Wednesday, September 23, 2020

EL ESCARNIO


¿No lo han notado? los demás les juzgan. Lo hacen -o lo hacemos- con una colosal desfachatez. 


Deberían encasquetarnos a todos la peluca dieciochesca y la toga de magistrado... así dictaríamos sentencias a cada instante sobre nuestros semejantes y podríamos además exigir que se cumplieran. Ni el verdugo ni el vigilante de la guillotina darían abasto entonces, me temo; de nuestra firma saldrían ejecuciones a diestro y siniestro. No es verdad que solo juzguemos con severidad a los responsables políticos... también empuñamos cuerdas y cuchillos para enjuiciar la dedicación del presidente de la finca, del director del colegio, del conserje, de nuestro vecino...


La obviedad de que las calles, los caminos y las salas están repletas de personas viscosas y desagradables no elude dos evidencias que solemos olvidar. La primera es que un defecto, un acto equivocado o un mal momento no convierten a nuestro prójimo en un hijo de perra al que habría que colgar de un baobab. Voy a parecer un poco instructor de catequesis, pero es tan sencillo como desarrollar la virtud de la paciencia y acostumbrarse a perdonar. La segunda se le explica a los críos desde que adquieren algo parecido al uso de razón: "¿tú te has visto?"... en otras palabras, ¿somos conscientes de que lo que tan insoportable nos resulta en el comportamiento ajeno puede encontrarse en nosotros mismos sin que nos percatemos?



Tranquilos, no voy a insistir en mi habitual berrea contra la generalizada costumbre de echarle la culpa de todo a los políticos. Aunque sí, sigo pensando que tiene que ser difícil tomar decisiones cuando uno parece rodeado de distintas jaurías, todas deseosas de responsabilizarte de sus males. Yo me refiero más bien a ese hábito cotidiano tan extendido entre los españoles por el cual, a poco que hacemos grupito, nos entregamos al escarnio de nuestros semejantes más cercanos. 


Se me ocurren varias causas. 


De entre los simios, parece que al que más nos asemejamos es al chimpancé, que resulta ser el más social de los monos superiores. Eso, y las bondades del clima hispánico, explican por qué nos gusta tanto hacer comandita en los parques, el bar o los corredores de la oficina para crujir a todo cristo. Hay otro factor. Para formar una camarilla, o, como dicen los adolescentes, una pandilla, hace falta establecer formas de inclusión tanto como de exclusión. "Nosotros somos los guais de la fábrica, o del claustro, o del equipo", lo cual supone que vais a poner a parir a todos los demás, pues no son como vosotros. Condenamos con mucha soltura el racismo, el fanatismo, el egoísmo... pero esperamos encontrarlo en ayatolas y vampiros que habitan en exóticas montañas, sin querer advertir que todas las simientes del Mal están en la única intolerancia que no deberíamos permitir: la nuestra. 


"No juzguéis y no seréis juzgados", afirma Jesús de Nazareth. Pero me parece más elaborada esa aserción, últimamente muy mentada, que se atribuye a los cuáqueros: "Un enemigo es alguien cuya historia aún no has escuchado".  


A ver, no aspiro a la beatificación ni creo aquello de que todo el mundo es bueno: hay mucha gente que se cruza a diario con nosotros y que sólo merece una profunda repulsión. Algunos viven en barrios bajos, se dedican a la delincuencia y venden drogas en la puerta de los colegios; otros llevan guantes blancos... esto ya lo sabemos de sobra. Lo que yo cuestiono es lo barata que se vende la facultad de juzgar, y de hacerlo preferentemente en grupo y de forma sumarísima. 


Verán, yo no he estado en una cárcel, no he vivido en ciudades sometidas a una atroz inseguridad, no he sido torturado por un marido violento. Para ser justo, creo que he tenido en general una vida bastante confortable, pero me han pasado algunas cosas y he ido a algunos sitios. Piensen por un momento en la conserje del colegio a la que guardan rencor porque ha sido desagradable con ustedes o porque lleva una banderita en la mascarilla que les desagrada. Ahora imaginen que sale del patio de una finca destartalada en un suburbio con tres críos. Del padre o padres de los susodichos no sabemos nada. Puedo elucubrar sobre las razones por las que esa mujer ha llegado a esa circunstancia ante la que, a mi entender, exhibe un heroísmo que nadie reconoce pero del que yo sería probablemente incapaz. Puedo creer que ha cometido errores o conformarme con pensar que ella se lo ha buscado, pero son personas así las que sostienen el mundo, aunque no se suele hablar de ellas en las noticias. 


"Es un impresentable...", "es un gilipollas" o, como dicen mis alumnos, "qué asco de pavo"... Yo mismo he usado este tipo de expresiones en innumerables casos, sobre todo cuando era joven. Te ibas a tu casa a ver la Copa de Europa pensando que eras mejor que los demás y esperabas a que tu madre te hiciera la cena mientras despotricabas contra el mundo. 


Y hablando de madres. Recuerdo la noche en que vi, segundo a segundo, cómo parían a mi hija. Desde entonces se me han quitado las ganas de meterme con ninguna mujer que haya sido madre. Tampoco con las enfermeras que asisten a los partos. ¿Han visto cómo se encuentra una persona en medio de un tratamiento de quimioterapia? ¿Han tenido alguna vez miedo, miedo de verdad, a que los maten unos mafiosos? ¿Han sido objeto de una violencia atroz sin poder resistirse? ¿Les ha abandonado un amante dejándoles sin casa y con lo puesto?


No debemos ser tolerantes con cualquier cosa porque el mal existe, desde luego. Pero deberíamos pensárnoslo dos veces antes de entregarnos al escarnio a tan bajo precio como solemos hacerlo. A lo mejor deberíamos esperar a escuchar la historia de la persona a la que con tanta ligereza escarnecemos. 

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