Friday, May 07, 2021

SIMARRO O LA SOBERBIA


Entre los numerosos vicios a los que mi alma presta refugio no encuentra fácil acomodo la soberbia. Creo ser ajeno a ella por dos razones. 


Una es de tipo biográfico. Cuando escarbo en mi memoria -ese empeño absurdo que todos deberíamos evitar- lo que encuentro por doquier son ridículos excesos de confianza, imprudencias temerarias, enamoramientos completamente  improcedentes... Si se instituyera un premio a la incapacidad para cuidar de uno mismo creo que tendría aspiraciones fundadas de hacer pódium. Soy, en definitiva, tan sumamente imbécil, que lo único sensato que me queda, por puro instinto animal de supervivencia, es vigilarme a mí mismo con la tenacidad de un cardo, siempre con la disposición a pedir perdón por el siguiente empastre. 


La segunda razón es de orden genético. Mi familia paterna, por motivos que no vienen al caso, tiene una propensión a la soberbia que ha llegado a parecerme una especie de maldición congénita, al estilo de los relatos de Allan Poe. El resultado es desastroso: entre mis parientes es tan común creerse destinado a glorias superlativas que lo que finalmente se ha extendido es una lamentable propensión a la frustración y la pereza. Vamos, que -aunque sea por pura observación doméstica- me considero vacunado contra el primero de los pecados capitales. 




Hace tanto daño la soberbia, intoxica de tal manera la vida de la gente, que a veces me pregunto si Dios la ha introducido entre estos monos lunáticos que somos como parte de algún plan superior cuyo sentido se me escapa. He visto a tantas personas con méritos vulgares presumir de sus logros sin advertir la irritación o la mofa que despertaban, que me pregunto si lo que de verdad desata la soberbia es precisamente que se carece absolutamente de todo aquello de lo que se presume. 


Van a permitirme por todo ello que les haga partícipes de un pequeño decálogo de consejos que envié recientemente a mi viejo amigo Simarro. 


Algún dato sobre el interfecto. En el Instituto una bella dama, compañera de clase, se dio la vuelta en el pupitre y le dijo "Simarro, que te la agarro", de lo cual él dedujo, erronéamente, que con aquella señorita podría mojar el churro. ¿Lo ven? Este fue siempre el gran problema de Simarro (que te la agarro): nunca tuvo bien tomada la medida de sí mismo. No quise decírselo en mi carta, pero las multitudes no solo no aman a Simarro sino que le ignoran olímpicamente... Y, por cierto, tampoco quieren agarrársela.  


Ahí va el decálogo, por si les sirve de algo, pues sospecho que a Simarro (que te la agarro), no le hará gran efecto... saber escuchar nunca estuvo entre sus virtudes.


Querido Pepón Simarro:


1. A nadie le interesa tu opinión más que en momentos muy fugaces y solo para el caso de que andes acertado y aportes algo al que te escucha. 


2. Si, como a ti te sucede, no tienes la suerte de ser gay, asúmelo: a las mujeres no les gustas, al menos no como a ti te gustan ellas. Y, sobre todo, si llegas a gustarles alguna vez no es por los mismos motivos por los que ellas te gustan a ti, de ahí que tampoco vayas a conseguir jamás entenderlas. 


3. "Todo el mundo miente", decía el Doctor House. La diferencia entre una persona inteligente y una tonta es que a ésta se le nota mucho antes que las verdaderas causas que le mueven no son las que hace públicas, sino otras muy distintas, y a veces las opuestas. Me temo, Simi, que estás entre estos últimos.


4. Los tipos a los que odias, e incluyo a los más malvados y dañinos, están hechos de la misma pasta que tú, luego no estás tan lejos como te crees... Es más, seguramente lo que odias en ellos es aquella parte de ti que se siente inclinada a imitarles. 



5. Casi todos somos unos cobardes y unos miserables. Si cargáramos con las desdichas de alguna de esas personas a las que el azar ha destinado a horribles enfermedades, carencias y minusvalías, no duraríamos ni un minuto más en el mundo. Por eso, ten al menos la puta decencia -so cabrón- de no cargar contra los desventurados que mueren ahogados en el Estrecho o contra quienes  pasan penalidades que tú no has olido en tu vida ni de lejos
.

 

6. Los héroes existen. Son escasos y, lo siento,  tú no estás entre ellos. Claro que muchos que no tenemos madera de paladín actuamos a veces, muy contadas, con inaudita audacia. Saber lo complicado e ingrato que resulta debería ser suficiente para que nos abstuviéramos de crujir desde nuestra absoluta mediocridad a quienes se arriesgan y cargan con responsabilidades que muy bien podrían eludir, que es lo que tú y yo hacemos a menudo. 


7. A nadie le interesan tus teorías sobre si la prensa, el gobierno y las élites nos quieren meter miedo con el covid. Son gilipolleces y si alguno las lee, por ejemplo yo, es para reírse de ti, capullo. Tampoco les importa si ya conocías a Radio Futura antes de que le gustaran a todo el mundo, si crees que los Beatles y los Stones son unos mierdas porque los que de verdad molan son los Stooges, Frank Zappa y los Allman Brothers, o si ya habías visto todo Fassbinder antes de que algún enchufado del PSOE lo programara en la Filmoteca. Calla de una vez y disfruta de la caída de la tarde o, al menos, no me la jodas a mí.


8. Deja de crujir a la tipa que tiene ovarios para salir a cantar en público, al que se atreve a pintar retratos al oleo en la calle, al que levanta la mano para emitir su discrepancia o al que se presenta a un concurso de preguntas de la tele. No solo es admirable el atrevimiento de hacer tales cosas, también lo es porque saben que va a haber mediocres y resentidos como tú dedicándose a defenestrarles.


9. Nadie tiene nada contra ti, no eres significativo hasta tal punto. En todo caso resultas especialmente desagradable cuando estás borracho o cuando te dedicas en la barra del bar a decir que odias la corrección política y que el Coletas te cae mal. Tampoco es verdad que hayas tenido mala suerte en la vida o que tus enemigos se confabularan en los momentos clave para que no alcanzaras los triunfos que merecías. 


10 El día que muramos, será ya mucha suerte que una o dos personas nos lloren sinceramente. También habrá quien diga que después de todo no éramos malos chicos. Todos los demás asistirán a las exequias con ganas de acabar cuanto antes. Y harán muy bien. De manera, viejo amigo, que lo mejor que de momento podemos hacer es no morirnos y plantear de qué manera vamos a dedicar lo que nos queda a hacer alguna cosa digna de ser admirada o, en su defecto, tumbarnos al sol con un gin tonic y la absoluta disposición a pasárnoslo de puta madre. 


                                  Abril de 2021. Tu viejo camarada Montesinos.



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