Thursday, May 06, 2021

PABLO IGLESIAS.

 
Escribo apresuradamente mi particular necrológica política de Pablo Iglesias Turrión por dos razones. 


La primera es que no le soy hostil, y como a estas horas hay muchos que danzan sobre su tumba, creo que es mejor que sea alguien como yo quien cartografíe su legado. De sus numerosos y tenaces haters -ahora se llaman así- solo espero lo habitual: insultos y maldiciones. No puedo decir que fuera mi ídolo. Yo nunca le necesité para intuir que este país tiene un problema muy serio de calidad democrática, aparte de que nunca me gustaron demasiado algunos de sus gestos. Tampoco es que me deje frío. Al menos su figura ha sido capaz de hacerme pensar. Llevo un sexenio entero reflexionando sobre lo que ha significado para la vida española su creación -Podemos-, y solo eso ya constituye a mis ojos un mérito considerable. 


Hay una segunda razón. La euforia que muestran sin rubor los reaccionarios ante su caída no puede sorprenderme. Diría que me produce incluso cierto hastío, el que uno experimenta ante la mezquindad de quienes no han sabido siquiera guardar un respetuoso silencioso ante la marcha de quien tuvo la audacia de enfrentarse con todo el coraje a las fuerzas más poderosas del país. El alivio menos explícito y, quizá por ello, más hipócrita, de un amplio sector de la izquierda, más en concreto el que se arrima al calor del PSOE... eso sí me genera una intensa preocupación. 


En realidad me viene sobreviniendo esa inquietud desde hace tiempo, cuando descubrí que Iglesias no despertaba rechazo por la amenaza de sorpasso al PS que arrastraba su incuestionable poder de seducción electoral. Ni siquiera ha sido solo por su supuesta soberbia, su chalet, su caudillismo o ese toque tan leninista de tribuno de la plebe y gurú supremo de la revuelta popular. 


No, el verdadero problema es que Pablo ha removido zonas muy profundas del inconsciente popular de la nación. 



De un lado ha activado el miedo de una derecha todavía muy emocionalmente inclinada a los mitos franquistas sobre la luciferina ferocidad de aquellos a los que el Caudillo reunía bajo la denominación de "rojos ateos, masones o judíos". Podemos reírnos de la simplonería de la disyunción planteada por Ayuso, "Libertad o comunismo", pero -a las pruebas me remito- esos tópicos siguen funcionando y, al menos en la capital del Reino, ganan elecciones. 


De otro lado, y a un nivel, creo, más profundo, Pablo ha puesto sobre la mesa una evidencia: la izquierda solo tiene sentido en tanto que vehicula propuestas de transformación social "auténtica". En otras palabras, no votamos izquierda para evitar que la derecha gobierne, ni siquiera para introducir reformas legales que modernicen las costumbres, como en su momento entendió ZP, sino para que desde la representación política se emprendan proyectos de progreso o, si quieren que sea mas concreto, para crear desde las instituciones el tejido jurídico que garantice los derechos humanos básicos. No sirve un gobierno supuestamente de izquierda si no pelea contra la desigualdad creciente, si no colisiona de alguna forma -dentro de lo posible- contra las élites corporativas y financieras, si no protege más y mejor a los débiles, si no crea medidas realmente eficientes contra la catástrofe ecológica, si no incrementa las libertades, empezando por la libertad de expresión o la de tramar la propia biografía como uno considere oportuno sin ser discriminado ni perseguido por su sexualidad, su raza o su estatus económico...


¿Estaba destinado Iglesias a conseguir todas estas cosas? Quizá no. Quizá, como pretenden esos que llevan un lustro insistiéndome en que es "mala gente", no ha hecho sino engañarnos por pura vanidad y ansia de fama y fortuna, como siempre ha sucedido en nuestro país con los pícaros. 



En cualquier caso, si su corazón solo albergaba el mal, es algo que probablemente ya no sabremos nunca. Para ser un bandido, todo sea dicho, le ha faltado la tenacidad del mal, pues en cuanto percibió el mínimo eco de la incoherencia entre sus principios y los cargos que asumió, le faltó tiempo para largarse y dejarnos tranquilos..."Cuánta paz dejas, Pablo", le dijo Casado -qué señor tan pequeñito- cuando abandonó la vicepresidencia del Gobierno. Insisto, para ser un obseso del poder le han faltado resistencia y la desfachatez de los auténticos malvados. Vaya decepción, joder. Y lo peor, bien pensando, es que no sé a quién van a echar ahora las culpas de que llueva, de que haya sequía, de que los árbitros no le piten penaltis al Madrid o de que nos dejen nuestras novias. 


Soy sarcástico, sí, pero reconozco mi indignación. No porque Pablo Iglesias Turrión se retire de la política institucional ni porque la derecha gane en Madrid. Yo sé qué tipo de personas tienen futuro en la política profesional y también sé cómo es Madrid. Lo que no perdono es el silencio de Cebrián y de tantos otros supuestos paladines de la libertad frente al ejercicio de violencia y terrorismo que un hatajo de fanáticos han llevado a cabo durante muchos meses con el despiadado acoso personal a un político cuyos hijos no tenían ninguna culpa de las ideas de su padre. 


Ha tenido que ser Errejón, su íntimo enemigo, quien honre el cadáver ante el que otros solo muestran su profunda mediocridad. "Ha sufrido un acoso personal intolerable", ha dicho Iñaki en estas horas.


Me apetece decirlo mientras le coloco en los ojos las monedas para el barquero: pese a todo, sí se puede.  

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