invita a pensar si después de todo aquel espantajo tenía razón. Molina-Foix no merece la bofetada que le dieron, pero sospecho que tampoco merece mi tiempo como lector. De igual manera, me pregunto si algunos de los destinatarios predilectos de los libelos de Viñó, como Javier Marías, Almudena Grandes o Antonio Muñoz Molina, incuestionables autores de éxito, son realmente dignos de la aureola que poseen. 


Este es el quid del asunto. Viñó denunciaba con enfurecida insistencia "la dictadura de las letras" a la que Prisa, a través de sus muchos y poderosos canales de difusión, especialmente el suplemento Babelia, había sometido a los lectores españoles. Así, la industria cultural habría sido a sus ojos la criatura secuestrada por el diario El País, causante de la entronización de una impresentable novelística-basura que, al contrario que muchos de los "escritores fáciles" que reconocemos con facilidad, gozarían de un inexplicable prestigio literario gracias a la maquinaria propagandística creada por Juan Luis Cebrián. 


¿Y bien? Pues miren, no lo sé, no sé qué decirles. He leído mucha narrativa a lo largo de mi vida, pero creo carecer de criterios tan sólidos como para efectuar aseveraciones maximalistas sobre el asunto. Recomiendo a mis alumnos leer a Cervantes, a Galdós y a Baroja, aunque no me molesta que lean a Dan Brown, porque eso supone que leen algo. A mis allegados les explico por qué leo a Javier Cercas, Eduardo Mendoza y Luis Landero y por qué hace tiempo que he decidido no conceder más oportunidades ni a Muñoz Molina ni a Marías. Soy muy limitado... pero soy libre, creo, y empleo como estimo conveniente el tiempo de la única vida que voy a tener 

A mí no ha de convencerme García Viño de que el mundo en general y la industria editorial en particular tienen mucho de farsa gigantesca, un star system cuya lógica está regida por banalidades, luchas de poder y sugestión publicitaria. Esto no significa que todo, todo, sea una mentira. Quizá Millás no sea un gran novelista, pero es un maestro de los artículos breves. A lo mejor Elvira Lindo está sobrevalorada como novelista, pero a mí me parece una señora sensible, simpática e inteligente. 



Concluyo. Lo que ha desatado este escrito es el impacto que me causó recientemente una entrevista de Jesús Quintero a Gala de 2013. Ayer la volví a ver. Jamás he leído a Gala, y seguramente nunca lo haga. Siempre me pareció un buen conversador nocturno, aunque nunca terminé de creerme sus devaneos amorosos entre camelias y perrillos tiernos. Se deslizaba siempre a mis ojos demasiado fácilmente hacia la cursilería. Bien, pero aquel no fue uno más de tantos diálogos entre Quintero y su ídolo. Gala arrastraba un cáncer de difícil extirpación y parecía convencido de estar al borde de la muerte. Nunca hasta entonces detecté tanta humanidad, tanto escepticismo. Cada sonrisa amarga, cada desplante al entrevistador, cada desafío a los políticos, cada expresión de decepción y amargura... me lleva a reconocer en Gala, al fin, la sabiduría de un ser humano que renuncia a todas las imposturas. Dice ya creer solo en la belleza y en Andalucía. Nada sobre su legado literario, ningún respeto a la vida... y ese misterioso sentido del humor que algunos sostienen al filo del abismo. 


No sé, yo les aconsejaría que leyeran aquello que les emocione. Por lo demás, no se pierdan la entrevista a Gala. Es una pequeña lección de sabiduría. Del escritor y de Quintero, claro. 

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